Las oposiciones anticolonialismo, anticapitalismo,
antiimperialismo, antiamericanismo y antisionismo o, si se quiere, el
anti-occidentalismo para abreviar, sembrados en su día por el bloque comunista,
no consiguieron en su tiempo los objetivos propuestos y el imperio proletario acabó por desmoronarse.
Pero el espantapájaros del Tercer Mundo que la URSS había
inventado y blandido como arma arrojadiza contra occidente, cobró vida propia de
pronto, mientras el despojo comunista iba quedando abandonado en una cuneta de
la historia.
La aparición de una avanzadilla de Occidente en el área, el
estado de Israel, había forzado la puesta en marcha de una estrategia
nacionalista por parte de los países circundantes. Al principio, con la guerra
del 1948, intentaron crear una cruzada de liberación como la que se estaba cociendo
en Indochina. Después del fracaso militar, y años más tarde, en su afán de
imitación, trataron así mismo de crear una insurrección de carácter terrorista
al estilo del FLN argelino.
Pero todos estos intentos no contaban con la determinación
de un pueblo como el judío, al que esa culminación demencial de su eterna
persecución que fue Auschwitz, le condujo a tomar la decisión de descartar definitivamente
su sempiterno rol histórico de víctima. Pronto sus adversarios se dieron cuenta,
sumando a sus fracasos la sorpresa y la frustración.
Entonces, el llamado Tercer Mundo, en su versión árabe, menospreciado
hasta entonces y agazapándose tras el poderoso blindaje del chantaje energético que le proporcionaba
el petróleo, avivó el casi extinguido rescoldo del caduco anticolonialismo, y
“fabricó” para ello unas indispensables y bien diseñadas “víctimas”.
El “diseño” de un pueblo
inexistente, como era el “pueblo palestino”, hay que atribuírselo en
justicia a su creador, el coronel Nasser, asesorado por un equipo de expertos
del Komintern de Moscú.
Este invento tuvo la fortuna de poder compensar su evidente
falta de historia real, con el aprovechamiento de una eficaz campaña de marketing político con la que
el bloque comunista había ido construyendo durante años el prestigio de la
marca: “Pueblo Vietnamita”.
El recién estrenado “Pueblo Palestino” se encontró de esta
forma con el regalo de un estimable
valor político añadido. Asociando su nombre al de su “victorioso”
antecesor surasiático, en el imaginario fantasmático de la kultur-progresía
occidental, apareció en escena en los años sesenta.
Poco más tarde ocupó todo el espacio mediático, cuando aquel
“victorioso pueblo” asiático, y su primo camboyano, empezaron a tener que
hacerse cargo de un menester menos “heroico” que el de echar al mar a los
“invasores”. Se trataba ahora de encerrar a millones de sus conciudadanos en los
llamados “campos de reeducación”, también llamados “campos de la muerte”.
La lucha “anticolonial” acabó agotando así su retórica,
precisamente en el Sureste Asiático. Allí, al final del conflicto, todos estos
“movimientos de liberación nacional”, y sus entusiasmados compañeros de viaje
occidentales, habían celebrado una victoria que, en realidad, no lo había sido.
Ninguno de ellos comprendió la clave de la nueva dialéctica
que había inaugurado el final de aquel conflicto. Con el se había terminado un
período histórico y se inauguraba una nueva época, y en el nuevo paradigma los
términos dialécticos estaba colocados de forma diferente.
A pesar de las apariencias, no habían ganado sus amigos. Simplemente, habían perdido sus enemigos. Lo cual no es lo mismo.
Los países árabes del Próximo Oriente, estimulados por esa
falsa victoria, lo intentaron más veces y más veces se equivocaron. Tuvieron
que pararse a reflexionar. Era el momento de diseñar una nueva estrategia, para
una nueva era. No más planteamientos militares.
Los Nasser y otros hombres providenciales habían fracasado y
algunos de sus sucesores empezaban incluso a valorar las ofertas que desde
occidente se les hacían, si se olvidaban de intentar echar a Israel al mar.
Es cierto que quedaban aún algunos líderes de la ideología nazi-baasista,
como Sadam Hussein , Bashar el-Assad o el “colgado” de Libia, amén de otros
tiranuelos residuales del nacionalismo panárabe con notable poder dinástico,
enorme influencia económica y algunas alianzas oportunistas con los infieles. Pero
la presión religiosa era ya creciente en sus respectivos países. Irían cayendo
uno a uno, empezando por el Shah de Irán. Y en esas están todavía.
Decididamente había llegado el
momento de los clérigos.
Los objetivos políticos planteados hasta aquel momento,
mezcla de vagas reivindicaciones nacional-sociales ajenas al relato coránico, o
los condicionamientos geopolíticos derivados de los intereses de las potencias
infieles, fueron substituidos aceleradamente por la misión sagrada y eterna de
la expansión religiosa del Islam.
Ya no se trataba de conquistas militares. Se trataba del
triunfo de la fe coránica. Y para hacerse cargo de él, como en 1034 en la
Persia de Hassan Bin Sabbah, aparecieron los profetas del horror y sus modernos
mensajeros Hassassin: los nuevos terroristas místicos.
Un dato esencial para entender la nueva estrategia es que,
gracias a las modernas tecnologías, esta tiene una dirección totalmente
descentralizada. Los mollahs, líderes religiosos, actúan por iniciativa propia.
Aunque esta desestructuración tiene también sus inconvenientes, y las rencillas
y choques entre facciones, sectas y personalidades están al orden del día, como
hace siete siglos.
La gran novedad que trajo consigo la dirección clerical de
la lucha es que, esta, puso en marcha una estrategia de carácter metafísico. Su apuesta se basaba en la debilidad existencial que padece toda persona civilizada, al ser
incapaz de asumir el culto a la muerte y
el desprecio de la vida que inspiran los principios del Corán en sus seguidores.
La civilización greco-judeo-cristiana tiene ahí su talón de Aquiles.
Fuera de Israel, saben que la sociedad occidental, en su
conjunto, está reblandecida por sus enfermizos procesos de culpabilización y, ante
esa evidencia, proponen una ofensiva en varios frentes.
El primero es la acción violenta y Paris, New York, Londres
y Madrid son sumidos en el horror de la sangre, pero bajo modalidades de acción
inéditas hasta entonces. El actual hombre-explosivo
suicida, ha sustituido a las armas y medios militares, empleadas hasta
ahora como en en Munich, Entebbe, etc. Es preciso reconocer que, objetivamente, la inhumanidad de esa arma, hace de ella un instrumento letal casi definitivo, frente al que apenas hay defensa posible.
El segundo consiste en una imparable quinta columna que lleva años instalando sus vivac en los suburbios
de nuestra ciudades, a la que se suma la bomba
demográfica, de la que en algunos países, como Holanda, ya se empieza a
sentir la onda de choque. El hábil abuso legal que llevan a cabo con nuestras
leyes sociales es otro recurso ante el que poseemos escasas respuestas.
Además, poderosos
financieros vestidos con keffiyeh y agal han colocado ya sus dorados cepos en
nuestras economías, mientras, en lugar de crear mecanismos de defensa, nuestros
inmundos lameculos y serviles pescadores de aguas turbias tienden también las
redes a su sombra, haciéndoles el juego para recoger las migajas.
De momento, y mientras nuestra sociedad no espabile, su
estrategia seguirá siendo la acertada y sus triunfos visibles.
Aunque también es verdad que se han abierto frentes
internos. Catorce siglos después de la muerte del godfather, las antiguas rencillas familiares siguen vivas,
disputándose el botín. La corriente salafista o wahhabista que defienden los
riquisísimos sátrapas de la tribu de los Saud en Arabia, quiere aplicar literalmente lo que recitaban de palabra
los antiguos, mientras los yihadistas, que son más impacientes, pretenden
introducir esas enseñanzas incrustando
literalmente los libros en las cabezas de los infieles.
Además están los asuntos de herencia entre los Chiis del
partido de Alí, un primo del padrino, y sus enemigos mortales los Sunnis, que
se disputan la herencia del poder desde la desaparición de aquel en el 633.
Casi nada.
Este año, el de la irresistible ascensión de los HM(Hermanos
Musulmanes), esos modernos ex– alumnos en las universidades de Occidente, que
manejan un sofisticado mix político-terrorista
y están enfrentados con los esencialistas de Riyadh, nos ha traído el estreno
de una nueva trampa mediática titulada “Primavera Árabe”.
En ella, nos han proporcionado el papel de fuerza de apoyo para una supuesta
instauración de la democracia, sin la cual les hubiese sido imposible acceder
al control del poder en la orilla sur del Mediterráneo.
Algunos gritamos enseguida ¡alarma!. Los síntomas eran
evidentes. Su estrategia era conocida de sobra desde los años ’90 en
Afghanistan. Estaba clarísimo. ¡Esa película ya la habíamos visto! Iba a ser
“Los Muyahidines de la Libertad”, segunda
parte. Pero nada… Occidente aceptó el trato entonces y Ellos ya tienen el poder ahora.
Estos días ya nos han recordado el aniversario del 11-S,
masacrando a cuatro diplomáticos en Bengasi, (de esa parte oriental de Libia y
su relación con al Qaeda ya he hablado en otro blog) y asaltando embajadas en
El Cairo y Yemen
¡Y estos estúpidos, que no entienden nada de nada, siguen
hablando de una “película” e incluso están dispuestos a pedir perdón, mientras
los “colgados” de Charlie Hebdo, recorren el polvorín borrachos, y con una
antorcha encendida en la mano!
Para vomitar.
Te leo y me inquieto porque comparto tus temores. Hace treinta años no había hombres bomba. Los malos van ganando. No es culpa, por cierto, de los palestinos (algún nombre había que darles, ¿no?).
ResponderEliminarNo veo luz al fondo del túnel, veo que tras las oscuridad hay más oscuridad y una noche inacabable...
Los palestinos querido Luis son TODOS aquellos que habitan ese territorio al que los ingleses llamaron Palestina.Árabes y judíos.
ResponderEliminarRespecto del pueblo árabe de Palestina te diré que solo me inspira, primero compasión por los contínuos sufrimientos que padecen los más débiles, y después repugnancia por la vil utilización que hacen de ellos los que, desde el principio, los convencieron de que su destino historico era el de servir de carne de cañón o material útil y desechable, en una guerra eminentemente mediática en la que cada niño o mujer muerto es un punto favorable en su miserable score.
El "Pueblo Palestino" no es más que una marca. Como "pueblo" nunca existió. No tiene origen ni historia. Es una pura invención, y lo que es más indignante es que ese invento sirve para usurpar la existencia de un verdadero pueblo cuyos auténticos intereses nunca han sido tenidos en cuenta,y han sido sustituídos por otros cuyo origen está muy lejos de Palestina.