Lo digo con total seriedad, creo que deberíamos prepararnos para un mundo nuevo que està empezando a pasar por debajo de la puerta, como esa inofensiva lámina de agua tras la que viene la inundación catastrófica.
Y todo debido al teléfono móvil.
Muchas veces me he hecho esa pregunta que todos tenéis en la cabeza, cuando veo al 80% de los cristianos que me rodean en la calle con el teléfono pegado a la oreja. ¿Cómo diablos se las arreglaban antes de que ese artefacto hiciese aparición en sus vidas? La única respuesta satisfactoria que se me ocurre es la de que se las arreglaban muy bien; simplemente no tenía necesidad de él. O sea que, un buen día, un teléfono cayó en sus manos; lo miraron con curiosidad; se preguntaron para que podría servir y se respondieron: “para llamar al Julián”. Y ¡hala! a llamar a Julián; que justamente se estaba haciendo la misma pregunta.
La necesidad de comunicarse está en el fondo más profundo de las inquietudes humanas; hasta el extremo de que podríamos afirmar sin temor que somos humanos porque tuvimos necesidad de entrar en contacto con el semejante. Y porque encontramos el medio de conseguirlo inventando el lenguaje, que es en lo que nos distinguimos de nuestros más próximos parientes los chimpancés. A partir de ahí, la evolución de la cultura ha transcurrido íntimamente ligada al perfeccionamiento de los medios de comunicación.
En la era de la ciencia y de la técnica, el invento y desarrollo de la telegrafía sin hilos y del teléfono, constituyeron etapas cruciales en esa larga marcha hacia la utopía de la comunicación total. Pero los resultados de la técnica siempre, hasta hace unos años, habían consistido en resolver problemas planteados previamente. La satisfacción de esas necesidades planteadas, requerían unas soluciones que, una vez halladas, sugerían, a su vez, nuevos desafíos y perfeccionamientos dentro de una dialéctica propia. Pero, un buen día, a estos esfuerzos vino a agregarse un fenómeno social nuevo. Relacionado íntimamente con la expansión y el crecimiento económicos, se le dió el nombre de consumo.
Seguramente sería fácil detectar las causas originales del mencionado fenómeno, así como los diversos impulsos que supusieron circunstancias como, por ejemplo, el final de la última guerra mundial. Este hecho, en concreto, provocó que el gran avance de la técnología militar susceptible de ser volcado en el mundo civil, buscase en la sociedad espacios comerciales donde amortizar sus colosales inversiones bélicas, además de plantear la necesidad de reconstruir el mundo, con modelos y procedimientos totalmente innovadores. Estas nuevas necesidades perseguían un doble anhelo: por un lado hacer desaparecer las ruinas materiales, naturalmente, pero también olvidar el reciente cataclismo, creando nuevas y esperanzadoras espectativas.
Y así fue, hasta hace poco. Hasta la aparición de la realidad digital.
Como es natural, para los que tenemos la edad suficiente para haber presenciado, hace años, la convivencia de la realidad antigua con esa novedad incipiente, esta última conservaba el mismo propósito bien conocido y definido de resolver problemas, y nos felicitábamos alborozados ante sus nuevas e inesperadas “funciones”. Sin embargo, para los coetaneos, o sea para las generaciónes que nacían al mismo tiempo que los artefactos, todas esas cosas tenía un significado muy diferente. Eran los símbolos de su época. Aquellos que les identificaban, diferenciándolos de nosotros. Esa suele ser la ventaja (o el inconveniente) de disponer de cosas que carecen de historia. Desafortunadamente para nosotros, la proporción demográfica se nos fué haciéndo más y más desfavorable. Ya somos una minoría, y eso no es bueno, a efectos de los estudios de mercado. Y mucho ojo, porque estos son la matriz que engendra las mencionadas novedades.
Las generaciones digitales, hacen un uso de los medios de una manera… digamos que extravagante, para tener la fiesta en paz. Parece de toda evidencia, que la antigua actitud de usarlos para resolver un problema, ha sido sustituída definitivamente por otra en la que son esos medios quienes imponen a los usuarios la necesidad de ser utilizados. “Si tengo un teléfono llamaré a alguien”. No porque se necesite hacerlo, sino porque lo necesita el teléfono. O la compañía telefónica, que es lo mismo. Dentro de poco, una imagen expresiva del caos podría ser simplemente un teléfono apagado. Los seres humanos se están convirtiendo, al menos en apariencia, en una prolongación de esos instrumentos. Cada teléfono móvil nace, prácticamente, con una persona adherida a él.
Así iban las cosas, mientras mirábamos para otro lado. Como si no pasase nada.
Hasta que, de pronto, ante la estupefacción de algunos como yo, en el horizonte aparecen extrañas señales inexplicables que desafían toda lógica basada en los repertorios habituales. Fenómenos nunca vistos hasta ahora alteran un mundo que va tan deprisa, que carece de tiempo para reflexionar sobre ellos, sobre sus causas y sus posibles efectos, y los archivos no registran datos de utilidad para su interpretación. Los chamanes de guardia, hacen lo único que siempre han sabido hacer, es decir, tratan de relacionar esos nuevos signos con hechos anteriores que les son absolutamente ajenos; intentan homogenizar a martillazos lo heterogéneo; se proponen tranquilizar los ánimos del personal con fórmulas y tópicos más o menos conocidos etc, etc… todo ello, poniendo cara de “esto ya lo había dicho yo”. Pero no, brother… esto es nuevo. Claro que lo nuevo nunca ha dejado de aparecer en el mundo. Es lo normal. Pero lo que distingue la evolución (cambio que respeta la norma) de la revolución (cambio que se aparta de la norma) es solamente la velocidad a la que se produce dicho cambio.
Y esta vez, va muy deprisa.
No nos vayamos muy lejos. Aquí mismo. El 11M del 2004. Estoy dispuesto a sostener delante de cualquiera que “Z de zapatero” no hubiese sacado la cabeza de la conejera si no hubiesen existido los móviles. Un hecho político insólito como aquel [cuyas posibles consecuencias me dan escalofríos, ahora que las vamos a empezar a padecer de verdad] tuvo lugar torciendo todas las previsiones históricas, gracias a una especie de cáscara de mejillon digital pegado a las orejas de unos desarrapados, crónicos abstencionistas de la vida, que se pusieron de acuerdo, por primera vez en la historia, para montar la fiesta de siempre, pero de otra forma. Para variar. Un simple instrumento tecnológico ha conseguido, con su simple existencia, acabar con las seculares desavenencias de esos círculos de individualistas incorregibles. Hasta entonces. Poseer un movil les proporcionó el elemento definitivo para su cohesión. Un nuevo totem para un nuevo klan. ¿Será eso la alienación?
Ni idea.
En mis tiempos de anarquista, aparte de los que procedíamos de la burguesía y que entonces eramos cuatro, el resto eran la especie resultante del cruce de un “prolo” con un delincuente. Esa clase de idealistas encantados [en el sentido más literal] ocupaba el último lugar de la cola del reparto de los bienes más elementalmente indispensables. ¡Cómo para hablarles de móviles! Pero…héteme aquí que una insospechada síntesis ha tenido lugar en algún momento y no nos hemos enterado. ¡Un ser antisocial se ha incrustado en la mollera el instrumento que mejor socializa, aglutina y homogeniza a la peña, convirtiéndose de repente en una especie de “Cyb–org” domesticado!
¡Hombre, mira tú por dónde… otro oxímoron! Ejemplo reciente: el inventor del llamado Movimiento ¡Democrácia Real Ya!
Bueno, será por la edad, pero a mí, empedernido bailarín salsero, paradógicamente nunca me han gustado los movimientos. Ni con Mayúscula, ni con minúscula, ni en cursiva, ni Nacionales, ni importados. Nada. Respecto a lo de “Real”, por un momento me pareció genialmente original que apareciese un grupo de “monárquico–demócratas”, frente a los clásicos “republicano–demócratas” de toda la vida. Así, abiertamente. ¡Folklore del bueno! Incluso pensé, por un instante, ofrecerme a ellos para pergeñarles un programa de identificación visual. Je, je. ¡Nunca dejaré de ser un jodío iluso!
En cualquier caso, lo de esa banda de anarkopijos aburridos, para quienes no representa ya ningún problema expropiar una parte del espacio común de todos los españoles para celebrar sus verbenas, ya sean estas en forma de acampadas “políticas”, incursiones sacrílegas o botellones rústicos y urbanos, pero siempre masivas, tampoco sería posible sin el instrumento de marras. Doblado además, en esta ocasión, por la estupidez de una mayoría de “comprensivos” compatriotas que les han celebrado la ocurrencia, y el embelesamiento miópe de una prensa extranjera, que sigue contemplando la realidad española a través de un vaso de sangría, desde que empezó a hacerlo en el siglo XIX.
Sin sacar las cosas de quicio, 7 u 8000 capullos descerebrados representan un pedo en un huracán frente a los 28,000.000 de votantes del domingo. Pero el síntoma está ahí. He leído un montón de pretenciosas crónicas, columnas y comentarios en la prensa francesa sobre esta especie de “primera transferencia de la actual inquietud norte–africana a Europa”, con las más peregrinas teorías socio–políticas. Resultado todo ello de una lectura hipertrofiada de una simple kermesse anti–héroïque. Pero ninguna, ni una sola, hacía referencia al factor determinante, y único vínculo verificado hasta la fecha entre todos estos extraños fenómenos : el móvil + los trasmallos sociales.
Cuando alguien quiera empezar a entender mínimamente lo que está sucediendo hoy en el universo islámico, por ejemplo, que empiece por dibujar la silueta de un bereber sobre un camello con un teléfono en la oreja, y que reflexione sobre cómo la incongruencia de esa imagen puede llegar a ser congruente, simplemente mediante la inclusión en el conjunto de un circuito impreso. Esto no lo explicará todo, claro, pero se trata de revisar al menos algunas certidumbres y extraer definitivamente del baul del absurdo ciertos conceptos, que me temo que se van a ir transformando irremediablemente en lógicos dentro de muy poco. Si es que queremos abrir los ojos ante el futuro inmediato.
Cuando alguien se empeña en establecer una relación entre Tunez, Libia, Egipto, Siria, Yemen etc. y La Puerta del Sol, lo único que deja en evidencia con esa pretensión es su angustia por no entender algo que tiene toda la pinta de ser amenazador. Aunque no se sepa muy bien porqué.
O, tal vez sea precisamente por eso.
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jueves, 26 de mayo de 2011
lunes, 23 de mayo de 2011
Dominique nique, nique …non mais, t’exagéres!
¿Os acordais de aquella chansonette un poco bobalicona de nuestra adolescencia? ¿De la Hermana Sonrisa? Claro. Lo que probablemente no conozcais es la triste historia de aquella monjita.Vereis, todo empezó en un convento belga de religiosas Dominicas en el que la hermana Luc–Gabriélle tuvo la idea de componer unas canciones que ayudasen a la enseñanza del Catecismo. Con lo que seguramente no contaba nuestra monja canora era con el éxito de sus obritas, en las que una avispada compañía discográfica intuyó pronto unas buenas posibilidades de ventas. Ya convertida en la Soeur Sourire, los éxitos, que se sucedieron durante un tiempo, proporcionaron al convento y la compañía discográfica unos notables ingresos que se dedicaron a obras benéficas, en el caso de la Orden.
Con el tiempo Luc–Gabriélle decidió que la vida monástica no era el mejor camino para ella, y se alejó de él, fundando una comunidad de religiosas laicas. No tuvo mucha fortuna con esta iniciativa y la compañía discográfica la obligó a cambiar el ya popular nombre de Soeur Sourire por el de Luc Dominique para sus nuevas creaciones. Todas estas novedades no favorecieron su carrera, de manera que las ventas decayeron. Se había pasado su cuarto de hora de fama. Pero lo peor estaba aún por llegar.
Los hados desfavorables, en forma de inspectores de hacienda, se abalanzaron sobre nuestra horoína. De los ingresos que la Orden había recaudado, no habían sido deducidos y liquidados los impuestos correspondientes. Ella no había guardado para sí ni un céntimo del capital producido por sus canciones, pero, para el fisco belga, era ella quien había cobrado de la compañía de discos. El gobierno belga emprendió un acoso furibundo de la monjita, reclamándole una suma equivalente a 200.000 euros actuales. Nadie acudió en su ayuda cuando se hizo insostenible su situación. El fisco rechazó escuchar sus razones, y ni la Orden ni las instituciones benéficas que habían utilizado esos fondos, le proporcionaron el recibo que la exonerase de la responsabilidad de haberese beneficiado de ellos.
Y nuestra pobre monjita, sobrepasada por ese aluvión de acontecimientos kafkianos, acabó suicidándose.
Y, ¿a qué viene esta triste historia, al día de hoy? Puesss… no lo sé muy bien. Tal vez porque acaba de producirse otra que, aunque todo paralelismo con ella sería un disparate, me ha hecho recordar a Soeur Sourire, y su cancioncilla. Fonéticamente. A veces las asociaciones de ideas se producen de una forma curiosa; algo similar a lo que nos sucede en nuestros sueños.
Por un lado, el ex–director gerente del FMI, Strauss–Kahn, se llama Dominique. Y por otro, el término “nique”, corresponde al modo imperativo de un verbo, de carácter vulgar y malsonante [“niquer”: fornicar], que se puso de moda hace unos años en los barrios “problemáticos” que rodean las grandes capitales francesas, a partir de la aparición de un grupo rapero que tomó como apelativo la jacarandosa expresión de “Nique ta Mére”, cuya traducción me excuso de llevar cabo.
El bueno de Dominique nunca se había distinguido hasta la fecha por cantar muy bien. Aunque “cantes”, lo que se dice “cantes”, parece ser que sí había dado los suyos, sobre todo, cuando había sentido el frú–¬frú de unas faldas en las proximidades. Nació rico. Con un padre, judío alsaciano y masón, así mismo ligeramente inclinado sobre los décolletés vertiginosos que le rodeaban en la intensa vida social, tanto en Marruecos como en Mónaco, a la que le obligaba su quehacer de asesor financiero y fiscal de grandes fortunas. De madre asímismo judía, periodista, de origen remoto ruso y próximo tunecino, tuvo una de esas juventudes que los que somos sus coetáneos calificamos de afortunadas cuando las vemos descritas por el F. Scott Fitzgerald de turno.
Tan afortunado era Dominique que, para que no le faltase de nada, se hizo de izquierdas.
Como diría mi amigo El Magnolio: “¡hay que joderse!”
Naturalmente una biografía así pasa indefectiblemente por Les Grandes Écoles. Es la base indispensable sobre la que apoyar un futuro de Cátedras, Ministerios, Asambleas Nacionales, Alcaldías, Gerencias del Fondo Monetario Internacional o candidaturas a la Presidencia del Estado Francés. Todo eso, siempre y cuando no se le ocurra a uno visitar una comisaría del Harlem neoyorquino o una celda de la prisión de Rickers Island y aunque posea una llave de seis millones de dólares para abrir la puerta y para pagarse una cadena de perro de algunos kilómetros de larga, que le permita ira a mear a alguna columna del South Manhattan. Porque resulta que, aunque parezca increible, un pobre juez de la Gran Manzana, que se pasa la vida ahorrando una parte de su sueldo, para mejorar un poco la miserable pensión que le espera después de un montón de años codeándose con lo peor de lo que hay por debajo de la miseria, ese pobre funcionario público digo, puede poner el punto final a la suntuosa biografía de uno de los “escogidos” del destino. Así. Como suena.
Parece mantira que a un mujeriego compulsivo, como este, no se le haya pasado por la imaginación que, para mear más lejos que nadie en su delirante competición consigo mismo, bastaría con contratar por Internet al chulo más caro de Nueva York, para que le propocionase a la pupila que él, como experto, considerase la más inaccesible para los simples aficionados a ese arte. El no hacerlo, aparte de poder costarle el pasar el último tramo de su prometedora existencia en el “trullo”, no puede demostrar más que este sujeto, a pesar de todos sus títulos, es un auténtico “capullo”. Una decisión así, por otra parte, le habría resultado infinitamente más barata que el demencial “numerito” que se ha montado. Pero es que aparte de ser una auténtico “pringao”, se trata de un desalmado violador al que habría que privar, de alguna forma, de aquellas funciones fisio–psicológicas hipertrofiadas que hacen de él un peligro público.
Camilo José Cela decretaría seguramente : “Una buena capa, y a otra cosa”.
En fín, seguir hablando de la vida y milagros de un tipo que, si ha podido batir algun Guiness World Record, este habrá sido sin duda el del “Mayor Payaso del siglo XXI”, no creo que merezca la pena.
Otra cosa, como siempre, son los efectos públicos y mediáticos del asunto.
Para abrir boca digamos que un 57% de franceses consideraron que esta joya de la corona es víctima de un super–complot internacional. “ Denunciar un complot es un mecanismo de defensa fácil. Se simplifica el problema dándole una forma clara y aceptable. Se obtiene de esta manera un salvavidas en un contexto de incertidumbre y angustia …/… Pero para que haya un complot hace falta un grupo organizador trabajando en secreto, un objetivo, un plan de acción y un beneficiario, y aquí no hay nada de todo esto…/… Los denunciantes del complot o de la maquinación no pueden responder claramente a la pregunta de “¿A quién favorece el crimen?” El único beneficiario de la hipótesis complotista es el mismo DSK, ya que aparece como víctima”. Quien así habla es Pierre André Taguieff, historiador y sociólogo, especialista en desmontar teorías de complots famosos, como “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, en declaraciones hechas al semanario Le Point.
Esta inexplicable actitud exculpatoria, por parte de una gran proporción de franceses, que son reflejadas en encuestas publicadas en diversos países, está induciendo una dudosa reputación internacional al pueblo francés, próxima de la de los machos retrógrados que razonan todavía en función del derecho de pernada. Unos franceses que, por otra parte, se lamentan del acoso a la imagen externa de Francia que llevan a cabo los medios de comunicación extranjeros, no dándose cuenta de que están pegándose un tiro en el pié al no considerar que en el evidente naufragio de esa imagen externa la única vía de agua es precisamente monsieur DSK . Eva Cantarella, editorialista de renombre del “Corriere de la Sera”, titula su editorial del viernes pasado : “El hombre predador y la violación “viril” : un odioso mito que nos remite a Zeus”. En él denuncia esa dudosa cualidad, más francesa incluso que italiana, del predador macho y conquistador, en virtud de la cual la virilidad y la infidelidad serían los atributos del hombre poderoso y secretamente admirado. Como Mitterand. Como Bill Clinton. Como Chirac…como DSK.
Claro está, la prensa francesa, en especial la de izquierda, no acaba de encontrar radicalemente condenable el supuesto delito de violación atribuido a DSK. No tuvieron tanto reparo en condenar a Berlusconi del que, por más repugnante que sea su conducta, no se tienen noticias de que haya intentado nunca violar a nadie. Esa prensa francesa de izquierdas que montó todo un espectáculo reprochándole a su presidente, Sarkozy, el haber gastado algo así como 5000 euros en el Fouquet`s para celebrar su elección, ha torcido el hocico ante una justicia que ha dado a conocer lo que significa para ella la igualdad ante la ley. Considera que la sub–cultura americana exagera un poco dando más crédito a la versión de una camarera que a la de un miembro de la elite progresista europea. Respecto de los $ 6.000.000 que ofreció DSK al juez, en metálico y en fianzas, para poder ducharse fuera de la celda, los comentarios de los medios progresistas han sido solo de satisfacción y alivio. ¡La izquierda saluda al capital!
Se comenta en los cenáculos políticos franceses que podríamos pensar con escaso riesgo de equivocarnos que, de ser DSK juzgado en Francia por los mismos supuestos delitos, la pena no rebasaría la de un año de prisión en libertad vigilada y unos 3000 euros de indemnización para la camarera. Lo dicho, ¡le falta mucha finezza a la justicia americana!
Como repetiría mi amigo El Magnolio: “¡hay que joderse!”
Con el tiempo Luc–Gabriélle decidió que la vida monástica no era el mejor camino para ella, y se alejó de él, fundando una comunidad de religiosas laicas. No tuvo mucha fortuna con esta iniciativa y la compañía discográfica la obligó a cambiar el ya popular nombre de Soeur Sourire por el de Luc Dominique para sus nuevas creaciones. Todas estas novedades no favorecieron su carrera, de manera que las ventas decayeron. Se había pasado su cuarto de hora de fama. Pero lo peor estaba aún por llegar.
Los hados desfavorables, en forma de inspectores de hacienda, se abalanzaron sobre nuestra horoína. De los ingresos que la Orden había recaudado, no habían sido deducidos y liquidados los impuestos correspondientes. Ella no había guardado para sí ni un céntimo del capital producido por sus canciones, pero, para el fisco belga, era ella quien había cobrado de la compañía de discos. El gobierno belga emprendió un acoso furibundo de la monjita, reclamándole una suma equivalente a 200.000 euros actuales. Nadie acudió en su ayuda cuando se hizo insostenible su situación. El fisco rechazó escuchar sus razones, y ni la Orden ni las instituciones benéficas que habían utilizado esos fondos, le proporcionaron el recibo que la exonerase de la responsabilidad de haberese beneficiado de ellos.
Y nuestra pobre monjita, sobrepasada por ese aluvión de acontecimientos kafkianos, acabó suicidándose.
Y, ¿a qué viene esta triste historia, al día de hoy? Puesss… no lo sé muy bien. Tal vez porque acaba de producirse otra que, aunque todo paralelismo con ella sería un disparate, me ha hecho recordar a Soeur Sourire, y su cancioncilla. Fonéticamente. A veces las asociaciones de ideas se producen de una forma curiosa; algo similar a lo que nos sucede en nuestros sueños.
Por un lado, el ex–director gerente del FMI, Strauss–Kahn, se llama Dominique. Y por otro, el término “nique”, corresponde al modo imperativo de un verbo, de carácter vulgar y malsonante [“niquer”: fornicar], que se puso de moda hace unos años en los barrios “problemáticos” que rodean las grandes capitales francesas, a partir de la aparición de un grupo rapero que tomó como apelativo la jacarandosa expresión de “Nique ta Mére”, cuya traducción me excuso de llevar cabo.
El bueno de Dominique nunca se había distinguido hasta la fecha por cantar muy bien. Aunque “cantes”, lo que se dice “cantes”, parece ser que sí había dado los suyos, sobre todo, cuando había sentido el frú–¬frú de unas faldas en las proximidades. Nació rico. Con un padre, judío alsaciano y masón, así mismo ligeramente inclinado sobre los décolletés vertiginosos que le rodeaban en la intensa vida social, tanto en Marruecos como en Mónaco, a la que le obligaba su quehacer de asesor financiero y fiscal de grandes fortunas. De madre asímismo judía, periodista, de origen remoto ruso y próximo tunecino, tuvo una de esas juventudes que los que somos sus coetáneos calificamos de afortunadas cuando las vemos descritas por el F. Scott Fitzgerald de turno.
Tan afortunado era Dominique que, para que no le faltase de nada, se hizo de izquierdas.
Como diría mi amigo El Magnolio: “¡hay que joderse!”
Naturalmente una biografía así pasa indefectiblemente por Les Grandes Écoles. Es la base indispensable sobre la que apoyar un futuro de Cátedras, Ministerios, Asambleas Nacionales, Alcaldías, Gerencias del Fondo Monetario Internacional o candidaturas a la Presidencia del Estado Francés. Todo eso, siempre y cuando no se le ocurra a uno visitar una comisaría del Harlem neoyorquino o una celda de la prisión de Rickers Island y aunque posea una llave de seis millones de dólares para abrir la puerta y para pagarse una cadena de perro de algunos kilómetros de larga, que le permita ira a mear a alguna columna del South Manhattan. Porque resulta que, aunque parezca increible, un pobre juez de la Gran Manzana, que se pasa la vida ahorrando una parte de su sueldo, para mejorar un poco la miserable pensión que le espera después de un montón de años codeándose con lo peor de lo que hay por debajo de la miseria, ese pobre funcionario público digo, puede poner el punto final a la suntuosa biografía de uno de los “escogidos” del destino. Así. Como suena.
Parece mantira que a un mujeriego compulsivo, como este, no se le haya pasado por la imaginación que, para mear más lejos que nadie en su delirante competición consigo mismo, bastaría con contratar por Internet al chulo más caro de Nueva York, para que le propocionase a la pupila que él, como experto, considerase la más inaccesible para los simples aficionados a ese arte. El no hacerlo, aparte de poder costarle el pasar el último tramo de su prometedora existencia en el “trullo”, no puede demostrar más que este sujeto, a pesar de todos sus títulos, es un auténtico “capullo”. Una decisión así, por otra parte, le habría resultado infinitamente más barata que el demencial “numerito” que se ha montado. Pero es que aparte de ser una auténtico “pringao”, se trata de un desalmado violador al que habría que privar, de alguna forma, de aquellas funciones fisio–psicológicas hipertrofiadas que hacen de él un peligro público.
Camilo José Cela decretaría seguramente : “Una buena capa, y a otra cosa”.
En fín, seguir hablando de la vida y milagros de un tipo que, si ha podido batir algun Guiness World Record, este habrá sido sin duda el del “Mayor Payaso del siglo XXI”, no creo que merezca la pena.
Otra cosa, como siempre, son los efectos públicos y mediáticos del asunto.
Para abrir boca digamos que un 57% de franceses consideraron que esta joya de la corona es víctima de un super–complot internacional. “ Denunciar un complot es un mecanismo de defensa fácil. Se simplifica el problema dándole una forma clara y aceptable. Se obtiene de esta manera un salvavidas en un contexto de incertidumbre y angustia …/… Pero para que haya un complot hace falta un grupo organizador trabajando en secreto, un objetivo, un plan de acción y un beneficiario, y aquí no hay nada de todo esto…/… Los denunciantes del complot o de la maquinación no pueden responder claramente a la pregunta de “¿A quién favorece el crimen?” El único beneficiario de la hipótesis complotista es el mismo DSK, ya que aparece como víctima”. Quien así habla es Pierre André Taguieff, historiador y sociólogo, especialista en desmontar teorías de complots famosos, como “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, en declaraciones hechas al semanario Le Point.
Esta inexplicable actitud exculpatoria, por parte de una gran proporción de franceses, que son reflejadas en encuestas publicadas en diversos países, está induciendo una dudosa reputación internacional al pueblo francés, próxima de la de los machos retrógrados que razonan todavía en función del derecho de pernada. Unos franceses que, por otra parte, se lamentan del acoso a la imagen externa de Francia que llevan a cabo los medios de comunicación extranjeros, no dándose cuenta de que están pegándose un tiro en el pié al no considerar que en el evidente naufragio de esa imagen externa la única vía de agua es precisamente monsieur DSK . Eva Cantarella, editorialista de renombre del “Corriere de la Sera”, titula su editorial del viernes pasado : “El hombre predador y la violación “viril” : un odioso mito que nos remite a Zeus”. En él denuncia esa dudosa cualidad, más francesa incluso que italiana, del predador macho y conquistador, en virtud de la cual la virilidad y la infidelidad serían los atributos del hombre poderoso y secretamente admirado. Como Mitterand. Como Bill Clinton. Como Chirac…como DSK.
Claro está, la prensa francesa, en especial la de izquierda, no acaba de encontrar radicalemente condenable el supuesto delito de violación atribuido a DSK. No tuvieron tanto reparo en condenar a Berlusconi del que, por más repugnante que sea su conducta, no se tienen noticias de que haya intentado nunca violar a nadie. Esa prensa francesa de izquierdas que montó todo un espectáculo reprochándole a su presidente, Sarkozy, el haber gastado algo así como 5000 euros en el Fouquet`s para celebrar su elección, ha torcido el hocico ante una justicia que ha dado a conocer lo que significa para ella la igualdad ante la ley. Considera que la sub–cultura americana exagera un poco dando más crédito a la versión de una camarera que a la de un miembro de la elite progresista europea. Respecto de los $ 6.000.000 que ofreció DSK al juez, en metálico y en fianzas, para poder ducharse fuera de la celda, los comentarios de los medios progresistas han sido solo de satisfacción y alivio. ¡La izquierda saluda al capital!
Se comenta en los cenáculos políticos franceses que podríamos pensar con escaso riesgo de equivocarnos que, de ser DSK juzgado en Francia por los mismos supuestos delitos, la pena no rebasaría la de un año de prisión en libertad vigilada y unos 3000 euros de indemnización para la camarera. Lo dicho, ¡le falta mucha finezza a la justicia americana!
Como repetiría mi amigo El Magnolio: “¡hay que joderse!”
sábado, 21 de mayo de 2011
La banalidad de la insignificancia.
Está visto que me estoy volviendo un llorón. Esta vez las lágrimas pedían a gritos permiso para brotar, leyendo una simple crónica literaria que daba cuenta de la aparición en España de “Historia de un estado clandestino” de Jan Karski. Y en la entrevista de Kaya Mirecka Ploss, presentadora del la obra y amiga íntima del autor durante más de treinta años, esta desvelaba algún rasgo de Karski que no hacía sino confirmar la conmoción que me causó ese hombre en el film de Claude Lanzmann, en el que este le entrevistaba extensamente hace treinta años.
Jan Karski fue un jovencísimo estudiante con vocación de diplomático y miembro de un Ejercito Secreto que se enfrentó a los nazis hasta su derrota final por falta de apoyo externo. Encargado de establecer el enlace entre el mando de de ese puñado de patriotas y el gobierno polaco en el exilio de Londres, redactó un informe demoledor sobre la situación de la población judía en la Polonia ocupada. Para ello penetró clandestinamente en el Gueto de Varsovia, así como en un campo de exterminio disfrazado de guardia ucraniano. Finalmente consiguió llegar a Londres donde sus superiores, ignorantes y aterrorizados por los detalles de la aniquilación, trataron de que su informe transcendiera hasta las más altas esferas del poder. Llegó a viajar a los USA y a entrevistarse con el Secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, judío él mismo, estrecho colaborador del Roosewelt y único hombre que podría influir decisivamente sobre el presidente para tomar alguna medida reltiva a aquel dramático asunto. Pero aquel prohombre, miembro del poderoso lobby judío que rodeaba al político más poderoso del mundo, se vió tan abrumado por el informe presentado, en palabras de Karski, que le confesó que, si bien no ponía en absoluto en duda su palabra, simplemente “no podía” creer lo que le estaba relatando. Y no se hizo nada.
Después de la guerra se trasladó a vivir a los USA. Su esposa, Pola Nirenska, judía que había perdido a toda su familia en un campo de exterminio, acabó sucumbiendo a la depresión y se suicidó. Tras rescatar del régimen comunista a su hermano, lo trajo cerca de él, pero también fue aniquilado por la tristeza y murió pronto. Jan Karski se dedicó el resto de su vida a dar clases en la Universidad de Georgetown. Murió en el año 2000.
Hasta aquí se trata solo del refresco de una triste historia, ya conocida por mí tiempo atrás. Pero, dos páginas antes de esta crónica, en el mismo diario, se publicaba otra en la que se daba cuenta de una nueva defecación oral antisemita, por parte de un conocido director de cine danés, en una rueda de prensa en el marco del Festival de Cine de Cannes.
No tengo la intención de regurgitar aquí la bazofia que semejante personaje inmundo distribuyó entre los oidos, algunos posiblemente divertidos, de los asistentes a la citada conferencia.
Los que habeis tenido la paciencia y amabilidad de leer algunas de la ocurrencias que publico aquí, tal vez recordareis los casos de Nacho Vigalondo, un “don nadie” artista del cine y del conocido artista de la moda John Galliano. Pues bien, ante el barato y multitudinario éxito que proporciona declararse partidario, simpatizante, comprensivo o tolerante con la ideología, las atrocidades, o los protagonistas de la realidad histórica nazi, ya ha aparecido otro artista con el mismo programa público. La moda se extiende.
Aunque parezca mentira me veo obligado a declarar, para evitar debates vacíos de contenido, que lo que me preocupa de esta serie de hechos no es ni remotamente que sus protagonistas puedan o no profesar la fé nazionalsozialista. Me interesa muchísimo más la tasa de mortandad de la grulla común, en los años de primavera precoz. De hecho, estos protagonistas no gozan, desde luego, del privilegio de ocupar una micra cuadrada de mi cerebro.
¡Na! La cuestión está en otro sitio. Y ella sí me preocupa. Y mucho.
Empecé esta reflexión hablando de Jan Karski. Cuando se ve y se oye hablar a un hombre como este, católico practicante y seguramente conservador en sus convicciones políticas, su discurso resulta más conmovedor incluso que el testimonio mismo de una víctima superviviente. Bueno, tal vez no sea posible compararlos. Pero su relato sobrecogedor, sereno y desolado a un tiempo, pone al alcance de quien le escucha, probablemente el más preciso instrumento con el que medir una tragedia que parece incomensurable.
¿Cómo un hecho que, por más sabido y reiterado que haya sido, siempre deja sin aliento a cualquier persona biennacida que se le acerque, puede ser manoseado obscenamente por unos seres a los que apenas me arriesgaría a calificar de humanos?
¿Cómo?... Al parecer es bastante sencilla la explicación. “¡No te irás a creer que hablaban en serio! ¿Pero bueno, cómo puedes pensar que X sea un fascista?” “Es pura provocación, hombre…Solo es eso… una provocación…” “ Estaba borracho, y decía cualquier cosa…” “Puro afán de notoriedad” Etc. etc.
Cuando Hanna Arendt acuñó la expresión “la banalidad del mal”, expresión que por otra parte, a fuerza de ser empleada en cualquier contexto, apenas conserva nada de su primitivo significado, trataba de sacar al concepto del mal de esa especie de cápsula protectora que era su pretendida excepcionalidad. El mal es una substancia que forma parte integral de la existencia y en consecuencia puede manifestarse en toda circunstancia. Solo la conciencia de su presencia permanente y la advertencia sobre su proximidad con cualquiera de nuestras acciones nos permiten vivir pasablemente de acuerdo con nuestros principios. No hay nada de mágico ni de ajeno a nuestra voluntad en el mal. Nada de extraordinario.
Pero una cosa es la banalidad y otra muy distinta es la insignificancia. Lo insignificante carece de significado, de contenido. La banalidad no. Estos seres insignificantes creen, dentro su alegre analfabetismo, que cuanto más conmovedor parezca un hecho a la mayoría de la gente más efecto provocador producirá su pretendida amoralidad de pacotilla. No estando ellos interesados lo más mínimo por ese hecho, más allá de su carácter aglutinador, “sensacional”, y en consecuencia ignorando cualquier rasgo significativo del mismo, lo manejan con la misma soltura con la que bromearían sobre cualquier hecho divulgado por los medios de comunicación. Solo están atentos a los scoops. Su vida es un titular.
En realidad no creo que sean conscientes de la gravedad de sus gestos. Bueno, para ser sincero, creo que estos desgraciados no son conscientes de nada, fuera de la obsesiva inquietud que les provoca el reflejo de sí mismos, devuelto por el espejo de su sala de baño.
Una vez llevada a cabo su azaña, se asombran un momento ante la resonancia adquirida por la “gracia”, y a continuación se despachan con una torpe disculpa inverosimil, que añade el dato que faltaba para detectar con total exactitud el nivel de insignificancia en el que simplemente existen. Esa frivolidad con la que encaran seguramente todos los aspectos de esa existencia, no tendría mayor transcendencia, sino fuera porque han conseguido escalar determinados estratos de popularidad en los que sus gestos adquieren la transcendencia propia de un liderazgo, aunque su eco se dirija casi exclusivamente hacia el universo uniforme de los miembros de la masa.
Lo malo es que cada uno de los miembros, idéntico e itercambiable, de ese magma insignificante sigue teniendo la capacidad letal demostrada paradigmáticamente en la Shoah. Su fuerza devastadora solo necesita de las consignas adecuadas, para llevar a cabo su labor aniquiladora. Y lo hará con la misma banal actitud con la que va cada mañana a la oficina. O le ríe el chiste al artista de turno.
La Shoah es, ante todo, la referencia definitiva que nos baliza unos límites alucinantes. Tanto por su aterradora banalidad, como por su estremecedora proximidad. Si permitimos que las palabras vayan perdiendo su poder significante, y su uso se rebaje hasta el nivel de la cháchara de un miserable charlatán de feria (aunque sea la de Cannes), estaremos apagando esas balizas indispensables que nos señalan el borde del abismo.
Solo dependerá de nosotros. Por eso, aunque parece que los responsables del Festival han reaccionado bien y oportunamente, se echa de menos un manifiesto firmado por aquellos que están más próximos profesionalmente a ese ejemplar de babosa cinematográfica, estableciendo sin ningún genero de ambigüedad los límites que definen el territorio de la dignidad y de la decencia.
Jan Karski fue un jovencísimo estudiante con vocación de diplomático y miembro de un Ejercito Secreto que se enfrentó a los nazis hasta su derrota final por falta de apoyo externo. Encargado de establecer el enlace entre el mando de de ese puñado de patriotas y el gobierno polaco en el exilio de Londres, redactó un informe demoledor sobre la situación de la población judía en la Polonia ocupada. Para ello penetró clandestinamente en el Gueto de Varsovia, así como en un campo de exterminio disfrazado de guardia ucraniano. Finalmente consiguió llegar a Londres donde sus superiores, ignorantes y aterrorizados por los detalles de la aniquilación, trataron de que su informe transcendiera hasta las más altas esferas del poder. Llegó a viajar a los USA y a entrevistarse con el Secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, judío él mismo, estrecho colaborador del Roosewelt y único hombre que podría influir decisivamente sobre el presidente para tomar alguna medida reltiva a aquel dramático asunto. Pero aquel prohombre, miembro del poderoso lobby judío que rodeaba al político más poderoso del mundo, se vió tan abrumado por el informe presentado, en palabras de Karski, que le confesó que, si bien no ponía en absoluto en duda su palabra, simplemente “no podía” creer lo que le estaba relatando. Y no se hizo nada.
Después de la guerra se trasladó a vivir a los USA. Su esposa, Pola Nirenska, judía que había perdido a toda su familia en un campo de exterminio, acabó sucumbiendo a la depresión y se suicidó. Tras rescatar del régimen comunista a su hermano, lo trajo cerca de él, pero también fue aniquilado por la tristeza y murió pronto. Jan Karski se dedicó el resto de su vida a dar clases en la Universidad de Georgetown. Murió en el año 2000.
Hasta aquí se trata solo del refresco de una triste historia, ya conocida por mí tiempo atrás. Pero, dos páginas antes de esta crónica, en el mismo diario, se publicaba otra en la que se daba cuenta de una nueva defecación oral antisemita, por parte de un conocido director de cine danés, en una rueda de prensa en el marco del Festival de Cine de Cannes.
No tengo la intención de regurgitar aquí la bazofia que semejante personaje inmundo distribuyó entre los oidos, algunos posiblemente divertidos, de los asistentes a la citada conferencia.
Los que habeis tenido la paciencia y amabilidad de leer algunas de la ocurrencias que publico aquí, tal vez recordareis los casos de Nacho Vigalondo, un “don nadie” artista del cine y del conocido artista de la moda John Galliano. Pues bien, ante el barato y multitudinario éxito que proporciona declararse partidario, simpatizante, comprensivo o tolerante con la ideología, las atrocidades, o los protagonistas de la realidad histórica nazi, ya ha aparecido otro artista con el mismo programa público. La moda se extiende.
Aunque parezca mentira me veo obligado a declarar, para evitar debates vacíos de contenido, que lo que me preocupa de esta serie de hechos no es ni remotamente que sus protagonistas puedan o no profesar la fé nazionalsozialista. Me interesa muchísimo más la tasa de mortandad de la grulla común, en los años de primavera precoz. De hecho, estos protagonistas no gozan, desde luego, del privilegio de ocupar una micra cuadrada de mi cerebro.
¡Na! La cuestión está en otro sitio. Y ella sí me preocupa. Y mucho.
Empecé esta reflexión hablando de Jan Karski. Cuando se ve y se oye hablar a un hombre como este, católico practicante y seguramente conservador en sus convicciones políticas, su discurso resulta más conmovedor incluso que el testimonio mismo de una víctima superviviente. Bueno, tal vez no sea posible compararlos. Pero su relato sobrecogedor, sereno y desolado a un tiempo, pone al alcance de quien le escucha, probablemente el más preciso instrumento con el que medir una tragedia que parece incomensurable.
¿Cómo un hecho que, por más sabido y reiterado que haya sido, siempre deja sin aliento a cualquier persona biennacida que se le acerque, puede ser manoseado obscenamente por unos seres a los que apenas me arriesgaría a calificar de humanos?
¿Cómo?... Al parecer es bastante sencilla la explicación. “¡No te irás a creer que hablaban en serio! ¿Pero bueno, cómo puedes pensar que X sea un fascista?” “Es pura provocación, hombre…Solo es eso… una provocación…” “ Estaba borracho, y decía cualquier cosa…” “Puro afán de notoriedad” Etc. etc.
Cuando Hanna Arendt acuñó la expresión “la banalidad del mal”, expresión que por otra parte, a fuerza de ser empleada en cualquier contexto, apenas conserva nada de su primitivo significado, trataba de sacar al concepto del mal de esa especie de cápsula protectora que era su pretendida excepcionalidad. El mal es una substancia que forma parte integral de la existencia y en consecuencia puede manifestarse en toda circunstancia. Solo la conciencia de su presencia permanente y la advertencia sobre su proximidad con cualquiera de nuestras acciones nos permiten vivir pasablemente de acuerdo con nuestros principios. No hay nada de mágico ni de ajeno a nuestra voluntad en el mal. Nada de extraordinario.
Pero una cosa es la banalidad y otra muy distinta es la insignificancia. Lo insignificante carece de significado, de contenido. La banalidad no. Estos seres insignificantes creen, dentro su alegre analfabetismo, que cuanto más conmovedor parezca un hecho a la mayoría de la gente más efecto provocador producirá su pretendida amoralidad de pacotilla. No estando ellos interesados lo más mínimo por ese hecho, más allá de su carácter aglutinador, “sensacional”, y en consecuencia ignorando cualquier rasgo significativo del mismo, lo manejan con la misma soltura con la que bromearían sobre cualquier hecho divulgado por los medios de comunicación. Solo están atentos a los scoops. Su vida es un titular.
En realidad no creo que sean conscientes de la gravedad de sus gestos. Bueno, para ser sincero, creo que estos desgraciados no son conscientes de nada, fuera de la obsesiva inquietud que les provoca el reflejo de sí mismos, devuelto por el espejo de su sala de baño.
Una vez llevada a cabo su azaña, se asombran un momento ante la resonancia adquirida por la “gracia”, y a continuación se despachan con una torpe disculpa inverosimil, que añade el dato que faltaba para detectar con total exactitud el nivel de insignificancia en el que simplemente existen. Esa frivolidad con la que encaran seguramente todos los aspectos de esa existencia, no tendría mayor transcendencia, sino fuera porque han conseguido escalar determinados estratos de popularidad en los que sus gestos adquieren la transcendencia propia de un liderazgo, aunque su eco se dirija casi exclusivamente hacia el universo uniforme de los miembros de la masa.
Lo malo es que cada uno de los miembros, idéntico e itercambiable, de ese magma insignificante sigue teniendo la capacidad letal demostrada paradigmáticamente en la Shoah. Su fuerza devastadora solo necesita de las consignas adecuadas, para llevar a cabo su labor aniquiladora. Y lo hará con la misma banal actitud con la que va cada mañana a la oficina. O le ríe el chiste al artista de turno.
La Shoah es, ante todo, la referencia definitiva que nos baliza unos límites alucinantes. Tanto por su aterradora banalidad, como por su estremecedora proximidad. Si permitimos que las palabras vayan perdiendo su poder significante, y su uso se rebaje hasta el nivel de la cháchara de un miserable charlatán de feria (aunque sea la de Cannes), estaremos apagando esas balizas indispensables que nos señalan el borde del abismo.
Solo dependerá de nosotros. Por eso, aunque parece que los responsables del Festival han reaccionado bien y oportunamente, se echa de menos un manifiesto firmado por aquellos que están más próximos profesionalmente a ese ejemplar de babosa cinematográfica, estableciendo sin ningún genero de ambigüedad los límites que definen el territorio de la dignidad y de la decencia.
viernes, 13 de mayo de 2011
(y 2) Bin Laden. A propósito de la verdad.
Como era de esperar, la red se ha atiborrado de interpretaciones, imprecaciones, indignaciones, y estupideces a montones, con el titular común de BIN LADEN. Dejando a un lado el ochenta por ciento de las manifestaciones, por no poseer el mínimo nivel de dignidad cultural exigible, queda un veinte por ciento que se debate entre la perplejidad y la desconfianza ante los datos publicados por los medios. Me he estado preguntando por los procesos mentales de estas personas de buena fé y las causas de su aparente desamparo, ante un hecho que, como poco, debería hacerles propender al optimismo. Creo yo…
La mala noticia es que una porción de estos buenos ciudadanos andan a la búsqueda de algo que, si siempre parece quimérico, en ocasiónes como la presente redobla la dificultad de ser hallada: la verdad. De entre los artículos que he encontrado referidos a este tema ha habido un par de ellos que me han inspirado un posible análisis de la naturaleza de la verdad en un caso como este, y es el siguiente:
Aviso: si hay en la sala algún ingenuo (o algo peor) que espere enterarse de la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad en el asunto de la muerte de Oussama Bin Laden, que vaya encargando una butaca y un cucurucho de copos de maíz para entretenerse, porque tiene para rato.
« in wartime, truth is so precious that she should always be attended by a bodyguard of lies”“En tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que es preciso rodearla siempre de una escolta (bodyguard) de mentiras”. Lo dijo alguien que tuvo que convencer con mucho esfuerzo a todos sus amigos de que acabar con los nazis era la prioridad absoluta de aquel momento: Churchill. Y a la colosal mentira que urdió para ocultar hasta el último día el mayor secreto de la Segunda Guerra Mundial, la Invasión de Normandía, le puso precisamente el nombre de “Operación Bodyguard”.
Reconozcámoslo o no, todos (o al menos yo) nos aproximamos a asuntos de esta índole en base a la incorrecta y simplificadora retórica de buenos y malos. Sólo para entendernos, claro. Y, en esa retórica, es evidente que los malos siempre mienten. Porque, como es bien sabido, los malos detestan la verdad. Ahora bien, algo viene sin embargo a complicar las cosas, y es que los buenos mienten también. Para despistar a los malos, como es natural. Je, je…
Alguien bienintencionado se preguntarà ¿pero bueno, qué broma es esta?
Nada de bromas socio. Desde que nuestro primer autor de novelas de Salgari, o sea el tío Homero, nos explicó como los astutos Aqueos se hacieron recibir por unos Troyanos dentro de un caballo de madera, y estos encantados con su juguete, los homenajearon con con una suntuosa verbena (la última), quedó establecido que cualquier engaño, falacia o emboscada constituyen un medio tan honorable como cualquier otro de joder al malo (con perdón).
Y si nó que se lo pregunten al bosquimano de la peli (El mundo está loco) cuando descubrió que el chimpacé metía la mano en el hueco del arbol donde nuestro amigo le había dejado “generosamente” un montón de sal, y trataba inultilmente de sacarla con un puñado, sin fijarse que con la mano llena no llegaría nunca a extraerla por la estrecha rendija del tronco. Bueno, en realidad lo que había descubierto el simpático bosquimano era que el chimpacé era un chimpacé precisamente porque no había conseguido llegar a ser humano, e inventar la rueda de radios para la bicicleta.
Ante Ciliga, un troskista croata (y gran descubrimiento tardío de Jorge Semprún), que fué uno de los primeros comunistas que denunciaron las dudosas ventajas de su rojo paraíso, proponía un aforismo muy esclarecedor respecto del tema de las mentiras tácticas. Y mira tú si no lo sabría él, antiguo y entusiasta propagandista del leninismo que fué durante años. Decía así: “ …en el reino de la falacia desconcertante, todos caminamos desorientados. Lo cual no es en sí mismo un gran problema, siempre que estemos al tanto de ello, claro está”.
Anton tenía razón. Y yo añadiría que, acuciados por nuestro miedo a la muerte, al pecado, al fracaso o al error (que es todo lo mismo), cada catecúmeno arrimará su perplejidad al ascua ideológica o religiosa que más caliente, en busca de argumentaciones homologadas. De todos es conocido el prestigio del que gozan las ideologías y otras religiones como refugios. Refugios perfectos en estos casos, ya que la Fé no entiende de verdades ni mentiras. Ella es la Verdad. Y punto.
Yo, a lo único a lo que puedo arrimarme es a los hechos esenciales ya que, desafortunadamente para mí, no gozo de ese privilegio que es la credulidad y me conformo con un mísero (pero confortable) escepticismo. En este caso preciso los hechos conocidos, en mí opinión, son los siguientes:
–Una peligrosa alimaña conocida por Oussama Bin Laden recorre ansioso los cuatro rincones de su Paraíso a la busca de una recompensa sangrientamente conseguida (o sea como su dios manda), y consistente en 72 niñas de edad tierna, vígenes, por supuesto, ahora y para siempre.
–Una unidad especial del Ejército de los USA, ha contribuido decisivamente en poner al mencionado sujeto en la senda de su búsqueda.
–El presidente de los USA, Mr. Obama, ha dirigido personalmente la operación, asumiendo esa responsabilidad públicamente ante el mundo entero.
–El rufián musulmán había sido localizado en pleno Pakistán, en una localidad de guarnición militar, y a escasos 300 mtrs. de una Academia Militar
–Los especialistas del Ejército de los USA han llevado a cabo la operación mediante los medios y protocolos própios de una intervención en territorio hostil.
–Los devotos del Consejo de Seguridad de la ONU, han podido escuchar la inmediata legitimación de la operación por parte de este organismo, así como la expresión de su satisfacción por la desaparición definitiva de la perla yemení.
–Los militares yankees se desembarazaron, a continuación, de los despojos del interfecto, en alta mar.
Pues bien amiguitos, estos son para mí los hechos desnudos. Todo lo demás es pura especulación o pura intoxicación. Dependerá del lado en el que se encuentre la antena emisora. Y ambas purezas se sostendrán en pié mientras esperamos el estreno de la superproducción de Hollywood en la que se aclararán definitivamente los detalles verídicos, de lo que en realidad sucedió una noche de Mayo de 2011. En una remota ciudad de Pakistán.
Hasta entonces, como diría el malogrado Gral. Custer: “…no hay más terrorista bueno que el terrorista muerto”.
Amén.
La mala noticia es que una porción de estos buenos ciudadanos andan a la búsqueda de algo que, si siempre parece quimérico, en ocasiónes como la presente redobla la dificultad de ser hallada: la verdad. De entre los artículos que he encontrado referidos a este tema ha habido un par de ellos que me han inspirado un posible análisis de la naturaleza de la verdad en un caso como este, y es el siguiente:
Aviso: si hay en la sala algún ingenuo (o algo peor) que espere enterarse de la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad en el asunto de la muerte de Oussama Bin Laden, que vaya encargando una butaca y un cucurucho de copos de maíz para entretenerse, porque tiene para rato.
« in wartime, truth is so precious that she should always be attended by a bodyguard of lies”“En tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que es preciso rodearla siempre de una escolta (bodyguard) de mentiras”. Lo dijo alguien que tuvo que convencer con mucho esfuerzo a todos sus amigos de que acabar con los nazis era la prioridad absoluta de aquel momento: Churchill. Y a la colosal mentira que urdió para ocultar hasta el último día el mayor secreto de la Segunda Guerra Mundial, la Invasión de Normandía, le puso precisamente el nombre de “Operación Bodyguard”.
Reconozcámoslo o no, todos (o al menos yo) nos aproximamos a asuntos de esta índole en base a la incorrecta y simplificadora retórica de buenos y malos. Sólo para entendernos, claro. Y, en esa retórica, es evidente que los malos siempre mienten. Porque, como es bien sabido, los malos detestan la verdad. Ahora bien, algo viene sin embargo a complicar las cosas, y es que los buenos mienten también. Para despistar a los malos, como es natural. Je, je…
Alguien bienintencionado se preguntarà ¿pero bueno, qué broma es esta?
Nada de bromas socio. Desde que nuestro primer autor de novelas de Salgari, o sea el tío Homero, nos explicó como los astutos Aqueos se hacieron recibir por unos Troyanos dentro de un caballo de madera, y estos encantados con su juguete, los homenajearon con con una suntuosa verbena (la última), quedó establecido que cualquier engaño, falacia o emboscada constituyen un medio tan honorable como cualquier otro de joder al malo (con perdón).
Y si nó que se lo pregunten al bosquimano de la peli (El mundo está loco) cuando descubrió que el chimpacé metía la mano en el hueco del arbol donde nuestro amigo le había dejado “generosamente” un montón de sal, y trataba inultilmente de sacarla con un puñado, sin fijarse que con la mano llena no llegaría nunca a extraerla por la estrecha rendija del tronco. Bueno, en realidad lo que había descubierto el simpático bosquimano era que el chimpacé era un chimpacé precisamente porque no había conseguido llegar a ser humano, e inventar la rueda de radios para la bicicleta.
Ante Ciliga, un troskista croata (y gran descubrimiento tardío de Jorge Semprún), que fué uno de los primeros comunistas que denunciaron las dudosas ventajas de su rojo paraíso, proponía un aforismo muy esclarecedor respecto del tema de las mentiras tácticas. Y mira tú si no lo sabría él, antiguo y entusiasta propagandista del leninismo que fué durante años. Decía así: “ …en el reino de la falacia desconcertante, todos caminamos desorientados. Lo cual no es en sí mismo un gran problema, siempre que estemos al tanto de ello, claro está”.
Anton tenía razón. Y yo añadiría que, acuciados por nuestro miedo a la muerte, al pecado, al fracaso o al error (que es todo lo mismo), cada catecúmeno arrimará su perplejidad al ascua ideológica o religiosa que más caliente, en busca de argumentaciones homologadas. De todos es conocido el prestigio del que gozan las ideologías y otras religiones como refugios. Refugios perfectos en estos casos, ya que la Fé no entiende de verdades ni mentiras. Ella es la Verdad. Y punto.
Yo, a lo único a lo que puedo arrimarme es a los hechos esenciales ya que, desafortunadamente para mí, no gozo de ese privilegio que es la credulidad y me conformo con un mísero (pero confortable) escepticismo. En este caso preciso los hechos conocidos, en mí opinión, son los siguientes:
–Una peligrosa alimaña conocida por Oussama Bin Laden recorre ansioso los cuatro rincones de su Paraíso a la busca de una recompensa sangrientamente conseguida (o sea como su dios manda), y consistente en 72 niñas de edad tierna, vígenes, por supuesto, ahora y para siempre.
–Una unidad especial del Ejército de los USA, ha contribuido decisivamente en poner al mencionado sujeto en la senda de su búsqueda.
–El presidente de los USA, Mr. Obama, ha dirigido personalmente la operación, asumiendo esa responsabilidad públicamente ante el mundo entero.
–El rufián musulmán había sido localizado en pleno Pakistán, en una localidad de guarnición militar, y a escasos 300 mtrs. de una Academia Militar
–Los especialistas del Ejército de los USA han llevado a cabo la operación mediante los medios y protocolos própios de una intervención en territorio hostil.
–Los devotos del Consejo de Seguridad de la ONU, han podido escuchar la inmediata legitimación de la operación por parte de este organismo, así como la expresión de su satisfacción por la desaparición definitiva de la perla yemení.
–Los militares yankees se desembarazaron, a continuación, de los despojos del interfecto, en alta mar.
Pues bien amiguitos, estos son para mí los hechos desnudos. Todo lo demás es pura especulación o pura intoxicación. Dependerá del lado en el que se encuentre la antena emisora. Y ambas purezas se sostendrán en pié mientras esperamos el estreno de la superproducción de Hollywood en la que se aclararán definitivamente los detalles verídicos, de lo que en realidad sucedió una noche de Mayo de 2011. En una remota ciudad de Pakistán.
Hasta entonces, como diría el malogrado Gral. Custer: “…no hay más terrorista bueno que el terrorista muerto”.
Amén.
lunes, 9 de mayo de 2011
Un terrorista muerto aterroriza algo menos. Creo yo.
Cuando han ocurrido hechos como el de la “neutralización”–eufemismo militar– de Ben Laden (BL) a lo largo de estos tiempos de omnipresencia mediática, el expectador–oyente–lector ha dispuesto de una alternativa, en todos los casos, respecto de hacia dónde dirigir su atención. O bien se concentraba en la noticia oficial y en sus datos más significativos o, por el contrario, prestaba atención a los centenares de revelaciones paralelas, de “fuentes próximas y fuera de toda duda”, y análisis de “especialistas”, aclarando toda la compleja trama de oscuros pero, al parecer, evidentes (¡) intereses que la rodean. Cosas que, en un prodigio de oportunidad y rapidez, suelen eclosionar como setas en otoño a las pocas horas del suceso.
Este fenómeno es universal. De hecho, esas “informaciones paralelas” poseen tanto más crédito, cuanto más alejado y oscuro sea su supuesto “origen”. Pero en nuestro querido país, y a fín de no contradecir las esencias que siempre nos han definido, estos fenómenos adquieren unos niveles tales de éxito popular que para su elaboración solemos prescindir incluso de las “fuentes”. Y una vez más, aportamos a esa Humanidad, que ha solido menospreciarnos históricamente, las razones verdaderas, el auténticio desarrollo de los hechos y las consecuencias indudables que el acontecimiento provocará. Y todo ello sin precisar de otra virtud que no sea la de nuestra perspicaz e infalible intuición.
El el caso de BL, mientras en los diversos foros y medios internacionales se debate sobre las peculiaridades del derecho de injerencia; la violación de fronteras; la ejecución sin juicio previo; la legitimidad de una guerra no declarada, la posible complicidad con el terrorista de un estado aliado o la conveniencia de presentar o no públicamente las pruebas tangibles del hecho, en España hemos dado con el intrígulis del asunto sin perder el tiempo con todas esas estériles “filosofías”.
Si se tiene el humor necesario para surfear unos instantes sobre las innumerables webs del litoral “progre”, uno se tropieza de inmediato con una serie de afirmaciones, todas ellas categóricamente indiscutibles, que explican “la noticia” desde todos los ángulos posibles; legales, históricos, morales, políticos, etc.
Pongamos un ejemplo. Ninguno de vosotros se habrá dado cuenta, pero a quien realmente mataron los yankis fué a Benazir Bhutto, “por chivarse que Ben Laden llevaba varios años muerto”. Aparte de que “…quizas hallan ejecutada a Bin Laden unque no lo creo pero el otro responsables del 11S lo tiene los americanos muy cerca y es el expresidente Bush que sabia todo y que apoyo para que se cometiera el atentado, hay muchos videos de camaras infrarrojas que muestran como las torres fueron demolidas por los mismos americanos y no por los aviones, todos pueden accedera estas imagenes en YOUTUBE miren y comprueben. Bush esta feliz con la supuesta muerte de Bin Laden y cree que ya se libro de toda culpa, pero algun dia se sabra la verdad”(he preferido respetar la florida ortografía del autor). Y la esclarecida analista de portada se pregunta: “¿Es esto la instauración del asesinato extrajudicial? Matar en vez de juzgar en los tribunales, sin probar la culpabilidad, YA forma parte de los 'valores' de Occidente” .
No merece la pena insistir con más ejemplos. Los redactores y lectores de un medio de éxito editorial innegable como el Diario Público nos describen sobradamente el ambiente reinante en el territorio de las tribus progresistas.
En cuanto a mí opinión, hay varias cosas que me inspira la noticia. Empecemos por declarar, para disipar cualquier duda, que me parece una excelente noticia que el mundo, incluido el incivilizado, se haya visto librado de un peligroso ejemplar de esa especie tan desdichadamente abundante que constituyen los partidarios de las masacres artesanales.
Luego, con relación a la manera en la que ha sido apartado de sus potenciales víctimas, o sea del resto del mundo, por más que me esfuerzo no encuentro rastro de duda. Desde que soy una persona adulta (no hace tanto de esto) albergo la convicción de que nada es más justo que el aplicar escrupulosamente a los delincuentes su própio código de conducta. ¿Que les gustan los campos de concentratación? Uno entero para ellos solos. ¿Que les gusta arrebatar vidas ajenas? Pues nada, se le arrebata la suya. Esas cosas las entienden ellos mejor que nadie. Alfonso Rojo, que los ha visto de cerca durante años, opinaba en el ABC que lamentaba que le hubiesen pegado tres tiros en el pecho y la cabeza… antes de volarle las pelotas. Comprendereis que es una última jugada muy sucia que un nota de estos nos haga perder el tiempo buscando un encaje legal perfecto para su castigo, no para que él se sienta mejor, sino para que el acto de la justicia no nos caiga como una losa sobre nuestra conciencia.
Por otro lado deberíamos analizar con detenimiento el comportamiento de estas perlas, para adquirir la certeza de que se acomoda a aquel que define al ser humano. No vaya a ser que estemos aplicando un código de derechos erróneo. La mayoría de las actitudes comprobadas en muchos de estas joyas, no serían suscritas ni por una pantera de Java. Y, que yo sepa, a las pobres panteras no suelen aplicárseles códigos como la Declaración Universal de Derechos Humanos. De modo que más nos valdría recordar que un ser humano es precisamente humano porque se comporta de una determinada manera, y dentro de unos límites (incluso delictivos). Fuera de esas pautas no existen ni los seres humanos, ni sus códigos.
A no ser que volvieramos a plantearnos su definición.
No me cabe duda que a algunas posiciones ideológicas, que se encuentran hace años a la búsqueda de un hombre nuevo, apoyarían esa iniciativa. Son los mismos que desarrollan interminables discursos cuando ocurren cosas como esta. No para reflexionar sobre la catadura del muerto, o conmoverse con la tragedia de las víctimas, no, no. Hablan incansablemente sobre nuestra inexcusable responsabilidad en la aparición y existencia de esa plaga, y en nuestra implacable e inmoral crueldad a la hora de resolver el problema.
Otro aspecto interesante es la postura del presidente Obama. Debió analizar hasta la extenuación el papel de Gary Cooper en “Solo Ante el Peligro”, para descubrir la sutiles diferencias que distinguían a ese personaje de los interpretados por su colega el rudo derechista John Wayne, y poder encontrar así un paradigma salvador. ¡Tenía planteado el más mediático de los problemas de su mandato! ¡Se veía obligado a asumir el remate de la faena iniciada y casi resuelta por su innombrable predecesor!
Pero, teniendo en cuenta el lamentable estado de las encuestas a un año y medio de la reeleción un éxito popular como este podría representar un pelotazo sólo comparable al del cierre feliz de una negociación política con la ETA, para un deshauciado Partido Socialista Obrero Español, aunque se consiga a costa de entregar el país a una banda de forajidos.
Y, claro, mandó disparar.
De todas maneras, habrá que estar atentos a los próximos acontecimientos en los EEUU. La pérdida de liderazgo mundial, por momentos aparentemente provocada por ellos mismos (caso de Libia), da la sensación que responde más bien un nuevo y evidente cambio en los equilibrios globales. Pero no me parece que los yankis se vayan a resignar. Puede haber de todo en ese pueblo; pero nunca se ha detectado ni una migaja de determinismo hasta la fecha.
¿Esta bomba mediática puede encerrar más carga simbólica de la que aparenta? ¿Corresponde a una señal de afirmación de un poder que algunos podrían haber empezado a poner en duda? ¿Esas dudas fueron alimentadas por una política exterior del gabinete Obama que, de tanto tratar de distanciarse de su antecesor, estaba empezando a ser percibida con síntomas de debilidad? ¿Es esta noticia un síntoma de revalorización de la, hasta hoy, denigrada estrategia emprendida por el Departamento de Estado, bajo el mandato de George W. Bush? Desde luego podrán apreciarse algunas lagunas en el perfil político de Obama, pero su inteligente capacidad para detectar y aprovechar cualquier oportunidad que se presente está fuera de toda duda.
Y esta vez la ha cogido al vuelo.
Por otra parte, y por primera vez en mucho tiempo, tengo la sensación de que la operación llevada a cabo en esta ocasión, lo ha sido con un excepcional sentido de la oportunidad y la eficacia. Respecto del momento escogido, las previsibles respuestas malhumoradas por parte de los “amigos” del golfo pérsico, no parece que constituyan actualmente una preocupación prioritaria para ellos, dadas las agitadas circunstancias políticas que concurren actualmente en la mayoría de sus territorios.
Lo cierto es que el seísmo geopolítico que està teniendo lugar desde Paquistán hasta Marruecos, aunque sufre de esa patología consistente en perder tensión mediática, aunque la fiebre no haya remitido, simplemente porque se prolonga en el tiempo más allá del presente inmediato, ese seísmo digo, está adquiriendo en mi cabeza un transcendencia inesperada. No sé muy bien porqué. Por más que trato de estar informado, y que acudo a fuentes bastante fiables en cantidad y calidad, sigo sin aislar y entender el núcleo de la cuestión. Pero, a pesar de ello, cada día aumenta en mí la intuición de que estamos viviendo uno de esos momentos que, a veces, han acelerado el ritmo de la historia. Al final de estos cortos e itensos períodos, nuestra realidad siempre ha presentado cambios significativos con relación a las situaciones precedentes. Situaciones, por cierto, que parecían inamovibles muy poco tiempo antes.
Bueno, por lo pronto, Osama Ben Laden ha salido por última vez del silencio mediático en el que se había refugiado desde hace un tiempo, y, aunque su esquela no aprezca en el ABC, parece bastante probable que se encuentre en este momento ocupando su tiempo en la afanosa búsqueda de las 72 huries que se ha ganado a pulso.
¡Un monstruo!
(Por cierto, el dibujo de más arriba es obra de Hillary Clinton. ¡Como lo oís!)
Este fenómeno es universal. De hecho, esas “informaciones paralelas” poseen tanto más crédito, cuanto más alejado y oscuro sea su supuesto “origen”. Pero en nuestro querido país, y a fín de no contradecir las esencias que siempre nos han definido, estos fenómenos adquieren unos niveles tales de éxito popular que para su elaboración solemos prescindir incluso de las “fuentes”. Y una vez más, aportamos a esa Humanidad, que ha solido menospreciarnos históricamente, las razones verdaderas, el auténticio desarrollo de los hechos y las consecuencias indudables que el acontecimiento provocará. Y todo ello sin precisar de otra virtud que no sea la de nuestra perspicaz e infalible intuición.
El el caso de BL, mientras en los diversos foros y medios internacionales se debate sobre las peculiaridades del derecho de injerencia; la violación de fronteras; la ejecución sin juicio previo; la legitimidad de una guerra no declarada, la posible complicidad con el terrorista de un estado aliado o la conveniencia de presentar o no públicamente las pruebas tangibles del hecho, en España hemos dado con el intrígulis del asunto sin perder el tiempo con todas esas estériles “filosofías”.
Si se tiene el humor necesario para surfear unos instantes sobre las innumerables webs del litoral “progre”, uno se tropieza de inmediato con una serie de afirmaciones, todas ellas categóricamente indiscutibles, que explican “la noticia” desde todos los ángulos posibles; legales, históricos, morales, políticos, etc.
Pongamos un ejemplo. Ninguno de vosotros se habrá dado cuenta, pero a quien realmente mataron los yankis fué a Benazir Bhutto, “por chivarse que Ben Laden llevaba varios años muerto”. Aparte de que “…quizas hallan ejecutada a Bin Laden unque no lo creo pero el otro responsables del 11S lo tiene los americanos muy cerca y es el expresidente Bush que sabia todo y que apoyo para que se cometiera el atentado, hay muchos videos de camaras infrarrojas que muestran como las torres fueron demolidas por los mismos americanos y no por los aviones, todos pueden accedera estas imagenes en YOUTUBE miren y comprueben. Bush esta feliz con la supuesta muerte de Bin Laden y cree que ya se libro de toda culpa, pero algun dia se sabra la verdad”(he preferido respetar la florida ortografía del autor). Y la esclarecida analista de portada se pregunta: “¿Es esto la instauración del asesinato extrajudicial? Matar en vez de juzgar en los tribunales, sin probar la culpabilidad, YA forma parte de los 'valores' de Occidente” .
No merece la pena insistir con más ejemplos. Los redactores y lectores de un medio de éxito editorial innegable como el Diario Público nos describen sobradamente el ambiente reinante en el territorio de las tribus progresistas.
En cuanto a mí opinión, hay varias cosas que me inspira la noticia. Empecemos por declarar, para disipar cualquier duda, que me parece una excelente noticia que el mundo, incluido el incivilizado, se haya visto librado de un peligroso ejemplar de esa especie tan desdichadamente abundante que constituyen los partidarios de las masacres artesanales.
Luego, con relación a la manera en la que ha sido apartado de sus potenciales víctimas, o sea del resto del mundo, por más que me esfuerzo no encuentro rastro de duda. Desde que soy una persona adulta (no hace tanto de esto) albergo la convicción de que nada es más justo que el aplicar escrupulosamente a los delincuentes su própio código de conducta. ¿Que les gustan los campos de concentratación? Uno entero para ellos solos. ¿Que les gusta arrebatar vidas ajenas? Pues nada, se le arrebata la suya. Esas cosas las entienden ellos mejor que nadie. Alfonso Rojo, que los ha visto de cerca durante años, opinaba en el ABC que lamentaba que le hubiesen pegado tres tiros en el pecho y la cabeza… antes de volarle las pelotas. Comprendereis que es una última jugada muy sucia que un nota de estos nos haga perder el tiempo buscando un encaje legal perfecto para su castigo, no para que él se sienta mejor, sino para que el acto de la justicia no nos caiga como una losa sobre nuestra conciencia.
Por otro lado deberíamos analizar con detenimiento el comportamiento de estas perlas, para adquirir la certeza de que se acomoda a aquel que define al ser humano. No vaya a ser que estemos aplicando un código de derechos erróneo. La mayoría de las actitudes comprobadas en muchos de estas joyas, no serían suscritas ni por una pantera de Java. Y, que yo sepa, a las pobres panteras no suelen aplicárseles códigos como la Declaración Universal de Derechos Humanos. De modo que más nos valdría recordar que un ser humano es precisamente humano porque se comporta de una determinada manera, y dentro de unos límites (incluso delictivos). Fuera de esas pautas no existen ni los seres humanos, ni sus códigos.
A no ser que volvieramos a plantearnos su definición.
No me cabe duda que a algunas posiciones ideológicas, que se encuentran hace años a la búsqueda de un hombre nuevo, apoyarían esa iniciativa. Son los mismos que desarrollan interminables discursos cuando ocurren cosas como esta. No para reflexionar sobre la catadura del muerto, o conmoverse con la tragedia de las víctimas, no, no. Hablan incansablemente sobre nuestra inexcusable responsabilidad en la aparición y existencia de esa plaga, y en nuestra implacable e inmoral crueldad a la hora de resolver el problema.
Otro aspecto interesante es la postura del presidente Obama. Debió analizar hasta la extenuación el papel de Gary Cooper en “Solo Ante el Peligro”, para descubrir la sutiles diferencias que distinguían a ese personaje de los interpretados por su colega el rudo derechista John Wayne, y poder encontrar así un paradigma salvador. ¡Tenía planteado el más mediático de los problemas de su mandato! ¡Se veía obligado a asumir el remate de la faena iniciada y casi resuelta por su innombrable predecesor!
Pero, teniendo en cuenta el lamentable estado de las encuestas a un año y medio de la reeleción un éxito popular como este podría representar un pelotazo sólo comparable al del cierre feliz de una negociación política con la ETA, para un deshauciado Partido Socialista Obrero Español, aunque se consiga a costa de entregar el país a una banda de forajidos.
Y, claro, mandó disparar.
De todas maneras, habrá que estar atentos a los próximos acontecimientos en los EEUU. La pérdida de liderazgo mundial, por momentos aparentemente provocada por ellos mismos (caso de Libia), da la sensación que responde más bien un nuevo y evidente cambio en los equilibrios globales. Pero no me parece que los yankis se vayan a resignar. Puede haber de todo en ese pueblo; pero nunca se ha detectado ni una migaja de determinismo hasta la fecha.
¿Esta bomba mediática puede encerrar más carga simbólica de la que aparenta? ¿Corresponde a una señal de afirmación de un poder que algunos podrían haber empezado a poner en duda? ¿Esas dudas fueron alimentadas por una política exterior del gabinete Obama que, de tanto tratar de distanciarse de su antecesor, estaba empezando a ser percibida con síntomas de debilidad? ¿Es esta noticia un síntoma de revalorización de la, hasta hoy, denigrada estrategia emprendida por el Departamento de Estado, bajo el mandato de George W. Bush? Desde luego podrán apreciarse algunas lagunas en el perfil político de Obama, pero su inteligente capacidad para detectar y aprovechar cualquier oportunidad que se presente está fuera de toda duda.
Y esta vez la ha cogido al vuelo.
Por otra parte, y por primera vez en mucho tiempo, tengo la sensación de que la operación llevada a cabo en esta ocasión, lo ha sido con un excepcional sentido de la oportunidad y la eficacia. Respecto del momento escogido, las previsibles respuestas malhumoradas por parte de los “amigos” del golfo pérsico, no parece que constituyan actualmente una preocupación prioritaria para ellos, dadas las agitadas circunstancias políticas que concurren actualmente en la mayoría de sus territorios.
Lo cierto es que el seísmo geopolítico que està teniendo lugar desde Paquistán hasta Marruecos, aunque sufre de esa patología consistente en perder tensión mediática, aunque la fiebre no haya remitido, simplemente porque se prolonga en el tiempo más allá del presente inmediato, ese seísmo digo, está adquiriendo en mi cabeza un transcendencia inesperada. No sé muy bien porqué. Por más que trato de estar informado, y que acudo a fuentes bastante fiables en cantidad y calidad, sigo sin aislar y entender el núcleo de la cuestión. Pero, a pesar de ello, cada día aumenta en mí la intuición de que estamos viviendo uno de esos momentos que, a veces, han acelerado el ritmo de la historia. Al final de estos cortos e itensos períodos, nuestra realidad siempre ha presentado cambios significativos con relación a las situaciones precedentes. Situaciones, por cierto, que parecían inamovibles muy poco tiempo antes.
Bueno, por lo pronto, Osama Ben Laden ha salido por última vez del silencio mediático en el que se había refugiado desde hace un tiempo, y, aunque su esquela no aprezca en el ABC, parece bastante probable que se encuentre en este momento ocupando su tiempo en la afanosa búsqueda de las 72 huries que se ha ganado a pulso.
¡Un monstruo!
(Por cierto, el dibujo de más arriba es obra de Hillary Clinton. ¡Como lo oís!)
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