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domingo, 7 de diciembre de 2014

O joven, o muerto.


Hay que reconocerlo sin rodeos, nosotros, la generación de los sesenta, somos los verdaderos autores de una partitura original, cuyo desarrollo sinfónico ha culminado en el confuso y ensordecedor concierto al que asistimos hoy en día.

Una generación que introdujo, en la secular estructura familiar de los niños, los adultos y los viejos, una nueva categoría, los jóvenes.

Inédita y con vocación hegemónica.

Nuestra arrogante actitud, respecto a la generación anterior, se basaba en un hecho histórico. Éramos la primera generación de la historia que no se había visto envuelta en ningún conflicto bélico. Nosotros, teníamos las manos limpias de sangre. Nuestros padres no. La historia precedente era el relato de un inmenso fracaso moral.

Así es que, juventud era sinónimo de inocencia. ¡Menuda posición de salida!

El sentido de la vida anterior, burgués, caduco y aburrido, solo representaba una referencia de la que alejarse conducidos por el culto sacralizado de lo joven y lo audaz.

El lado positivo de este vertiginosa apuesta lo constituyó la invención de un mundo autónomo y exclusivo, alejado de las estructuras existentes mediante la creación de un mercado de consumo diferente, en el que los productos que lo integraban, la moda, la música, las nuevas profesiones, etc, estaban concebidos, desarrollados y consumidos por una generación que se identificaba simbólicamente con su innovador estilo.

Este fenómeno social imparable, que tenía su ámbito natural en la burguesía universitaria occidental, no pasó desapercibido para uno de los bandos enfrentados en la guerra fría que contextualizaba aquella época, y supo aplicar sus solventes métodos de proselitismo con resultados muy  palpables.

Paris, Mayo de 1968.

La teoría era muy simple. Y la palabra clave que la resumía era contestación.

La victoria de esta propuesta, la determinó la rendición sin condiciones del adversario.

Se rindió la autoridad como concepto. En la escuela y en la familia, instituciones formativas del antiguo orden. En la amalgama disolvente puesta en práctica, daba igual que esa autoridad tuviera carácter moral o dictatorial. Tábula rasa.

El tuteo igualador entre alumnos y profesores, entre mayores y adolescentes, se impuso como símbolo del triunfo de una juventud espontánea y creativa. El lenguaje y la apariencia general se hicieron jóvenes, con el arrinconamiento de toda evocación a la edad o la experiencia.

El mercado de consumo detectó astutamente la tendencia, y la moda se hizo joven. Los gimnasios, la industria de adelgazantes y la clínicas estéticas acudieron renovadas a la llamada  angustiada de la carne fláccida y las arrugas. Nadie quiere perder el tren de la eterna juventud.

El retrato de Dorian Grey preside el salón de todos los hogares modernos.

Pero la inundación alcanzó también al mundo de las estructuras políticas. Hoy en día, no hay país desarrollado que no se haya actualizado, en términos de rejuvenecer esas estructuras.

Ya había inaugurado su escaparate al inicio de esta revolución, con el joven presidente Kennedy. Los yankees siempre con veinte años de adelanto.

Empezó por la rebaja en la edad del votante. Casi nada. Tres años en la corta vida de alguien con dieciocho. Y, claro si el votante es casi un adolescente, ¿cómo los políticos pueden entender sus anhelos a los sesenta?

Consecuencia directa; los políticos deben ser jóvenes. Un político maduro está incluido en la lista de los sospechosos, cuando no en la de los culpables, por su edad.

En Francia, los partidos clásicos, como el PS o la UMP, les han dejado claro el papel de comparsas a los miembros jóvenes que la ola renovadora ha hecho indispensables. Pero Marine Le Pen, ha hecho formar en sus alcaldías al regimiento de reclutas, elegidos por su masa  mayoritaria de votantes de poca edad.

En España, una simple ojeada al panorama, nos ofrece esa tendencia, inaugurada por el inmaduro Zapatero, que alcanza ya a un PP en el que la joven Soraya Sainz de Santamaría empuja fatalmente al maduro Rajoy hacia su sillón de jubilado. El PSOE busca desesperadamente un candidato en su jardín de infancia, mientras un joven providencial, disfrazado de soixante-huitard de pacotilla, hace suspirar a la legión de votantes imberbes, en sentido directo y figurado, que le aclama su ayuno discurso político.
Por no hablar de ese joven engendro del Pequeño Nicolás... 

Y uno, que a sus setenta pasados sostiene que solo hace más tiempo que otros que es un niño, se siente, una vez más, desconcertado ante su contradicción.



¡Señor! ¿cuándo maduraré de una puta vez?


domingo, 30 de noviembre de 2014

Funámbulos y sonámbulos


“Lo que en ese hombre me resultó siempre raro fue que apestase a burgués. Uno pensaría que alguien que organiza la muerte de muchos millones de personas tendría que diferenciarse visiblemente de todos los demás hombres y que a su alrededor habría un resplandor terrible, un brillo luciferino. En vez de tales cosas, su rostro, es el que uno encuentra en toda gran ciudad cuando anda buscando una habitación amueblada y nos abre la puerta un funcionario que se ha jubilado anticipadamente. En eso se hace patente, por otro lado, hasta qué grado ha penetrado el mal en nuestras instituciones: el progreso de la abstracción. Detrás de la primera ventanilla, puede aparecer nuestro verdugo. Hoy nos manda una carta certificada y mañana, la sentencia de muerte. Hoy nos hace un agujero en el billete de tren, y mañana, un agujero en la nuca.”

Este párrafo en el que Ernst Jünger comenta la impresión que le producía el rostro de Heinrich Himmler, la encontré al azar en ese trastero inclasificable que es Internet, y me ha sugerido una imagen que, a veces, me ofrecen las sociedades modernas.

El dinamismo del universo es el resultado de un constante desequilibrio. Para avanzar es preciso desafiar a la gravedad. De la posición de reposo, en equilibrio, solamente se sale provocando la ruptura de la estabilidad que supone dar un paso.

Es perfectamente erróneo creer que la tendencia natural es la de alcanzar ese equilibrio. Eso nos haría ponernos al margen de nuestra naturaleza de partículas cósmicas. Sin embargo, el desequilibrio, es uno de los tabús que más éxito han tenido en la evolución del ser humano, porque se le identifica inequívocamente con el riesgo.

Nuestro universo dinámico y arriesgado, está poblado por dos comunidades que se cruzan casi sin reconocerse, en las que ese peligro que encierra es enfrentado por ambas de forma completamente diferente.

Una de ellas esta constituida por gentes para quienes la inseguridad es el estímulo que forma parte inevitable de su existencia; la fuente de energía que alimenta su capacidad creativa. La incógnita que acompaña a toda toma de decisiones, y que es la compañera inseparable del progreso.

Son los funánbulos. Aquellos que saben que el camino hacia delante discurre sobre una línea siempre oscilante, flanqueada por el vacío del error. Los que reflexionan sobre cada paso a dar, en la senda de sus aspiraciones, asegurando su trayectoria con el equilibrio que les proporciona una pértiga de conocimientos y la experiencia del paso anterior.

Desplazarse sin pausa, sintiendo la intensa emoción que les proporciona cada centímetro avanzado, cada pequeño éxito que les afirma sobre el hilo conductor de sus propósitos, es su forma de percibir la energía que mueve al universo.

Con frecuencia el error les recuerda su naturaleza falible, y a cada caída le sigue un nuevo inicio que trata de recuperar la distancia perdida, con la experiencia de ese traspié como aprendizaje que descarta una nueva parte del riesgo.

Los profesionales del arte del funambulismo tienen excluido el mirar a la cuerda, al lugar donde acaban de poner el pie. Hacerlo es la causa una caída garantizada. Su mirada no debe apartarse nunca del final de su recorrido. Sus pies obedecen al recorrido de su vista. Su punto de destino es, a un tiempo, la finalidad y la senda virtual que les conduce a ella.


Esa inclinación a alcanzar aspiraciones razonables de forma incansable, representa una actitud ante la vida. Una forma de explicación de la existencia, fuera de la ensoñaciones metafísicas con las que los mitos proponen seductoras respuestas infalibles. Una actitud, con la mirada puesta en un futuro real, posible y al alcance de la voluntad y del esfuerzo.

Al lado de estos seres, para los que la iniciativa personal y la contingencia que encierra constituye su razón de existir, se encuentran, moviéndose sin avanzar, equilibrados y estáticos, los sonámbulos.

Su existencia está fundada en la inmovilidad, y su energía vital es de baja intensidad.

Todo riesgo está descartado. Poseen una interpretación de la realidad basado en el principio de la inercia, de la obediencia ciega a una milagrosa dinámica externa, que les hace identificar al futuro con un destino fatal, fuera del alcance de sus posibilidades de acción.

El equilibrio y el orden presentes, cuya procedencia no les perecen digna de su raquítica curiosidad, son las condiciones que determinan su actitud. Su proceder habitual se reduce a mantener prioritariamente las constantes dadas y a reproducir conductas consolidadas y perfectamente codificadas.

Esos sonámbulos, cuyas vidas apenas merecen ese apelativo, y que viven en una realidad construida en base a certezas imaginadas, la mayor parte de las veces creadas y sostenidas por una violencia auto-justificada en base a peligros y enemigos así mismo imaginados, se sienten a salvo de sus temores persistentes dentro de células colectivas fuertemente cohesionadas.

Su onírica existencia procede directamente de sus pesadillas. Y estas están permanentemente realimentadas por su especial valoración de la realidad. Una valoración paranoica, que justifica la obediencia a cualquier instrucción, por más inmoral que esta pudiera ser.

Una de las características más significativa de estos seres es su mediocridad; esta particularidad es propia de quien valora la brillantez o la singularidad como un peligro potencial, en cuanto al riesgo que supone para ellos cualquier conducta que se aparte del canon de normalidad que garantiza su equilibrio.  

Son gente normal, como muy bien señala Jünger; apacibles sonámbulos que uno se tropieza en cualquier estación de metro. Honrados servidores de la sociedad, entre cuyos cometidos puede encontrarse el de enviar a un funámbulo al patíbulo, si así lo requiere el orden establecido.

…y sin que ello le impida comprarles unos caramelos a los niños.

martes, 25 de noviembre de 2014

¿Tu quoque…?



“La situación política, social, moral, cultural, territorial... es absolutamente inestable. Eso coincide con una apreciación que todos los historiadores serios han hecho de los periodos de sucesión. Periodos que son largos en el tiempo y de fuerte crisis social y política.”


Esta declaración de uno de los intelectuales que integran la lista de mis preferencias, en términos de comentaristas políticos, me ha dejado en estado de estupefacción.

Me resulta difícil asumir que su lenguaje habitualmente riguroso y preciso, se haya contaminado con esa especie de esperanto que aglutina a una larga listas de grupos heterogéneos de “progresistas” de todo pelaje.

La doxa común  de ese confuso revoltijo resume un pesimismo cateto y simplificador, del que se está aprovechando una minoría zarrapastrosa que se abre camino, entre la indiferencia general.

También, otra parte de ingenuos, tratan de exorcizar una especie de temor difuso al futuro inmediato con expresiones pasablemente catastrofistas, que los interesados ya están capitalizando con el rumboso término de “el miedo de la casta”.

Lo cierto es que la alusión a la valoración de los períodos de transición - así, en general- que hacen los historiadores serios mencionados por Juaristi, no puede constituir un argumento digno de tenerse en cuenta, más que como un recurso retórico en apoyo a su afirmación del estado general de nuestra sociedad, que por otra parte, no me parece que tenga más alcance que el de una respetable, pero discutible opinión.

Lo que me parece más grave es el hecho de que, día a día, se va extendiendo esa neblina disolvente de pesimismo, que no tiene el menor fundamento objetivo, si no es aquel que esa misma intoxicación está provocando.

Y el caso es que, una vez más, este tipo de fenómenos tienen un origen inexplicable, lejos de cualquier sospecha de complot o estrategia astutamente puesta en marcha por oscuros intereses. Se deben, al menos en apariencia, a una dinámica histórica en la que intervienen una multitud de factores, difíciles de identificar.

Pero el caso es que, en un horizonte global con bastantes nubarrones cargados de incertidumbres económicas, conflictos sangrientos con perfiles inéditos y solapadas amenazas que ya creíamos superadas, nuestro país es capaz de albergar algunas incipientes esperanzas, a pesar de las dificultades añadidas por nuestra secular obsesión por los particularismos.

Es cierto que padecemos actualmente un mediocre situación educativa en determinados sectores, ni remotamente mayoritarios.

Pero hay datos que indican un incremento de la calidad profesional de las nuevas generaciones, y de una cultura, que si bien sufre las consecuencia indeseables que todo cambio de paradigma tecnológico conlleva y que compartimos con otras sociedades desarrolladas, se están incorporando a él de forma paulatina y satisfactoria.

El impacto de lo que se califica como la crisis económica más profunda del capitalismo, está provocando situaciones difíciles en muchos sectores sociales, pero el camino de regreso parece fuera de toda duda que ya se ha iniciado.

Nadie, en su sano juicio, podía esperar que una potencia media, dentro del círculo de países desarrollados, como es España, fuese a librarse de los efecto de un cambio de paradigma como el que se está produciendo en el mundo desde hace más veinte años.

Hurgar en los vertederos de la basura política amarillista como lo hace Juaristi, en sus respuestas respecto de la Reina, no solo es periodísticamente irrelevante, sino que añade un imprudente plus de prestigio al discurso disolvente. Lo cual, no era previsible en cuanto a la responsabilidad intelectual de la que ha hecho gala hasta ahora.

Los demagogos, los simplificadores y aquellos para los que el papel de víctimas goza de esa falaz expresión de Régis Debray de que “las bofetadas que se reciben se recuerdan mejor que las que se dan”, están de enhorabuena.

A su escuálido motor le ha incorporado Juaristi, gratuitamente, un turbo-compresor, que añade unos caballos de potencia suplementarios, que ellos sabrán usar debidamente en su carrera hacia ninguna parte.

El sectarismo fanático de cierta pretendida intelectualidad de izquierda, que ya está dando muestras de su inclinación a reducir al silencio a cualquiera que no piensa como ella, no representa, en realidad, ninguna novedad.

Lo que sí es inquietante, por novedoso, es que alguien tenido por respetable, se descuelgue con unas declaraciones que no hacen más que verter gasolina en una pequeña hoguera, sin medir los riesgos de avivarla hasta alcanzar un brillo desproporcionado.

No es para echarse las manos a la cabeza, claro. Pero no es una buena noticia.

Al menos, para mí.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Amigos



"Nunca en mi vida he 'amado' a ningún pueblo ni colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni a nada semejante. En efecto, sólo 'amo' a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas".

Hanna Arendt :"Eichmann en Jerusalén" (24 de julio de 1963, carta a Gershom Scholem)

Las redes sociales –¿o son enredos?– han situado en el pináculo de sus pretendidas virtudes el término amigo.

Y lo han hecho siguiendo ese criterio valorativo que se está convirtiendo en el paradigma de todo análisis. El cuantitativo. Los méritos de cualquier actividad humana se miden con cifras. La recaudación obtenida por una película. El número de ejemplares vendidos por un libro. Los millones de discos  de una canción. El número de espectadores de un programa de televisión, por no hablar del éxito social asociado a la acumulación de riqueza…

Pues bien, en las redes sociales se compite por el números de amigos

Y sin embargo, ya los clásicos, que hicieron de su amor al saber, la filosofía, un concepto que anteponía el concepto de philos , como lugar amigo, de amor, a las exigencias del saber, expresaron con ello como cualquier posibilidad de amistad real, constitutiva del sujeto, quedaba aislada en la posibilidad misma de la comunidad, y en la formación política de la vida en común.

En el fondo, la amistad, constituye una prolongación de la subjetividad, que excluye toda otra relación afectiva indiscriminada. Es una verificación de la diferencia entre lo privado y lo público, entre lo singular y lo común.

¿Podríamos encontrar en el concepto de amistad enarbolado por las RRSS alguno de los atributos que reconocemos comúnmente en ella, como la intimidad, la lealtad, la generosidad, la profundidad o la exigencia?

No creo.

La pregunta que me hago es cual puede ser el elemento impulsor de esta nueva obsesión infantil, insignificante, equívoca y epidérmica.

La esencia misma de la amistad tradicional encontraba su sustancia en el reconocimiento del propio yo, a través de los ojos de ese otro elegido, discriminado y amado ocupante de nuestra soledad.

Da la sensación que hoy esa soledad, ese aislamiento que se embosca tras las eternidades delante de una pantalla, inconsciente y angustiada, busca en ese universo digital que está excluyendo todos los demás, un remedio acorde con su nueva escala de valores. El número.

El desprestigio de la calidad y de la excelencia, como aspiración, es el resultado de su usurpación en la tabla de valores por la cantidad, como valor reconocido precisamente por la mayoría.

Y así, la pregunta consecuente es si este nuevo tsunami puede acabar sumergiendo definitivamente esa amistad que, en mí opinión, es el único patrimonio real que poseemos como seres humanos.

Si desapareciera, ¿qué clase de personas llegarían a ser los individuos?

No quiero especular sobre ello. Pero lo que tengo claro es que mis amigos, que son mis afectos de toda naturaleza, representan un bien único, junto con las ideas y las cosas, precisamente por que fui yo quien los escogió. Y los quiero tanto, que prefiero equivocarme con ellos antes de acertar con sus adversarios.

Lo juro.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Los vidrios rotos


Un día, en un país  que pasaba por ser el más civilizado de Europa, se abolieron ciertas reglas de la convivencia, en una noche que se conoce desde entonces por la “Kristallnacht” o “Noche de los Cristales Rotos”, y se originó la más trágica y genocida indiferencia criminal, entre un pueblo hasta entonces respetuoso con las reglas de la civilización.

Alguien dejó, en 1969, un automóvil abandonado en el conflictivo barrio neoyorquino del Bronx y, simultáneamente dejó otro del mismo tipo, modelo y estado de conservación, en la rica y tranquila barriada de Palo Alto, en California.

Se trataba de un experimento de psicología social, llevado a cabo por el profesor Philip Zimbardo, de la Universidad de Stanford (USA). Un equipo de especialistas se propuso estudiar el comportamiento de los habitantes de  ambos lugares, ante los dos vehículos idénticos aparentemente abandonados.

El coche del Bronx fue casi inmediatamente desguazado. Todos los elementos aprovechables fueron desmontados y robados, y el resto fue totalmente destruido en pocas horas. Al mismo tiempo, el depositado en Palo Alto continuó intacto durante bastante tiempo.

Es frecuente atribuir comportamientos, como el observado en el barrio de New York, a la pobreza reinante en el entrono. Sin embrago, el experimento no había terminado y los expertos decidieron entonces romper uno de los vidrios del automóvil abandonado en Palo Alto. El resultado fue que inmediatamente se desencadenó el mismo proceso de destrucción que habían observado en el Bronx.

La razón por la que un fenómeno, aparentemente paradójico como este, tenga lugar, tiene mucho que ver con ciertas pautas de comportamiento humano y sus relaciones sociales, a juicio de los sociólogos.

Una ventanilla rota en un coche abandonado transmite una sensación de deterioro, de descuido. Una sensación de rotura de los códigos de convivencia, de ausencia de reglas.

Tras una primera iniciativa violenta contra el coche, los ataques se multiplican de forma súbita, incontrolable, hasta culminar la escalada de la violencia más irracional.

En experimentos ulteriores, James Q. Wilson y Georges Killing, han establecido la teoría de “la ventana rota”. En ella determinan la conclusión de que la criminalidad es más alta en aquellas áreas habitadas, en las que la incuria, el desorden, el abuso y la aparente ausencia de reglas son más altos.

Si se rompe un vidrio en un edificio y no se repone, pronto todos los demás sufrirán igual suerte. Si una comunidad presenta pruebas de deterioro, y nadie parece interesado por ello, el terreno está expedito para el aumento de criminalidad.


Todo este relato lo he extraído de un blog sobre sicología, de origen italiano, y me ha interesado respecto de ciertos aspectos de la realidad española que me siento tentado de relacionar con sus conclusiones.

He presenciado con asombro el comportamiento y el vocabulario de niñas  escolares de bachiller, y me he preguntado que nivel de control sobre ese comportamiento ejercen sus padres.

No se trata más que de detalles que no transcienden esos momentos de recreo, en la tienda de chucherías que está enfrente del colegio. Ya. Pero son la “ventanilla rota”.

Cuando nos quedamos perplejos ante determinadas actitudes adultas, claramente fuera de la realidad, y desempeñadas con una desenvoltura inquietante, tal vez deberíamos preguntarnos cual fue la primera ventana rota que las ha desencadenado.

Pero el fenómeno, una vez en marcha, navega fatalmente en un rumbo de colisión, y ya es muy difícil reconducirlo.

Cuando, más tarde, la llamada “tolerancia” se convirtió en la bandera de cualquier actitud colectiva que, ignorando el significado verdadero de esa hermosa palabra, consideró que cualquier regla debe ser abolida por el mero hecho de serlo, se emprendió un camino que conduce directamente a la liquidación de la libertad, al mismo tiempo que se liquidan las leyes que son su propia esencia.

La “tolerancia cero” que algunos políticos pusieron en práctica, como  Rudolph Giulani cuando era alcalde de New York, no supuso merma ninguna en los derechos de los ciudadanos. Lo que consiguió, no tolerando delitos de pequeña cuantía, fue una disminución drástica de los de máxima gravedad.

Reparó todos los cristales rotos que servían para balizar el territorio de la barbarie.

¿Alguien, con una elecciones en el horizonte de los próximos cuatro años, tendría el coraje necesario para hacer algo así en nuestro desdichado país?

Lo dudo.

domingo, 4 de mayo de 2014

Prosapia de un imbécil.


"Cuántas veces al tropezar en estos años con el espíritu cerril de tanta capillita, a que los españoles son tan dados, se ha puesto de manifiesto el vacío que Víctor Pradera nos ha dejado! iQué grandioso paladín de la unidad de la Patria hemos perdido! iQué fruto no hubiera dado a nuestra causa su espíritu batallador, al servicio de una poderosa inteligencia, él, que tanto peleó por la unidad en los tiempos y ambientes más adversos!"

Prólogo de Francisco Franco a las “Obras Completas” de Víctor Pradera (1945)

Víctor Pradera, que fue tal vez el líder más carismático del movimiento tradicionalista, partidario de las tesis de Juan Vázquez de Mella, al que siguió en la escisión del Carlismo que lideró éste para fundar el integrista Partido Católico Tradicionalista, y, desde luego, su intelectual más destacado, concretaba con exactitud en su obra “El Estado Nuevo” el pensamiento político de esa formación que, partiendo del desmontaje sistemático del pensamiento roussoniano, ofrecía una antítesis del mismo que serviría como alternativa “salvadora” al sistema liberal.                                                 

La subida al poder del fascismo italiano fue contemplada con alegría por estos carlistas. En su opinión, ante la amenaza de la revolución, el fascismo era la legítima respuesta violenta de la sociedad.

Cuando José Antonio Primo de Rivera pronunció su célebre discurso fundacional en el Teatro de la Comedia de Madrid, Pradera escribió un artículo memorable en el que reconocía las razones del fundador de la Falange, señalando que estas no representaban los intereses de aquel grupo concreto, sino que eran patrimonio de “la verdad española”. En definitiva, apoyaba así con simpatía el nacimiento de Falange Española.  

Esto, por un lado.

Y por otro, el periodista tinerfeño Manuel Delgado Barreto, director del efímero semanario “El Fascio” (un solo número), y antiguo miembro de la Unión Patriótica, fue quien puso en relación a José Antonio con los grupos jonsistas de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, y con el grupo intelectual de los Ernesto Giménez Caballero, Juan Aparicio y Rafael Sánchez Mazas, todos los cuales formaron el consejo editorial de aquella publicación.

Al escritor Sánchez Mazas nos lo volveremos a encontrar proponiendo a José Antonio Primo de Rivera como Jefe Nacional del Movimiento de FE y de las JONS, en su primer Consejo Nacional, en septiembre de 1934.

A ambos personajes, Pradera y Sánchez Mazas, los fusilaron los rojos, aunque solo uno de ellos murió.

“La batalla de Salamina” es una novela que relata de forma poética la milagrosa salvación del dirigente falangista que, posteriormente a la guerra, fue uno de los inspiradores de los contenidos de los libros de la educación para la ciudadanía, que ellos llamaban pomposamente “Formación del Espíritu Nacional”, con los que intentaron sin demasiado éxito lavarnos la mollera a los adolescentes de los años cincuenta.

A Víctor Pradera,  el 18 de julio de 1949, Su Excelencia el Jefe del Estado, Caudillo Francisco Franco, le hizo merced del título de Conde de Pradera, por sus méritos como “figura relevante de la Tradición”.

Aparte de las simpáticas aficiones comunes de ambos sujetos, descritas más arriba, estos compartieron otra vinculación, familiar esta, que confluyó en un personajillo actual, criatura mestiza de estúpido cantamañanas y vil canalla de guardarropía, llamado Máximo Pradera Sánchez.

El mencionado pelagatos mediático, es bisnieto de Pradera y nieto de Sánchez Mazas; un auténtico prodigio de densidad de ADN ideológico, en términos de unidad de destino en lo universal.

Pero no queda ahí la historia. Qué va.

El papa del niño Máximo no fue otro que Javier Pradera, uno de los más genuinos representantes del pensamiento marxista post-moderno desde los años sesenta, que acompañó, entre otros, al ex–falangista Juan Luis Cebrián cuando, tras dirigir este los servicios “formativos” de la TVE durante la agonía de Su Excremencia y el gobierno de Arias, los promotores de aquel esperanzador diario que fue “El País”, no encontraron, al parecer, a nadie más adecuado para hacerse cargo de su dirección.

Javier Pradera se encargó de la checa ideológica del diario, dejando entre sus subordinados el recuerdo imborrable de su ”tolerancia”.

La progresista actitud de Javier durante sus años universitarios, no era nada extravagante entre los niños bien del Régimen. De hecho, en aquella universidad no había más que niños bien. Y, al igual que los grupos musicales para quinceañeros salen siempre, desde los años de su aparición, del Barrio Salamanca o de La Moraleja, los “chicos progres” tenían el mismo origen.

Nadie debe deducir que sugiero el tedio social de esas abnegadas familias franquistas, como causa desencadenante de ambos fenómenos. No creo.

El hecho es que entre los compañeros de generación del papa de Máximo, destacaron algunos por poseer una mezcla de pedigree, medios, y tal vez talento, y esos atributos los hicieron agruparse en torno a las ideas que una intelectualidad internacional, joven y en busca de su lugar en el sol, hacían llegar a España a través de los eficaces canales desbordantes del agit-prop comunista de la guerra fría y, porqué no, de los viajes que estos privilegiados podían permitirse.

Javier Pradera se casó con una hija de Rafael Sánchez Mazas. Ya se sabe, las familias que rezan juntas, van al Club de Campo juntas, y veranean en S.Sebastián juntas, suelen  estrechar vínculos familiares juntas.

Por su parte, la descendencia de Rafael Sánchez Mazas no desmerecía en absoluto de la de Pradera, en términos de liderazgo estudiantil. De ella surgieron los fabulosos Sánchez Ferlosio. Todos oye…Ni uno tonto. Literatos, filósofos y hasta un cantautor contestatario.

La lógica social del franquismo se desarrollaba como un rigor germánico. Es realmente sorprendente como, por un azar maravilloso, los hijos de los promotores del sistema se convertían, a su vez, en referencias de su generación, sin que por supuesto la historia de sus familias tuviese nada que ver en el asunto. Qué va… Puros genes. Un extraño sortilegio histórico.

Claro que en aquel momento todos y todas ellos compartían una sincera e intensa, aunque escasamente peligrosa, oposición al régimen construido por sus papas. Todos de izquierdas. Incluso alguno con carnet del Partido.

Yamentiendes…, preparando el futuro.

Yo, lo tuve claro desde hace muchísimos años, cuando al hermano pequeño de un íntimo amigo y vecino de la calle Uría de Oviedo, perteneciente a un clásico clan ovetense con ramificaciones en la aristocracia agraria, bancaria, industrial y universitaria, le descubrieron que se había hecho cargo de la secretaria regional del MC. El Movimiento Comunista era un partido surgido de la escisión de la ETA quinta Asamblea.

Siempre ha sido para mí algo fascinante ese prodigioso instinto de conservación que posee el poder, el cual estoy convencido que procede de un fenómeno más ontológico que voluntario. Es la causa que producen el síndrome de la carrera segura. O sea, apostar a todos los caballos del cajón de salida. Desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. No falla.

Lo malo es que a veces ocurren cosas no previstas o quizás el instinto se ha distraído un momento, y aparece un ser cuyo desarrollo cerebral se produce a bajo régimen, y su casta se encuentra entonces en una incómoda posición. Los lameculos de sus padres se esfuerzan por allanarle el camino, los oportunistas lo aúpan infructuosamente, y los recursos de “casa” no paran de recordar viejos favores o deudas mal pagadas a sus paniaguados. Pero nada.

El designado heredero de liderazgos garantizados, ha resultado un producto de gama baja. Patoso, torpe, estúpido y probablemente holgazán, se deja influenciar por discursos que no entiende y, en estas, mete la pata hasta el corvejón.

En un patético intento de notoriedad, y haciéndose eco de una de las vilezas más sangrantes de la actualidad periodística, como es el intento de aniquilación de uno de los escasos profesionales del periodismo que ejerce su oficio con dignidad y valentía, Hermann Tersch, esta perla malaya ha perpetrado la gran cagada.

Al igual que los SA de los años treinta señalaban las casas de los judíos para ulteriores operaciones de limpieza, este pobre payaso de Máximo se ha retratado ante la puerta del domicilio de Tersch haciendo un saludo fascista, que recuerda mucho a las fotos amarillentas de sus directos progenitores. Y lo ha colgado en Twitter.

Suponiendo este portento, me imagino, que eso hará regodearse mucho a los mangantes a los que el chico rico paga los cubalibres en el barrio de Chueca, para que le rían las gracias.

No tengo muy claro si son mayores mis deseos de escribir esto que estáis leyendo, o los de darle dos hostias.

jueves, 3 de abril de 2014

23F. La tesis del palangre.

Esta tesis se elaboró en torno a la respuesta concreta a una pregunta concreta.

¿Cómo se neutraliza un golpe de estado? Con un palangre.

Bueno, habría que empezar por establecer previamente unos supuestos que situasen correctamente los términos de la pregunta. La posible existencia de un proyecto de golpe de estado debería estar basada en los informes de un servicio de inteligencia, leal al poder legalmente establecido.

Y así fue.

Informaciones fundadas y contrastadas, en posesión de las alta magistratura del Estado, confirmaban la existencia de varios planes secretos, en ámbitos militares, conducentes a una  acción armada encaminada a derribar al gobierno y, eventualmente, a modificar las normas constitucionales.

Las motivaciones concretas de cada grupo de conspiradores variaban, tanto en lo referente a los cambios de orientación política perseguidos, como en la profundidad de los mismos, dentro de la voluntad común de acabar con la situación del momento.

La adhesión a la conspiración era desigual entre el grueso de la milicia, y la clave del éxito de la misma estará entonces, como enseña la experiencia, en la mayoría de indecisos que esperará al desarrollo de los acontecimientos antes de tomar su decisión.

Los informes elaborados localizaron a dos grupos distintos como más significativos. Uno definido por la autoridad directa sobre las grandes unidades operativas, constituido por tenientes generales al frente de diferentes Regiones Militares, y otro de carácter táctico más acusado, integrado por jefes de tropas de intervención, como la Guardia Civil y unidades de la Policía Militar.

El gobierno, con la figura del Rey a la cabeza, valoró la gravedad de la situación, y sí bien el intento se consideraba destinado al fracaso en cualquier caso, dadas las condiciones socio-políticas en el interior, y las respuestas obtenidas en las consultas con las potencias aliadas, no se menospreció el costo de la intentona. Tanto en sus efectos violentos, una vez estimados los diferentes escenarios potenciales, como en sus repercusiones económicas, financieras y diplomáticas.

Una vez definido lo que se consideraba el desarrollo más probable de los acontecimientos, por parte de los técnicos militares del gobierno, se empezó a plantear la estrategia más adecuada.

Parece evidente que el factor central que podría hacer inclinarse la balanza hacia uno u otro lado, es el papel de los mandos operativos indecisos, o susceptibles de ser influenciados en su decisión.

Con ese fin empezaron a trabajar los servicios leales, en los diferentes Estados Mayores de las unidades dudosas, o en los de las claramente comprometidas.

Se trataba de establecer con la mayor precisión el estado de animo de los generales, así como el de sus auxiliares de Estado Mayor; jefes u oficiales en su mayoría.

Los informes recogidos establecieron como hechos comprobados las posiciones radicales de algunos Tenientes Generales, como era el caso de Milans del Bosch, Capitán General de la III Región Militar o el de Merry Gordon en la II.

Así mismo se confirmó la lealtad del Teniente General Quintana al frente de la I Región en Madrid, la de Polanco en la VI, en Burgos, así como la IX de Delgado Álvarez, González Yerro en Canarias y De La Torre en Baleares, que mantendrán así mismo la lealtad a la Corona, a pesar del compromiso verbal de este último con Milans.

Campano en la VII, Elícegui en la V,  Pascual Gálmes en la IV y Fernández Posse en la VIII mantendrán una actitud indecisa, de salida, o confusa, en el caso de Campano.

Esa era la situación de inicio, cuando un gabinete de operaciones dirigido por el teniente General Gutiérrez Mellado, presentó un plan de acción al Rey y al presidente Suarez.

Gutiérrez Mellado era un hombre que nunca, en su larga carrera militar, había pisado otro terreno, en sus diferentes empleos, que el del Estado Mayor. Gran conocedor del aparato de la Segunda Sección bis, Inteligencia Militar, había reestructurado poco a poco esos servicios y en su puesto de vicepresidente se había rodeado de oficiales de gran capacidad, como el comandante Cortina, que estaba destinado a tener un papel estelar en esta operación.

El plan evidentemente estaba dirigido a un objetivo doble. Por un lado, tratar de influir en la voluntad de los hombres claves, tanto los generales poco proclives a la aventura como los oficiales de estado mayor al servicio de los generales irredentos, susceptibles de colaborar. Y por otro, se trataba de hacer creer a los dos grupos principales que el éxito de la operación dependería sobre todo de que actuasen coordinados. Es decir, conseguir reunirlos en una única intentona.

A ese fin, el comandante Cortina se fue aproximando a los círculos conspirativos de Tejero y de Miláns, induciéndoles la idea de que el Rey, harto del gobierno de Suarez y del desastre de la situación, no vería con malos ojos una intervención que cambiase el rumbo de la política en España. La jugada era evidentemente muy arriesgada, por comprometer directamente la figura del Rey, pero precisamente esa fuerte apuesta apuntalaría, como así fue, la confianza de los golpistas en Cortina y sus hombres.

Ahora, de lo que se trataba era de teledirigir el golpe como si de una operación de demolición controlada se tratase. Controlada pero con unos altísimos riesgos de desborde ante el más mínimo fallo, porque se realizaría precisamente en el borde de una situación explosiva, una vez que los protagonistas se pusiesen en marcha.

Así, tras una serie de reuniones preparatorias, sobre todo con los conjurados de Tejero, para las que se alquilaron ficticiamente como se verá unas oficinas en el centro de Madrid, Cortina les presentó un plan detallado de la acción, cuyos detalles discutieron juntos durante cierto tiempo, de manera que el gobierno estuvo permanentemente informado de la marcha del mismo.

Otra parte esencial del plan estratégico, se llevó a cabo en el mes de Enero. Suarez y el Rey se vieron obligados a tomar una decisión dramática.

La única manera de intentar conseguir neutralizar a los generales menos empecinados, pero gravemente irritados por la situación y por la figura de un “traidor”, como era para ellos el Presidente Suarez, era precisamente entregarles su cabeza en una bandeja, aclarando además que la dimisión forzada se llevaba a cabo debido a la presión ejercida precisamente por los cuartos militares.

La oferta se hizo durante la reunión de la celebración de la Pascua Militar y
 en presencia del pleno de los Capitanes Generales, en el mes de enero. Pocos días después Suarez apareció por sorpresa en la televisión y anunció su dimisión irrevocable, ante el asombro de todos los españoles. Todos, menos aquellos que la estaban esperando. Los generales.

El sacrificio de Suarez fue una de las claves del éxito, para abortar la catástrofe.

Cuando un mes después llegó el día fatídico, ocurrieron un montón de acontecimientos bastante extravagantes en algunas Capitanías. Al levantisco y malhumorado general Merry Gordon, la víspera del 23 de Febrero, sus oficiales le acompañaron a un homenaje en el que se hizo un merecido honor a unas cuantas botellas de manzanilla de gran calidad. Cuando a la mañana siguiente el teléfono sonó con insistencia en su despacho, los oficiales de su Estado Mayor no pudieron localizarlo.

El duro general Campano, seguramente pagando así el precio por la cabeza de Suarez, fue llamado por su homólogo Polanco, a Burgos, para asistir a unos actos en Capitanía esa misma mañana. La llamada desesperada de los golpistas a su Estado Mayor, se saldó con idéntico resultado que en Sevilla.

Incluso en la única Capitanía donde se puso el operativo en marcha, en la de Milans, uno de sus oficiales, el comandante Caruana, entró en contacto con la base militar de Manises, leal a la Constitución, desde donde se emitió una seria advertencia en el sentido de que los escuadrones de caza-bombarderos de la base estaban siendo municionados y cargados de combustible, con vistas a obligar a retroceder a la fuerza acorazada por la fuerza si ello se hacía necesario, una vez que esta se había puesto en marcha, y empezaba a desfilar por algunas avenidas de la ciudad. 

El general Quintana, que debía salir hacia unas maniobras en el campo de San Gregorio, en Zaragoza, interrumpió inesperadamente su viaje para, sorpresivamente, desviar su ruta hacia una celebración en la I Brigada Paracaidista de Alcalá de Henares, fuerza de choque por excelencia cuya intervención podría ser decisiva.

El patético general Armada, ignorante de todo el montaje, tuvo en todo esto el papel poco lucido de emisario entre los poco aguerridos y desamparados guardias civiles que ocuparon de forma tan castiza el Congreso de los Diputados, y se consiguió ganar así un tiempo que se hacía eterno para todos. Implicados en el golpe, en el contra-golpe y público en general.

El final constituyó un éxito para todos nosotros, no solo porque se abortó la intentona, sino porque se desarraigaron definitivamente de un certero golpe todos los brotes de esa tradicional arrogancia cuartelera tan pegada al pellejo de cierta clase de militares durante siglos.

Esta reconstrucción especulativa e imaginaria de lo que tal vez ocurrió así o no, vio su dosis de verosimilitud incrementada, cuando el comandante Cortina fue juzgado en Campamento.

 Entonces, habiendo actuado a cara descubierta delante de centenares de acusados, que actuaban ahora de testigos de cargo contra él con la rabia acumulada al haberse dado cuenta del palangre en el que habían picado todos, las pruebas que lo implicaban en la trama eran aparentemente abrumadoras.

Pero cuando Tejero y sus secuaces, por ejemplo, declararon haberse reunido con él en un despacho en una céntrica calle de Madrid,  y describieron con sumo detalle la disposición del mobiliario y la distribución, una comisión judicial acudió al lugar y este no coincidía en absoluto con esa descripción.

Y es que las pruebas fueron desmoronándose una a una, a medida que las brigadas de limpieza del Servicio de Inteligencia las iban borrando. Fue declarado inocente. Y no solo eso. Algún tiempo después fue promovido a un ascenso y condecorado.


Y pensé…lo que yo decía.