“Allah ha dicho hasta
que paguen la Jizyah(*), si escogen no abrazar el Islam y someterse
voluntariamente, deben ser conducidos a esa sumisión, deshonrados y humillados”
(*)El Corán dice
que los cristianos y judíos pueden practicar su propio religión con libertad si
pagan un impuesto (la jizyah) y no
blasfeman el nombre del profeta Mahoma.
Hace unos días me he encontrado con el siguiente titular: “ El embajador de los
USA en Libia no solo fue asesinado. También fue torturado y sodomizado, antes de matarlo y de que su
cuerpo fuese paseado por las calles de Benghazi como un trofeo”
Las fuentes con las que suelo ponerme al tanto de la
actualidad en la zona, han extraído esta información de la Agencia libanesa en
árabe Tayyar.org, y del eco que se
han hecho de ella el Washington Times
y The Examiner. Asimismo, la Lybian Free Press ha subrayado también
el hecho de la sodomización del
diplomático, en lo que señala que parece ser una tradición libia, teniendo en
cuanta que esa triste suerte también le fue reservada a Muhamar El-Kadhafi en
su día.
La imagen atroz del cadáver del embajador Christofer
Stevens, arrastrado por quien aparenta ser uno de sus “valientes” verdugos,
mientras sostiene entre sus dientes el teléfono con el que seguramente ha
inmortalizado su “hazaña” y la comentará más tarde en torno a un narguileh con
los amigotes en cuanto acabe la tarea, creo que habla por sí sola. (foto)
En el siguiente enlace podemos presenciar el asalto a la
embajada de EEUU en Túnez. Parece increíble que podamos estar viendo esto,
prácticamente mientras tiene lugar en el patio trasero de nuestra casa, con una
cerveza en la mano.
Algo en la misma línea aunque sin llegar al asalto, ha tenido
lugar en plenos Campos Elíseos de París, donde una manifestación de musulmanes
franceses llevó a cabo una protesta ante la embajada americana al grito de
“¡Judíos, acordaros de Khaybar!” o “¡Degollemos a todos los judíos!”.
Conviene recordar que Khaybar, en tiempos de Mahoma, era una localidad judía en la Península Arábiga,
a cuya población temía el profeta y con la que firmó un acuerdo de paz. Pasado
un tiempo, cuando se sintió suficientemente fuerte, atacó la ciudad y degolló a
todos sus habitantes.
Algo así debería ser lo suficientemente elocuente como para
que evitásemos de una vez por todas seguir debatiendo sobre la existencia de un Islam supuestamente moderado
y otro radical. En el fondo con falsos debates como ese no hacemos otra cosa
que camuflar nuestra cobardía.
Un ejemplo de esa cobardía nos lo proporcionó hace unos días
el “artista” Javier Krahe que, en una “transgresora” emisión televisiva,
mostraba como se asa un crucifico en
el horno, como parte de una “receta” cuyo ingeniosa y fina “ironía” hizo
partirse de risa a sus espectadores.
Pero para perpetrar una hazaña como esa, en realidad, solo
se necesita ser lo suficientemente estúpido, sufrir además una irreparable
falta de imaginación y , por último, padecer un síndrome de insignificancia, que
suele mantener a payasos como este en un permanente estado de “mono” de
notoriedad.
Pero ¿se atrevería nuestro aguerrido cantautor a hacer unas gracias de esa clase con la figura
del profeta? ¡Hombre no! ¡No pretenderás ofender la sensibilidad cultural de
mil quinientos millones de musulmanes! ¡Eso no tiene nada que ver con nuestra
iglesia de la Inquisición, de los curas pederastas, y de lo beatos fascistas!
¡Hasta ahí podíamos llegar…!
Esa “sensibilidad cultural” debería ser tratada por los
pueblos civilizados como lo que es en realidad; como un régimen totalitario. Con
toda la carga de delirio violento con el que ese tipo sistema suele obsequiar a
la humanidad, carga esta ajena a los más elementales límites de la razón.
Considerar ese estado de cosas como una “cultura” es
intentar incluir en la categoría de seres racionales, a unos semejantes que
violentan voluntariamente todas y cada una de aquellas cualidades que
nos distinguen de los animales.
Incluso las bestias salvajes observan unos códigos
instintivos, que aún siéndolo, están más próximos de la razón que las odiosas
actitudes de estos cuadrumanos. Unos
primates que han sido amaestrados en escuelas de alienación criminal, cuyo
eficaz método constituye un hito en la larga y sangrienta historia de la locura
inducida.
Se trata de auténticas factorías de sicópatas; una industria
de robots homicidas en serie, con filiales en todo el mundo, a quienes las
propias victimas, encerradas en una especie de cepo psicológico, les estamos facilitando
de forma suicida las condiciones más propicias para llevar a cabo su siniestro cometido.
En la historia reciente y no tan reciente, tenemos ejemplos
de sobra de que fuimos capaces de evitar el diabólico destino que esos
totalitarios nos tenían reservado. Es verdad. Pero no es menos cierto que la
tardanza en hacerles frente costó a menudo la vida a miles de víctimas que
podrían haberse evitado.
No es nada seguro que hayamos
aprendido la lección.
Y atención, ellos aún no han concluido. Hace meses que
entraron en el penúltimo capítulo del
actual ajuste de cuentas en el Magreb y Mesopotamia. Ese capítulo es Siria. Posteriormente,
el último acto previsto para
conseguir la hegemonía en Oriente Medio consistirá en aniquilar al no árabe de la zona, es decir, a Irán.
También ahí lo conseguirán con la ayuda occidental, en un
juego perverso en el que ninguna ventaja está garantizada para nosotros. Ningún
billetero está a salvo cuando se baila con rateros.
Luego vendrá la traca final, cuando quien está moviendo la
mayoría de los hilos, jugando a todos los caballos de la palestra gracias a su
presupuesto ilimitado en petro-dólares e influencia, Arabia Saudita, se enfrente
por el liderazgo de la zona al Campeón Turco, al que la decepción en su
vocación europea no le deja otra salida que la del Sur.
También en esa pelea saldremos perdiendo, sea quien sea el
ganador.
Esto es lo que hay, hoy por hoy; y es paradójico que el
primero y principal amenazado por la caterva musulmana, que es el estado de
Israel, constituya hoy la única esperanza real para tipos como yo.
Seguramente porque la distancia a la que se encuentra del
ojo del huracán le obliga a tener un olfato más fino, parece ser el único que tiene conciencia real del
problema. De su problema. Que es mí problema. Y, aunque no lo crean, el
problema de todos.
Y lo es hasta tal punto, que si tuviera veinte años menos
seguramente me preguntaría si no habría un hueco para mí en esa tierra tan
peligrosa, pero tan llena de esperanza.
Y, si esto sigue así, puede que aun me lo pregunte.
PS
Cuando había terminado de pergeñar estas notas, ha llegado a
mi conocimiento una iniciativa,(una más) del semanario francés, Le Nouvel Observateur, en forma de
número extra titulado: « Les néo-fachos et leurs amis », o sea “Los neo-fachas y sus
amigos”. No me detendré ni un segundo sobre el contenido, dado el carácter reiterativo y previsible del
texto, pero no puedo evitar la tentación de reproducir la introducción del
mismo.
« Le rejet des musulmans alimente en Europe
et aux Etats-Unis une nouvelle extrême-droite. En France, l’affaire Millet
révèle les contours d’une nébuleuse brune au sein de laquelle des écrivains et
des journalistes communient dans l’obsession de la sauvegarde d’une identité
française “blanche et chrétienne”.»
« El rechazo de los
musulmanes alimenta en Europa y en los Estados Unidos a una nueva extrema
derecha. En Francia, el asunto Millet(*) revela el perfil de una nebulosa
parda, en cuyo seno escritores y periodistas comparten la obsesión de la
salvaguardia de una cierta identidad francesa “blanca y cristiana”.
Así, con dos cojones, los nuevos-observadores-por-encima-de-toda-sospecha
del semanario francés despachan a todos los intelectuales ajenos al
multiculturalismo-relativismo-izquierdismo del vecino país, despeñándolos en el
abismo fascista, con un sofisticado argumento como es el de su “rechazo de los
musulmanes” o el de la defensa de una identidad nacional “blanca y cristiana”.
Al parecer los que
disfrutamos de una civilización, creada y desarrollada en el seno de una
colectividad de piel más o menos blanquecina y en un contexto cultural de
procedencia greco-judeo-cristiana, debemos curarnos nuestra obsesión por seguir
así, renegando de estas condiciones, tiñéndonos este maldito pellejo blanco de
sucios colonizadores y abandonando nuestra intolerante cultura.
El significativo detalle de
incluir en la mencionada nebulosa parda, a un a mujer judía como Elisabeth
Lévy, demuestra nuevamente el delirante rumbo que ha tomado esta novísima
izquierda y su laico antisemitismo. Que, por otro lado, es la misma de siempre
que no acaba de morirse de una vez.
(*) Escándalo provocado en el mundo de las letras francesas por el
novelista Richard Millet, rastreador impenitente de la provocación y el
escándalo, que en este caso aprovechó el asunto del sicópata noruego Breivic,
para dar la nota elogiando la “perfección artística de la masacre” en un
panfleto infecto, y desencadenando un debate sobre la libertad de expresión, en
el que una larga lista de intelectuales pedía en una carta común su exclusión
de la prestigiosa casa de edición donde publica habitualmente.