Cuando me pongo a escribir estas líneas la situación en Egipto pende peligrosamente de las reacciones populares al discurso de Moubarak, del Jueves 10, y de la respuesta de uno de los Ejércitos más poderosos de ese area geográfica.
Para un español nacido con la posguerra civil, el análisis de estos acontecimientos lo sitúa en un laberinto de datos y una colección de experiencias vividas en primera persona, cuya dificil síntesis constituye por ella sola el principal problema.
Los que compartimos los recuerdos de esa época concreta, larga y compleja, tenemos sentimientos encontrados, ante una posible aproximación de esos recuerdos a una situación como la originada en Oriente Medio estas últimas semanas.
Sentimos ante todo un primario anhelo de ver triunfar, por fín, un sistema democrático en esos países. El recuerdo de una larga dictadura unipersonal, en nuestro caso, más o menos colegiada en el suyo, nos sugiere la posibilidad de extrapolar nuestra propia experiencia como medio privilegiado para entender aquel avispero. Sin embargo, salvo la morfología caudillista y las consabidas justificaciones de la misma, míseros lugares comunes como la falta de preparación del pueblo para vivir en libertad, etc, nada de lo ocurrido aquí encaja en un mundo con el que mantenemos abismales diferencias históricas, culturales, religiosas y económicas.
Respecto de las posibles analogías con el ocaso de las dictaduras totalitarias de los países del Este, ni en el origen de esos sistemas, ni en las circunstancias geoestratégicas que provocaron la guerra fría, encontraremos datos objetivos comunes que nos ayuden en nuestra búsqueda de alguna pista sobre una posible evolución de la situaciòn, a corto plazo.
…/…
Je, je. Así empezaba una reflexión más sobre el segundo que estamos viviendo, cuando un dolor de cabeza inoportuno (¿hay alguno oportuno?) y mal colocado, interrumpió impertinente esa nerviosa carrerilla que sirve para lanzar “le coup d’envoi”, (el saque), con el que siempre comienza uno ese incierto pero animoso intento de saber más, o por lo menos preguntarse por más cosas.
Un simple dolor de cabeza. Y un hematoma. Ni más, ni menos. Sin motivo. ¿O es sin causa? En cualquier caso, inesperado. Hacía muchos años que no se le esperaba. Es más, estaba practicamente descartado como posibilidad. Eso eran cosas de otros. Suele haber una lógica de las cosas. Incluso de aquellas relativas a la salud. Cuando todo está bien, cuando los datos desmienten el riesgo, las cosas se desarrollan con arreglo a lo previsto. O sea, no-pasa-nada, porque los-datos-lo-indican-así.
Pero pasó. Y lo más interesante de todo es que pasó sin que ninguna causa de las previstas tuviera lugar. O sea, que las cosas pasan como consecuencia de la acción de las causas conocidas, o sin ella. Pero tampoco se explica con la fórmula: “causa desconocida”. No. Porque “eso” sería UNA causa. No. Es algo “expontáneo”. Sin causa.
La verdad es que nunca me había planteado algo así…¿Tengo que abrir un nuevo dossier con el epígrafe : “cosas que pasan sin causa, pero a las que hay que tener en cuenta”? ? ¿ Y cómo voy a tenerlas en cuenta si no hay nada que las cause, y por lo tanto no las conoceré hasta que ya estén ocurriendo? Se tiene en cuenta algo que se conoce; o sea que esas cosas no podré tenerlas en cuenta hasta que hayan ocurrido. Y, una vez que hayan ocurrido ¿qué podré hacer, aparte de lamentarme y enrollarme como un gusarapo, como ahora mismo?
Mejor ignorar lo que no se puede conocer. ¡Mira! No suena nada mal… Pero… ¿conoceís a algún capullo que haya conseguido ignorar algo voluntariamente? Así… ¿borrarlo de su cabeza?... ¡Nah! Solo se borra algo cuando lo sustituyes por otra cosa; acordaros de que todo se transforma, nada se destruye… Y si encima desconoce lo que tiene que ignorar… ¡pues ya te digo!
Después de tanto tiempo dándole vueltas a este doctorado de la vida,…¿ será posible que acabe refugiándome en esa cesta de camping que es el cajón de la “fatalidad”? Estas cosas siempre me inspiraron una posible definición del “azar”. Todo lo que ocurre alrededor de nosotros lo entendemos, lo “poseemos”, porque nos lo explicamos mediante leyes que nos inventamos, y verificamos. Los dados caen como tienen que caer. Seguro que obedeciendo a leyes precisas y objetivas. Sólo que la naturaleza y condiciones de esas, las ignoramos y, para más inri, disfrutan mezclándose maliciosamente entre sí hasta constitutuir una maraña de complejidades que nos caen definitivamente lejos de nuestra limitada capacidad de computación.
¡Ya esta! Si no tiene causa conocida, es cosa del azar. Guarda la calculadora. Ese es un instrumento humano, y aquí estamos hablando de cosas fuera del alcance del hombre. ¡Ah! pero cuando el hombre se encuentra en presencia de algo que no está a su alcance, y cuya existencia se ha empeñado en admitir como cierta ¡vaya a saber usted porqué! o sea, que la ha imaginado, echa mano de su recurso más genuínamente humano. Se inventa una palabra. Y ya está. Una vez bautizado, “eso”, ya existe. Que es una forma de controlarlo un poquito, aunque no se pueda preveer su comportamiento. Es el azar. Y ya está.
Los dados caen como tienen que caer. Incluso los antiguos tenían una cierta tendencia a no creer que fuesen los própios dados los que se dejasen caer de una determinada manera. Sospechaban que unos seres que se parecían algo a los hombres, intervenían en la jugada. Los dioses. Era esa obsesión por no quedar totalmente fuera del juego, además de esa tendencia irrefrenable hacia la trampa, que es la abolición de las reglas. De las causas.
Bueno, si sigo así voy a conseguir CREAR LAS CAUSAS necesarias para que os duela la cabeza a todos vosotros.
En resumen, al parecer tengo algo así como una neuralgia del trigémino.
¡Y yo que siempre creí que el trigémino era algo exclusivo de las familias nobles! De los Austrias y así… Como la gota… o la hemofília, azul o roja... Es más, mirándome hoy en día esta nariz de la que estoy bastante satifecho, no puedo creer que se oculte un horrible trigémino detrás.
Pero la vida es así. Uno no escoge su própio trigémino.
Mejor lo teneis en cuenta a partir de ahora.
.
sábado, 26 de febrero de 2011
jueves, 10 de febrero de 2011
No hay mal que cien años dure.
Había pensado usurpar por un instante al crítico de teatro, para hacer la crónica de esa nuevo avatar de la inacansablemente versionada “Comedia de un Rechazo de la Violencia”, y cuyo estreno acaba de tener lugar en las Vascongadas, cuando ha llegado a mis manos la notícia de la venta, en la sala Chistie’s, de un retrato de la actual Primera Dama de Francia, Carla Bruni, por un cerro de pasta. Cuando he echado un vistazo sobre la “obra maestra”, no he podido resistirme a comentarla.
Mi nunca suficientemente glosado maestro de la vida, Georges Brassens, ya nos había dejado hace muchos años una declaración de principios respecto de sus preferencias, en torno a los pesos y medidas en lo que a una mujer se refiere.
“Remball’ tes os, ma mie, et garde tes appas,
Tu es bien trop maigrelette,
Je suis un bon vivant, ça n’me concerne pas
D’étendre des squelettes”
Que sería algo así:
“Empaqueta tus huesos, cariño, y esconde tu cebo,
Estás demasiado delgadita,
Yo soy un vividor, no me interesa
Tirarme esqueletos”.
Todos vosotros , mis queridos amigos, habreis entendido sin duda que GB no es un misógino (a pesar de una determinada canción), ya que de lo que él habla es de la “cantidad” y no de la “calidad”. Él y yo hemos sido, y yo aún lo soy, unos grandes amantes de las mujeres, y en cualquier cielo en el que se encuentre cuidará su reputación de “courreur de jupes”. Dicho sea con toda mi indiferencia hacia las walkyrias de la igualdad, y otras similitudes de género y número, los equeletos tampoco forman parte de mís fantasmas sexuales. Por ahora.
Pero la foto de marras me sugiere algo más que una simple estafa más, urdida astutamente por los que conocen muy bien otro tipo de fantasmas y adicciones. Existen personas que, al margen de que sean conscientes o no del hecho, encarnan simbólicamente, en el corto plazo, la evolución de los tiempos que les han tocado vivir. Carla Bruni se ha encargado de mostrar públicamente, a lo largo de su todavía corta existencia, toda una serie de tendencias efímeras, pero asumidas por el inconsciente de millones de seres, que van desde la aspiración a figura mediática de segunda fila, como acompañante de ídolos populares, pasando por la imagen ideal de la joven canta-autora, o por la obsesionante ocupación de la pasarela que padecen miles de jovencitas, hasta alcanzar su indispensable papel emblemático en la ambición política de la toma de poder, al que su “posesión” añade la joya de la corona.
Y, claro, en una fulgurante carrera como la suya no podía faltar el período anoréxico, que ha constituído toda una época reciente de la adolescencia femenina. Pero su poco frecuente capacidad de adaptación, fruto seguramente de un instinto infalible de conservación de la trayectoria, y unas circunstancias favorables de origen y eficaz administración de los éxitos adquiridos, le han permitido salir de ese tenebroso tunel de la desnutrición, en el que tantas jovenes, menos afortunadas o más inconscientes, han perecido o se ven condenadas ha arrastrar el resto de su lamentable existencia.
Contemplar una imagen actual de la Bruni, en su explendorosa plenitud de mujer, y compararla con esa otra, en la que más bien se aproxima a la de un ser rescatado de un campo de concentración, no sé si me inspira un sentimiento de optimismo o todo lo contrario. Lo digo porque el mismo hecho de que parezca un conmovedor espectro, que me retrotrae a mis más amargas reflexiones sobre la maldad humana, cuando en realidad el “campo” del que ha escapado es, únicamente,el resultado de una alienante obsesión fruto de los modelos que se imponen irresponsablemente, no descarta la existencia de graves síntomas sobre el estado actual de la mente de muchos colectivos.
Por otra parte, y aún a riesgo de parecer demagógico, hay otras semejanzas de imagen muy turbadoras, como son las de muchos seres pertenecientes a esa vergonzosa realidad que es el hambre en muchos lugares del mundo.
Si no fuera porque el spot, el atrezzo y el estilismo del retrato lo distinguen suficientemente de la foto-reportaje de un envíado a Somalia, la escasa densidad de grasa corporal en ambas imágenes constituíria la irrefutable prueba de lo similares que somos todos los seres humanos, cuando padecemos un deficit de proteínas.
Tal vez la evolución de la imagen de la Sra. Sarkozy, salvando las distancias, podría aportarnos la prueba ilusionante de que mientras hay vida hay esperanza.
Aunque sea muy remota.
Mi nunca suficientemente glosado maestro de la vida, Georges Brassens, ya nos había dejado hace muchos años una declaración de principios respecto de sus preferencias, en torno a los pesos y medidas en lo que a una mujer se refiere.
“Remball’ tes os, ma mie, et garde tes appas,
Tu es bien trop maigrelette,
Je suis un bon vivant, ça n’me concerne pas
D’étendre des squelettes”
Que sería algo así:
“Empaqueta tus huesos, cariño, y esconde tu cebo,
Estás demasiado delgadita,
Yo soy un vividor, no me interesa
Tirarme esqueletos”.
Todos vosotros , mis queridos amigos, habreis entendido sin duda que GB no es un misógino (a pesar de una determinada canción), ya que de lo que él habla es de la “cantidad” y no de la “calidad”. Él y yo hemos sido, y yo aún lo soy, unos grandes amantes de las mujeres, y en cualquier cielo en el que se encuentre cuidará su reputación de “courreur de jupes”. Dicho sea con toda mi indiferencia hacia las walkyrias de la igualdad, y otras similitudes de género y número, los equeletos tampoco forman parte de mís fantasmas sexuales. Por ahora.
Pero la foto de marras me sugiere algo más que una simple estafa más, urdida astutamente por los que conocen muy bien otro tipo de fantasmas y adicciones. Existen personas que, al margen de que sean conscientes o no del hecho, encarnan simbólicamente, en el corto plazo, la evolución de los tiempos que les han tocado vivir. Carla Bruni se ha encargado de mostrar públicamente, a lo largo de su todavía corta existencia, toda una serie de tendencias efímeras, pero asumidas por el inconsciente de millones de seres, que van desde la aspiración a figura mediática de segunda fila, como acompañante de ídolos populares, pasando por la imagen ideal de la joven canta-autora, o por la obsesionante ocupación de la pasarela que padecen miles de jovencitas, hasta alcanzar su indispensable papel emblemático en la ambición política de la toma de poder, al que su “posesión” añade la joya de la corona.
Y, claro, en una fulgurante carrera como la suya no podía faltar el período anoréxico, que ha constituído toda una época reciente de la adolescencia femenina. Pero su poco frecuente capacidad de adaptación, fruto seguramente de un instinto infalible de conservación de la trayectoria, y unas circunstancias favorables de origen y eficaz administración de los éxitos adquiridos, le han permitido salir de ese tenebroso tunel de la desnutrición, en el que tantas jovenes, menos afortunadas o más inconscientes, han perecido o se ven condenadas ha arrastrar el resto de su lamentable existencia.
Contemplar una imagen actual de la Bruni, en su explendorosa plenitud de mujer, y compararla con esa otra, en la que más bien se aproxima a la de un ser rescatado de un campo de concentración, no sé si me inspira un sentimiento de optimismo o todo lo contrario. Lo digo porque el mismo hecho de que parezca un conmovedor espectro, que me retrotrae a mis más amargas reflexiones sobre la maldad humana, cuando en realidad el “campo” del que ha escapado es, únicamente,el resultado de una alienante obsesión fruto de los modelos que se imponen irresponsablemente, no descarta la existencia de graves síntomas sobre el estado actual de la mente de muchos colectivos.
Por otra parte, y aún a riesgo de parecer demagógico, hay otras semejanzas de imagen muy turbadoras, como son las de muchos seres pertenecientes a esa vergonzosa realidad que es el hambre en muchos lugares del mundo.
Si no fuera porque el spot, el atrezzo y el estilismo del retrato lo distinguen suficientemente de la foto-reportaje de un envíado a Somalia, la escasa densidad de grasa corporal en ambas imágenes constituíria la irrefutable prueba de lo similares que somos todos los seres humanos, cuando padecemos un deficit de proteínas.
Tal vez la evolución de la imagen de la Sra. Sarkozy, salvando las distancias, podría aportarnos la prueba ilusionante de que mientras hay vida hay esperanza.
Aunque sea muy remota.
jueves, 3 de febrero de 2011
¡FEARRRRRRR.....!
No sé... me tengo por alguien con una enérgica y vigorosa confianza en el ser humano, como aspiración. Sin embargo, hay días que me sumerjo inevitablemente en una negra misantropía al contemplar ciertas manifestaciones abyectas que nos son ofrecidas por los medios de comunicación, cada vez con mayor frecuencia.
He dudado en escribir sobre el caso presente, y más adelante comprendereis el porqué.
Hace dos columnas daba cuenta de una noticia procedente de Francia, y referida a Celine, como base de reflexión sobre el debate, siempre inédito, en torno a la relación moral entre el autor y su obra. Anteayer llegó a mi conocimiento un episodio reciente que, aunque distante en sus términos concretos, nos devuelve al tema de la responsabilidad ineludible de quien opta por presentarse como figura pública.
Un miserable “don nadie”, con ínfulas de director de cine, y que se hace llamar Nacho Vigalondo, paniaguado de ese sanedrín de la progresía que es el diario El País, se ha permitido el siniestro lujo de montarse una vil provocación, en ese establo de acémilas que es Twitter, vanagloriándose a continuación del incremento sideral de seguidores que supone pasar de 50 catecúmenos a 50.000, en una supuesta operación de marketing fétido. El sutil slogan en el que basó la operación de imagen fue el siguiente, al parecer:
“Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y cuatro vinos en el cuerpo podré decir mi mensaje: ¡El Holocausto fue un montaje!".
No creo que haga falta comentar esa bazofia negacionista. En su respuesta a las inmediatas protestas de algunos -solamente de algunos- lectores de su covachuela virtual, remató la jugada con estas perlas: “¿Cómo se llamaba la película esa de Spielberg? Ah, sí... Parque Judaico”…“Cómo se llamaba la película esa de Spielberg... Ah, sí “A todo gas”….“Decoraban las paredes con cuadros de Degas”…Cómo era la película de Spielberg... “Anna Frank's catch me if you can”. El total se comenta por sí solo.
Tal vez el calificativo de negacionista sea excesivo en este caso, no porque el contenido literal de su rebuznos no contengan esa cualidad, sino porque la talla mental del sujeto no alcanza ni siquiera para su aplicación. Y ahí reside la gravedad del hecho, en mi opinión.
Este tarado, si hubiese vivido en la Alemania de los años 30 y si hubiese tenido la fortuna de escapar a la operación llamada Aktion T4 (aplicación de la eutanasia a los débiles físicos y mentales), se hubiese prestado a participar en las festivas agresiones a la comunidad judía, sin entender una palabra de lo que estaba haciendo. Y, una vez enfundado en un elegante y negro uniforme, metería a patadas a viejos, mujeres y bebés en trenes de mercancías con destino desconocido, y todo esto muerto de risa.
Esta lumbrera, en un alarde de ingeniosidad, ha calificado de “humor negro” a su hazaña, y su respuesta a las flojas y escasas protestas que le reprocharon su “mal gusto”, consistió en un refrito de frases hechas y tópicos cutres, mezclados con supuestas teorías de marketing de cortar y pegar, cuyo significado supongo que es incapaz de metabolizar su única neurona.
Hasta aquí, la parte más deprimentemente banal del asunto.
La cuestión central de la reflexión que me sugiere este síntoma de la gravísima enfermedad social que padece este país actualmente, es la facilidad asombrosa con la que un personaje patético en su pobreza intelectual, pero que goza de unas circunstancias excepcionales de vacío moral de la sociedad, puede aglutinar en torno a un “discurso” demencial a un colectivo de 50.000 entusiastas, en unas horas.
Los miles de posts ditirámbicos que ese personaje recibió, en defensa de su, al parecer, maltratada dignidad artística, me han estremecido más por el tenor de sus contenidos, que por su inconcebible número. Había tenido noticias de una encuesta reciente que revelaba la afirmación de antisemitismo declarada por un 30% de los encuestados, pero una cosa es la frialdad de una encuesta, de la que no conozco ni la segmentación ni la metodología empleadas, y otra cosa es leer en directo, y bajo el anonimato de una de las llamadas redes sociales, unas declaraciones estremecedoras, en su triunfante amoralidad.
Cuando uno se pregunta cómo fue posible que un desclasado mendigo de las calles de Viena llegase a seducir a 80 millones de ciudadanos del país más cultivado de la Europa de entreguerras, una de las múltiples causas que se suelen manejar es la de la original y astuta utilización de un medio de comunicación novísimo en aquellos años, como era la radio.
Novedosa y estremecedoramente eficaz fué la radio en 1930, en aquel caso. ¿Cómo calificaremos en un futuro a estos pretendidos espacios de libertad de opinión sin límites que son la “redes sociales”? Es evidente que la historia no se repite, porque por eso es historia. Pero, a veces, cuando es dificil de comprender lo que sucede, y además da miedo, uno está tentado a creer, como poco, que no tenemos remedio.
Decía más arriba que he dudado en escribir esta nota…¿Será posible que este ser insignificante me plantee el problema de no contribuir a la difusión de sus heces?
He lanzado una moneda al aire y ha salido cruz.
He dudado en escribir sobre el caso presente, y más adelante comprendereis el porqué.
Hace dos columnas daba cuenta de una noticia procedente de Francia, y referida a Celine, como base de reflexión sobre el debate, siempre inédito, en torno a la relación moral entre el autor y su obra. Anteayer llegó a mi conocimiento un episodio reciente que, aunque distante en sus términos concretos, nos devuelve al tema de la responsabilidad ineludible de quien opta por presentarse como figura pública.
Un miserable “don nadie”, con ínfulas de director de cine, y que se hace llamar Nacho Vigalondo, paniaguado de ese sanedrín de la progresía que es el diario El País, se ha permitido el siniestro lujo de montarse una vil provocación, en ese establo de acémilas que es Twitter, vanagloriándose a continuación del incremento sideral de seguidores que supone pasar de 50 catecúmenos a 50.000, en una supuesta operación de marketing fétido. El sutil slogan en el que basó la operación de imagen fue el siguiente, al parecer:
“Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y cuatro vinos en el cuerpo podré decir mi mensaje: ¡El Holocausto fue un montaje!".
No creo que haga falta comentar esa bazofia negacionista. En su respuesta a las inmediatas protestas de algunos -solamente de algunos- lectores de su covachuela virtual, remató la jugada con estas perlas: “¿Cómo se llamaba la película esa de Spielberg? Ah, sí... Parque Judaico”…“Cómo se llamaba la película esa de Spielberg... Ah, sí “A todo gas”….“Decoraban las paredes con cuadros de Degas”…Cómo era la película de Spielberg... “Anna Frank's catch me if you can”. El total se comenta por sí solo.
Tal vez el calificativo de negacionista sea excesivo en este caso, no porque el contenido literal de su rebuznos no contengan esa cualidad, sino porque la talla mental del sujeto no alcanza ni siquiera para su aplicación. Y ahí reside la gravedad del hecho, en mi opinión.
Este tarado, si hubiese vivido en la Alemania de los años 30 y si hubiese tenido la fortuna de escapar a la operación llamada Aktion T4 (aplicación de la eutanasia a los débiles físicos y mentales), se hubiese prestado a participar en las festivas agresiones a la comunidad judía, sin entender una palabra de lo que estaba haciendo. Y, una vez enfundado en un elegante y negro uniforme, metería a patadas a viejos, mujeres y bebés en trenes de mercancías con destino desconocido, y todo esto muerto de risa.
Esta lumbrera, en un alarde de ingeniosidad, ha calificado de “humor negro” a su hazaña, y su respuesta a las flojas y escasas protestas que le reprocharon su “mal gusto”, consistió en un refrito de frases hechas y tópicos cutres, mezclados con supuestas teorías de marketing de cortar y pegar, cuyo significado supongo que es incapaz de metabolizar su única neurona.
Hasta aquí, la parte más deprimentemente banal del asunto.
La cuestión central de la reflexión que me sugiere este síntoma de la gravísima enfermedad social que padece este país actualmente, es la facilidad asombrosa con la que un personaje patético en su pobreza intelectual, pero que goza de unas circunstancias excepcionales de vacío moral de la sociedad, puede aglutinar en torno a un “discurso” demencial a un colectivo de 50.000 entusiastas, en unas horas.
Los miles de posts ditirámbicos que ese personaje recibió, en defensa de su, al parecer, maltratada dignidad artística, me han estremecido más por el tenor de sus contenidos, que por su inconcebible número. Había tenido noticias de una encuesta reciente que revelaba la afirmación de antisemitismo declarada por un 30% de los encuestados, pero una cosa es la frialdad de una encuesta, de la que no conozco ni la segmentación ni la metodología empleadas, y otra cosa es leer en directo, y bajo el anonimato de una de las llamadas redes sociales, unas declaraciones estremecedoras, en su triunfante amoralidad.
Cuando uno se pregunta cómo fue posible que un desclasado mendigo de las calles de Viena llegase a seducir a 80 millones de ciudadanos del país más cultivado de la Europa de entreguerras, una de las múltiples causas que se suelen manejar es la de la original y astuta utilización de un medio de comunicación novísimo en aquellos años, como era la radio.
Novedosa y estremecedoramente eficaz fué la radio en 1930, en aquel caso. ¿Cómo calificaremos en un futuro a estos pretendidos espacios de libertad de opinión sin límites que son la “redes sociales”? Es evidente que la historia no se repite, porque por eso es historia. Pero, a veces, cuando es dificil de comprender lo que sucede, y además da miedo, uno está tentado a creer, como poco, que no tenemos remedio.
Decía más arriba que he dudado en escribir esta nota…¿Será posible que este ser insignificante me plantee el problema de no contribuir a la difusión de sus heces?
He lanzado una moneda al aire y ha salido cruz.
miércoles, 2 de febrero de 2011
¡Ojito con la momia!
A veces uno preferiría no acertar en sus intuiciones. Hace unos días reflexionaba sobre la realidad de la juventud en los países del norte de Africa, y acabo de leer un artículo que analiza los actuales acontecimientos de Egipto desde una perspectiva no muy alejada de la que yo planteaba. Claro que esta vez el autor es alguien con una autoridad intelectual muy superior a la mía.
Se trata de Avram Miller. Este caballero es, ni más ni menos, que uno de los “abuelos creadores de internet”, tal como le gusta identificarse al sí mismo. Y aunque no es alguien apasionado por la geopolítica, acaba de publicar unos comentarios sobre la situación de ese país, que describen un panorama bastante desolador.
Así, un par de datos estadísticos elementales, tasa de la edad media de la población (24 años), y actual crecimiento económico anual (5%), son lo bastante expresivos como para deducir que esa tasa de crecimiento no es suficiente para absorber al creciente número de jóvenes que acceden al mercado de trabajo. Ni siquiera ningún país desarrollado, con fuerte incremento de población y un incremento de riqueza semejante, sería capaz de ofrecer oportunidades económicas a quienes, con poca edad, buscan trabajo y quieren casarse y formar una familia.
Esta constatación lleva al comentarista a deducir que, independientemente que el actual presidente Mubarak no haya estado, ni esté, muy interasado en ofrecer un futuro a sus conciudadanos, no parece que Egipto disponga actualmente de ningún otro líder alternativo que pudiera hacerlo, en las actuales circunstancias.
“Los jóvenes egipcios disponen de telefonía movil, Facebook y Twitter, mientras los que detentan el poder no saben siquiera servirse de un ordenador”, afirma Miller. Y si el fúturo economíco reside fatalmente en las nuevas tecnologías, la desmaterialización y los servicios, la ecuación planteada no parece ofrecer una solución muy sencilla.
El veterano científico da cuenta de tres aspectos de la triste realidad de Egipto, que podríamos hacer extensibles a la totalidad de los países árabes. En primer lugar, para un joven egipcio, la ayuda estadounidense de 1.300 millones de dólares anuales, si bien es una especie de maná para el estado, no significa ninguna ayuda concreta. Por otra parte, una mirada hacia el porvenir inmediato, tropieza con un negro horizonte en el que no se vislumbra ningún signo esperanzador. Y por último el presente no ofrece más que miseria, paro y holgazanería.
Y ni siquiera queda el mísero recurso de culpar a la fatalidad. La realidad verificable de ese pequeño vecino que es Israel la desmiente radicalmente. Los jóvenes israelíes disfrutan de la prosperidad económica, cultural y social, encarnando, hoy en día, una buena parte de la energía creativa del mundo. Esos jóvenes construyen su vida en base a un trabajo, que les permite formar una familia y desarrollarse como personas. Y eso, a pesar de verse obligados a contener sin descanso la embestida de los terroristas en sus fronteras.
No es dificil imaginar el rencor que puede surgir en la mente de esos desafortunados egipcios, frente a la prueba de su fracaso como sociedad que representa el estado de Israel. País, por cierto, que no figura en los manuales de geografía de los escolares egipcios (ver grabado arriba). Es el espejo en el que se ve reflejada su miseria y su existencia mediocre. La incapacidad humana que genera una civilización basada en una religión esencialmente fatalista y enemiga de toda iniciativa personal, estimula la huída hacia un espiritualismo redentor. En él, ese resentimiento se transforma frecuentemente en un odio mortal hacia esa referencia de su propio fracaso. Es más facil tratar de hacerlo desaparecer, y con él la causa de su amargura, que intentar imitarlo y tratar de lograr unos resultados que, como todo ser humano, tienen al alcance de su iniciativa y de su esfuerzo.
Por otra parte, estamos presenciando un fenómeno que es interpretado mecánicamente, una vez más, por los medios de comunicación. Estos establecen pretendidas analogías con fenómenos anteriores, como la caída del muro de Berlín, con las que las únicas concomitancias residen en la acción bastante desesperada de unos pueblos. Pueblos que, en definitiva, no hicieron nada durante generaciones por alterar la marcha lenta pero inexorable hacia el fracaso, a la que los condenaban sus respectivos regímenes.
Sin embargo, en mi opinión, tanto las causas inmediatas, la aceleración del progreso en los países más desarrollados, como las remotas, una paralizante estructura político–religiosa, representan, en su particular síntesis y en esa parte concreta del planeta, un caso que presenta las suficientes singularidades como para ser analizado al margen de la metodología habitual.
Y no perdamos de vista, que las materias primas energéticas, cuya posesión casi monopolística han permitido a esos países ejercer un papel de influencia fáctica en el mundo hasta el momento, si bien están condenadas al colapso a largo plazo, hoy por hoy aún poseen una capacidad letal para la supervivencia del mundo desarrollado. El petróleo es la más eficaz arma de destrucción masiva. Un corte súbito de su suministro sumiría a Europa en la Edad Media en el plazo de unos meses.
Tenemos actualmente ante nosotros un fenómeno social de primera magnitud, al que más nos convendría estar muy atentos. Ya hemos mirado para otro lado demasiadas veces con nefastos resultados.
No digáis que no os he avisado.
Se trata de Avram Miller. Este caballero es, ni más ni menos, que uno de los “abuelos creadores de internet”, tal como le gusta identificarse al sí mismo. Y aunque no es alguien apasionado por la geopolítica, acaba de publicar unos comentarios sobre la situación de ese país, que describen un panorama bastante desolador.
Así, un par de datos estadísticos elementales, tasa de la edad media de la población (24 años), y actual crecimiento económico anual (5%), son lo bastante expresivos como para deducir que esa tasa de crecimiento no es suficiente para absorber al creciente número de jóvenes que acceden al mercado de trabajo. Ni siquiera ningún país desarrollado, con fuerte incremento de población y un incremento de riqueza semejante, sería capaz de ofrecer oportunidades económicas a quienes, con poca edad, buscan trabajo y quieren casarse y formar una familia.
Esta constatación lleva al comentarista a deducir que, independientemente que el actual presidente Mubarak no haya estado, ni esté, muy interasado en ofrecer un futuro a sus conciudadanos, no parece que Egipto disponga actualmente de ningún otro líder alternativo que pudiera hacerlo, en las actuales circunstancias.
“Los jóvenes egipcios disponen de telefonía movil, Facebook y Twitter, mientras los que detentan el poder no saben siquiera servirse de un ordenador”, afirma Miller. Y si el fúturo economíco reside fatalmente en las nuevas tecnologías, la desmaterialización y los servicios, la ecuación planteada no parece ofrecer una solución muy sencilla.
El veterano científico da cuenta de tres aspectos de la triste realidad de Egipto, que podríamos hacer extensibles a la totalidad de los países árabes. En primer lugar, para un joven egipcio, la ayuda estadounidense de 1.300 millones de dólares anuales, si bien es una especie de maná para el estado, no significa ninguna ayuda concreta. Por otra parte, una mirada hacia el porvenir inmediato, tropieza con un negro horizonte en el que no se vislumbra ningún signo esperanzador. Y por último el presente no ofrece más que miseria, paro y holgazanería.
Y ni siquiera queda el mísero recurso de culpar a la fatalidad. La realidad verificable de ese pequeño vecino que es Israel la desmiente radicalmente. Los jóvenes israelíes disfrutan de la prosperidad económica, cultural y social, encarnando, hoy en día, una buena parte de la energía creativa del mundo. Esos jóvenes construyen su vida en base a un trabajo, que les permite formar una familia y desarrollarse como personas. Y eso, a pesar de verse obligados a contener sin descanso la embestida de los terroristas en sus fronteras.
No es dificil imaginar el rencor que puede surgir en la mente de esos desafortunados egipcios, frente a la prueba de su fracaso como sociedad que representa el estado de Israel. País, por cierto, que no figura en los manuales de geografía de los escolares egipcios (ver grabado arriba). Es el espejo en el que se ve reflejada su miseria y su existencia mediocre. La incapacidad humana que genera una civilización basada en una religión esencialmente fatalista y enemiga de toda iniciativa personal, estimula la huída hacia un espiritualismo redentor. En él, ese resentimiento se transforma frecuentemente en un odio mortal hacia esa referencia de su propio fracaso. Es más facil tratar de hacerlo desaparecer, y con él la causa de su amargura, que intentar imitarlo y tratar de lograr unos resultados que, como todo ser humano, tienen al alcance de su iniciativa y de su esfuerzo.
Por otra parte, estamos presenciando un fenómeno que es interpretado mecánicamente, una vez más, por los medios de comunicación. Estos establecen pretendidas analogías con fenómenos anteriores, como la caída del muro de Berlín, con las que las únicas concomitancias residen en la acción bastante desesperada de unos pueblos. Pueblos que, en definitiva, no hicieron nada durante generaciones por alterar la marcha lenta pero inexorable hacia el fracaso, a la que los condenaban sus respectivos regímenes.
Sin embargo, en mi opinión, tanto las causas inmediatas, la aceleración del progreso en los países más desarrollados, como las remotas, una paralizante estructura político–religiosa, representan, en su particular síntesis y en esa parte concreta del planeta, un caso que presenta las suficientes singularidades como para ser analizado al margen de la metodología habitual.
Y no perdamos de vista, que las materias primas energéticas, cuya posesión casi monopolística han permitido a esos países ejercer un papel de influencia fáctica en el mundo hasta el momento, si bien están condenadas al colapso a largo plazo, hoy por hoy aún poseen una capacidad letal para la supervivencia del mundo desarrollado. El petróleo es la más eficaz arma de destrucción masiva. Un corte súbito de su suministro sumiría a Europa en la Edad Media en el plazo de unos meses.
Tenemos actualmente ante nosotros un fenómeno social de primera magnitud, al que más nos convendría estar muy atentos. Ya hemos mirado para otro lado demasiadas veces con nefastos resultados.
No digáis que no os he avisado.
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