Bueno, supongo que, los que pretendemos poseer un poco de
sentido común, estaremos de acuerdo en que el asunto de "humorista
municipal" no da mucho más de sí.
Sin embargo, en mi modesta opinión, el debate sobre el
tema de fondo, o sea ese oxímoron que constituye el "humor negro",
sigue balanceándose sobre un malentendido que sí tiene un cierto interés, como
lo suelen tener todas las ambigüedades.
Se supone que esa clase de "humor" se basa
en la inquietud metafísica que nos provoca la idea de la muerte y sus satélites
-dolor, crueldad, miseria, etc-, utilizando la hipérbole de la caricatura como
crucifijo exorcizante, o cinta amarilla que separa al espectador del lugar del
crimen.
Partiendo de esa suposición, en esto, como en
cualquier ejercicio del ingenio, nos topamos con verdaderos prodigios del uso
de ese dificilísimo arte que es la ironía, como Buñuel, Berlanga, Chumy,
Summers, etc que nos proponen perspectivas insólitas de un catafalco, que
superando el negro dramatismo de la realidad, la superan sin desvincularse del
todo de ella, para hacernos penetrar en los complejos repliegues del absurdo o
surrealismo.
Y, claro, el justo éxito obtenido por esos ejercicios
de creatividad e inteligencia, hace aparecer en la mollera de los que siempre
creen que lo aparentemente fácil, es realmente fácil, la imparable ansia de
demostrarlo, y hacerse con una parte del botín.
Son aquellos que en su incapacidad de entender el
contenido esencial de una obras compleja, y armados de su incorregible
apresuramiento, no pasan de la corteza formal de la obra, y, ya puestos,
suponen que cuanto más lejos se llegue en la osadía, más graciosa será la
astracanada.
Los franceses tienen un término en su idioma,
"les jusqueboutistes", para designar a quien lleva al extremo sus
ideas, sin tener en cuenta las consecuencias. Esa desmesura, no tiene
equivalente semántico en español. Tal vez cabría la posibilidad de hablar de
"kamikazes", cuando estamos en presencia del hortera de turno, que no
conoce límites en su pretensión de imitar lo que no entiende.
Y, claro, el terreno de la representación simbólica
del horror, es uno de los pocos espacios en los que uno puede permitirse el
lujo de arrollar al sentido común y a la moral, con menos inversión en
consecuencias, cuando se siente amparado por un "derecho a la libertad de
expresión", al que ningún demócrata recientemente bautizado se atreverá a
señalar límite alguno.
Hasta aquí, todo es perfectamente imaginable. Lo malo
empieza cuando, inevitablemente, la ideología hace su aparición.
Entonces, empezamos a observar que esa explosión de
sana espontaneidad de alegres y sulfurosos ácratas del humor, sí establece
límites. Tampoco hay que exagerar.
No se trataba, pues, de una simple travesura de
criaturas jovialmente irresponsables. No
Y así, a las graciosas ocurrencias sobre los hornos
crematorios, los atentados terroristas, los asesinatos crapulosos y las viles
violaciones, nunca les acompañan las risas inducidas por los suicidios de desahuciados,
las víctimas del terrorismo de estado, los muertos de Gaza o las tumbas de los
represaliados del Frente Popular en la Guerra Civil.
Pero no se trata de un simple olvido, o de falta de
oportunidad. Se trata llanamente, de que con ciertas cosas, "no se
juega". O sea, de unos inesperados y arbitrarios "límites".
Quien lo diría.