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martes, 24 de julio de 2012

Mariscal de campo y playa

Bueno, para ser honesto, debo confesar ante todo mi irresistible fobia por un pintamonas indigno de ese nombre -que hace referencia a un honestísimo oficio- llamado Javier Mariscal.

A su deleznable condición de okupa en una profesión que, hasta su llegada a lomos del socialismo del jefe de los GAL, reunía a profesionales contrastados entre los que he tenido el honor de figurar, añade la de siembraboñigas y co-creador, junto a lumbreras del pelaje de Ceseepe o El Hortelano, de lo que algunos conocemos como la cultureta de “El Chafardero Indomable”(*).

Javier Mariscal representa, con una exactitud de reloj suizo, el paradigma de esa condición tan carpetovetónica como es el recurso a la improvisación cutre, ante cualquier problema nacional de los muchos que este país ha padecido históricamente.

El rechazo de la cultura burguesa (o cultura ilustrada), única cultura posible para superar el analfabetismo proletario en todo el mundo, con argumentos tan sutiles como el de calificarla de “franquista”, no es que produzca arcadas intelectuales, es algo mucho más grave y de consecuencias incalculables.

Cuando el Partido Socialista Obrero Español alcanzó el poder, tras años de presiones más o menos discutibles desde el punto de vista democrático, se encontró con que, al liquidar al viejo partido histórico en el exilio, se había quedado sin uno de los recursos esenciales de toda formación política, como es su soporte intelectual; o sea, un conjunto de personalidades prestigiosas del ámbito cultural que le proporcionan una especie de garantía moral.

Pero, ”a este país no lo va a conocer ni la madre que lo parió”, dijo con su refinado estilo ese prodigio intelectual que es Alfonso Guerra, cuyos  más reconocidos méritos culturales consistieron en el desempeño de la dirección del TEU de la Universidad de Sevilla, eso sí, escuchando a Gustav Malher que, escasamente conocido en su barrio sevillano, le proporcionó el aura sagrada de pontífice cultural entre el entusiasta grupo de analfabetos frotachepas del que siempre supo estar rodeado, hasta que la historia y los españoles lo elevaron al pináculo del poder.

Una vez más el voluntarismo, la confianza en la magia de las palabras, fue el mísero recurso que la corta inteligencia de aquel líder encontró. Lo que proponía como cambio, no consistía en una revisión a fondo de los funestos argumentos históricos de nuestro pobre país; se trataba simplemente ( ¡Tó p’al pueblo!) de un cambio de nombres en la nómina de corruptos y trincones que han constituido secularmente la consecuencia, sino la causa, de los males que nos afligen desde el paleolítico.

La improvisación, virtud aclamada con entusiasmo por nuestra sociedad como signo de identidad nacional, frente a la reflexión, el estudio, la dedicación y la curiosidad que han encaminado siempre el progreso de este mundo, puso en evidencia de nuevo su fatal vigencia.

Si hacían falta intelectuales para constituir la imagen de la “nueva España” (¡otra vez!), se buscaban bajo esa premisa fundacional del socialismo moderno, que se expresa con la instrucción del “como sea y donde sea, ¡pero ya!”, o sea por ejemplo, entre los dibujantes de míseros “fancines” de El Rastro madrileño. Rojos, claro. O sea Javier Mariscal y sus acólitos.

El prestigio de lo cutre; de lo basto; de lo maleducado; de lo feo; de lo mediocre, no era el resultado de una sofisticada búsqueda, al estilo del malditismo parisino post-romántico. Era el resultado del afán de ejercer el poder a costa de lo que sea, por parte de quienes carecían del más mínimo repertorio cultural. Sin criterios todo vale. Y cualquiera es doctor, como muy bien decía el tango. 

De esa forma, y con ingentes inversiones para el lanzamiento de los nuevos talentos con cargo a los presupuestos del estado, el emborronapapeles Javier Mariscal se montó en marcha en el tren de la cultura progre del que nadie se apea, y esto es lo malo de estas cosas, aunque el poder político cambie de mano. Y ahí sigue. De Almodovar, que es el trasunto de Mariscal en el cine y con el que este prepara “un proyecto”, ya he hablado demasiado para sus méritos.

La irresistible ascensión de esta clase de rufianes de la cultura no suele tener más límite que el que poseen su propia estupidez y cinismo. O sea ninguno. Y hoy el Doktor Mariskal imparte cursos en la ya definitivamente devaluada Universidad Internacional de Verano de Santander.

Observad el incomparable “estilo” de este consumado artista, en la pluma de la becaria de turno, en El Mundo.
 

“Es como si Franco no hubiera muerto” dijo el diseñador Javier Mariscal para referirse a la situación actual del arte en España. “Parece ser que desde la gestión de los Presupuestos Generales del Estado hay unas tendencias políticas a dejar la cultura (sic)” Es obvio que nuestro héroe desconoce las más elementales reglas de la sintaxis y, lo que es aun peor, el significado elemental de los conceptos que manipula.

"Estos señores no sé si son hijos o nietos de Franco, pero están en las mismas: cultura es igual a rojos, igual a gente que no está de acuerdo con nuestras ideas...", declaro. "Alucino por un tubo, cultura es algo tan, tan importante que si no lo tuviéramos, nos estaríamos matando unos a otros", prosiguió para explicar que es la salsa que ayuda a la gente a convivir (la becaria tampoco es manca, la criatura).

"Si en algo hay que recortar hay que hacerlo en otro tipo de cosas, pero en enseñanza, educación y cultura, no", indicó para señalar que es algo básico para sobrevivir y tener una sociedad cada vez más justa. Aun así, se consideró una persona muy optimista (!) y puso como ejemplo su propia experiencia en la que empezó de cero y pasó de trabajar en una fábrica en la que empleaban a niños, a desarrollar su labor en un estudio en el que se crean conceptos e ideas. "Hoy en día me niego a ver sobre todo los telediarios", confesó para explicar que no sigue la actualidad a través de los medios de comunicación. "Si me leo algo de algún periódico son las contraportadas, alguna 'columnita' y algo de deporte para animarme y decir 'Hemos ganado la Copa Davis...'", prosiguió para indicar que prefiere no conocer las cosas malas que le destrozan el día. (¡Uffffh! ¡que tortura ochessss..!)

Como ilustración, utilizó su situación personal: "Hace un año fue desastroso para mí, en el estudio tuve que hacer una reconversión bestial y nos pilló completamente sin darnos cuenta debiendo muchísimo dinero a los bancos". "Yo no sé si el señor Rajoy es presidente de España, no lo he visto entrar ni salir de La Moncloa, cosa que me da mucho relajo", apuntó. "O la señora aquella, Santamaría, o quien sea con peineta...", añadió para reafirmar su desconocimiento de los asuntos políticos y del rescate económico que protagoniza las informaciones. "Por eso, no puedo hacer una viñeta de esta actualidad", concluyó.

(Fin de la reseña)

¡Y este tipo da conferencias de prensa y sus estupideces son publicadas!

Bueno, comprenderéis que, una vez comprobada la capacidad mental de este homínido, no queda nada por añadir. Su brillantez intelectual solo es comparable a la paupérrima calidad de sus garabatos.

Pregunta: ¿Qué demonios hace un incapacitado mental como este impartiendo una cátedra en la veraniega universidad de  La Magdalena, codeándose (espero que no) con gente de la talla de un Vargas Llosa?

Respuesta. Lo malo es que no hay respuesta, porque estas cosas ya ocurren aquí con tan automática frecuencia, que a nadie se le habrá ocurrido hacer la pregunta. Probablemente porque nadie se atreve. Tal es el poder que gentuza como este mariscal de pacotilla han ido acumulando entre un pueblo sobrado de soberbia ignorancia. Pueblo, por otra parte, que ya ha conseguido el prodigio de poseer (y eso debe de constituir otra “conquista” de la clase trabajadora) unos ídolos tan ignorantes como él mismo.

Pero aun hay algo aun peor, si cabe,… algunos amigos que cuentan con mi mayor respeto y cariño, y que me honran leyendo estas pobres ocurrencias, han sucumbido al dudoso encanto de este funesto personajillo, y esto me sume en una más de esas perplejidades que siembran mí ya de por sí (apaciblemente) inquieta existencia.

Será que tiene que haber de todo en la viña del Señor. Seguro.

Claro que luego uno bebe lo que le da la gana. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
 
 (*)Impagable periódico de historieta creado por el incomparable Cifré para “El Pulgarcito”, en el que trabajaba el legendario Reporter Tribulete, que en todas partes se mete.

PS
http://www.youtube.com/watch?v=glpfA6wL9NI&feature=player_embedded

En este enlace este mariscal de tebeo se nos muestra en su total y patética realidad. Si teneís valor podeis echarle un vistazo. Comprobareis que mi mala leche no ha exagerado en absoluto las "calidades" del sujeto, que ya en el '87 era idéntico a sí mismo. Entre otras lindezas declara  ".../...amar a una persona, o una cosa, que es lo mismo...". ¡Asombroso!


martes, 3 de julio de 2012

Vicente y los Argonautas

Bueno, pues sí. Ya somos historia futbolística. No futbolera, que es término post-moderno. Como bocata. Como cubata. O como mogollón.

Una buena parte de nuestro euro-afro-suramericano mundo ha seguido con creciente interés nuestro victorioso viaje a la Cólquida, en busca de ese nuevo Vellocino de Oro que es el triple triunfo consecutivo en las grandes competiciones de futbol. Luego hablaremos de los modernos Argonautas, y de la prudencia de Jasón-Vicente del Bosque.

Este acontecimiento mediático –que es lo que mayormente es en realidad–, gracias al incremento de espectacularidad proporcionado por la actual tecnología y a su difusión a escala global, supone una conmoción social de innegable importancia, que merece ser analizada desde múltiples puntos de vista.  

Por ejemplo; acabo de leer una columna de Gabriel Albiac, (http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20120702&idn=1503018495412) intelectual al que respeto y admiro, y con el que coincido a menudo en sus valoraciones, en la que plantea una reflexión muy interesante sobre el papel del juego–pasatiempo en relación con la angustioso paso del tiempo.

Al término de la lectura me vino casi automáticamente a la mente una anécdota de mí agitada adolescencia, en la que mi padre, tratando seguramente de reducir a lo esencial nuestra sempiterna diferencia de criterios en forma de bronca, me hizo una pregunta de carácter metafísico para la que, sorprendentemente, mi probada capacidad de respondón descarado no encontró entonces  respuesta.

La pregunta en cuestión fue planteada en los siguientes términos : “¿para que coño crees que estás en esta vida? ¿para divertirte? “. Confieso que el enigma existencial que me planteaba semejante interrogante me dejó absolutamente noqueado en aquel momento.

Finalmente, con los años, por fin alcancé la cordura y vi con meridiana claridad que, si bien seguía sin tener ni idea de para que estaba en esta vida, y lo que era todavía más grave, me importaba un bledo la respuesta, de lo que estaba convencido es de que para lo que seguro que NO estaba era para angustiarme con el paso del tiempo y la agónica idea de la muerte garantizada.

Y claro, como decía aquel, dos y dos son cuatro; lo mejor para seguir sin angustiarse con el paso del tiempo son, precisamente, los pasatiempos. Que por eso se llaman precisamente así. Naturalmente no soy tan rematadamente frívolo como para pensar que constituyen la esencia de la vida, pero se trata de algo a lo que no es prudente menospreciar, como suelen hacer de oficio muchas de esas exquisitas seseras que se esconden detrás de graves ceños fruncidos.

Sí, sí, esos mismos que a ese incomparable pasatiempo al que solemos conocer como el arte, tienen que colgarle una fúnebre túnica de graves pliegues pseudo–intelectuales, para que pase el fielato de sus angustiadas mentes.

Jugué al futbol en el patio del colegio, como el noventa por ciento de los chicos de mí generación que no pertenecían al diez por ciento restante de “nenazas”, aunque mi precoz tendencia al individualismo narcisista, pronto me hizo inclinarme por deportes de acrobacia, de esos que poseen fundamentos estéticos mucho más evidentes, mezcla de circo y ballet, como eran la gimnasia olímpica o los saltos de trampolín, que además en aquella época proporcionaban mucho más prestigio entre las chicas. No se olvide, además, que Tarzán era entonces para nosotros lo que Spiderman es ahora para los capullitos actuales.

A pesar de mi incorregible individualismo, siempre tuve un gran respeto por los equipos que han entendido con claridad que son eso : equipos. Nunca me importó mucho el hecho de que ganasen o no. Lo que admiraba era su ética deportiva y su correspondiente formulación estética. Me gustaba mucho el Barça de entonces. Era el equipo que jugaba bien y, aunque nunca ganase nada frente al Real Madrid, sabía perder muy bien, porque se entrenaba para ello continuamente.

Ahora resulta que el Barça sigue jugando muy bien, tal vez incluso mejor, pero han perdido algo. Todavía no han aprendido a ganar. Perdieron la clase que exhibían porque han abandonado su vocación. Se pasan la vida disculpándose y dando explicaciones de algo tan sencillo como es ganar en un juego. Antes tenían elegancia perdiendo y ahora se han convertido en unos paletos ganando.

Claro, todo empezó a fastidiarse cuando a alguien se le ocurrió la estupidez de decir que el Barça era algo más que un club de futbol. Supongo que se referían a que gozaba de una categoría similar a la de un club de bailarines de sardana que, como sabe todo cristo, son la vanguardia de la lucha por la emancipación nacionalista.

Eso me recuerda que, cuando estuve relacionado con la gente del comic, la frustración mayor de aquellos profesionales de eso tan extraordinario que es la creación de un tebeo, era la de que el mundo no los considerase artistas. Incluso trataron de presionar para conseguir hacerse conocer por el patético apelativo de décimo arte. Para echarse a llorar…

La selección nacional de España tuvo siempre, hasta hace seis u ocho años, una imagen de bonito envoltorio lleno de figuras rutilantes y dramáticamente vacío de juego, estilo y personalidad, que lo abocaba sin remedio al fracaso. Era exactamente la representación más fiel de una España cañí, que cubría habitualmente sus carencias debajo de un aparatoso disfraz de falsa alegría y aldeana retórica triunfalista.

Hasta ahora. Y algo que ahora me deja perplejo es la archidemostrada capacidad de nuestros deportistas profesionales actuales para entender mejor que otros aquello a lo que se dedican, y conseguir de esa forma imponer a sus competidores una maneras, un estilo, un lenguaje propio, que en definitiva es la clave para poseer la iniciativa y en consecuencia alcanzar el triunfo.

Digo que me deja perplejo, porque si admitimos que estas brillantes manifestaciones, que se llevan a cabo lejos de nuestros fronteras por primera vez en nuestra historia, simbolizan sin ningún género de dudas una realidad, de igual manera que lo hacían durante el penoso período anterior ¿dónde diablos está ahora esa brillante realidad?

Pero detengámonos un momento en la estructura de esos ganadores. Los individuales son otra cosa porque compiten entre sí al tiempo que lo hacen con sus adversarios extranjeros. Pero los que forman en equipos, están constituidos por un conjunto de profesionales que no representan a las regiones de las que proceden, precisamente porque son la selección del país.

¿Os parecería demasiado cogido por los pelos el argumento de que esa coherencia que representan el conjunto de unos deportistas formados, educados y desarrollados en diferentes orígenes regionales y que es el principal soporte del triunfo, pudiera ser que se originase y desarrollase precisamente por que en ese fenómeno están ausentes los inventos autonómicos?

Cuando Pelías-Florentino le negó a Jasón-Vicente del Bosque el trono del RealMadrid que había merecido sobradamente, este decidió partir hacia la Cólquida de las grandes competiciones en el Argos de la selección con sus fieles Argonautas, en busca de una preciada piel, legendaria e inalcanzable. El Vellocino de los títulos internacionales.

Y tras tres furiosas batallas frente a unos fabulosos adversarios que atemorizaban al mundo, Jasón-Vicente condujo con prudente maestría a sus Argonautas hasta el reino de Eates y ha regresado trayéndose del tirón, la ilusión, la recuperada confianza en el triunfo, y tal vez un poco de esa esperanza de la que algunos están verdaderamente necesitados.

¡Ah! Y, además, el pellejo de la dichosa oveja, claro.