Son tres.
La primera nos informa de la decisión del gobierno español
de votar en la ONU a favor del reconocimiento, por parte de esa organización,
de la Autoridad Palestina como Estado no Miembro.
La segunda, es la exhumación del cadáver de Yasser Arafat
para someterlo a un nuevo examen, por parte de una comisión “experta” , que
determine si la muerte del dirigente palestino fue debida a un envenenamiento.
La tercera, da cuenta de la petición al gobierno de Hungría,
por parte del líder del grupo parlamentario del partido de extrema derecha
Jobbik, de una lista de los judíos que representan una “amenaza para la
seguridad nacional”.
Respecto de la primera de estas pésimas noticias cabe decir
que, de los dos bloques en los que Europa se ve dividida con relación a la
demanda palestina, España ha escogido el peor. Como Francia, sin ir más lejos.
Es obvio que el resultado de la votación de la Asamblea
General de la ONU va a ser favorable a la petición. La mayoría de los estados
miembros de esa organización corresponde a aquellos en los que la democracia
brilla por su ausencia. Pero, en la práctica, nada cambiará sobre el terreno.
No existirá un Estado Palestino soberano hasta el momento en que Israel lo
reconozca. Y ese reconocimiento solo puede llegar si se alcanza un acuerdo
directo entre las dos partes.
Pero que un gobierno como el nuestro, que día tras otro nos
recuerda su posición de rechazo riguroso frente a las pretensiones negociadoras
de los terroristas de ETA y que no cesa en sus reproches a aquellos que han
contribuido a la presencia de los representantes de esos terroristas en la
instituciones, se avenga a colaborar en la consecución de un triunfo político,
no por más simbólico menos peligroso, de los representantes de otros
terroristas tan sanguinarios o más que los de la ETA, constituye una mezcla
repugnante de cobardía, ceguera y de falta de lealtad a unos principios que, al
parecer, aquí son de quita y pon.
Que un país como Francia lo haga, entra dentro de su
tradicional y peligroso juego diplomático, en relación al mundo árabe. Esa
actitud fue inaugurada por De Gaulle en 1947, con su complicidad en la fuga de
Amin Al-Husseini, muftí de Jerusalem y amigo de Hitler, cuando se encontraba
custodiado en Francia por acuerdo de los Aliados en espera de juicio. Esa perla
ya había sido condenado a muerte en numerosos países como criminal de guerra,
por las atrocidades llevadas a cabo por la 13 SSDivisión “Al-Handjar” creada bajo
su patrocinio con bosnios musulmanes.
Ese siniestro personaje, que pertenecía al mismo clan que la
madre de Arafat, fue en su día uno de los creadores de la actual galaxia
terrorista palestina. Francia pues, siguiendo esa inercia suicida de mirar para
otro lado, con consecuencias como la del actual ambiente socialmente explosivo
en los barrios mayoritariamente musulmanes de las grandes ciudades, se enfrenta
un futuro cada día más inquietante.
Por otra parte, el triunfo de este intento proporcionará a
los palestinos la posibilidad, por ejemplo, de denunciar ante el Tribunal Penal
Internacional al estado de Israel, cosa que no podía llevar a cabo siendo
simplemente una organización terrorista, como hasta ahora. Pero esa plataforma
no tendrá consecuencias penales, naturalmente, y la AP lo sabe perfectamente.
Pero, claro, es que ella no persigue ese fin. Su objetivo es una vez más el de
jugar sus cartas en el tablero en el que sabe que gana la partida mano a mano :
el de la propaganda. El TPI es un púlpito más desde el que proclamar la culpa
secular de los judíos.
Las declaraciones de nuestro ministro de Asuntos Exteriores
pretextando una supuesta contribución a la paz en la zona, no pasarían de ser
una simpleza intolerable, en alguien con su nivel de responsabilidades, si no
fuera porque refuerzan la posición de una de las partes del conflicto.
Una parte que no ha desperdiciado, hasta la fecha, ni una
ocasión de apoderarse repetidamente de las portadas de todos los medios de
comunicación mediante la estrategia de acudir a las mesas de negociación
durante meses, cuando tenían decidido de antemano romperlas en cuanto ya no
quedasen más aplazamientos para la firma de esos acuerdos.
Que todo un ministro de Exteriores de un país como España
ignore una estrategia tan grosera no es admisible. Israel hace años que propone
sin éxito la única forma de solucionar el conflicto: negociaciones directas y
sin intermediarios entre la llamada Autoridad Palestina y el Estado de Israel.
Pero esa mesa de negociación ha sido, es y será rechazada, simplemente porque
implicaría el desenmascaramiento de los verdaderos fines de los palestinos y de
sus patrocinadores, como son la destrucción del Estado de Israel, y la
expulsión de Occidente de la zona.
Este gobierno, como los anteriores, no sabe qué hacer frente
a ese conflicto. Pero considera desaconsejable inclinarse por un estado, que es
el único en la zona con el que compartimos los principios de nuestra
civilización. O sea con nuestro único y auténtico aliado. Seguramente algún día
tendremos que lamentarlo.
Respecto de la segunda noticia, esta no sería seguramente
más que una anécdota, propia de una película de bajo presupuesto, sino fuera
porque pone al descubierto algunos de los aspectos más abyectos del
antisemitismo.
En un reciente artículo, el filósofo P.A.Taguieff
reflexionaba sobre el origen y desarrollo de uno de los postulados de ese
eterno antisemitismo, como es el de calificar al pueblo judío de “conspirador”.
Aunque el pináculo del monumento a esa “cualidad judía” lo constituye sin duda
el libelo “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, la cosa viene de mucho más
lejos en la historia.
Sayyid Qutb (1906/1966), miembro eminente de la secta de los
Hermanos Musulmanes, comentaba la sura V del Corán en estos términos, “…desde los primeros días del Islam, el
mundo musulmán debió afrontar los problemas derivados de los complots judíos
[…] Sus intrigas han continuado, y siguen urdiendo otros nuevos hasta el día de
hoy.” Esas intrigas serían una tendencia permanente en el espíritu judío,
al igual que su propensión a la mentira y sus inclinaciones criminales.
Existen al parecer para los musulmanes una tradición en los
envenenamientos judíos, que se remontaría hasta el intento de asesinato por ese
método del propio Profeta. Este hecho habría tenido lugar cuando, con motivo de
la derrota de la tribu judía de los Banû Nadhîr en la batalla de Khaybar, en el
628, una viuda de esa tribu trató de vengarse, matando a Mahoma mediante el
envenenamiento de un plato de cordero que este se disponía a comer. Según la
leyenda, el propio cordero habría producido el prodigio de hablar, para
prevenir a aquel santo varón del peligro que corría si le hincaba el diente.
A partir de esta y otras leyendas parecidas, según Al-Tabarí
el más ilustre de los historiadores árabes, “Los
que mueren envenenados son también mártires”. Y si la mencionada batalla de
Khaybar representa en la cultura islámica el símbolo de la victoria musulmana
sobre los judíos, el intento de envenenamiento del Profeta por la mujer judía
ha legitimado la acusación del pueblo judío como complotadores y envenenadores
para la eternidad.
Si juntamos estos datos con la sospecha difundida acerca de
la muerte de Yasser Arafat a causa del polonio que le habrían inoculado agentes
judíos, tendremos el cuadro de referencia en el que situar el previsible
hallazgo de las pruebas irrefutables de un siniestro complot sionista, y la proclamación del archi-terrorista Arafat
como mártir de la causa.
La tercera mala nueva del día es la que refiere que un
sujeto llamado Marton Gyongyosi, líder del grupo parlamentario del partido de
extrema derecha Jobbik, tercera fuerza política del país, pretende que el
gobierno redacte la lista de aquellos judíos que puedan representar “un peligro
para la seguridad del país”.
Esa lista incluiría a miembros del propio parlamento. Esta
demanda se ha producido tras la afirmación por parte del ministro de Asuntos
Extranjeros, Zsolt Nemeth, de que Budapest estaría a favor de una solución
pacífica del conflicto israelo-palestino, que satisficiese a la vez a los
israelíes de origen húngaro, los judíos húngaros y a los palestinos de Hungría.
A esta declaración le ha respondido el tal Gyongyosi que
Nameth se había apresurado a aliarse con Israel, según la agencia Hungary.hu. “ Yo sé cuantas personas de ascendencia
húngara viven en Israel y cuantos israelíes viven en Hungría. Pienso, asimismo,
que ese conflicto representa una buena ocasión para censar a las personas con
antecedentes judíos que viven aquí, particularmente en el parlamento y en el
gobierno húngaros, y que representan un riesgo para la seguridad nacional.”
Gusztav Zoltai, presidente de la Asociación de
congregaciones judías de Hungría, le respondió declarando, “Yo soy un superviviente de la Shoah. Para la gente como yo, esto
provoca muchos temores, incluso si sabemos que no persigue más que fines
políticos. Pero es una vergüenza para Europa…una vergüenza para el mundo.”
Como era de esperar, posteriormente, el líder fascista se
disculpó cobardemente, escondiéndose tras una supuesta mala interpretación de
sus palabras. En las últimas elecciones húngaras, en 2010, el partido Jobbik
obtuvo un 16,67% de los votos y 47 escaños en el parlamento.
Hay días que sería mejor no levantarse.