No hace mucho me tropecé con la historia de un antiguo
agente del KGB, Youri Alexandrovitch Bezmenov conocido hoy como Tomas David
Shuman, desertor en su día y ciudadano canadiense en el presente.
Su caso no provocaba mayor interés para mí desde el punto de
vista de su aventura, pero había un aspecto en el personaje que me llamó la atención.
A finales de los años ochenta, tras la desaparición del
imperio soviético, el bueno de Youry había tomado la decisión de explotar los
activos depositados en la caja fuerte de su memoria. Hasta ahí tampoco había
nada de original, respecto de similares iniciativas de otros fontaneros
reconvertidos.
Pero donde el tema bifurcaba del camino banal para
adentrarse en una vía interesante era en el terreno escogido por el ex–espía
para exponer sus experiencias.
No había en esa opción nada que la relacionase con una
secuela de alguna película de James Bond. No. Más bien tendía a acercarse,
salvando las distancias, a los criterios del primer analista geopolítico de la historia, que
fue Herodoto, pero con la imagen de los patéticos y verosímiles funcionarios del
MI 6 de los relatos de Graham Green.
Empezó por hacerse contratar por universidades y otros
organismos académicos para desarrollar unos seminarios sobre su experiencia
profesional. Con una notable seriedad y rigor analítico, expuso en profundidad
la situación geopolítica mundial de los años cincuenta; los posicionamientos
respectivos de las principales potencias; los objetivos planteados por sus
superiores en el inicio de la guerra fría; y por último las diferentes
estrategias diseñadas por el estado mayor de su agencia para la consecución de
dichos objetivos.
Cuando empezó su descripción de la estrategia general
planteada al principio de los años sesenta, arrancó con un dato que dejó
boquiabierto al auditorio y a mí mismo, cuando escuché la grabación del
seminario.
La sorpresa saltó cuando comencé a oír hablar a este experto
del otro juego; del “Gran Juego” y, nada
más sonar la campana del primer round, me dejó KO con este increíble dato :
“Las tácticas de desmoralización,
subversión y desestabilización de las sociedades civiles occidentales, eje
fundamental de la estrategia general para la voladura del sistema capitalista,
estaban basadas en las teorías del gran
estratega clásico chino Tsun Tzu, que nos alecciona de cómo vencer al enemigo
sin disparar un tiro, y se plantearon para un horizonte temporal en torno a los 15 o
20 años”
¿¿¿¿Un plan a 20 años vista, en el siglo XX????
Naturalmente, al enumerar los escenarios potenciales de las
diversas acciones y su extensión geográfica, la primera cuestión que aparecía
era la enorme complejidad con la que se enfrentaba la coordinación de todo aquel
tablero en el que estaba planteado el gran juego.
Y en esa cuestión es dónde encontraban encaje los
prolongados plazos previstos para su desarrollo. “Esos plazos son los necesarios
para adoctrinar a toda la generación designada como vector central del plan”.
Los objetivos tácticos a alcanzar se inscribían en el entorno
de la infiltración y propaganda en todos los círculos de la vida social de
occidente. Centros de decisión político-económicos; sindicatos; centros
religiosos; ejército; universidades e institutos; medios de comunicación;
gabinetes de líderes de opinión etc.
El amigo Youry, desempeñó labores distintas a lo largo de
sus casi veinte años de servicio en el exterior; tomó parte en el
establecimiento de las redes, estaciones de enlace y centros regionales de
coordinación, y ahora exponía, con una lógica sin fisuras, la calma y la
meticulosidad que requería la tarea de establecimiento y ensamblaje de todas las piezas de
aquella compleja estructura.
De vez en cuando ilustraba la descripción de aquella labor
con el relato de alguna operación en concreto y es de destacar la apariencia que denotaba
la figura del agente descrito,
más bien propia de un profesional de las relaciones públicas o de un burócrata, que de la mítica imagen que solemos tener del
mismo.
Hay que consignar aquí que, en un larguísimo colofón, la
conferencia acabó transformando al agente Youry en una especie de “padre” Youry, que colocó un indigesto vademecum de consejos morales
pseudo-religiosos
al sufrido auditorio, recomendádolos como medidas de defensa a adoptar, ante posibles
agresiones futuras de naturaleza similar a la descrita.
(Como todos sabemos, los senderos de las vocaciones tardías son inescrutables).
Lo queda en el aire –no hay que olvidar que las conferencias
están grabadas a final de los años ochenta– es el destino que tuvieron las
estructuras expuestas en el relato, a partir del colapso de la Unión Soviética.
¿Qué ocurrió con las redes establecidas en los diversos
países? Es cierto que sobre el destino de algunos de los cuadros de la agencia
algo sabemos; léase el brillante itinerario del tovarisch Putin sin ir más lejos. Pero la cuestión es de mucho más
calado.
Sobre todo ¿qué resultados prácticos obtuvieron durante los
casi treinta años que estuvieron en plena actividad? ¿qué consecuencias han
tenido, o pueden tener aún, los programas puestos en marcha en su momento, en el
terreno del adoctrinamiento, la intoxicación y la identificación personal con
los objetivos de la lucha?
No hay respuestas verificables para nada de esto.
Lo que sí sabemos es que, en el momento del desmoronamiento
definitivo en 1991, la agencia se fragmentó en cuatro divisiones y, de igual
modo que otros organismos fuertemente jerarquizados, como el propio ejercito
rojo, se hundió temporalmente en la desorganización y el desconcierto.
Las redes quedaron en su mayoría a la intemperie y libradas
a su propia iniciativa, al carecer de cobertura. Sería escasamente útil especular
sobre lo ocurrido en cada caso.
Lo que es indudable es que la labor de
subversión emprendida desde finales de los años cincuenta, y que sobrevivió hasta
finales de los años ochenta, tuvo un protagonismo central, aunque con diferentes
intensidades, en todos los acontecimientos políticos notables que tuvieron lugar en
el mundo occidental de aquella época.
A mi juicio, no se trata tanto de valorar su intervención
concreta, por ejemplo, en la revuelta juvenil de los sesenta que contribuyó
decisivamente a los cambios socio-políticos operados por nuestras sociedades.
Porque si bien seguramente fue importante la intervención de
algunos elementos concretos que ya hubieran experimentado la influencia de los programas a
lo largo de su formación, estos siempre actuarían, seguramente, dentro de un
conjunto más complejo y combinados con otros agentes socio-culturales.
Tambien es indudable la influencia que tuvo en los círculos
intelectuales del momento, en los que los debates consistieron, tal vez más
intensamente que otras épocas, en cruces e incluso colisiones de profundas introspecciones filosóficas, con radicales
posicionamientos políticos y apresuradas adscripciones a ideologías
revolucionarias.
El marxismo desplegó todo su amplio abanico de disidencias, acompañado en esa danza
por los múltiples interpretes de Trosky, que en occidente tenían su última
frontera desde los tiempos de Stalin. Y la discusión sobre la represión alcanzó
su éxtasis con asuntos como el realtivo a la siquiatría y a su reciente epìgono la anti-siquiatría. Asunto este último en el que los adictos a
la URSS tendrían mucho que contar, seguramente.
Pero en mí opinión, dónde me parece que su presencia activa fue
más decisiva, ha sido en dos escenarios sociales de primer orden. En uno, el
del trabajo, con las presiones socio-laborales de los años setenta y ochenta, y
en el otro, el de la enseñanza, con su influencia decisiva en la revisión de los modelos de educación. Presencia que se produce, por otra parte, como resultado de su importante penetración en el
seno de los sindicatos.
En el primer caso, la presión ejercida sobre los estados, para
ampliar los márgenes de la protección social más allá de la existente cobertura del desempleo y a la sanidad, fue poco a poco empujando a los
diferente gobiernos a salirse del modelo del estado social, que procedía directamente de las estructuras de
asistencia social inventada por Bismarck en el siglo anterior, e iniciar la marcha hacia otro modelo
de estado socializado, de tinte
claramente socialista.
Se le llamó “estado del bienestar”, y en él el ciudadano fue
adoptando un papel cada vez más reivindicativo, consistente en la reclamación de unos supuestos derechos innatos al disfrute
de los más variados bienes y servicios, como por ejemplo el derecho al trabajo o a la vivienda.
Esto, en definitiva, constituía un
cambio de paradigma: desde el del esfuerzo, al de
la asistencia.
En el asunto de la implantación y desarrollo del estado de
bienestar tenemos hoy las peores expectativas desde el punto de vista
económico. Un estado, no solo hipertrofiado por su estructura sino, sobre todo,
quebrado por la imposibilidad de financiar el número creciente e ilimitado de
sus compromisos sociales, si ya sería inviable en un universo socialista como
la historia se ha encargado de demostrar dramáticamente, enclavado en una sociedad capitalista
es un puro suicidio.
Esto sin contar con que para muchos ciudadanos de los países
periféricos, que no solo carecen de trabajo en ellos, sino que tampoco albergan la
esperanza de hallarlo, ante la alternativa de elegir entre ser un parado sin subsidio en su
país y serlo en el occidente de la asistencia social generalizada, la elección
no ofrece duda. De hecho ya existe una corriente de emigración exclusiva hacia la
seguridad social.
En el terreno de la enseñanza las consecuencias han seguido
un itinerario más largo. Tan largo como el camino recorrido por la primera generación
influida por el programa de subversión hasta llegar a los puestos de
responsabilidad docente.
A partir de entonces y ocupando ya cargos decisivos en los
sindicatos y organismos profesionales, la labor de adoctrinamiento y de
influencia cultural empezó a realizarse en progresión exponencial y, como es lógico,
las consecuencias en ese terreno resultaron infinitamente más graves, dadas las
escasas posibilidades de reversibilidad del proceso.
Por otro lado, una sociedad que educa a sus futuros
ciudadanos con una masa enseñante deficientemente preparada, desde el punto de
vista estrictamente docente, y además cargada con una ideología caduca y lastrada por un rencor social de cerca de sesenta años de antigüedad, está
empedrando su camino hacia un desastre que supondrá un coste de varias generaciones perdidas para la sociedad. En
el mejor de los casos.
Aclaro que no estoy refiriéndome a nuestro país en particular
sino a un llamado mundo occidental en el que, desde la eficaz siembra de dudas que
puso en marcha la subversión de la que estamos hablando, el ciudadano está
alcanzando unas cotas de pérdida de confianza y rechazo autodestructivo de su
propia civilización, que no pronostican la aparición de ninguna alternativa
tranquilizadora.
Y si además se empecina en exigir la puesta en marcha de un estado social utópico, teniendo en cuenta que toda utopía siempre prepara el terreno al
totalitarismo, no hay mucho más que decir.
Además, a estas
consecuencias hay que añadir otros efectos secundarios, no previstos en el plan primitivo, que
representan hoy la actualidad más cotidiana entre nosotros.
El avance de las actitudes antisistema, más o menos
encubiertas, que hoy pueblan las páginas de todo tipo, impresas o electrónicas,
y los espacios cívicos ocupados por grupos más o menos indignados en muchos
países, parecen síntomas del éxito creciente de aquella lejana iniciativa.
La instrumentalización de los espacios públicos, como arma
de extorsión social a la democracia, fue perfeccionada por las SA nazis frente
a la República de Weimar hasta el virtuosismo. Incluso es considerada por muchos historiadores como el factor decisivo del
triunfo electoral de la peste parda, en los comicios alemanes de septiembre de
1931, que señala el arranque de su irresistible ascensión.
La estrategia de desestabilización de la que vengo hablando,
tiene una indudable responsabilidad en el revival de esa práctica a partir de
los años sesenta, como medio de chantaje al estado por parte de los
innumerables grupos antisistema surgidos a partir de aquellas fechas.
Grupo estos de los que derivarán posteriormente las actuales
bandas autodenominadas pomposamente “tribus urbanas”.
De lo que se trata en realidad es de sectas de idólatras. De
la cuerda de los ecologistas y otros adoradores del mito del “medio ambiente”,
sembradores de mugre “bio” en las espacios salvajes. De los fundamentalistas de
la salud ajena y las ligas anti-tabaco, entusiastas del botellón. De los detractores
del sacrificio de animales pero, a su vez, partidarios de la eutanasia eugenésica.
De los okupas enemigos de la propiedad; ajena, naturalmente. De los devotos
predicadores del ateísmo. De los fustigadores de la familia que se pelean por
el matrimonio gay… en fin, gente sin contradicciones, como se ve.
A todos los cuales, por cierto, no se les recuerdan
manifestación reivindicativa alguna contra la conculcación de esos mismos “derechos”
que reclaman violentamente, ni de otros más sangrantes y urgentes como la
proscripción de los Derechos Humanos, en los estados totalitarios que los
inspiraron y financiaron en su día.
Así mismo surgieron entonces los embriones de los nuevos
nacionalismos, con sus fantasmagóricas pero sanguinarias guerras de liberación
nacional (FLNA; ETA ; FLNC; FLNP), y toda clase de grupúsculos armados
envasados en el gran paquete anti-imperialista (R.A.F. ; Brigate Rosse; Black
Panthers). Inspirados todos ellos por el canon marxista-leninista, e iluminados por el espectro santificado de un
psicópata global llamado Ernesto Gevara.
Por cierto, estos últimos trataron de vampirizar, y lo consiguieron
a veces, a los (esos sí auténticamente indispensables) movimientos pro derechos
humanos de los EEUU de la época.
Otros de los divertidos experimentos de esa era tan creativa
los constituyeron los inventos
geoestratégicos. Por ejemplo el que consistió en crear el hasta entonces
inexistente “pueblo palestino”.
Diseñado desde la A a la Z por el KGB y Nasser para servir de peón-víctima
en el tablero socialista/laico del
Oriente Medio de los ’60, en la actualidad ha cambiado de cliente y ahora se
alquila (siempre como carne de cañón) a los organizadores de la embestida clerical/islamista de nuestros días, con
la judeo-fobia como cordón umbilical.
Y, mientras tanto, esa eficiente criatura de los totalitarimos sigue practicando su fructífero racket a
los estados europeos que con sus millones de euros contribuyen, sobre todo, a
incrementar las fortunas personales de toda clase de corruptos sin escrúpulos,
como lo fue en su día el terrorista Yashir Arafat.
Pero, pese a que todos o casi todos ellos nacieron en los
tiempos de la subversión, estos son problemas de los que nos podremos ocupar en
otra ocasión.
Hoy, las mencionadas sectas, avanzando por la senda dejada atrás por el
retroceso de las democracias, presionan de manera incesante a los estados,
extorsionándolos en las calles y empujándolos a intervenir en áreas cada vez
más privadas como son las creencias, las costumbres y aficiones particulares, o
la propia salud.
Estas acciones de acoso tienden a quebrar cualquier territorio
donde se manifieste la individualidad de los sujetos, tratando de someterlos a
una masa manejable. No se si George Orwell se habrá inspirado en síntomas
parecidos para describirnos ese estado paternalista y asfixiante del Big
Brother, al que parecen propender con sumo entusiasmo tantos de nuestros
conciudadanos hoy en día.
En términos generales podríamos estar ante una novísima
versión, eso sí, mucho más insidiosa, del sempiterno “asalto al estado”
totalitario. Una versión en cámara lenta de la
Marcha sobre Roma, el Putch de la Cervecería o el Asalto al Palacio de
Invierno.
¿Será “La Crisis” la prueba de la culminación inesperada de
aquel lejano proceso subversivo?
Los sociólogos están hablando desde hace tiempo de un cambio imparable en el sistema. La pregunta es : si se produce ese
cambio en nuestro sistema democrático ¿hacia dónde podría orientarse la
transformación? Me da mucho miedo especular sobre una respuesta a esa pregunta.
La conclusión a la que me lleva toda esta relación de malas
noticias es algo arriesgada, en términos estrictamente intelectuales, y no la expresaré.
Pero su
versión literaria no me disgusta:
“Érase una vez una organización muy poderosa que depositó en el territorio de
sus enemigos una bomba, que resultó ser el colmo de la sofisticación en
materia de ingenios de demolición.
Pero no lo fue porque hubiesen sido capaces de inventar
un prodigio técnico semejante. La explicación es aún más fantástica: un monstruo
que se escapó al control de su Dr. Frankestein.
La bomba en cuestión fue diseñada para hacer explosión
muchos años después de colocada. Pero algo salió mal y sus propietarios,
vencidos y arruinados, la abandonaron armada en el lugar en el que la habían
colocado.
Sin embargo, llegado el momento, y por alguna razón inexplicable,
la bomba no explotó. Pero, a pesar de ello, su contenido empezó a contaminar el espacio de manera
no prevista. Su efecto, con el tiempo, se fue incrementando exponencialmente como si fuera una
bola de nieve; y lo más asombroso del caso es que provocó en los destinatarios
una inesperada situación crítica de tal magnitud, que acabó constituyendo la
gran victoria póstuma de sus antiguos dueños, inventores y colocadores”.
Sujetos que, por cierto, observan el fenómeno asombrados, mientras van convirtiéndose aceleradamente en unos expertos imitadores de sus antiguos adversarios.
Aunque, la verdad sea dicha, un poco horteras.
¡…los pobres!
Vemos los títeres pero nos hacemos todos la pregunta: "¿hay algún titiritero? O son títeres autónomos como el Pinocho de Collodi? En realidad la bomba la pusieron en el siglo XVIII un tal Sade y sus amigos, grandes admiradores de la obra de Guillotin. Y es cierto, tu blog va camino de convertirse en la tercera parte del Quijote... Es lógico, ante la mediocridad actual todos queremos contar algo distinto, nuevo e inteligente, para distinguir nuestra voz de los rebuznos habituales. Me ha encantado, por cierto.
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