Acabo de leer un par de artículos sobre el papel que ha
desempeñado, hasta el momento, el gobierno francés en el conflicto de Siria, y
las expectativas que se presentan actualmente, en cuanto a su futura actitud al
respecto. En él se hace repaso de la reciente política desarrollada por Francia
en otros conflictos de la denominada por algunos la “Primavera Árabe”.
Y a medida que iba leyendo las diversas opiniones que
suscita en los medios más o menos especializados la mencionada política, me
venían a la memoria las crónicas a las que tuve acceso en su día, sobre la
actitud de los diversos gobiernos democráticos occidentales ante la Guerra
Civil Española.
Ni uno puede bañarse dos veces en el mismo río, como
afirmaba el clásico, ni la historia puede repetirse, por idénticas razones.
Pero…
Pero a veces la analogía entre situaciones históricas es turbadora.
Y esa analogía no corresponde únicamente a las anécdotas concretas, a los
hechos históricos. También responde a las causas profundas que desencadenan los
mencionados hechos.
Veamos. En los años previos al estallido de la guerra civil,
dos sistemas políticos de carácter totalitario se había asentado sólidamente en
la URSS y en la Alemania Nazi.
Su existencia dependía, como es de rigor en todo sistema de economía planificada, de una política territorial expansionista. Esta seguía el patrón imperialista decimonónico, con retraso, en el caso alemán, y la tradición zarista en el caso ruso.
Su existencia dependía, como es de rigor en todo sistema de economía planificada, de una política territorial expansionista. Esta seguía el patrón imperialista decimonónico, con retraso, en el caso alemán, y la tradición zarista en el caso ruso.
Pero independientemente de las conquistas territoriales, que
figuraban como elementos vitales en su ADN político, comenzó entonces la era de
las esferas geográficas de influencia, de acuerdo con el concepto recién
inaugurado de la geo-estrategia.
Y ahí es donde, provocado por factores
de variada índole entre los que ocupaba un lugar preeminente el ambiente
pre-revolucionario que el final de la Gran Guerra y la Revolución Bolchevique
habían extendido por toda la Europa continental, el conflicto español se convierte en un problema
internacional, dentro de las tensiones propias a la existencia de las
mencionadas áreas de influencia.
Y aunque hay que decir que también tuvo que ver en aquel malentendido la interpretación aportada por determinadas “malas conciencias” de unas sociedades que envolvieron su cobardía en un fantasmagórico Comité de No Intervención, la contumaz leyenda que ha sustituido hasta el momento a la verdadera historia del conflicto español nos priva en cierto modo de un inquietante, pero interesante, paralelismo ente aquel episodio y las actuales situaciones.
Situaciones, las recientes, creadas por unos conflictos a
los que púdicamente se evita denominar por su verdadero nombre de guerra civil, camuflándolos con eufemismos
tan estúpidos como el de “primavera árabe”.
La actitud benévola que se mantiene frente a la actual
revolución islamista, por parte de las democracias occidentales, es
patéticamente simétrica a la que aquellas potencias capitalistas observaban
respecto de la revolución marxista que se planteó en España, ya a partir de1934,
y que culminó con el estallido de la guerra civil en 1936.
El romanticismo revolucionario que hizo acudir entonces a
muchos brigadistas internacionales al
escenario español, no difiere en casi nada, en cuanto a actitud personal, al de
los multicolores grupos jihadistas
que intervienen en los países árabes en conflicto.
Lo que realmente se esta ventilando en esos sangrientos
escenarios es una guerra entre dos bandos de asesinos totalitarios, los suníes
y los chiíes, cuyas intenciones, una vez alcanzada la victoria sobre sus
adversarios, es la de establecer una dictadura teocrática, cuyas
características socio-religiosas no difieren en nada de las perseguidas hace setenta años por los
marxistas o los fascistas en España, en cuanto a la aniquilación
de la libertad individual se refiere.
Porque, en el fondo de todas esas sectas místicas, a la hora
de la verdad, lo de menos son las diferencias que puedan existir entre sus
respectivos evangelios y santorales.
Las posturas de las sociedades civilizadas respecto de esa
guerra civil, surfea hoy las olas de los diversos intereses estatales o regionales
en organizaciones supranacionales como la ONU, de forma idéntica a como lo
hicieron en su día en la funesta Sociedad de Naciones.
Actitudes ambiguas, rasgado de vestiduras cara a la galería,
intervenciones más o menos clandestinas, venta de armas y actuaciones de
servicios de inteligencia, etc, repiten una partitura en la que la experiencia
vivida hace más de esos setenta años no parece haber alterado ni un solo compás.
Y lo que es aún más imperdonable es que el único rasgo que
diferencia a ambos hechos, como es la serie encadenada de escenarios en Túnez,
Libia, Egipto…, camino de Damasco, nos ha proporcionado ya alguna prueba
irrefutable del fatídico rumbo que recorre esta “experiencia primaveral”, y de la
fisonomía del puerto de destino, sin que parezca que todo ello haya influido en
la errática y errónea política que seguimos aplicando, ni que nadie se haya caído del caballo.
En Mayo de 1937, en Barcelona, estalló otra guerra dentro de
la guerra entre diversas organizaciones armadas, para dirimir las esferas de
poder dentro de la llamada República Española. Hoy en día, en estos conflictos,
las tensiones entre los diversos grupos, que participan teóricamente con un
mismo objetivo, es permanente y la saña con la que se aniquilan unos a otros
evoca sin remedio aquellas sangrientas jornadas, en torno al edificio de la
Telefónica de la capital catalana.
La “desaparición” de líderes de alguna de esas bandas a
manos de sus rivales compañeros de trinchera, no tienen nada que envidiar a los
episodios españoles de retaguardia, como el asesinato del líder del POUM,
Andrés Nin, a manos de los sicarios de Stalin.
Todas las guerras civiles se parecen pero, como sostenía Vladimir
Illich Ulianov alias “Lenin”, la ventaja indudable que tiene para la revolución
el que esta se produzca dentro del escenario de una guerra civil, es que así
como en una guerra entre naciones acaba por una paz entre vencedores y vencidos
que supone alguna clase de compromiso, en el caso de la guerra civil esta
culmina siempre por el aniquilamiento sin contemplaciones del enemigo.
Entonces, en 1936, dos sectas de asesinos se apoderaron de
una vieja y noble nación para llevar a cabo sus delirantes experiencias, con
los siniestros resultados de todos conocidos. De todas formas, ganase quien ganase, el resultado hubiese sido el mismo. Una dictadura. Eso mismo está ocurriendo actualmente en esos otros venerables
horizontes del Créciente Fértil.
¡Y esperemos que las semejanzas se detengan ahí, y que esta
nueva prueba de ceguera y cobardía no represente, como entonces, el umbral de
un desastre aún mayor!
Porque, en ese caso, podría ser el definitivo.
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