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viernes, 22 de marzo de 2013

Una contumaz cobardía

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Acabo de leer un par de artículos sobre el papel que ha desempeñado, hasta el momento, el gobierno francés en el conflicto de Siria, y las expectativas que se presentan actualmente, en cuanto a su futura actitud al respecto. En él se hace repaso de la reciente política desarrollada por Francia en otros conflictos de la denominada por algunos la “Primavera Árabe”.

Y a medida que iba leyendo las diversas opiniones que suscita en los medios más o menos especializados la mencionada política, me venían a la memoria las crónicas a las que tuve acceso en su día, sobre la actitud de los diversos gobiernos democráticos occidentales ante la Guerra Civil Española.

Ni uno puede bañarse dos veces en el mismo río, como afirmaba el clásico, ni la historia puede repetirse, por idénticas razones. Pero…

Pero a veces la analogía entre situaciones históricas es turbadora. Y esa analogía no corresponde únicamente a las anécdotas concretas, a los hechos históricos. También responde a las causas profundas que desencadenan los mencionados hechos.

Veamos. En los años previos al estallido de la guerra civil, dos sistemas políticos de carácter totalitario se había asentado sólidamente en la URSS y en la Alemania Nazi. 

Su existencia dependía, como es de rigor en todo sistema de economía planificada, de una política territorial expansionista. Esta seguía el patrón imperialista decimonónico, con retraso, en el caso alemán, y la tradición zarista en el caso ruso.

Pero independientemente de las conquistas territoriales, que figuraban como elementos vitales en su ADN político, comenzó entonces la era de las esferas geográficas de influencia, de acuerdo con el concepto recién inaugurado de la geo-estrategia.

Y ahí es donde, provocado por factores de variada índole entre los que ocupaba un lugar preeminente el ambiente pre-revolucionario que el final de la Gran Guerra y la Revolución Bolchevique habían extendido por toda la Europa continental, el conflicto español se convierte en un problema internacional, dentro de las tensiones propias a la existencia de las mencionadas áreas de influencia.

Y aunque hay que decir que también tuvo que ver en aquel malentendido la interpretación aportada por determinadas “malas conciencias” de unas sociedades que envolvieron su cobardía en un fantasmagórico Comité de No Intervención, la contumaz leyenda que ha sustituido hasta el momento a la verdadera historia del conflicto español nos priva en cierto modo de un inquietante, pero interesante, paralelismo ente aquel episodio y las actuales situaciones.

Situaciones, las recientes, creadas por unos conflictos a los que púdicamente se evita denominar por su verdadero nombre de guerra civil, camuflándolos con eufemismos tan estúpidos como el de “primavera árabe”.

La actitud benévola que se mantiene frente a la actual revolución islamista, por parte de las democracias occidentales, es patéticamente simétrica a la que aquellas potencias capitalistas observaban respecto de la revolución marxista que se planteó en España, ya a partir de1934, y que culminó con el estallido de la guerra civil en 1936.

El romanticismo revolucionario que hizo acudir entonces a muchos brigadistas internacionales al escenario español, no difiere en casi nada, en cuanto a actitud personal, al de los multicolores grupos jihadistas que intervienen en los países árabes en conflicto.

Lo que realmente se esta ventilando en esos sangrientos escenarios es una guerra entre dos bandos de asesinos totalitarios, los suníes y los chiíes, cuyas intenciones, una vez alcanzada la victoria sobre sus adversarios, es la de establecer una dictadura teocrática, cuyas características socio-religiosas no difieren en nada de las perseguidas hace setenta años por los marxistas o los fascistas en España, en cuanto a la aniquilación de la libertad individual se refiere.

Porque, en el fondo de todas esas sectas místicas, a la hora de la verdad, lo de menos son las diferencias que puedan existir entre sus respectivos evangelios y santorales.

Las posturas de las sociedades civilizadas respecto de esa guerra civil, surfea hoy las olas de los diversos intereses estatales o regionales en organizaciones supranacionales como la ONU, de forma idéntica a como lo hicieron en su día en la funesta Sociedad de Naciones.

Actitudes ambiguas, rasgado de vestiduras cara a la galería, intervenciones más o menos clandestinas, venta de armas y actuaciones de servicios de inteligencia, etc, repiten una partitura en la que la experiencia vivida hace más de esos setenta años no parece haber alterado ni un solo compás.

Y lo que es aún más imperdonable es que el único rasgo que diferencia a ambos hechos, como es la serie encadenada de escenarios en Túnez, Libia, Egipto…, camino de Damasco, nos ha proporcionado ya alguna prueba irrefutable del fatídico rumbo que recorre esta “experiencia primaveral”, y de la fisonomía del puerto de destino, sin que parezca que todo ello haya influido en la errática y errónea política que seguimos aplicando, ni que nadie se haya caído del caballo.

En Mayo de 1937, en Barcelona, estalló otra guerra dentro de la guerra entre diversas organizaciones armadas, para dirimir las esferas de poder dentro de la llamada República Española. Hoy en día, en estos conflictos, las tensiones entre los diversos grupos, que participan teóricamente con un mismo objetivo, es permanente y la saña con la que se aniquilan unos a otros evoca sin remedio aquellas sangrientas jornadas, en torno al edificio de la Telefónica de la capital catalana.

La “desaparición” de líderes de alguna de esas bandas a manos de sus rivales compañeros de trinchera, no tienen nada que envidiar a los episodios españoles de retaguardia, como el asesinato del líder del POUM, Andrés Nin, a manos de los sicarios de Stalin.

Todas las guerras civiles se parecen pero, como sostenía Vladimir Illich Ulianov alias “Lenin”, la ventaja indudable que tiene para la revolución el que esta se produzca dentro del escenario de una guerra civil, es que así como en una guerra entre naciones acaba por una paz entre vencedores y vencidos que supone alguna clase de compromiso, en el caso de la guerra civil esta culmina siempre por el aniquilamiento sin contemplaciones del enemigo.

Entonces, en 1936, dos sectas de asesinos se apoderaron de una vieja y noble nación para llevar a cabo sus delirantes experiencias, con los siniestros resultados de todos conocidos. De todas formas, ganase quien ganase, el resultado hubiese sido el mismo. Una dictadura. Eso mismo está ocurriendo actualmente en esos otros venerables horizontes del Créciente Fértil.

¡Y esperemos que las semejanzas se detengan ahí, y que esta nueva prueba de ceguera y cobardía no represente, como entonces, el umbral de un desastre aún mayor!

Porque, en ese caso, podría ser el definitivo.

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