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Acabo de oír la emisión Répliques de Alain Finkielkraut de
este sábado, en France Culture, que estaba dedicada en esta ocasión a “Les
enjeux du genre”, más o menos “Lo que está en juego en la teoría del Género”
Participaban en el debate el propio animador del programa,
junto con una filósofa francesa, Silviane Agacinski, y un profesor de Ciencias
Políticas de mi antigua facultad de Vincennes, Eric Fassin.
No voy a transcribir aquí dicho debate, naturalmente, pero
sí creo que sería útil reflexionar sobre el tema del género, tan querido de
nuestro inolvidable Zapatero, que va calando como el agua en la arena, tanto en
la sociedad francesa como en la española.
A medida que transcurría la discusión, se me iban ocurriendo
algunas ideas a propósito del asunto, que para eso se escuchan debates de gente
con autoridad, que si bien no hacían más que reafirmar mi previa posición al
respecto, la enriquecían con argumentos nuevos y acertados.
Por ejemplo y en un momento dado, la filósofa hacía una
acertada mención del carácter de re-presentación
que tiene el concepto de género. O,
lo que es lo mismo, la esencia coreográfica
que anima la identificación de los individuos con uno u otro género. Cosa que no altera en absoluto
la pertenencia natural de cada uno al que corresponda en su caso.
La amalgama interesada que plantean los nuevos
abolicionistas de la división tradicional, mezclando sexo y sexualidad, trata
de establecer una nueva categoría común y asexuada, inventando infatigablemente
lo ya inventado. ¡Una vez más el igualitarismo esterilizador ataca de nuevo!
incluso en cuestiones tan íntimas y exclusivas como esta.
Que un varón o una hembra se decanten por el amor hacia los
sujetos de su mismo sexo, es parte de sus legítimas preferencias respecto de las
prácticas sexuales sin propósito reproductivo. No tiene nada que ver con el sexo. Tiene que ver con la sexualidad.
Respecto de sexo,
supongo que nadie me discutirá que es algo como la familia; es decir, que no se
escoge. En cambio, la sexualidad es
un bazar donde al individuo se le ofrecen opíparas y variadas opciones para ese
íntimo deleite.
Pero en el competitivo mundo en el que sobrevivimos, esos
pacientes sin psicoanalista, que son una buena parte del mundo mal llamado
intelectual, suelen vivir enredados en marañas de galimatías pretenciosos y
sinsustancia, en las que hacerse un hueco, susceptible de aparecer aunque sea
fugazmente en los medios de comunicación, es misión casi imposible.
Entonces, algunos casos desesperados optan por dar un alarido
un poco más agudo, que suene por encima de la escandalera general. Siempre ha
sido así desde que Mattisse se dio cuenta de que nunca dibujaría como Durero.
Es el caso ejemplar de esa perla malaya, disfrazada de Cesar González Ruano con su bigotito de alférez provisional, que se hace llamar
Beatriz Preciado(foto). Dedicarle tres líneas a esta pelagatos me produce la
misma urticaria que padezco cuando menciono a Almodovar . Y por razones
idénticas. Un auténtico ataque agudo de hemorroides. Así que voy a reproducir
simplemente una muestra de su bazofia endocrina, a modo de ilustración.
“…La
izquierda tiene que decir: mierda, la estamos cagando, y eso tiene que llevar a
un despertar revolucionario. Y creo que eso puede venir de esos que hemos
apartado a los márgenes de lo político: los gays, las lesbianas, los yonquis,
las putas. Ahí hay modos de producción estratégicos para la cultura y la
economía, y ahí se están produciendo soluciones.”
¡Dios nos coja confesados!
Así. Sin anestesia. Y a este prodigio
andrógino le estoy pagando yo, con mis impuestos, su puesto de directora del
programa (¡agarraros!) “Somateca:
feminismos, producción biopolítica, prácticas Queer y Trans”, en el centro de Estudios
Avanzados del museo Reina Sofía. Y para remate, mi señora esposa le financia asimismo con
los suyos, el de profesora de la cátedra de “Técnicas del Cuerpo” en la Universidad Paris VIII, en Francia.
No seremos nadie en el mundo de la
tecnología, pero en la emergente industria del Género ¡somos la rehostia!
De todas formas, volviendo a lo serio,
o sea la emisión de Finkielkraut, lo mejor vino casi al final cuando, hablando
del tsunami de genero, el filosofo nos ilustró con una noticia extraordinaria,
que puede significar un antes y un después en el debate.
Resulta que en la Asamblea de Diputados
sueca, un partido de nombre enrevesado pero de izquierda, que además tiene la
friolera de 123 diputados, presentó un proyecto de ley, en virtud del cual se prohibiría a los varones mear de pié.
No hace falta que lo leáis dos veces.
Como suena. ¡Prohibido humillar a las mujeres con ese despiadado gesto de
arrogancia, que consiste en distinguirse de ellas a la hora de evacuar la
vejiga! …y parece ser que tiene las mejores expectativas, cara a su aprobación.
En mí casa, así como en los locales de
mi antigua oficina profesional, decidí, a la hora de diseñar sus interiores, la
instalación de unos pequeños migitorios verticales, basándome simplemente en la
búsqueda de una solución ergonómica, a la tortura que supone desafiar la ley de
la gravedad tratando de acertar con la vena líquida del flujo de la orina,
desde una altura de unos 50 cm, en un recipiente eminentemente femenino, como
es la taza del wáter.
A este respecto, debo declarar
humildemente que mi iniciativa obtuvo un estruendoso aplauso por parte de mis
amigos y empleados. No sé muy bien si celebraban de esta forma el confort
proporcionado, sobre todo cuando de lo que se trataba era de evacuar el exceso
de alcohol que, en ocasiones, dificultaba la puntería, o simplemente el triunfo
de una silenciosa reivindicación machista largamente anhelada.
Sea como fuere y como veis, la cuestión
del género sigue su progresión,
aparentemente imparable, en el conjunto de graves preocupaciones de nuestro
civilizado mundo.
No me atrevo a especular sobre lo que
pasará cuando emprendamos la espinosa cuestión del número.
Sobre todo con un mundo lleno de primos.
Como yo.
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