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viernes, 8 de marzo de 2013

No lloraré sobre su tumba

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A los miembros de mí generación pre-cibernética, ¿cuántas veces nos tocará presenciar la misma película? Sería tal vez inquietante, sino fuera simplemente patética, la serie de coincidencias(?) que concurren en ciertos acontecimientos, con los que la historia de los últimos cuarenta años se empeña en hastiarnos.

Da la sensación de que en la actual evolución acelerada, en medio de la cual nos sentimos a menudo presas del vértigo, se imponen súbitamente ciertas representaciones que, por su insistente permanencia, parecen una estaca histórica trabada en los radios de la rueda del tiempo.

Las imágenes tumultuosas del lacrimoso entierro del cacique venezolano ¿no nos sugieren alguna otra desarrollada, y mil veces repetida, en territorios bíblicos?¿o soviéticos? ¿o coreanos?¿o españoles pre-democráticos?¿o evo-peronistas?

El destino de esos hombres-mito, que consiguieron materializar la demanda angustiosa de prodigios, por parte de pueblos paranoicos, ha oscilado entre dos modalidades de ceremonia final; distintas en los detalles pero idénticamente grandiosas en cuanto a sus efectos taumatúrgicos.

O bien sus adoradores masacraron sus despojos en una ceremonia de linchamiento postrero –el pueblo soberano es demasiado cobarde para arriesgarse a la posible maldición que rodea a la ejecución material-, como en el caso de Mussolini, o de Ceaucescu, o de Gadafhi, o bien se han entregado a la orgía funeraria del desconsuelo histriónico del hijo desamparado.

Millones de lloriqueantes franquistas, guevaristas, peronistas, maoístas, nasseristas, estalinistas, nazis, etc, temblaron de miedo, que no de dolor, ante la incertidumbre del abismal vacío que el administrador de su destino dejaba tras de sí.

No hay más pompas que las fúnebres”, afirmaba el maestro Manolo Alcántara, y la última, aunque seguramente no la postrera (y valga la sinonimia), la ha protagonizado el compañero-comandante Chávez.

Ya se están produciendo en los medios de comunicación los inevitables y cargantes debates sobre este tosco personaje, como si de una personalidad histórica se tratara.

Hugo Chávez construyó un personaje en torno a su silueta antropoide, que no tiene nada de original en absoluto. Como sumo, estoy dispuesto a concederle el dudoso mérito de conseguir ser la caricatura de una caricatura. Lo cual no debería justificar ni este mísero comentario, salvo que la manía asumida por mí de escribir algo semanalmente sea incurable, como así parece.

Ese personaje chavista tenía en muchos aspectos un claro precedente en el, asímismo, coronel Gadafhi. Por cierto, a lo mejor no sería mala idea saltarse, por razones de higiene política, ese grado jerárquico en el escalafón militar (acordémonos de otros coroneles, como Nasser, los Coroneles Griegos etc). Dejo ahí la idea.

Los dos eran unos estrafalarios bufones vocacionales.

Y además, ambos eran militares golpistas sentados sobre millones de barriles de petróleo. Ambos, también, tuvieron la idea genial de considerar que ese moderno maná, otorgado por la providencia geológica, pertenecía al pueblo. A tantos barriles por habitante.

Pero, lejos de conformarse simplemente con ese oleoso regalo, la inexplicable naturaleza de la fortuna que lo proporcionaba les hizo imaginar que ellos mismos eran parte del lote. Y comenzaron considerar que las fronteras de su misión revelada tenían una extensión que transcendía la dimensión meramente nacional para abarcar la continental.

No exportarían solamente crudo. Exportarían la buena nueva de La Revolución. La Panafricana en el caso del beduino, y la Bolivariana en el de su colega indigenista precolombino.

Sus políticas izquierdistas, anticapitalistas, anticolonialista, antioccidentales y de distribución de la riqueza, en un estado intervencionista y nacionalizador, no tenía nada de original tampoco. Los nazis, por ejemplo, y los actuales chinos en particular, ya habían aplicado esa clase de socialismo de un cierto respeto por la propiedad privada de los bienes, pero de rigurosa disciplina en cuanto a la planificación autárquica de su explotación y la redistribución de la riqueza.

Pero no se conformó el camarada Chávez con estas coincidencias de criterio con los totalitarismos. Tuvo que, además, poner en marcha una intensa campaña antisemita, fundamentalmente desarrollada en el ámbito académico y universitario. No se sabe bien si de inspiración directamente nazi, o por cortesía hacia sus recientes y peligrosas amistades islamistas, de origen iraní.

Como es natural, a esta clase de socialistas petroleros les surgen enseguida amigos; como las setas en noviembre. Amigos de varias clases, pero pedigüeños todo ellos. 

La eterna revolución cubana vio antes que nadie la oportunidad de rellenar de nuevo el vacío que la inquebrantable amistad soviético-habanera había dejado al quebrarse, ofreciendo así un nuevo aplazamiento a su inaplazable bancarrota biológica, política y económica. Los Castro Brothers, son campeones del mundo en el deporte de atravesar el torrente de la historia saltando de piedra totalitaria en piedra totalitaria.

El resto de las antiguas colonias españolas poseen, con escasas excepciones recientes, una secular tendencia al caudillismo proteico, en la que la falta de recursos providenciales no ha permitido más que una realización tartamuda, alternando el de extrema izquierda con el de extrema derecha y, claro, dadas las circunstancias, el bueno de Hugo no tardó en convertirse para ellas en su nuevo “Super-Libertador”.

Estaba cantado.

En fin, este esperpento, en el sentido literal del término, no da para más, aunque podríamos ir desarrollando múltiples analogías entre idénticas maneras de ejercer el bonito juego del “Yo mando y a ti te gusta obedecer”, que se ha practicado, se practica y, si nadie lo remedia seguirá haciendo las delicias de muchos, en un mundo en el que, a pesar de ello, me encanta vivir.

Y  si bien siempre me parecerá lamentable la pérdida de un ser humano, esta vez, llorar lo que se dice llorar, no lo voy a hacer.

¡Hasta ahí podíamos llegar!

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