Uno de vosotros, bondadosos y pacientes lectores de estas jaculatorias, me ha enviado amablemente un artículo del profesor Tamames en el diario La Razón, cuyo contenido me ha traído al pensamiento un asunto que es de temer que alcance en breve una inquietante actualidad, y al que nunca había dedicado hasta ahora el tiempo de una reflexión ordenada.
La cuestión de las Autonomías.
El análisis del catedrático es, como suele ocurrir con todos sus trabajos, riguroso, equilibrado y sugerente.
Es esa última cualidad la que me ha estimulado a tratar de ordenar de otra forma, desde un ángulo personal y sin pretensión alguna, ciertos datos consignados en el mencionado articulo y relacionarlos con otros de carácter histórico algo menos actual, pero cuya extrapolación podría –¡ojalá!- abrir paso a otros registros de reflexión.
Ahí va.
Dos de los aspectos negativos que inevitablemente trajo consigo La Transición fueron, por un lado, que esta llegó muy tarde para los que esperábamos ansiosos la desaparición de la dictadura desde nuestra lejana adolescencia consciente de los años cincuenta, y por otro que, ese final, tuvo lugar demasiado pronto para que hubiesen desaparecido todos los protagonistas directos de las causas que la habían propiciado.
Como consecuencia de este segundo inconveniente, toda la serie de acontecimientos políticos que constituyeron el mecanismo del cambio de régimen estuvieron definitivamente mediatizados por hechos acontecidos cuarenta y cinco años antes. Esto es, a partir de Abril de 1931.
En consecuencia, aquellas generaciones a las que el futuro probablemente nos pertenecía más "legítimamente" que al resto, por habérsenos arrebatado el presente durante más de treinta años, tuvimos una vez más que conformarnos con los compromisos acordados por los antiguos vencedores y vencidos que, afectados por la misma mala conciencia que ambos padecieron al final de la carnicería, sacrificaron al miedo a una supuesta incapacidad ontológica del español a convivir en paz -como decía Franco-, cualquier aspiración homologable en las democracias occidentales.
Otra vez las dos Españas emergían como una fatalidad carpetovetónica. Eso sí, prometiéndonos esta vez no reincidir en sus funestos vicios y cargando sobre las espaldas de la tercera España, o sea de nosotros los inocentes, el resultado de sus malvados equilibrios.
¡Hacernos soportar el discurso perverso de quienes solicitaron de todos los españoles un reverente reconocimiento para aquellos "generosos benefactores de la nación", como Santiago Carrillo y su partido totalitario, por no haber ejercido su ”legítimo derecho a la revancha” y no habernos conducido a todos a la tapia del cementerio de Paracuellos, solo podría ocurrírsele a George A. Romero, director de “La Noche de los Muertos Vivientes”!
Pero fue así.
Cuando en los años de la II República aparecieron con forma de partidos político, y con ambiciones de poder supuestamente fundadas, las asociaciones de cultura tradicional que habían surgido a mediados del siglo XIX en algunas regiones, no tenían más posibilidades reales que las de tratar de convertirse en compañeros de viaje de las grandes formaciones políticas. Más o menos como ahora, pero sin ningún poder real en sus respectivos territorios.
El verdadero protagonismo histórico les vino otorgado por la trágica anomalía de la Guerra Civil, que para ellos representó la oportunidad de traducirla a los términos de su obsesión aldeana, transformándola en una guerra de independencia.
Solo tenemos que reflexionar sobre las llamativas contradicciones ideológicas que evidenciaban un partido ultraconservador y enredado en las faldas de las sotanas como era el Partido Nacionalista Vasco, y su compañero de juegos autonomistas Lluis Companys al que se le escuchó declarar satisfecho que en Cataluña no había problemas con el clero debido a que ya se habían “cargado” a todos los curas.
Pero los delirios identitarios de estos grupos “folk” avant la lettre, vienen de lejos. Proceden nada menos de las confusas y melancólicas interpretaciones románticas del concepto de estado-nación; remotos vestigios de la cruzada anti-ilustrada y anti-moderna que recorrerán todo el siglo XIX hasta desembocar al fin en los totalitarismos nazi-stalinistas.
El nacionalismo alemán, antes de su culminación en la barbarie nazi, tuvo un largo recorrido transportado por la Völkisch-Kultur, desde el primer tercio de esa centuria. Enraizado, nunca mejor dicho, tanto en la remotas aldeas de las llanuras del norte del país como en los umbrosos bosques bávaros, esta cosmovisión reunía en una sola pieza toda clase de supersticiones medievales, tradiciones exotéricas de la brujería local, pensamiento ultraconservador, idealismo nacionalista de corte étnico, ocultismo etc, todo ello animado y engalanado con los coros y danzas, el excursionismo, el nudismo higienista y la dieta vegetariana.
Eran depositarios del espíritu de la madre-tierra en la que debía enterrarse sólo a los propios para que su sangre, al volver al origen, cerrara el ciclo de la germinación endogámica. Y un poco incestuosa, porqué no decirlo.
Lo dicho. Unos hippies decimonónicos aunque no conste que clase de humos se gastaban.
Bueno, dicho así no parece gran cosa, pero lo que realmente le dio fuste fue el ataque frontal que creyó sufrir por parte de la modernidad. El rechazo de esta y la oposición de la tierra-madre frente a la técnica anónima y desenraízada, está en el fundamento del pensamiento filo-nazi de Martin Heidegger, sin ir más lejos.
El concepto de eugenesia es otra de las consecuencias “cultas” de estas corrientes aldeanas y con la mezcla del cientismo y otras obsesiones seudo-científicas del momento llegamos fácilmente a la descripción de la raza superior, etc, etc. Así cuando Sabino Arana relacionó entre sí, de forma consistente con la teoría etnocentrista del vascuence, diversas observaciones empíricas en torno a la boina creyó haber reconocido, por fín, el Dasein del hombre vasco. Por otro lado, si estáis interesados en conocer el origen del catalanismo buscad en las hemerotecas publicaciones de alrededor de 1830, y en ellas algún concurso de sardanas.
En fin, con todo estos ingredientes tendremos una descripción muy aproximada de los fundamentos que animaron y animan a los grupos “folk” de nuestro país, y que han propiciado que su ridículo fantasma haya producido el portento de convertir lo insignificante en indispensable, en virtud de los innumerables chantajes políticos ejercidos a la sombra del miedo patético del resto de partidos. Entonces y ahora.
Naturalmente un pensamiento de fundamento paranoiaco como es todo nacionalismo, es inseparable de una estrategia victimista. Reflexionad sobre las fechas de sus fiestas nacionales y encontrareis sin excepción, la efemérides de una sangrienta derrota de sus ideales. Pero, en nuestro caso como siempre, rizamos el rizo y las “víctimas” acusan a sus opresores de ¡nacionalistas! (españoles, claro)… el acabose.
La mala noticia, como expone con serenidad el profesor Tamames, es que todo este festival de coros y danzas va haber que pagarlo. Y como los grupos “folk” son pocos y pequeños, y la factura de la juerga astronómica, nos tocará apoquinar a los de siempre por más que no toquemos ningún chistu en esta kermesse.
Y el proceso, llamémoslo así, de reforma de la Constitución puede durar lo suficiente para que los que afeitamos canas vayamos despidiéndonos, desde ahora mismo, de llegar a saber por fin como acabó la Guerra Civil.
¡Tiene huevos!
Añadiré a tu impecable análisis y a tu acopio de datos que España tuvo muy mala suerte entre otras cosas por la fecha de la Transición, finales de los setenta. Nuestra constitución se discute en un momento en que en toda Europa estaba de moda la estupidez regionalista. Era la época dorada de los separatistas bretones... Solo que Francia hizo su constitución a finales de los cincuenta, cuando el regionalismo era una materia para filólogos y folcloristas. Si Franco hubiera muerto en 1990 o en 1960, creo sinceramente que no habrían tenido el peso que han tenido los espíritus de Clochemerle. Y lo que está claro es que el separatismo y la estupidez regionalista en España se han financiado desde los poderes públicos con dinero público. Suprime las autonomías, suprime la obligatoriedad de aprender y usar idiomas inútiles y ya verás lo que durarían... Por cierto, me encantan tus cebras.
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