Un kamikaze islamista acaba de subir al paraíso desde Estocolmo. Sin llevarse con él a ningún infiel esta vez, afortunadamente. Es un tal Taimur Abdelwahab. Esta perla mahometana, de 29 años, era, según una web islamista, un extremista sunnita irakí que residía (¡ojo al dato!) pacíficamente en Bedfordshire, Inglaterra. Casado polígamo, y padre de dos hijos, buscaba desde su residencia en esa localidad inglesa, otra (¡) esposa musulmana nacida en el Reino Unido.
Según estas fuentes, llegó a ese país en 2001 para estudiar, después de vivir en Suecia desde 1992. O sea, que era un buen ciudadano sueco, a todos los efectos. De momento, y hasta que termine la investigación por parte de las autoridades suecas, no se sabe si su hazaña se preparó en Suecia, en Gran Bretaña, o en Mesopotomia, ni si respondía a un acto organizado apuntando a Suecia o a Europa, o si se trataba de una iniciativa personal del angelito, motivada por algún desengaño amoroso.
Lo que es indispensable tener en cuenta, a la hora de valorar actos como este, son los datos que lo rodean y su analogía con los concurrentes en numeros otros países europeos.
Suecia acoje una numerosa comunidad irakí, tanto kurda como árabe, cristiana y musulmana, fugitivos de Saddam Hussein antes de la guerra, pero también de refugiados que huyen de las matanzas originadas por las luchas inter–religiosas de la época posterior a la misma. Ese es el contexto en el que el atentado ha tenido lugar.
Una simple extrapolación de esos datos a cualquier sociedad europea actual, nos mostraría unas analogías inquietantes. He leído una estadistica publicada hace un año en Holanda, que proyectaba un futuro estremecedor. En 2050, los musulmanes con derecho a voto, reunidos en un partido islamista, obtendrían la mayoría parlamentaria en ese país.
Seamos serios. Todos sabemos que cualquier organización clandestina, en cualquier lugar y circunstancia histórica, necesita que se dé una condición indispensable para su creación y sostenimiento; la colaboración activa o pasiva de la población en cuyo seno opera. Cuando una guerrilla se queda sin apoyo popular se desvanece. Ejs.: maquis español de la posguerra. La guerrilla guevarista de Bolivia. Banda de Baader. Brigadas Rojas, etc. Por el contrario, cuando ese apoyo tiene lugar, las posibilidades de supervivencia dependen ya, únicamente, de otros factores. La Resistencia Francesa, antes de que una legión de oportunistas bloquearan sus oficinas de reclutamiento al final de la Ocupación, eran cuatro gatos; pero, sostenidos por la población civil, hicieron posible, entre otras cosas, el desembarco de Normandía. Asimismo, muchas de las caídas de sus miembros se debieron a las delaciones de sus conciudadanos petenistas.
Ahí está el núcleo del problema. La población europea, si exceptuamos a los aprendices de brujo de los anti–sistema y algunos hermanos cofrades de izquierdas, no prestaría apoyo ninguno a los islamistas, e incluso colaborarían voluntariamente en la desarticulación de sus organizaciones. Pero eso es muy dificil. ¿Cual es la cuestión, entonces? Parece simple. Otro importante segmento de población, musulmana esta vez, está estableciéndose a gran velocidad en estas sociedades, con tasas de nacimiento tercermundistas, formando núcleos de fuerte homogeneidad socio–religiosa, en los que nuestros héroes se mueven como pez en el agua.
Vuelvo a subrayar que la colaboración puede ser ACTIVA o PASIVA. No hablemos ahora de esas escuelas de mártires que son muchas mezquitas. Con el simple hecho de no esforzarse en defender la sociedad abierta que los ha acogido, dejando claro a los asesinos que corren riesgo de ser descubiertos y denunciados, ya se está cooperando pasivamente en su actividad criminal. A ellos, la tranquilidad de saberse seguros entre correligionarios, le es suficiente.
A propósito de esos musulmanes que se declaran contrarios a los métodos terroristas, y a los que hemos dado el nombre de “moderados”, ¿cuantas veces hemos oído a nuestros amigos vascos, nacionalistas moderados, tratar simplemente de “pelmazos” a sus conciudadanos de la ETA? Pero…¿ a cuántos han denunciado?¿Cuántos “nazis moderados” ha conocido nadie, en su época? Planteo estas analogías con plena concienciecia de su potencialidad provocadora, pero, si me perdonaís la falta de correción política, las razones que me hacen detestar una teocracia como la del Islam son idénticas a aquellas que siempre identifiqué en el nazismo o el comunismo.
Un alemán en 1933, y que no era afiliado al Partido Nazi, podía hablar pestes de ellos, mientras les votaba. Y esto, por idénticas razones por las que no le gustaba el aceíte de ricino; porque era un aficaz remedio, aunque muy amargo. El simple hecho de considerar a “algo” un mal menor, es lo mínimo que necesita ese “algo” para existir y desarrollarse. Ya sabrá recompesarles cuando haya triunfado. Probablemente con un bonito poste del que colgarlos. Los “moderados” son un elemento básico en los planes de los “radicales”. Por montones de razones; de entre las cuales, no es la menor la de obligarnos, a los demás, a establecer unos límites de distinción entre ambos, borrosos y de anchura variable, en los que, además, se prescriben guantes de delicada cirugía a los encargados de intervenir contra los malos. Y estos, que conocen el dedillo las debilidades de las sociedades abiertas, suelen partirse de risa mientras recitan antes de acostarse, “gato con mitones no caza ratones, law sá lláh”.
Estamos empezando a cosechar los frutos de una política suicida y, en fin… creo que ya va siendo urgente determinar dónde se sitúa cada cual, en un asunto cuya gravedad requiere que esto se haga de forma precisa y sin complejos. El Islam representa un sistema totalitario de sumisión individual, determinado por normas de naturaleza jurídica, económica y política, de cuyas consecuencias prácticas ya tenemos suficiente y dramática experiencia. Son esas consecuencias las que han hecho de mí un islamófobo. Reconozco humildemente que esa fobia, como todas las fobias, obedece a un temor difuso e irrefrenable hacia la barbarie que los fieles a ese sistema están llevando a cabo desde hace más de quince años. Y, consecuente con ese temor, me pregunto qué medidas precisamos tomar para impedir que se extiendan por nuestro huerto esas plantas invasoras.
Si mi diagnóstico se revela acertado, con respecto a las minorías musulmanas en Europa, y certificándolo con el inquietante asombro que me produce la perfecta mimetización que luce el mártir de la foto, creo que los estados europeos en su conjunto deberían dar alguna solución al problema. Lanzando, por ejemplo, un ultimatum a los residentes musulmanes. Un ultimatum en el sentido de obligarles a contribuir inequívocamente a la defensa de nuestras/sus sociedades, mediante la búsqueda y delación, en un plazo prudencial pero urgente de tiempo, de los terroristas potenciales a los que ellos están en inmejorable situación de indentificar, si tienen la voluntad de hacerlo. Naturalmente, bajo el apercibimiento de ser expulsados si su colaboración se mostrase manifestamente poco entusiasta o ineficaz. Y a continuación, en su caso, ejecutar la amenza sin temor ni mala conciencia.
Nuestro secular miedo a pensar; a hablar sin tapujos de ciertas cosas, es otro factor con el que cuentan estos mujaidines; y por si todo esto fuera poco, además de nuestras propias fronteras tenemos otras que nunca deberíamos olvidar, ni dejar de defender. Esas fronteras son las del estado de Israel. Todo esto podría llegar a ser definitivamente terrorífico si por desgracia, un mal día, nuestro primero y más eficaz escudo en origen colapsase a manos de los malos. Si Dios existe no lo permitirá.
Y si lo vuelve a permitir… tendrá que vérselas conmigo.
Me gusta que plantées las cosas con claridad meridiana. Construir Occidente sin un afán integrador sería un error letal; y ese espíritu integrador sólo puede vencer desde la firmeza que propones. Las cosas claras y el chocolate espeso.
ResponderEliminarEl suicidio de la inmensa comunidad islámica al permitir que unos sanguinarios terroristas conviertan en sospechosos de terroristas a más de mil millones de musulmanes, no sólo es una verdadera desgracia para los musulmanes que no se meten con nadie sino un cataclismo para el mundo del espíritu. El mundo islámico es uno de los pocos refugios que le quedan a lo Trascendente desde que el materialismo se ha cebado con el universo cristiano. Ese despeñarse del Islam empujado al vacío por sus supuestos propagandistas -que son sus peores enemigos- es una victoria más para el relativismo moral, una satisfacción que el laicismo agresivo no merecía. Cuando veo a ulemas y mulás moros empeñarse en ridiculizar su religión defendiendo lo indefendible, la dominación de la mujer, su castigo corporal, el exterminio de los no-musulmanes, la pena de muerte para los que abjuran del Islam y todas esas sanguinarias sandeces, me digo que están haciendo oposiciones a que todos nos alegremos de la desaparición o expulsión de comunidades islámicas en Occidente. Pero nosotros también perderíamos, sin duda alguna.
Sabes que en el terreno de lo transcendente me ganas por goleada. Pero vivimos en una sociedad en la que las cualquier creencia debe de quedar restringida a su legítimo ámbito de lo íntimo. De lo individual.El resto de los conflictos interindividuales se resuelven con los códigos que libremente hemos acordado, precisamente para que nadie nos golpee con su particular Libro Sagrado en la cabeza.
ResponderEliminarDe todas formas una sociedad abierta, en términos popperianos no tiene por qué ser ralitivista. Yo diría que NO puede ser relativista desde el punto de vista moral, aunque en su seno aniden esa u otras perversas tendencias. Nos toca a nosotros, los civilizados, oponernos firmemente a ese vacío suicida. Nos va la vida en ello.