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sábado, 20 de noviembre de 2010

¡Sic transit gloria mundi…!

Entre las cosas que señalaba el responsable de las excavaciones de Atapuerca, en una de las primeras entrevistas que concedió, hubo una que me impresionó. Según él, la importancia del extraordinario descubrimiento estribaba, entre otras cosas, en el hecho de que aquellos primitivos ancestros situaban la acción de enterrar a sus muertos como el acto central de su existencia. Este primer gesto de civilización constituye un dato esencial, a la hora de estimar la distancia evolutiva entre aquellos seres y sus abuelos los primates.

Han pasado unos millones de años y los actuales ocupantes de aquellos solares seguimos obsesionados en no descentrar de nuestras vidas tan funerarias tareas. Para nosotros, los muertos o sus tumbas no son los seres que nos han dejado y sus lugares de reposo, con los que nos relacionamos en el recuerdo íntimo y el respeto.

No señor. Son mucho más.

Ha prevalecido en el espíritu carpetovetónico una tendencia malsana y perversa a apoderarse de los despojos de nuestros antecesores para usarlos en nuestras miserables pendencias, ya sea como amuletos (brazo incorrupto de Santa Teresa), ya como banderas de no se sabe que secta ideológica(restos de D. Antonio Machado) o incluso de siniestros tratos comerciales ( algo leí en ese sentido sobre el robo de la cabeza de Goya de su tumba en Burdeos) etc, etc. El hecho es que no paramos de mover huesos de un santuario a otro, entre disputas dignas de un mugriento culebrón de herederos ambiciosos y mal avenidos.

Este aquelarre, en el que nos entretenemos tan a menudo y con tanta delectación, acaba de inaugurar un nuevo(?) capítulo, dentro de esa cinta de Moebius que es la “memoria histórica”. Se trata en esta ocasión de la luminosa idea (subvencionada of course) de dinamitar la “obra de arte” de la Cruz de los Caídos.

Debo confesar aquí, para que no haya malentendidos, que mi memoria y yo mantenemos un confortable acuerdo en el que ella desempeña el papel de un perrito distraído que siempre me viene con una bonita pelota cuando yo le lanzo una vulgar piedra. Lo hemos decidido así de mútuo acuerdo con el fin de mantener a raya al “alemán” (el Alzehimer ese). Y claro, como decía el otro, aquí no hay más memoria que la mía. De modo que de la memoria histórica que me hable quien la tiene, o sea ella, la historia.

En fin, lo cierto es que eso de dinamitar a mí no me suena bien. A lo mejor es porque, en mí condición de asturiano, he oído recitar demasiadas veces “las odas mineras” a no se qué revolución dinamitera, siempre pendiente. O tal vez sea porque ví, asímismo en repetidas ocasiones, la voladura de la monumental esvástica que presidía el estadio de Nüremberg, ejecutada por los aliados en 1945, y algo me dice que aquí se está buscando, una vez más, encajar con calzador una analogía de regímenes . Ya me entiendes…, si las dos se dinamitan algo tendrán en común.

Sobre el apego que yo pueda tener por la “obra de arte” del Valle de los Caídos, no perderé ni un segundo de mi vida en exponerlo, pero si convocasen un concurso de ideas para establecer la lista de realizaciones pétreas que están demandando a voces un tratamiento de choque o derribo, se me ocurren tantas que no creo que quedase dinamita para la famosa Cruz. Cuestión de prioridades. Comme d'habitude...

El caso es que los profetas de siempre han conseguido que la foto de Su Excremencia vuelva a las portadas de los periódicos (ver El País digital). No sé si pensar que les añade alguna dudosa grandeza a su vidas pequeñitas, o simplemente que les gusta. La verdad es que aburren a las ovejas, pero textos como este que menciona dicho diário : “una comisión de expertos del ministerio que dirige Ángeles González-Sinde todavía no ha logrado decidir qué elementos del Valle deben ser eliminados y cuáles amnistiados”, si le quitamos la expresión “del Valle”, me produce escalofríos. Hay retóricas que parecen resistir invariablemente el paso del tiempo.

Como las pestes.

1 comentario:

  1. Difícil no estar de acuerdo contigo, Sapientísimo Saco. Yo nunca he visitado el Valle de los Caídos, por respeto a los esclavos republicanos -como el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz- porque ese pretendido "espíritu de reconciliación" del Sátrapa vencedor no era más que la Glorificación de su victoria. Pero la idea de tocar el Valle nunca me ha pasado por la cabeza, y lo de volar la cruz es una monstruosidad digna del Z y de sus compinches, empecinados en hacer bueno a Franco.

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