Circula estos días, por las llamadas redes sociales, una
solicitud de firmas “para pedir la dimisión del gobierno en bloque y la
convocatoria de elecciones”. En ella se afirma que la cifra de las ya
conseguidas es de 6.202.700, y se calcula en 6.046.117 las aún necesarias para
conseguir la finalidad perseguida.
El empelo del modo imperativo
en los mensajes públicos de toda índole, especialmente en el de la publicidad,
en el que la tasa de utilización alcanza el 90%, ha conseguido la notable
hazaña de convertir en banal un modo verbal, cuya utilización hasta hace poco
tiempo estaba restringida a aquellas estructuras en la las que la autoridad es
su elemento esencial. Como por ejemplo las fuerzas armadas o el mundo judicial.
La dureza de la expresión imperativa trata de suavizarse en
esos mensajes mediante otra novedosa utilización pronominal, seguramente fruto
de la juvenil horizontalidad social
que nos anega, y que consiste esa tendencia igualmente mostrenca del uso
inmoderado del tuteo.
¡Firma la petición!
Esta sutil manera
de inducir amablemente al ciudadano a
participar en algo que en el mundo democrático no cabe otra forma de definirlo
más que como golpe de estado no violento,
en la medida que trata de alcanzar el poder mediante un mecanismo ajeno a sus
reglas del sistema, no es una estrategia nada novedosa respecto de los hábitos
históricos de una izquierda como la representada en España por el Partido
Socialista Obrero Español.
Esta práctica está históricamente unida a dicho partido, siempre
que este se ha encontrado en la oposición. Es decir, la idea que prevalece en
esa formación política es la de que, cuando se pierden unas elecciones y
teniendo en cuenta la enraizada convicción de que el término democracia va exclusivamente
ligado a un gobierno de la izquierda, cualquier medio es aceptable para restaurar esa democracia. Esto es, para
hacerse con el poder.
Las formas concretas adoptadas por el PSOE, en los intentos
de extorsión política que han tenido lugar a lo largo de los períodos
democráticos en nuestro país, han recurrido a modalidades diversas y acordes
con las circunstancias.
Tras el triunfo electoral del centro-derecha en el segundo
bienio de la II República Española, 1933-1935, llamado “bienio negro” por la
izquierda, tuvo lugar la forma más radical del fenómeno mencionado con la
declaración de una huelga general revolucionaria, que en el caso de regiones de
mayoría de votantes de izquierdas como Asturias tomo forma de revolución
armada, con los lamentables resultados conocidos.
Las elecciones de febrero de 1936, cuyo escrutinio deja
mucho que desear a juicio de muchos historiadores, dio el triunfo a la
coalición del Frente Popular y su mayoría exigua no fue obstáculo para el
establecimiento de un estado pre-revolucionario en el que se llevaron a cabo
excesos como el del ataque al clero católico, con la quema de numerosas
iglesias y conventos, y con las fatales consecuencias finales que todos
recordamos.
Una constante en la labor desestabilizadora practicada por
el PSOE fue su permanente presencia en el seno de las fuerzas policiales, que
culminó con el asesinato de José Calvo Sotelo a manos de un mando de la Guardia
de Asalto, el equivalente de la guardia republicana francesa, miembro del
partido. Hecho que constituyó la coartada esgrimida por los militares golpista
del 18 de Julio.
Tras la peor de las consecuencias de estos hechos, como fue
una dictadura de treinta y siete años de duración, de nuevo apareció la
democracia en este desdichado país. La primera elecciones fueron perdidas por
un PSOE rejuvenecido, pero en cuyo ADN seguía anclada su tendencia a no
respetar los resultados electorales adversos.
El ataque permanente al poder instituido en 1977 democráticamente,
se llevó a cabo mediante los medios moderados propios de los períodos de calma política;
agitación en las calles, huelgas generales y la eficaz colaboración de medios
de comunicación afines. Pero algún detalle poco conocido del público deja
percibir incluso ciertas sombras sobre el papel del PSOE en el grotesco intento
de golpe del 23 de Febrero de 1981.
Yo escuché personalmente a Enrique Mújica, presidente de la
Comisión de Defensa, describir el almuerzo que mantuvo, junto con otras
personas, con el jefe anunciado del golpe, el general Alfonso Armada, en las
vísperas del asalto al Congreso, y una vez conseguida en el mes de Enero la
nunca explicada renuncia del presidente Adolfo Suarez, a quien el PSOE llevaba
dos años hostigando de forma inmisericorde con todos los medios a su alcance.
En el juicio subsiguiente a la fracasada intentona, algunos
de los militares golpistas acusaron a Múgica de haber participado en una
conversación en la que se habría aludido a la necesidad de dar un golpe de timón. Incluso no hace
tanto, en 2009, el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol declaró que
Mújica habría consultado su opinión, en 1980, acerca de la posibilidad de forzar la dimisión
de Suarez, y su sustitución por un militar
moderado y demócrata.
Tras el largo y problemático período felipista, cuando el
Partido Popular ganó las elecciones de 1996, la nueva situación del PSOE en la
oposición volvió a reflotar las prácticas habituales de hostigamiento al
gobierno desde la calle. La catástrofe ecológica provocada por el naufragio del
buque Prestige, en el litoral gallego, propició una oportunidad de movilización
callejera que no supondría más que un prólogo a la gran campaña desatada contra
la intervención de España en el conflicto de Irak, dentro de alianza de países
occidentales.
Pero cuando se puso en marcha el verdadero ataque frontal al
partido que se presentaba con una gran ventaja en los sondeos de las elecciones
de 2004, tras el fracaso de la huelga general del 2002, fue el desencadenado a
raíz del atentado terrorista de la estación de Atocha,
En este caso, parece evidente que el gobierno fue intoxicado
desde unos centros policiales, en los que figuraban significados responsables
de militancia socialista, en las primeras horas tras la tragedia, de manera que
manipulando unos supuestos indicios iniciales, indujeron unas declaraciones
gubernamentales que atribuyeron a la ETA la autoría del atentado, como por otra
parte una mayoría de ciudadanos sospechaba.
El súbito desencadenamiento de una movilización callejera,
no tan numerosa como ruidosa, tenaz y activa, junto con una actuación de los
lideres socialistas de total desprecio de las reglas más elementales de la
democracia y el apoyo cerrado de ciertos medios de comunicación, dieron como
resultado un inesperado vuelco en las votaciones.
Conviene ser prudente en casos como este, pero la actitud
claudicante del ganador partido socialista en un llamado proceso de paz con los etarras, desde los primeros momentos del
gobierno Zapatero, no dejan de provocar una cierto número de interrogantes
respecto de la enmarañada e inconclusa investigación del atentado.
Difícilmente podría calificarse lo ocurrido en el plazo de esos
pocos días de otra forma que con el término de golpe de estado institucional.
En el presente, de nuevo el PSOE ha perdido hace un año las
elecciones y de nuevo han aparecido exactamente los mismos síntomas. Montados
esta vez sobre diversos argumentos en los que el karma de el gobierno nos miente,
que tan buenos resultados les dio en marzo del 2004, vuelve a saturar las
pancartas de las movilizaciones.
En esta oportunidad, grupos sociales de una inconsistencia
ideológica patente, como el llamado movimiento de los indignados, o los
afectados por la llamada crisis de las hipotecas, toman el papel de comparsas
útiles, como en el 11M lo fueron los grupos anti-sistema. Los acosos a líderes
del partido del gobierno es la parte novedosa del asunto.
La música de fondo sigue siendo la misma que en 1934. La
letra es una versión adaptada a los tiempos presentes.
El ciudadano ignorante y bienintencionado, no suele pararse
a pensar que la llamada socialdemocracia no es más que una versión del
comunismo que trata de alcanzar los mismos fines, es decir, la toma del poder
del estado y el establecimiento de una sociedad sin clases, pero utilizando los
medios que la democracia le proporciona.
Salvando las distancias, es exactamente la misma estrategia
que decidió Hitler, tras el fracaso del putch revolucionario de Munich en 1923.
Por eso rompen sin complejo alguno cualquier regla
democrática que obstaculice su objetivo de hacerse con el poder, cuando están
en la oposición. Y esto, a pesar de que la izquierda haya muerto
definitivamente en 1989, valga la tautología, cuando su alma mater, la Unión
Soviética, agotó su sueño totalitario.
Lo que queda es enterrar ese cadáver de una vez por todas.
(y para que no haya
dudas sobre quien escribe esto, sabed que ese cartel de ahí arriba lo dibujé yo
cuando aún creía que los pájaros mamaban)
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