En el rayo que no cesa del antisemitismo, un nuevo fulgor ha
brillado en el periódico Sunday Times
del pasado 27 de Enero, casualmente el día de la conmemoración mundial de la
Shoah.
El famoso dibujante Gerard Scarfe, poco conocido aquí, pero
una verdadera referencia en el mundo de la ilustración periodística inglesa, ha
publicado un dibujo a toda página representando al Premier israelí Benjamín Nethanyahu en caricatura, edificando
un muro con una argamasa de sangre, en el que aparecen emparedadas una serie de
víctimas con aspecto de árabes.
Hasta aquí, la anécdota no merecería más comentario, en
general, que el referente al mal gusto demagógico de la imagen. Si no fuera
porque esta contiene una carga ideológica cuya verificación es obvia, si se la
pone al lado de otras imágenes bastante más antiguas, cuyos significados han
quedado inscritos en la historia como las huellas gráficas del odio que ha dado lugar al mayor crimen
colectivo de la humanidad. (ver ahí
arriba)
Por otro lado, el texto que acompaña al dibujo disipa
cualquier duda sobre el fondo del discurso de su creador: “Will cementing the peace continue?”. Algo así como “¿Continuaremos
construyendo la paz?”
Como era lógico las protestas no se hicieron esperar, y un
grupo de diputados británicos, algunos de ellos de origen judío, señalaron
oportunamente la relación de la sangre del dibujo con el ancestral y eterno
mito antisemita del sacrificio ritual con sangre humana.
El jefe del Parlamento israelí, Reuven Rivlin ha remitido
una carta a su homólogo británico, en la que le expresa su enérgica protesta.
Por su parte el embajador de Israel en Londres, Daniel Taub, ha expresado asímismo su
rechazo, al considerar que en este caso el Sunday
ha ido mucho más allá de límites tolerables.
Los medios de prensa del estado israelí han denunciado el
hecho, y el cotidiano Times of Israel
asegura que el ex–Premier Tony Blair, que representa al Cuarteto para Próximo
Oriente, ha declarado personalmente su descontento a Nethanyahu, en el curso de
una reciente reunión.
Por otro lado, el patrón del Sunday Times, el magnate australiano de la prensa de sensación
Rupert Murdoch, ha creído conveniente presentar sus excusas a través de la red
de Twitter: “Gerard Scarfe no ha
reflejado nunca las opiniones del
periódico. Sea como sea, debemos expresar nuestras más sinceras excusas
por este dibujo grotesco y ofensivo”.
El redactor jefe del diario, Martin Ivens, ha declarado por
su parte: “El periódico posee una larga
historia en términos de la defensa del estado de Israel y de sus problemas, así
como yo personalmente como editorialista”.
En cuanto al mencionado autor del dibujo, Scarfe, se trata
de un experimentado caricaturista que colabora con ese medio desde los años
sesenta, pero que en este caso, como se puede ver, no ha contado con la
cobertura de sus patrones. Sí cuenta, sin embargo, con el apoyo de algunos de
sus colegas, como es el conocido ilustrador del Guardian Steve Bell, quien ha declarado que la caricatura “no es un mal dibujo”.
Tampoco todo este recorrido de la noticia me parecería digno
de ser comentado por sí mismo. Se trata, a mí juicio, de una controversia en la que los
diferentes intereses de los participantes se manifiestan dentro de lo esperable
en un asunto así.
La cuestión que sí me parece interesante es la reacción que
todo ello ha suscitado entre el público.
Por un lado, una parte de ese público ha deplorado la
publicación con manifestaciones relativas al pésimo gusto de la imagen, en
relación con un tema tan sensible. Opinión benévola que demuestra, por parte de quienes la
sostienen, una ignorancia total sobre las permanentes “creaciones gráficas”
similares que ilustran habitualmente, desde hace decenas de años, las
publicaciones en todos los estados islámicos del área de Medio Oriente.
Pero donde el asunto se muestra más peliagudo es en el seno
del colectivo de militancia antisemita del continente; en concreto el de
Francia, Inglaterra y los Países Bajos, en el que se ha señalado inmediatamente la supuesta analogía existente entre este conflicto y las airadas reacciones del mundo civilizado frente a las amenazas y
atentados que sucedieron a la publicación hace tiempo de las famosas caricaturas
del Profeta Mahoma.
Se da por hecho que, dentro de lo que a mí siempre me pareció una
discriminación racista positiva, las sentencias de muerte, o fatwas, que
decretan los responsables religiosos del Islam, responden a una respetable
interpretación de la convivencia, cuyas diferencias con nuestros hábitos se
deben a una específica forma mahometana de considerar la existencia, a la que
por supuesto tienen todo su derecho los fieles de esa religión. ¡Faltaría más!
Es decir, que una protesta por más airada que esta sea, por
parte de gobernantes, diplomáticos o profesionales de la comunicación, se
asimila en plano de igualdad a una sentencia capital que obliga a todo creyente
a contribuir en su ejecución. Y todo esto so pretexto de una libertad de expresión que
nadie ha puesto en entredicho en este caso, dicho sea entre paréntesis.
Una vez más, los supuestos defensores de las leyes que
regulan esa libertad de expresión han
dejado patentes sus limitaciones, en términos de sus conocimientos sobre la geometría
del espacio.
Esto es, han vuelto a expresar su habitual visión de la ley
del embudo.
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