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jueves, 7 de febrero de 2013

La ira del pintamonas

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En el rayo que no cesa del antisemitismo, un nuevo fulgor ha brillado en el periódico Sunday Times del pasado 27 de Enero, casualmente el día de la conmemoración mundial de la Shoah.

El famoso dibujante Gerard Scarfe, poco conocido aquí, pero una verdadera referencia en el mundo de la ilustración periodística inglesa, ha publicado un dibujo a toda página representando al Premier israelí  Benjamín Nethanyahu en caricatura, edificando un muro con una argamasa de sangre, en el que aparecen emparedadas una serie de víctimas con aspecto de árabes.

Hasta aquí, la anécdota no merecería más comentario, en general, que el referente al mal gusto demagógico de la imagen. Si no fuera porque esta contiene una carga ideológica cuya verificación es obvia, si se la pone al lado de otras imágenes bastante más antiguas, cuyos significados han quedado inscritos en la historia como las huellas gráficas del odio que ha dado lugar al mayor crimen colectivo de la humanidad.  (ver ahí arriba)

Por otro lado, el texto que acompaña al dibujo disipa cualquier duda sobre el fondo del discurso de su creador: “Will cementing the peace continue?”. Algo así como “¿Continuaremos construyendo la paz?”

Como era lógico las protestas no se hicieron esperar, y un grupo de diputados británicos, algunos de ellos de origen judío, señalaron oportunamente la relación de la sangre del dibujo con el ancestral y eterno mito antisemita del sacrificio ritual con sangre humana.

El jefe del Parlamento israelí, Reuven Rivlin ha remitido una carta a su homólogo británico, en la que le expresa su enérgica protesta. Por su parte el embajador de Israel en Londres, Daniel Taub, ha expresado asímismo su rechazo, al considerar que en este caso el Sunday ha ido mucho más allá de límites tolerables.

Los medios de prensa del estado israelí han denunciado el hecho, y el cotidiano Times of Israel asegura que el ex–Premier Tony Blair, que representa al Cuarteto para Próximo Oriente, ha declarado personalmente su descontento a Nethanyahu, en el curso de una reciente reunión.

Por otro lado, el patrón del Sunday Times, el magnate australiano de la prensa de sensación Rupert Murdoch, ha creído conveniente presentar sus excusas a través de la red de Twitter: “Gerard Scarfe no ha reflejado nunca las opiniones del  periódico. Sea como sea, debemos expresar nuestras más sinceras excusas por este dibujo grotesco y ofensivo”.

El redactor jefe del diario, Martin Ivens, ha declarado por su parte: “El periódico posee una larga historia en términos de la defensa del estado de Israel y de sus problemas, así como yo personalmente como editorialista”.

En cuanto al mencionado autor del dibujo, Scarfe, se trata de un experimentado caricaturista que colabora con ese medio desde los años sesenta, pero que en este caso, como se puede ver, no ha contado con la cobertura de sus patrones. Sí cuenta, sin embargo, con el apoyo de algunos de sus colegas, como es el conocido ilustrador del Guardian Steve Bell, quien ha declarado que la caricatura “no es un mal dibujo”.

Tampoco todo este recorrido de la noticia me parecería digno de ser comentado por sí mismo. Se trata, a mí juicio, de una controversia en la que los diferentes intereses de los participantes se manifiestan dentro de lo esperable en un asunto así.

La cuestión que sí me parece interesante es la reacción que todo ello ha suscitado entre el público.

Por un lado, una parte de ese público ha deplorado la publicación con manifestaciones relativas al pésimo gusto de la imagen, en relación con un tema tan sensible. Opinión benévola  que demuestra, por parte de quienes la sostienen, una ignorancia total sobre las permanentes “creaciones gráficas” similares que ilustran habitualmente, desde hace decenas de años, las publicaciones en todos los estados islámicos del área de Medio Oriente.

Pero donde el asunto se muestra más peliagudo es en el seno del colectivo de militancia antisemita del continente; en concreto el de Francia, Inglaterra y los Países Bajos, en el que se ha señalado inmediatamente la supuesta analogía existente entre este conflicto y las airadas reacciones  del mundo civilizado frente a las amenazas y atentados que sucedieron a la publicación hace tiempo de las famosas caricaturas del Profeta Mahoma.

Se da por hecho que, dentro de lo que a mí siempre me pareció una discriminación racista positiva, las sentencias de muerte, o fatwas, que decretan los responsables religiosos del Islam, responden a una respetable interpretación de la convivencia, cuyas diferencias con nuestros hábitos se deben a una específica forma mahometana de considerar la existencia, a la que por supuesto tienen todo su derecho los fieles de esa religión. ¡Faltaría más!

Es decir, que una protesta por más airada que esta sea, por parte de gobernantes, diplomáticos o profesionales de la comunicación, se asimila en plano de igualdad a una sentencia capital que obliga a todo creyente a contribuir en su ejecución. Y todo esto so pretexto de una libertad de expresión que nadie ha puesto en entredicho en este caso, dicho sea entre paréntesis.

Una vez más, los supuestos defensores de las leyes que regulan esa libertad  de expresión han dejado patentes sus limitaciones, en términos de sus conocimientos sobre la geometría del espacio.

Esto es, han vuelto a expresar su habitual visión de la ley del embudo.

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