Hace muchos años, el Profesor Max tenía en Mijas un carromato en el que
exhibía su Gran Circo de las Pulgas. En carpas, lo que se dice carpas, gastaba
muy poco el bueno del Profesor. La pista central ocupaba el espacio de un plato
de postre. Sólo las grandes lupas parecían dar un cierto empaque técnico a aquel último
sueño romántico, que la vida me ha permitido conocer.
El Gran Circo de la Pulgas del Profesor Max era pequeño.
Pero no raquítico.
¿Qué extraño repliegue de mi inconsciente, un día como hoy, consigue
que evoque este recuerdo, y que en su conmovedora estela me surja una reflexión
sobre ese eructo regurgitado por lo que ya no son más que los residuos nauseabundos
del cadáver de la izquierda, al que denomina "Los Premios Goya"?
Creo que conozco la razón pero, a pesar de lo fundado de mis
sospechas, me niego a exponer aquí mí hipotética respuesta, sin la presencia de mi
psicoanalista.
Esos personajes patéticos, que se autoproclaman representantes
del llamado “mundo del cine”, sin que ninguno de sus colegas levante una mano
para protestar ante semejante usurpación, han conseguido instaurar sus
festividad victimista, como es preceptivo en cualquier minoría con ínfulas que
se precie. Es su fiesta nacional.
Los Premios Goya.
Torpe caricatura de los premios de la Academia Americana del Cine (lo que aquí
sería un colegio profesional), cuyo raquitismo acomplejado corresponde con
exactitud milimétrica a la talla de su
cine, que no es el mío, de su “industria”, que yo financio, y de su
analfabetismo, que pretenden hacerme sufrir. Cosa que consiguen a veces. Como
hoy.
Por su parte, el suplemento dominical del diario ABC ha
dedicado la entrevista de su último número a Almodovar. Ese narrador cinematográfico
que ha logrado el prodigio de que unos chismes casposos, que las comadres del pueblo solían compartir en una cocina manchega, apasionen a un camionero de Nebraska. Y que,
encima, le den un Oscar.
Y ¿qué nueva gracieta ha llevado a cabo nuestro perla
preferido? Ninguna. Ya. No es por casualidad. Uno sabe algo sobre las
dificultades de vender una revista, y de las exigencias que los encargados de
marketing ponen sobre la mesa de redacción, antes elegir una portada. ¿Semana
de los Premios? Pues está claro, en portada, Almodovar.
La bazofia contenida en las respuestas de este esbelto
sujeto, solo se pueden leer en diagonal. Otra lectura sería causa garantizada
de alguna grave dolencia intestinal.
La insignificancia de la colección de tópicos encadenados,
con el peculiar lenguaje de erudito del Rastro que usa este nota, no merece ni un
solo comentario más, si no es el de que resultan bastante ajustados, por otro
lado, al nivel de un cuestionario que tampoco ganaría el Pulitzer.
Pero, hablando del acto…,
el ingenio del presentador de un acontecimiento como la entrega de premios de los
Oscars, es algo a lo que los autores americanos del invento le dan una
importancia fundamental. Los americanos se toman muy en serio eso del humor.
Aquí, como siempre, no imitamos a nadie. Eso sería tanto
como aprender. Y hasta ahí podíamos llegar. ¡Que alguien nos enseñe nada a
nosotros! ¡Y más, unos ignorantes y patanes como los yanquis! ¡Aquí somos todos
muy graciosos, hombre! Genéticamente.
Las crónicas del acto de entrega de premios, empiezan por dar
cuenta de la actuación estelar de una payasa de la tele que se hace llamar
Hache, quien tuvo a su cargo el mencionado papel de presentadora del mismo.
Esta pelagatos con traje de cola, a la que solo vi en una
ocasión en la que me dejé deslizar por el vacío del zapping, es una versión muy
terminada del contador de chistes de barra de bar, a la cual ella ha enriquecido
con una clave innovadora, infalible entre el macherío. Consiste simplemente en
salpimentar sus “ocurrencias” con algún ¡A tomar por saco!
Aunque parezca mentira, a estas alturas de la historia, un exquisito
e ingenioso exabrupto de ese calibre enardece sin excepción al público masculino
español, el cual celebra la gracia con grandes carcajadas y codazos cómplices,
mientras se dicen unos a otros mirándose a los ojos ¡Esta tía es la hostia!
Feminismo de delicado pelaje, como se ve.
Pues bien, al parecer, esta representante genuina de los
“acampados”, “indignados”, y otras especies asilvestradas, utilizó su sutil capacidad
irónica para convencer a los ya convencidos, enumerando los horribles crímenes que
están siendo cometidos por el gobierno y el partido fascista que lo sostiene.
Empezando por la cultura – por cierto, de crímenes contra la
cultura debe saber un rato largo esta Carlota Corday de la sintaxis–. Y siguiendo con la salud pública, los hipotecados, los
parados, los estudiantes, los trabajadores de Iberia y los oricios de Bañugues.
Todos ellos temas estrechamente relacionado con el cine, como habréis
comprobado.
Naturalmente este comentario es cualquier cosa menos imparcial
o ecuánime, como veis. Ni falta que le hace. ¿Que estoy generalizando de nuevo?
Lo sé. Pero prometo solemnemente que en cuanto vea a alguno de los que no son estos, tener el coraje de
enfrentarse a esa banda de tarados que les representan,
empezaré a matizar.
¡Ah! Y tampoco he visto el bodrio. Que conste. Hablo temerariamente
de memoria, tras leer cuatro titulares del acto en un periódico tendencioso de
derechas. Pero…¿sinceramente creéis que hace falta algo más?¿tuvo lugar, acaso,
alguna novedad en el guateque ese?
¡Nah! Todo lo que allí ocurrió se hizo siguiendo un guión
escrito hace muchos años. Uno de esos guiones con los que rellena su papel de
oposición la izquierda, mientras va pensando en un nuevo complot para hacerse
con el poder que ha perdido democráticamente. Alguna Revolución en Asturias, o
el aprovechamiento de algún acontecimiento siempre oportuno. Como algún 23 de
Febrero. Como algún Prestige. Como algún 11 de Marzo.
Como decía el Zeja,
aquel llorado portento político, “vamos a tener que tensionar la calle…”
Con relación al estilo del acto, estos prodigios tratan
simplemente de calcar, a base de resentimiento o envidia, y sin haber entendido
una sola palabra, al modelo odiado. Odiado por inalcanzable, al no estar en
posesión del talento preciso ni de la capacidad de esfuerzo que requiere.
Después, viendo el resultado, y aunque se repiten cien mil
veces “¡Somos los mejores!”, la frustración los hace verse como son en
realidad, o sea, feos y no guapos; horteras y no elegantes; maleducados y no corteses; ignorantes y no cultos y grotescos y no ingeniosos.
Pero, como he dicho, ellos no imitan. Lo que hacen en
realidad son fotocopias borrosas en blanco y negro. Aunque, eso sí, lo que han
hecho muy bien estos saltimbanquis progres, desde su infancia, es conseguir
vender en el exterior la imagen de una España, de vivienda protegida, asistenta chillona,
y sarasa postmoderno, que todavía está bajo las garras del franquismo.
Franquismo construido y conservado durante cuarenta años,
por cierto, por los abuelos de la mayor parte de esta peña, cuyas camisas
azules reposan en el fondo del baúl, entre bolas de alcanfor. Por si acaso.
Y, por otro lado, ese público exterior, que tampoco se ha
tomado aún el trabajo de enterarse que España es algo más que unas corridas de
toros, unas semanas santas y unas playas atiborradas de horteras con abalorios
y de espetos de sardinas, no contribuye mucho a que las cosas emprendan un
itinerario simplemente normal.
En fin, pensándolo bien, tal vez sea mejor que estos macacos
de feria sigan encerrados en su jaula de hojalata. Aunque sea solamente para
recordarnos de forma evidente, el día de los Goyas, de qué se trata en realidad
cuando hablamos de la izquierda, y a pesar tambien de lo caros que nos salen.
¡Cómo te echamos de menos, añorado Profesor Max…!
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