Cuando me pongo a escribir estas líneas la situación en Egipto pende peligrosamente de las reacciones populares al discurso de Moubarak, del Jueves 10, y de la respuesta de uno de los Ejércitos más poderosos de ese area geográfica.
Para un español nacido con la posguerra civil, el análisis de estos acontecimientos lo sitúa en un laberinto de datos y una colección de experiencias vividas en primera persona, cuya dificil síntesis constituye por ella sola el principal problema.
Los que compartimos los recuerdos de esa época concreta, larga y compleja, tenemos sentimientos encontrados, ante una posible aproximación de esos recuerdos a una situación como la originada en Oriente Medio estas últimas semanas.
Sentimos ante todo un primario anhelo de ver triunfar, por fín, un sistema democrático en esos países. El recuerdo de una larga dictadura unipersonal, en nuestro caso, más o menos colegiada en el suyo, nos sugiere la posibilidad de extrapolar nuestra propia experiencia como medio privilegiado para entender aquel avispero. Sin embargo, salvo la morfología caudillista y las consabidas justificaciones de la misma, míseros lugares comunes como la falta de preparación del pueblo para vivir en libertad, etc, nada de lo ocurrido aquí encaja en un mundo con el que mantenemos abismales diferencias históricas, culturales, religiosas y económicas.
Respecto de las posibles analogías con el ocaso de las dictaduras totalitarias de los países del Este, ni en el origen de esos sistemas, ni en las circunstancias geoestratégicas que provocaron la guerra fría, encontraremos datos objetivos comunes que nos ayuden en nuestra búsqueda de alguna pista sobre una posible evolución de la situaciòn, a corto plazo.
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Je, je. Así empezaba una reflexión más sobre el segundo que estamos viviendo, cuando un dolor de cabeza inoportuno (¿hay alguno oportuno?) y mal colocado, interrumpió impertinente esa nerviosa carrerilla que sirve para lanzar “le coup d’envoi”, (el saque), con el que siempre comienza uno ese incierto pero animoso intento de saber más, o por lo menos preguntarse por más cosas.
Un simple dolor de cabeza. Y un hematoma. Ni más, ni menos. Sin motivo. ¿O es sin causa? En cualquier caso, inesperado. Hacía muchos años que no se le esperaba. Es más, estaba practicamente descartado como posibilidad. Eso eran cosas de otros. Suele haber una lógica de las cosas. Incluso de aquellas relativas a la salud. Cuando todo está bien, cuando los datos desmienten el riesgo, las cosas se desarrollan con arreglo a lo previsto. O sea, no-pasa-nada, porque los-datos-lo-indican-así.
Pero pasó. Y lo más interesante de todo es que pasó sin que ninguna causa de las previstas tuviera lugar. O sea, que las cosas pasan como consecuencia de la acción de las causas conocidas, o sin ella. Pero tampoco se explica con la fórmula: “causa desconocida”. No. Porque “eso” sería UNA causa. No. Es algo “expontáneo”. Sin causa.
La verdad es que nunca me había planteado algo así…¿Tengo que abrir un nuevo dossier con el epígrafe : “cosas que pasan sin causa, pero a las que hay que tener en cuenta”? ? ¿ Y cómo voy a tenerlas en cuenta si no hay nada que las cause, y por lo tanto no las conoceré hasta que ya estén ocurriendo? Se tiene en cuenta algo que se conoce; o sea que esas cosas no podré tenerlas en cuenta hasta que hayan ocurrido. Y, una vez que hayan ocurrido ¿qué podré hacer, aparte de lamentarme y enrollarme como un gusarapo, como ahora mismo?
Mejor ignorar lo que no se puede conocer. ¡Mira! No suena nada mal… Pero… ¿conoceís a algún capullo que haya conseguido ignorar algo voluntariamente? Así… ¿borrarlo de su cabeza?... ¡Nah! Solo se borra algo cuando lo sustituyes por otra cosa; acordaros de que todo se transforma, nada se destruye… Y si encima desconoce lo que tiene que ignorar… ¡pues ya te digo!
Después de tanto tiempo dándole vueltas a este doctorado de la vida,…¿ será posible que acabe refugiándome en esa cesta de camping que es el cajón de la “fatalidad”? Estas cosas siempre me inspiraron una posible definición del “azar”. Todo lo que ocurre alrededor de nosotros lo entendemos, lo “poseemos”, porque nos lo explicamos mediante leyes que nos inventamos, y verificamos. Los dados caen como tienen que caer. Seguro que obedeciendo a leyes precisas y objetivas. Sólo que la naturaleza y condiciones de esas, las ignoramos y, para más inri, disfrutan mezclándose maliciosamente entre sí hasta constitutuir una maraña de complejidades que nos caen definitivamente lejos de nuestra limitada capacidad de computación.
¡Ya esta! Si no tiene causa conocida, es cosa del azar. Guarda la calculadora. Ese es un instrumento humano, y aquí estamos hablando de cosas fuera del alcance del hombre. ¡Ah! pero cuando el hombre se encuentra en presencia de algo que no está a su alcance, y cuya existencia se ha empeñado en admitir como cierta ¡vaya a saber usted porqué! o sea, que la ha imaginado, echa mano de su recurso más genuínamente humano. Se inventa una palabra. Y ya está. Una vez bautizado, “eso”, ya existe. Que es una forma de controlarlo un poquito, aunque no se pueda preveer su comportamiento. Es el azar. Y ya está.
Los dados caen como tienen que caer. Incluso los antiguos tenían una cierta tendencia a no creer que fuesen los própios dados los que se dejasen caer de una determinada manera. Sospechaban que unos seres que se parecían algo a los hombres, intervenían en la jugada. Los dioses. Era esa obsesión por no quedar totalmente fuera del juego, además de esa tendencia irrefrenable hacia la trampa, que es la abolición de las reglas. De las causas.
Bueno, si sigo así voy a conseguir CREAR LAS CAUSAS necesarias para que os duela la cabeza a todos vosotros.
En resumen, al parecer tengo algo así como una neuralgia del trigémino.
¡Y yo que siempre creí que el trigémino era algo exclusivo de las familias nobles! De los Austrias y así… Como la gota… o la hemofília, azul o roja... Es más, mirándome hoy en día esta nariz de la que estoy bastante satifecho, no puedo creer que se oculte un horrible trigémino detrás.
Pero la vida es así. Uno no escoge su própio trigémino.
Mejor lo teneis en cuenta a partir de ahora.
Lamento que tengas inflamado el trigémino. Es algo muy doloroso. Y has debido pasar las de Caín. Efectivamente no somos dueños de nuestro destino, ni siquiera de cómo pasaremos el día, ni de si mañana amanecerá también para nosotros. El dolor, es lo que tiene: el cuerpo se hace presente. Muy presente. Y tiene gracia lo del artículus interruptus: fugacidad de la actualidad, siempre imprevista...
ResponderEliminarÁnimo Saco. Lo del trigémino da miedo con o sin causa. A mí me ha tocado una gripe con los mismísimos síntomas de la peste y la causa debe encontrarse en los muchos pecados propios y ajenos.
ResponderEliminarA dar de baja el yo hasta que resurja, si puede.