.

.

miércoles, 26 de enero de 2011

¡Se está acabando el papel de fumar!

En nuestro vecino país del norte, acaba de estallar un escándalo de esos que me dan mucha envidia. El sobrino Frédéric, de iniciales homónimas de las de su tío François Mitterrand, y que ejerce el cargo de ministro de cultura, acaba de borrar de la lista de celebridades francesas de 2011, en el cincuenta aniversario de su muerte, al llamado Louis-Ferdinad Auguste Destouches (Celine), inmundo escritor antisemita, poniendo fin a de esta forma una encendida polémica surgida en los más ilustres medios intelectuales de ese país.

El tal Celine debió desear ser "maldito" desde pequeño. Lo malo es que las oposiciones para maldito solo se convocan cuando se producen vacantes, y estas no se producían por aquel entonces. El malditismo es una profesión de izquierdas, como sabéis. Total, que Louis–Ferdinand se encontraba frustrado en su ferviente vocación y, ante las circunstancias adversas, se le ocurrió la brillantísima idea de inventar el "malditismo de exterma derecha". Y así fué como el bueno del Docteur Destouches se dedicó a perfeccionar hasta el virtuosismo (nada que ver con la virtud, ojo) el papel de maldito. Fué malvado, despreciable, vil, cruel, desalmado, denunciador, asesino por procuración (era demasiado cobarde para hacerse cargo del asunto personalmente) y para colmo, consiguió escapar, a la Liberación, el tiempo necesario como para aprovecharse de la nueva actitud "moderadora" de la depuración que decretó De Gaulle, y así fué como se libró del pelotón de fusilamiento, cosa que no consiguió su compa Brassillac. Sus numerosas vomitaduras panfletarias culminaron con una obra, "Viaje al final de la noche", celebrada aún hoy en día por los estómagos complaciantes de la intelectualidad libre de escrúpulos.

No perdería ni un segundo en comentar nada referente a este nauseabundo sujeto, sino fuera por que el debate en torno a él ha puesto, por fín, sobre el tapete una de esas cuestiones que suelen estar habitualmente amparadas por tácitas complicidades y vergonzantes sobrentendidos. Cuestiones que mantenemos ocultas en los repliegues de la conciencia, junto con todo aquello cuyo análisis nos nos atrevemos a enfrentar.

Es la vieja y espinosa cuestión de la relación entre el autor y su obra.

La corrección político–cultural más extendida proclama, con una a menudo sospechosa contundencia que no deja resquicio para la duda, que una cosa es la obra inmortal del artista, y otra muy distinta, el juício que podamos hacer sobre su actitud y trayectoria personal.

Uno es de los que piensa –y tal vez no seamos muchos– que la objetividad, en cuanto al valor de cualquier obra humana, no es más que la pretensión desmesurada de superar aquello que nos hace precisamente humanos, y que es nuestra humilde subjetividad. Tratar de elevar a la categoría de transcendente (inmortal/inhumano) un acto o una obra llevada a cabo por un sujeto mortal, al convertir en valor objetivo el plebiscito de algunos juicios subjetivos sobre su mérito, no es más que un inútil esfuerzo más por intentar acercar a los simples mortales a la fantasmagórica naturaleza de los dioses, a través de ese hecho singular.

Todo aquello que hace un hombre es el reflejo más fiel de sí mismo. Ya sea en sus éxitos o en sus fracasos. Y el análisis del conjunto de sus actos voluntarios e involuntarios acercará, en su complejidad, a la valoración que cada cual extraíga de ellos. Pero esos actos forman parte de un conjunto cerrado e interrelacionado. No se pueden seleccionar aspectos concretos de él, sea cual sea el criterio que se proponga. Si se hace, como suele suceder con los artistas y otras notoriedades intelectuales, estaremos discriminando lo sagrado (artístico) de lo profano (personal).Y nos adentraremos, en consecuencia, en el terreno de lo arbitrario, de la superstición y de la amoralidad.

Al pretender que algunos hombres, en función de los méritos de su obra, están exentos de responsabilidad personal como artistas, no hacemos otra cosa que aplicar a esos “hombres especiales”, cuya esquizofrenia, al parecer, no requiere ser tratada en los lugares adecuados, una especie de abolición de las reglas establecidas para el resto de los afectados por esa patología.

Se les sitúa en la antesala del olimpo, de la morada de los dioses; un lugar donde no rigen las leyes que regulan las relaciones entre los simples mortales; es el ágora reservado para los notables, para los “seres por encima de toda sospecha”. Es una institución secular donde podemos encontrar mezclados, como miembros de una misma, única y sagrada corporación, a personalidades que han hecho progresar y elevarse el espíritu humano hasta el nivel extraordinario donde hoy se encuantra, con cínicos impúdicos como el marqués de Sade, con canallas totalitarios como Martin Heidegger, escoria humana que ha hecho de su depravación un pingüe negocio como Jean Genet, o a repugnantes antisemitas, denunciadores de víctimas que trataban de escapar de la barbarie, como Celine. Así como a individuos de actitud sospechosamente connivente con los totalitarismos, cuando no claramente cómplice, como Aragón, Sartre, Beauvoir, Coco Chanel, Marguerite Duras, Cocteau o Picasso, que dejo morir a su “amigo” Max Jacob en la antesala de Auschwitz, negando su firma a la petición de gracia, que sus amigos intelectuales solicitaron de sus vecinos parisinos de la Gestapo, quienes,por cierto, estos últimos, nunca inquietaron al máximo exponente del “arte degenerado”.

Por eso es absolutamente indispensable privar a esos engendros, que han utilizado su talento privilegiado para emboscar la miseria de sus espíritus deformes e inmorales, de esa amnistía de la cultura oficial que solo les afecta a ellos. Un ejercicio de moral selectiva, en el que su obra se les admite como fianza con la que eludir cualquier condena.

Pero, por más que todo esto parezca claro a cualquier persona con una provisión moderada de sentido moral y común, cuando llega el momento, como es el caso, los fabricantes de papel de fumar se frotan las manos ante la abundante demanda de sucedaneos de guantes para agarrársela.

A lo mejor es que a mí lo que me dan asco son otras cosas.

¡Seguro!

8 comentarios:

  1. Apasionante:

    Creo que pones al espíritu humano, en la frontera do moran los dioses, nada menos que juzgando a artistas o/y genios.

    El juicio a un hombre, no es mas que una descripción del sentimiento que nos inspira. Es algo humano y subjetivo, como bien dices. Pero tendemos a dar categoría objetiva a ese criterio. Sería como el sapo hinchándose y jugando a ser elefante.

    La verdad, me apasiona saber que el gran Sócrates, que renunció a una defensa efectiva, atacó en su alegato a Anaxágoras, para evitar que le confundieran con un sofista, (sabio entonces), como si éstos, por soberbios, sí merecieran la muerte. Ataca en su defensa, su teoría sobre el sol y el gran Sócrates vuelve a errar.

    Me sorprende saber sobre Newton, (Popper:"El mundo estaba en las tinieblas y Dios dijo: Hágase la Luz y creó a Newton"), que no hace muchos años se subastó un baúl con documentos suyos y estaban llenos de ¡¡estudios sobre el templo del Rey Salomón!! De ellos deducía la fecha exacta (que concretó) del santo Advenimiento.

    Me sorprende el gran Einstein, que superó a Newton. Quien tuvo el mérito de expresar matemáticamente su intuición sobre la materia y la energía, fue su primera esposa, a la que abandonó y la condenó al olvido. Ni siquiera me acuerdo (ni nadie lo hace ya) de su nombre. Todo el mérito se lo atribuyó él.

    La obra de todos ellos, solo inspira admiración. Sus miserias, solo certifican que son humanos, no héroes, ni semidioses, como sería legítimo sospechar. Saber que son humanos nos reconforta. Si somos como ellos, pensamos, somos capaces de grandes obras. Están a nuestro alcance.

    En cuanto a Celine, del que no tengo el gusto de conocer grandes hechos, salvo los descritos por ti, pudiera ser el ejemplo de un ser que inspira asco al ser juzgado, pero que hace algo que inspira admiración. A veces nos sorprendemos (y nos reprendemos), sintiendo admiración por un hecho realizado por alguien al que condenamos por ejemplo por asesino. Inscrito en el frontispicio de las prisiones antañonas, lucía el pensamiento de C. Arenal: "odia al delito y comparece al delincuente".

    ResponderEliminar
  2. Bienvenido a bordo JL. Todo un honor tu participción en este riconcito de la red.

    Me dices:

    "La obra de todos ellos, solo inspira admiración. Sus miserias, solo certifican que son humanos, no héroes, ni semidioses, como sería legítimo sospechar. Saber que son humanos nos reconforta. Si somos como ellos, pensamos, somos capaces de grandes obras. Están a nuestro alcance."

    Verás, si realmente creyese que, para demostrar que no soy un semidios, tuviera que exhibir las más infames de mis posibilidades humanas como prueba de ello, deduciría, así mismo, que mostrándome simplemente como un hombre de principios, estaría corriendo el riesgo de que me confundiesen con un héroe o un titán.

    Sinceramente, tal prueba de pesimismo, respecto de la raza humana, me deprime profundamente.

    Jano con su doble cara, y su condición de indispensable guía para aproximarse a la morada de los dioses, representa con fidelidad la pretendida condición dual de los artistas malvados, en virtud de la cual, los pobres mortales, reconociéndonos en su parte más miserablemente humana, consiguiríamos de su mano acercarnos un poco al Olimpo.

    Lo único que me irrita de verdad es que la gloria que disfrutan justamente aquellos creadores que no han demostrado de forma tan evidente su "condición humana" y no tienen nada grave que reprocharse desde el punto de vista moral, les impida, al parecer, rechazar públicamente la vecindad en la morada del prestigio, de los que con tanto empeño han mostrado los aspectos más nauseabundos de su existencia mortal.

    Nadie, ni siquiera los grandes autores de grandes obras, está exento de de la obligación de responder de sus actos, junto con sus obras.
    No por separado.

    Hay un regusto de fatalidad en la valoración del comportamiento de las figuras que mencionas. Pero conviene no olvidar que otros no menos eminentes no compartieron con ellas esa clase actitudes.

    No creo que todo valga, en el mundo de los "inmortales".

    ResponderEliminar
  3. Gracias por tu acogida, Saco, es un placer debatir con una mente tan aguda.

    Según entiendo, propones que el juicio a una obra, es inseparable del juicio al autor.

    Un juicio moral ha de acompañarse ineludiblemente de una carga emocional. Es relativamente fácil en teoría (en la práctica es dificilísimo), juzgar una obra o una acción. Eso se hace cada día de forma reglada (racional) en los Tribunales, donde se juzgan solo acciones, nunca personas y es complejísimo.

    Juzgar a una persona (todas sus obras, sus motivaciones, sus agravantes o eximentes en cada una de ellas), es prácticamente imposible. Además al juzgar una por una sus acciones, nos encontraremos con emociones contradictorias, con mucha probabilidad, pues nadie hay absolutamente malo, ni absolutamente bueno.

    Los persas (según Herodoto y Tucídides) al juzgar una acción criminal de alguien, traían a la vista del juez las acciones buenas, de tal manera que pesaran ambas en la balanza. Juzgar a alguien así, es tan complejo, inabarcable y difícil, que creo está fuera de las facultades humanas.

    La mente humana, es propensa al prejuicio, en parte porque se inclina al automatismo y en parte por pura vagancia. Por ejemplo: se piensa: una persona es un rojo (o azul), luego ha de ser forzosamente bueno porque es de los míos. Ni siquiera se definen las categorías rojo o mío. Es un juicio anterior a la razón, pura emoción. Un prejuicio. Una gran herramienta para ganar elecciones o para captar inversores o para atraer a compradores, pero no para juzgar.

    Reconozco que ver encumbrada la obra de alguien que ha participado en un genocidio, produce rechazo (emoción que conduce al juicio de malvado). Si se es hombre moral, necesariamente, ha de producir ese sentimiento.

    No obstante creo (y puedo estar equivocado) que es la acción el objeto del juicio y de la repulsa y no la persona. Creo (y muy pocos lo comparten) que juzgar a alguien por una acción o un grupo de acciones, es un error. Además creo (y no conozco a nadie que comparta mi opinión), que se ha de ser escrupuloso en no mezclar el juicio a una persona con el juicio a una acción, porque necesariamente lleva a errores muy graves.

    Otra cosa es que haya obligación de liarse a tiros con genocidas o asesinos, no por malvados, sino para evitar el genocidio o sus acciones funestas. (p.e. para mí hubiera sido legítimo matar a balazos a los representantes de la ONU en el momento en que decidieron consentir el genocidio de Darfur, ordenando evacuar las tropas. Para mí son responsables por omisión del genocidio. Había que haberlos fusilado al momento y esperar a que los siguientes hicieran algo para evitar aquello).

    Recuerdo la emoción de repulsa que sentía hacia un asesino múltiple en el momento de matar a otro, por un motivo nimio. Años después recuerdo a ese mismo asesino, con la carne como derretida, por intentar salvar de la muerte por fuego a una persona que no conocía. El juicio al hombre se me hace imposible . El juicio a las acciones por separado, parece mas asequible.

    Juzgar a Sócrates como excelente, (aún nos influye su ética y su ejemplo) o juzgar a Newton como racional (hizo al universo asequible al hombre por vez primera), parece lo correcto. Se ha hecho durante siglos, incluso por las mentes mas preclaras, sin excepción. Pero cuando pensamos en Anaxágoras o en el Santo Advenimiento, no me digas que no nos hace plantear seriamente la capacidad humana de juzgar a una persona.

    ResponderEliminar
  4. Verás JL, yo sigo a Kant, en su pretensión de que ciertos principios poseen la ASPIRACIÓN de ser universales. Y, precisamente, esos principios morales constituyen el mínimo repertorio que poseo para decidir MIS actos voluntarios, de forma que me pueda reconocer en ellos como un ser libre.

    Los actos, que son los únicos hechos mediante los cuales uno puede ser ser identificado y distinguido en su subjetividad, del resto de sus semejantes, y constituyen un CONJUNTO, en cada momento dado de la vida.

    No existen actos aislados en la trayectoria vital de nadie. Pueden ser contradictorios. Pueden constituir conflictos dificiles de manejar para su autor. De acuerdo. Pero, eso, es SU problema.

    La aparición del concepto de masa en el siglo XIX, concepto bastardo nacido de la amalgama de los de individuo y pueblo, vino a devolver a la mente racional el secular apego a los mitos, que parecía definitivamente descartado a partir de la Ilustración.

    Y ese concepto mítico trajo la condena del individuo, estigmatizado con el supuesto pecado del egoismo social. De ahí se derivan todos los problemas actuales. Relativismo. Amoralidad. Etc.

    El asunto del conflicto entre la personalidad del autor y la realidad de su obra, es un falso conflicto cuyo debate se rechaza por el temor que infunden los mitos. Los esloganes, los tópicos y sus preceptos sagrados aprendidos de memoria, constituyen un código de simplificaciones, frecuentemente EMOTIVAS, que protejen a los miembros de la masa. Esos seres paranoícos necesitados de fórmulas que les eviten el riesgo de llegar a sus propias conclusiones. De ser libres.

    Kant habla de la disposición libre de espectativas o prejuicios que debe poseer el juez delante de los hechos. Pero él habla de justicia. El juicio de la personalidad de alguien que ha escogido libremente convertirse en una referencia, en un líder de opinión, en cualquier disciplina, no sólo es posible sino que es indispensable, en mí opinión. Esos seres deben ser sometidos al severo escrutinio de sus actos, porque se les ha atribuido una autoridad de la que deben hacer un uso adecuado, ya que, como todo poder, encierra un seria peligro para quienes les admiran o siguen.

    Pero el disparate empieza cuando la EMOCIÓN que provoca su obra desplaza cualquier pensamiento racional y los convierten en seres sagrados, para quienes los mencionados principios son cosas de sus acólitos o partidarios. Al parecer su inmensa labor no deja lugar para esas pequeñeces.

    Martin Heidegger, depués de escribir de El Ser y el Tiempo, debió llegar a la conclusión de que tenía una contribución sagrada que llevar a cabo, dotando de fundamento intelectual a la bazofia de los nazis. Y empezó condenando al ostracismo a su maestro Husserl por ser judío y a permitir, sino aplaudir, la entusiasta quema de libros "indeseables", por parte de sus jóvenes alumnos de la camisa parda. Y ni siquiera reconoció su posible "error" después del desastre.

    ¿Plantea algún problema releer su obra magna con un espíritu diferente, tras conocer su trayectoria personal? ¿Tenemos miedo a encontrarnos con ciertos aspectos de su existencial rechazo de la modernidad, que pudieran sugerir embarazosas connivencias ideológicas?

    En definitiva,¿tememos destruir el ídolo, con nuestra impertinente y arrogante encuesta?
    ¿Podríamos imaginar una existencia sin ÍDOLOS?

    Aunque no fuese más que por un elemental sentido de la justicia, deberíamos distinguir el compontamiento de aquel que observa los principios que he mencionado, de quien los desprecia o los ignora. O quien los sustituye por otros. La ausencia de principios es otro código de principios.

    El código de los inmorales.

    ResponderEliminar
  5. Estoy contigo en que la idealización de grandes genios, trae consigo un juicio pésimo sobre su persona y a veces, sobre su obra. Igualmente se produce un temor atávico a discrepar con ellos.

    Buena culpa de lo ocurrido con los mitos, la tuvo el moralista, y exquisito Plutarco, con sus “Vidas”. Pero no idealizaba al personaje, trataba de “pintarlo, como en un cuadro”, con defectos y virtudes. Su extraordinaria influencia degeneró con los siglos en la transmisión de vidas ejemplares o vidas de santos, que solo describían luces, en el imaginario colectivo existe la certeza de que han existido seres humanos perfectos o cuasi perfectos. No obstante, me admira que antes de todo esto, Séneca o Cicerón, idealizaran a Sócrates, casi como a un dios.

    También pasa al contrario: la demonización por gravísimos errores trae la misma consecuencia. Soy de la opinión de que se ha demonizado al fascismo por ejemplo, con tanto ímpetu que se ha impedido juzgar racionalmente lo que pasó. Me temo que se volvería a repetir el fenómeno democráticamente, como entonces, y ni nos enteramos.

    Estoy conforme que han de existir unos principios, que han de regir la conducta y que cada cual es hijo de sus actos, y que éstos influyen, y mucho en la obra de un genio, que ha de ser valorada sin separarla de los actos del autor.

    Pero también estoy contigo en que hay que tirar los pedestales de los mitos, de los buenos y de los malos. Eso crea una cierta inseguridad, por lo que han servido de ejemplo, pero obliga a reflexionar.

    ResponderEliminar
  6. Nuestras respectivas razones no están tan alejadas como podría parecer.

    Te agradzco mucho el haberme permitido cambiar impresiones contigo sobre este asunto que, como alguno más, está huérfano de un verdadero debate en esta pupérrima época, desde el punto de vista del pensamiento, que nos ha tocado vivir.

    Uno de los propósitos que me he propuesto, al plantear este blog, es el de sacar sobre este humilde tapete algunos temas básicos de reflexión, subyacentes en muchos asuntos que nos proporciona la actualidad.

    Lamentablemente, todos ellos tienen un inevitable aroma de provocación, lo cual constituye dato bastante significativo respecto del ambiente que nos rodea.

    No te ocultaré que la provocación, en muy diversas circunstancias y no todas sacrosantas, me ha acompañado frecuentemente en mí existencia.

    Debe ser algo endocrino... Je, je.

    ResponderEliminar
  7. Saco, las reflexiones de tus textos obligan, en conciencia, a replantearse los propios esquemas, en cuestiones prácticas y cotidianas. Cuestionar o romper los propios esquemas, si eres honesto, saca de quicio y a eso lo llaman provocación.

    Tómatelo como descripción de tus reflexiones y no como adulación hacia tu persona, que no soy partidario de juzgar y menos de adular que como sabes es un trato indigno en sí mismo, pero ventajoso para quien lo practica, (Teofrastro).

    Ahora te confieso por qué se me fue el mal vicio de juzgar (para bien o para mal) a los prójimos: Tuve ocasión, siendo joven, de interrogar amablemente, a calzón quitado, durante lo que nos duró una caja de quintos de cervezas, a un señor que había matado a su esposa. Yo le interrogaba con la intención de ponerme a prueba y de forma honesta, confesarme si yo hubiera hecho lo mismo en sus circunstancias. Cuando contaba la sexta barrabasada que le gastó la asesinada, y que trataba sobre echar a perder el futuro de los hijos, yo me alarmé, y pensé ¡¡es muy probable que ahí se me terminara la paciencia y le golpeara o algo peor!! ¡¡Dios mío, si no me hago trampas he de confesarme que hubiera matado!!. Para mi sorpresa, e indignación conmigo, siguió contando y no la mató hasta la vigésimo sexta gran canallada, con lo cual quedó claro, no que él fuera bueno, sino que era yo mucho mas asesino que él y que lo único que nos diferenciaba, era que en él habían confluido las circunstancias determinantes y en mí no. Pero, acaso fuera el parricida, moralmente, mucho mejor que yo.

    Repetí ese experimento mas veces, en todas las ocasiones me sorprendí y mi opinión sobre mí mismo y sobre los prójimos cambió ¡y de qué manera!. Me obligué desde entonces a juzgar actos y no personas, porque estoy convencido de que el juez, (el que juzga, no el de la toga), casi siempre, es mucho mas canalla que el delincuente y mas ignorante, porque encima no lo sabe.

    Sé que casi nadie comparte mi opinión, pero practicar el nosce te ipsun de Delfos, nos pone, ante un espejo que refleja un monstruo en ocasiones, muchas veces nos coloca ante un individuo con suerte por su educación y ante un juez inútil e ignorante, siempre.

    ResponderEliminar
  8. Difícil no estar de acuerdo con vosotros. No podemos confundir la admiración por una obra con la persona de su autor. Seres abyectos como Céline han dejado obras tan interesantes como Mort à crédito o el Voyage. Polanski es autor de películas notables pero no niega haberse tirado una niña drogada. Etc. Y curioso que el mismo Mitterand que ahora borra a Céline interviniera en apoyo de Polanski. Él mismo ha tenido sus más y sus menos por sus confesiones pedófilas, pero ya sabemos que lo que no se le perdona a un Dragó sí se le perdona a un Frédéric Mitterand o a un Cohn Bendit...

    ResponderEliminar