-->
“Es mucho mejor mirar
a la historia cara a
cara,
porque a aquel que no
lo hace,
le dispara por la
espalda”.
Esto, que podría ser la letra de una de aquellas
sentenciosas milongas con las que los payadores de la estirpe de Atahualpa Yupanqui
o Mercedes Sosa, allá por los sesenta, nos sugerían que también en castellano
se podían hacer canciones con “contenido”, viene muy a cuento de un libro de
Arcadi Espada que estoy leyendo
actualmente.
La intención declarada del autor es la de optar por la
frialdad de la historia, frente a la alternativa de una voluptuosa y acogedora
leyenda.
Se titula provocativamente “En nombre de Franco”, y en él,
el autor, trata de restaurar la historia verdadera, frente a la apócrifa
establecida hasta ahora, respecto de la acción heroica del embajador español
Ángel Sanz Briz, que protegió a miles de judíos en el Budapest del invierno de
1944, salvándolos del destino fatal que los nazis les tenían reservado.
La obra está escrita con el peculiar estilo del autor, en el
que su aguda ironía no resta un ápice de rigor y de seriedad al asunto tratado.
En ella viene a demostrar, mediante un escrupuloso y
complejo escrutinio de la abundante documentación oficial, variados
testimonios, y numerosas memorias relacionadas con el hecho, que la decisión
del diplomático, independientemente de su propia y valerosa voluntad personal, fue ordenada y alentada en todo
momento, en aquel frío invierno húngaro, no solo por el Ministerio de Asuntos
Exteriores, el de Gómez Jordana primero
y el de Lequerica más tarde, sino, probablemente, por la propia Jefatura del
Estado. Esto es, por el propio Franco.
El asunto es, en mí opinión e independientemente de esa
turbadora revelación, más relevante de lo que la mera anécdota podría sugerir.
En realidad, viene a decir, no sabemos nada del antisemitismo “real” del Dictador. Espada sostiene que ni siquiera
se conoce una sola intervención de Franco en la que hubiese utilizado el famoso
sintagma de la “conspiración judeo-masónica”.
Esta expresión sí figura, y abundantemente, en la literatura
del Régimen a lo largo de sus primeros veinticinco años. Como también es
frecuente encontrar en discursos, artículos periodísticos y libros de texto,
numerosas y frecuentes expresiones antisemitas explícitas, más o menos
radicales, en ese primer período.
¿Quiere esto decir que Franco se oponía a sus amigos nazis,
en algo tan sustancial para ellos como era la persecución de los judíos? En absoluto.
Franco simplemente se dedicaba a navegar por aquel
tormentoso tiempo, manteniendo sus velas siempre orientadas al viento
dominante. Es decir, sin más rumbo propio que el que demandaba en cada caso la
problemática supervivencia de su Régimen.
Con los judíos mantuvo una relación que no tenia nada que
ver con razas, religiones o culturas. Tenía que ver, como en todas sus
decisiones, con el oportunismo y la conveniencia concreta de cada
circunstancia.
De hecho, ciertos empresarios y hombres de negocios judíos,
del Norte de África español, alarmados ante el ambiente revolucionario
imperante en la Península en 1936, le habían proporcionado una sustanciosa
contribución económica, en los primeros tiempos del llamado Alzamiento
Nacional.
Pero no fue una especie de compensación por aquellos
servicios prestados lo que animó al Caudillo en su decisión de favorecer a los
refugiados de la Embajada de Budapest. O, al menos, no lo fue exclusivamente.
Fundamentalmente, además de las presiones constantes
ejercidas por parte de los gobiernos aliados sobre él, en el sentido de que
dejase de favorecer al Eje, como de hecho venía haciéndolo desde del inicio de
la guerra, fue más bien el convencimiento de las escasas posibilidades de
triunfo que ya presentaba Alemania en aquel momento, una vez derrocado el Duce
en 1943 y tras el desembarco aliado en Normandía en junio de 1944, lo que debió
sugerirle aquella decisión.
Franco trató de aprovechar ese año de 1944 para adecentar un
poco la imagen del Régimen, cara al mundo futuro que se podía prever tras el
triunfo aliado.
Los fieles falangistas, requetés y otros entusiastas del
nacional-sindicalismo, dejaron paso a otras personalidades más presentables y
menos identificadas con imperios melancólicos y destinos comunes en lo
universal, sin dejar de agitar la pancarta anti-comunista, que ya empezaba entonces
a ser un activo político apreciable en ciertos círculos aliados.
Por otro lado, Hollywood y la gran prensa americana, en la
que la comunidad judía de aquel país tenía y tiene gran influencia, eran una
potente palanca de propaganda, que la perspicacia y la zorrería del gallego
dictador no iba a menospreciar. De hecho, miembros del Consejo Judío
estadounidense mantuvieron reuniones en Lisboa en ese año de 1944 con su
hermano Nicolás, a la sazón embajador del España en Portugal.
Claro está; es verdaderamente inconfortable pensar en un
Franco salvador de víctimas de la barbarie. No encaja. Y lo que no encaja
incomoda. ¡Pero bueno, qué pasa ahora…! ¿Los malos ya no son malos, ni los
buenos son los buenos?
La falsedades, tópicos y mistificaciones desbaratados en
esta historia por Espada son muy significativos.
La historia oficial de los años posteriores a la
proclamación de la II República, hasta la muerte de Franco, contiene de igual
manera multitud de inexactitudes interesadas y leyendas cortadas a la medida, puestas en circulación por parte
de todos los protagonistas de la tragedia, y muy bien acogidas, por cierto, por
una multitud de mentes perezosas y glotonas del fast food intelectual.
Esas actuales generaciones, que deberían disponer a estas
alturas de una versión distanciada y rigurosa, basada en una mirada
desmitificadora, como la que Arcadi Espada ha tratado de verter sobre este
asunto, siguen intoxicándose con los tópicos al uso. Leyendas que tratan de
alimentar nuevos/antiguos rencores construidos sobre materiales de derribo e
inservible chatarra ideológica.
Lo único que tiene de bueno el ambiente actual, es que
libros como el mencionado no caerán seguramente en las manos analfabetas de los
nuevos zombis anti-franquistas.
Y así Arcadi se librará, dios mediante, de su
correspondiente estrache.
Curioso término este del Estrache.
Su origen registrado corresponde a la denominación que se dio en la Argentina
de Meném, al hecho de ir a manifestarse ante la casa de los convictos del
golpismo y la dictadura que ese presidente había indultado.
Actualmente, la popularidad adquirida aquí por el término,
entre el público y los medios de comunicación, ha dado lugar a un curioso
debate entre dos señoras políticas.
La señora Cospedal califica la actual versión del acoso
generalizado contra personas vinculadas al Gobierno o al partido que lo
sostiene, de actitud nazi.
La señora Valenciano, por su parte, remite a la señora
Cospedal a los supervivientes de la Shoah, a fin de que se ilustre sobre el verdadero
significado de la palabra nazi.
Y a mí todo esto me da mucha vergüenza.
Es el sofoco que me produce la estupidez y la ignorancia de
los personajes que, al menos teóricamente, nos representan. En el gobierno y en
la oposición.
Las personas que entusiásticamente van a diario (diez
manifestaciones diarias en el último año) a berrear insultos delante de un
portal, no hacen sino lo mismo que hacían exactamente las bandas de energúmenos
nazis, en la Alemania de la crisis de
1929, obedeciendo a una estrategia perfectamente calculada de ocupación de la calle.
Esa estrategia perseguía algo muy fácil de entender. Se
trataba de ofrecer una imagen de multitud
por parte un partido minoritario.
Mediante ese efecto de saturación por
reiteración, pretendían aparecer como los representantes legítimos, que no
legales, de la mayoría de un pueblo aplastado
por la crisis.
Ahora bien, estos nuevos vociferantes, solo tienen de nazis
la estrategia. Su actitud totalitaria no les viene de ese origen ideológico. No
lo necesitan. Están animados por otra ideología igualmente totalitaria. La
ideología comunista.
La señora Cospedal sufre el mismo síndrome que una buena
parte de la derecha, que nunca ha conseguido asociar el totalitarismo comunista
con el totalitarismo nazi.
Para esta clase de personas el comunismo es malo, claro,
pero el totalitarismo, lo que se dice totalitarismo, es únicamente el de los nazis.
Ese es el verdadero triunfo de la izquierda. Han conseguido
que nadie les reconozca como la otra cara de la peste parda.
Y no sigo por que me estoy calentado, y esto va a resultar
interminable.
Perdón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario