Lo digo con total seriedad, creo que deberíamos prepararnos para un mundo nuevo que està empezando a pasar por debajo de la puerta, como esa inofensiva lámina de agua tras la que viene la inundación catastrófica.
Y todo debido al teléfono móvil.
Muchas veces me he hecho esa pregunta que todos tenéis en la cabeza, cuando veo al 80% de los cristianos que me rodean en la calle con el teléfono pegado a la oreja. ¿Cómo diablos se las arreglaban antes de que ese artefacto hiciese aparición en sus vidas? La única respuesta satisfactoria que se me ocurre es la de que se las arreglaban muy bien; simplemente no tenía necesidad de él. O sea que, un buen día, un teléfono cayó en sus manos; lo miraron con curiosidad; se preguntaron para que podría servir y se respondieron: “para llamar al Julián”. Y ¡hala! a llamar a Julián; que justamente se estaba haciendo la misma pregunta.
La necesidad de comunicarse está en el fondo más profundo de las inquietudes humanas; hasta el extremo de que podríamos afirmar sin temor que somos humanos porque tuvimos necesidad de entrar en contacto con el semejante. Y porque encontramos el medio de conseguirlo inventando el lenguaje, que es en lo que nos distinguimos de nuestros más próximos parientes los chimpancés. A partir de ahí, la evolución de la cultura ha transcurrido íntimamente ligada al perfeccionamiento de los medios de comunicación.
En la era de la ciencia y de la técnica, el invento y desarrollo de la telegrafía sin hilos y del teléfono, constituyeron etapas cruciales en esa larga marcha hacia la utopía de la comunicación total. Pero los resultados de la técnica siempre, hasta hace unos años, habían consistido en resolver problemas planteados previamente. La satisfacción de esas necesidades planteadas, requerían unas soluciones que, una vez halladas, sugerían, a su vez, nuevos desafíos y perfeccionamientos dentro de una dialéctica propia. Pero, un buen día, a estos esfuerzos vino a agregarse un fenómeno social nuevo. Relacionado íntimamente con la expansión y el crecimiento económicos, se le dió el nombre de consumo.
Seguramente sería fácil detectar las causas originales del mencionado fenómeno, así como los diversos impulsos que supusieron circunstancias como, por ejemplo, el final de la última guerra mundial. Este hecho, en concreto, provocó que el gran avance de la técnología militar susceptible de ser volcado en el mundo civil, buscase en la sociedad espacios comerciales donde amortizar sus colosales inversiones bélicas, además de plantear la necesidad de reconstruir el mundo, con modelos y procedimientos totalmente innovadores. Estas nuevas necesidades perseguían un doble anhelo: por un lado hacer desaparecer las ruinas materiales, naturalmente, pero también olvidar el reciente cataclismo, creando nuevas y esperanzadoras espectativas.
Y así fue, hasta hace poco. Hasta la aparición de la realidad digital.
Como es natural, para los que tenemos la edad suficiente para haber presenciado, hace años, la convivencia de la realidad antigua con esa novedad incipiente, esta última conservaba el mismo propósito bien conocido y definido de resolver problemas, y nos felicitábamos alborozados ante sus nuevas e inesperadas “funciones”. Sin embargo, para los coetaneos, o sea para las generaciónes que nacían al mismo tiempo que los artefactos, todas esas cosas tenía un significado muy diferente. Eran los símbolos de su época. Aquellos que les identificaban, diferenciándolos de nosotros. Esa suele ser la ventaja (o el inconveniente) de disponer de cosas que carecen de historia. Desafortunadamente para nosotros, la proporción demográfica se nos fué haciéndo más y más desfavorable. Ya somos una minoría, y eso no es bueno, a efectos de los estudios de mercado. Y mucho ojo, porque estos son la matriz que engendra las mencionadas novedades.
Las generaciones digitales, hacen un uso de los medios de una manera… digamos que extravagante, para tener la fiesta en paz. Parece de toda evidencia, que la antigua actitud de usarlos para resolver un problema, ha sido sustituída definitivamente por otra en la que son esos medios quienes imponen a los usuarios la necesidad de ser utilizados. “Si tengo un teléfono llamaré a alguien”. No porque se necesite hacerlo, sino porque lo necesita el teléfono. O la compañía telefónica, que es lo mismo. Dentro de poco, una imagen expresiva del caos podría ser simplemente un teléfono apagado. Los seres humanos se están convirtiendo, al menos en apariencia, en una prolongación de esos instrumentos. Cada teléfono móvil nace, prácticamente, con una persona adherida a él.
Así iban las cosas, mientras mirábamos para otro lado. Como si no pasase nada.
Hasta que, de pronto, ante la estupefacción de algunos como yo, en el horizonte aparecen extrañas señales inexplicables que desafían toda lógica basada en los repertorios habituales. Fenómenos nunca vistos hasta ahora alteran un mundo que va tan deprisa, que carece de tiempo para reflexionar sobre ellos, sobre sus causas y sus posibles efectos, y los archivos no registran datos de utilidad para su interpretación. Los chamanes de guardia, hacen lo único que siempre han sabido hacer, es decir, tratan de relacionar esos nuevos signos con hechos anteriores que les son absolutamente ajenos; intentan homogenizar a martillazos lo heterogéneo; se proponen tranquilizar los ánimos del personal con fórmulas y tópicos más o menos conocidos etc, etc… todo ello, poniendo cara de “esto ya lo había dicho yo”. Pero no, brother… esto es nuevo. Claro que lo nuevo nunca ha dejado de aparecer en el mundo. Es lo normal. Pero lo que distingue la evolución (cambio que respeta la norma) de la revolución (cambio que se aparta de la norma) es solamente la velocidad a la que se produce dicho cambio.
Y esta vez, va muy deprisa.
No nos vayamos muy lejos. Aquí mismo. El 11M del 2004. Estoy dispuesto a sostener delante de cualquiera que “Z de zapatero” no hubiese sacado la cabeza de la conejera si no hubiesen existido los móviles. Un hecho político insólito como aquel [cuyas posibles consecuencias me dan escalofríos, ahora que las vamos a empezar a padecer de verdad] tuvo lugar torciendo todas las previsiones históricas, gracias a una especie de cáscara de mejillon digital pegado a las orejas de unos desarrapados, crónicos abstencionistas de la vida, que se pusieron de acuerdo, por primera vez en la historia, para montar la fiesta de siempre, pero de otra forma. Para variar. Un simple instrumento tecnológico ha conseguido, con su simple existencia, acabar con las seculares desavenencias de esos círculos de individualistas incorregibles. Hasta entonces. Poseer un movil les proporcionó el elemento definitivo para su cohesión. Un nuevo totem para un nuevo klan. ¿Será eso la alienación?
Ni idea.
En mis tiempos de anarquista, aparte de los que procedíamos de la burguesía y que entonces eramos cuatro, el resto eran la especie resultante del cruce de un “prolo” con un delincuente. Esa clase de idealistas encantados [en el sentido más literal] ocupaba el último lugar de la cola del reparto de los bienes más elementalmente indispensables. ¡Cómo para hablarles de móviles! Pero…héteme aquí que una insospechada síntesis ha tenido lugar en algún momento y no nos hemos enterado. ¡Un ser antisocial se ha incrustado en la mollera el instrumento que mejor socializa, aglutina y homogeniza a la peña, convirtiéndose de repente en una especie de “Cyb–org” domesticado!
¡Hombre, mira tú por dónde… otro oxímoron! Ejemplo reciente: el inventor del llamado Movimiento ¡Democrácia Real Ya!
Bueno, será por la edad, pero a mí, empedernido bailarín salsero, paradógicamente nunca me han gustado los movimientos. Ni con Mayúscula, ni con minúscula, ni en cursiva, ni Nacionales, ni importados. Nada. Respecto a lo de “Real”, por un momento me pareció genialmente original que apareciese un grupo de “monárquico–demócratas”, frente a los clásicos “republicano–demócratas” de toda la vida. Así, abiertamente. ¡Folklore del bueno! Incluso pensé, por un instante, ofrecerme a ellos para pergeñarles un programa de identificación visual. Je, je. ¡Nunca dejaré de ser un jodío iluso!
En cualquier caso, lo de esa banda de anarkopijos aburridos, para quienes no representa ya ningún problema expropiar una parte del espacio común de todos los españoles para celebrar sus verbenas, ya sean estas en forma de acampadas “políticas”, incursiones sacrílegas o botellones rústicos y urbanos, pero siempre masivas, tampoco sería posible sin el instrumento de marras. Doblado además, en esta ocasión, por la estupidez de una mayoría de “comprensivos” compatriotas que les han celebrado la ocurrencia, y el embelesamiento miópe de una prensa extranjera, que sigue contemplando la realidad española a través de un vaso de sangría, desde que empezó a hacerlo en el siglo XIX.
Sin sacar las cosas de quicio, 7 u 8000 capullos descerebrados representan un pedo en un huracán frente a los 28,000.000 de votantes del domingo. Pero el síntoma está ahí. He leído un montón de pretenciosas crónicas, columnas y comentarios en la prensa francesa sobre esta especie de “primera transferencia de la actual inquietud norte–africana a Europa”, con las más peregrinas teorías socio–políticas. Resultado todo ello de una lectura hipertrofiada de una simple kermesse anti–héroïque. Pero ninguna, ni una sola, hacía referencia al factor determinante, y único vínculo verificado hasta la fecha entre todos estos extraños fenómenos : el móvil + los trasmallos sociales.
Cuando alguien quiera empezar a entender mínimamente lo que está sucediendo hoy en el universo islámico, por ejemplo, que empiece por dibujar la silueta de un bereber sobre un camello con un teléfono en la oreja, y que reflexione sobre cómo la incongruencia de esa imagen puede llegar a ser congruente, simplemente mediante la inclusión en el conjunto de un circuito impreso. Esto no lo explicará todo, claro, pero se trata de revisar al menos algunas certidumbres y extraer definitivamente del baul del absurdo ciertos conceptos, que me temo que se van a ir transformando irremediablemente en lógicos dentro de muy poco. Si es que queremos abrir los ojos ante el futuro inmediato.
Cuando alguien se empeña en establecer una relación entre Tunez, Libia, Egipto, Siria, Yemen etc. y La Puerta del Sol, lo único que deja en evidencia con esa pretensión es su angustia por no entender algo que tiene toda la pinta de ser amenazador. Aunque no se sepa muy bien porqué.
O, tal vez sea precisamente por eso.
Muy de acuerdo con tu análisis. En la BBC superponían imágenes de manifestaciones en el Cairo -gente corriendo delante de la Autoridad -con la "spanich reboluchion". Yo, me troncho. Ál suflé no le queda mucho por delante... Para evacuar Sol sólo se me ocurre una forma segura: llegar allí y decir "ofrecemos trabajo abriendo zanjas. 30 euros al día". Saldrán todos disparados... en dirección contraria. Como decía Epaminondas el Oscuro: "los que pierden hablan del sistema, y los que ganan, de democracia".
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