Hace unos tres de años, con la aparición del “movimiento
indignado”, y con motivo de la solicitud de adhesiones a la convocatoria de un
referéndum para “reformar” el sistema, les escribí una carta a los solicitantes
que la pereza y el desinterés me hicieron archivar.
La cuestión interesante es que aquel “movimiento”, si
bien en sí mismo nació muerto, dio lugar a la proliferación de una multitud de
sub-productos que hoy siguen
pertinazmente presentes en el “trasmallo virtual”. Así pues, creo que
mis observaciones de entonces, respecto de su “espíritu”, siguen siendo
pertinentes y oportunas.
Decía así…
Creo que es el deber de todo ciudadano libre opinar sobre
aquellos aspectos que afectan a la convivencia. No tanto para tratar de influir
en ellos, en mí caso, como para dejar constancia de mí rechazo de la
indiferencia cívica. En consecuencia, me siento obligado a declarar mí cordial
desacuerdo con los principios esenciales de vuestra propuesta y a exponer las
razones del mismo.
Tal vez sea bueno aclararos desde el principio que el
objeto de mí falta de acuerdo son los fundamentos “políticos” de vuestra
actitud y no los aspectos concretos de vuestra reclamación. Respecto de algunas
de vuestras observaciones sobre el mediocre, cuando no nefasto, funcionamiento
de muchos de los recursos del Estado habría que ser un necio para no
suscribirlas.
Pero el verdadero problema no radica, en mí opinión, en
algo tan evidente como la pésima gestión desarrollada por nuestros dirigentes. Se
sitúa en un terreno mucho más difícil de manejar. Un territorio en el que no
hay papel de víctima en el que refugiarse y que, en consecuencia, ya no ofrece
la gran ventaja que suele suponer la búsqueda, el hallazgo y la condena de ”un
culpable”.
Ese poco atractivo paisaje es aquel en el que los
primeros y verdaderos responsables de la situación somos los propios
ciudadanos.
Y eso es así porque desde hace treinta y tres años, los
españoles vivimos en un Estado basado en un sistema democrático.
[Aunque, siempre en mí modesta opinión, los pueblos
suelen vivir bajo el régimen que prefiere la mayoría. Sea ello por voluntad,
por complicidad o por ambas cosas; y ya sea una dictadura o una democracia la
opción escogida por esa mayoría.]
Lo que suele conocerse por “democracia ”[digamos
“moderna” para distinguirla de la “clásica” de los atenienses] no es ni más ni
menos que un mecanismo de relaciones sociales. Aunque en boca de Alexis
de Tocqueville, y hablando de la Revolución Americana, en aquella república sería
más bien una “actitud individual”; cosa con la que no me importa nada estar de
acuerdo.
En cualquier caso, ese sistema es lo que es, con todas
las limitaciones que impone el problema esencial del individuo : la
convivencia con sus semejantes, y a nadie se le ha ocurrido nada menos
malo. De momento. Si os soy plenamente sincero, al ver el adjetivo calificativo
“real” de vuestro lema, se me despejaron algunas de las dudas que la novedad de
vuestra aparición me había suscitado.
Para mí, que empecé a suspirar adolescentemente con el
término “democracia” allá por los últimos cincuenta, todo adjetivo asociado a
esa palabra, ej. “popular, orgánica, bolivariana, islamista, progresista, real
o imaginaria”, denota una de estas dos cosas en quien lo utiliza: a) o no ha
alcanzado el grado de madurez política mínimamente exigible a un adulto
consciente (pocos); b) o simplemente es un anti-demócrata (la mayoría).
Con las frecuentes expresiones bienintencionadas que
tratan mejorar la mala salud sempiterna de la dichosa democracia, pasa
exactamente lo mismo. “Hay que profundizar en la democracia”. “Reclamamos una
regeneración democrática...” Al parecer, Diderot, Montesquieu, Jefferson y
compañía no fueron lo suficientemente buenos como para detectar la superficialidad
de su invento, ni su probable degeneración.
Menos mal que han aparecido unos inspirados “expertos en
cada materia” que van a salvar a nuestra recién estrenada forma de convivir,
sacándonos de nuestro porfiado error.
Lo malo, es que algunos procedemos de los ambientes en
los que se inventaron hace muchos años todos esos trucos [que parecen tener
siete vidas] y el olor a naftalina es tan persistente que se percibe, incluso,
a través de esa maraña tecnológica en la que tanta gente anónima parece
estar ”enredada”.
¿Qué decir del “Referendum”, arma definitiva de todo
dictador que se precie?
¿Qué legitimidad tienen sus organizadores? ¿Alguien los
eligió y no me enteré? ¿A quién se refiere en concreto el impersonal “se”, en
la expresión: “La formulación exacta de las preguntas se irá concretando durante los próximos meses? ¿Cuánta gente se
supone que es suficiente para legitimar un proceso, sus mecanismos, su
contenido y las conclusiones derivadas de su eventual “resultado”? ¿Con qué
autoridad moral, u otra, una minoría (necesariamente) decide quién o quienes
dirigirán esa experiencia? ¿Cuántas consultas habrá que convocar al cabo del
año? ¿Puede un país moderno estar sometiendo permanentemente sus decisiones
urgentes a un proceso asambleario?
¿No correrá el riesgo de morirse de igualitarismo, que,
al final, es una muerte como otra cualquiera?
Leyendo al profesor Ferrán Gallego de la Universidad de
Barcelona, y uno de los especialistas más respetados en el estudio de los
precedentes y desarrollo del nazismo en la Alemania de entreguerras, se llega a
la conclusión de que una de las estrategias más eficazmente utilizadas por la
peste parda para ganar las elecciones de Septiembre de 1930, fecha de la
postura del huevo fatídico, fue la de una política de presencia física,
de ocupación, de los espacios públicos de la indefensa República de
Weimar.
Esa presencia permanente, ubicua, obsesiva, de unos
signos de identidad, de unos símbolos hipnóticamente presentes, acabó por
convertirse, en el espíritu propicio del ciudadano alemán de la época, en una
especie de refugio virtual en la que depositar sus temores crecientes a un
colapso total de la crisis económica, alimentados durante varios años por
la verborreica demagogia y el populismo ramplón de los profetas del apocalipsis
democrático.
“En cierto sentido tienen bastante razón” aseguraban
ciertas almas cándidas. “En realidad son un mal menor” declaraban los
optimistas incurables.
Parecería un mal mayor o un mal menor, pero tres años más
tarde, precisamente mediante un referéndum sin sombra de duda respecto de su
rigor democrático, se proveyó al fantoche bohemio de plenos poderes,
con los que comenzó una portentosa carrera, culminada doce años más tarde con
una “aligeramiento” de la población mundial estimado en 70 millones de sus
habitantes.
Los nazis contaban con “experten” en muchas
disciplinas útiles para sus fines y supieron emplearlos con gran eficiencia. La
técnica de la recientemente inventada “propaganda”, fue desarrollada hasta tal
extremo, que algunos de sus fundamentos siguen en vigor actualmente.
Por ejemplo la creación de elementos semántico–emotivos
de carácter colectivo. Sin ir más lejos, ciertos “slogans”, con una
brillantez suficientemente contrastada en el París de hace más de cincuenta
años, sustituyen eficazmente aún hoy a la reflexión individual, tan bien como
en su tiempo.
O, símbolos como el de “La acampada urbana”, oxímoron
brillantemente absurdo, ya que solo se acampa en el campo, o por lo menos así
era hasta la aparición de las redes sociales. Ese término, reiterado mediante
una eficaz tautología, se convierte en el símbolo perfecto. Es provisional,
colectivo, horizontal (igualitario), molesto, “colorista”, okupa, alternativo,
ruidoso, transversal, multicultural...etc, pero, por encima de todo, es mediático.
Cuando una pintoresca anécdota protagonizada por una
exigua minoría alcanza su warholliano cuarto de hora de fama, impreso en una
página del “The New York Times”, algo empieza a ser inquietante.
Si hombre sí, ya sé que no pueden establecerse analogías
lineales entre todas esas cosas. Ni lo hago. Simplemente las pongo sobre el
tapete, porque una vez vistas así, en conjunto, tal vez no esté de más fijarse
un poco en sus inquietantes similitudes. Y luego pensar.
Si no es mucho pedir, claro.
P.D.(1)
Del ensordecedor silencio de vuestra protesta ante la
toma de posesión de los “demócratas” de la coalición pro–terrorista Bildu, en
sus recién estrenadas plataformas de poder, hablaremos otro día. Tal vez podáis
aclararme si ese tipo de democracia que dicen representar es la que
identificáis con vuestra “democracia real”. Para que vayamos conociéndonos. ¿O
no?
P.D.(2)
Por cierto, como subscribo totalmente vuestro reproche a
los políticos en cuanto a su dudosa representatividad, me permito ampliar ese
reproche a vosotros mismos, respecto a la nula representatividad que os
reconozco. ¿Se me entiende?
Acertadas e inquietantes reflexiones las tuyas... La peronización de la política o la posibilidad de chavificación de España tiene mucho que ver con la ausencia de discurso por parte de los demócratas y la asunción autocomplaciente de la superioridad moral de una ultraderecha que cree que es de izquierdas pero que en realidad no es más que una SA cultural a la espera de convertirse en la SS de un nuevo régimen, como en el País Vasco, donde los tíos del mechón son fieles hitlerjugend del no-pensamiento nacional-racista. La vieja europa agonizando y España, un cadáver.
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