A veces, como hoy, me pregunto por la razón que me empuja a
escribir estas líneas de vez en cuando. No encuentro ninguna, más allá de ese
impulso narcisista que supongo que todos padecemos de forma más o menos aguda.
Normalmente la cosa se desencadena tras leer alguno de las
múltiples fuentes de información que mí curiosidad consigue encontrar o que
pasan cerca de mí sin haberlas buscado. Periódicos, radios, revistas, y sobre
todo esa fuente aparentemente inagotable que es Google.
También las obras que en cada momento ocupan mi actividad de
lector. Y naturalmente la mezcla resultante de todo ello.
Hoy leo y escucho el debate del día provocado por esa nueva pero nada original tabarra nacionalista, con la que un catalán llamado Arturo,
que sueña con llegar a ser el rey en un camelo llamado Catalunya, nos ha
obsequiado.
Al mismo tiempo, la tesis de un joven y brillante estudiante francés
de economía, llamado Benoit Malbranque, desarrollada en un ensayo de título “Le
Socialisme de Chemise Brune”, me está perturbando notablemente.
Me perturba como suele perturbar el hallazgo de un discurso
bien articulado sobre una intuición que has mantenido encerrada, sin desarrollar,
en su cápsula hipotética, y a la que de pronto alguien despliega,
llevándola por una senda dialéctica inesperada y deslumbrante.
Y, claro, resulta que
ambas cosas, debate y ensayo, comparten
un espacio político común en el que se
multiplican unas sinapsis cuyas descargas eléctricas sugieren innumerables y
variadas rutas de reflexión.
Y como me encuentro justo en el inicio de alguna de esas
rutas, resulta que no puedo honestamente extraer todavía ninguna consecuencia que
pudiera ofrecer a vuestro interés.
En consecuencia, mi incontenible tendencia a emborronar este
papel virtual que tengo delante me impele a colocar algo que supla esa
imperdonable deficiencia, y he decidido hacerlo mediante la exposición a vuestro
sabio criterio de un relato corto y sin pretensiones, titulado “En el Desierto de Sonora”. Temeridad para la que cuento, una vez más, con vuestra probada benevolencia.
Este cuento lo sometí a la autorizada crítica de mí amigo El
Magnolio, que en una de sus inimitables piruetas intelectuales me sintetizó su
juicio en una pregunta tan oportuna como pertinente : “¿Tú leíste la obra de Unamuno titulada
Niebla?”
¡Maldita sea! ¡Claro que la leí! Tendría yo unos diecisiete
años, allá por el año 1959, cuando mi tutor intelectual, el inolvidable Paco Canaval,
me la puso en las manos.
¿Misterios de la memoria inconsciente? No lo sé. Lo que es
cierto es que al escribir esta historia, la “Nivola” de D. Miguel estaba a cien
mil años luz de distancia, en el fondo profundo de mi memoria. Pero eso sí,
allí estaba.
En fin juzgad por vosotros mismos.
En el desierto de Sonora.
¡No veo..! El sudor empaña mis ojos y con las manos sujetas
a la espalda no puedo secarme… y sin embargo no tropiezo. ¡maldita sea…!¡pero
tengo que tropezar!¡…tengo que romper de alguna manera este maldito ritmo de
mis pasos…!
¡No puede uno encaminarse hacia su muerte con un paso
regular! Es una incongruencia. Tengo la sensación de que estos pasos
acompasados son una especie de prueba de lo inevitable de mí destino. Algo así
como la marcha fúnebre de mí entierro.
El “Tuerto” y el otro sicario caminan a mí lado dejando que
sus brazos se balanceen a sus costados como en una danza grotesca y relajada. Aquellas
rocas hacia las que sin duda nos dirigimos están aún lejos. Y, si este desierto
está lleno de piedras ¿cómo es que no tropezamos con ninguna?
¡No quiero morir! No siento miedo. No siento nada… pero ¡no
quiero morir! Se lo dije al Comandante…
–¿Porqué
tengo que morir? Me he pasado la vida huyendo. No tengo nada. Me lo habeis
arrebatado todo. Tú, Comandante, no deberías matarme. En realidad…¿qué tienes
contra mí? es como si yo no existiese para ti. ¿porqué tengo que morir? No me
mates… el Señor te lo recompensará…
–¡Me estás
jodiendo blanquito! No me tienes respeto…tú tienes
que morir ¡pues!. ¿por qué mierda tantas preguntas? tienes que morir… es así y
así será, ¡carajo! ¡a ver! Montejo…y usted señor “Tuerto” ¡Muévanse! ¡Saquen
esta boñiga de aquí, y ya me lo están dejando bien tiesecito del lado del
Barranco Seco! ¡no se me demoren…!
¿Y si lo intentase con estos dos…? Ellos no deberían tener
ganas de matarme. No tienen ningún motivo. De hecho acabo de conocerlos...¿No será
una molestia, un fastidio, tener que matar a alguien que no conoces? Yo no he
matado nunca a nadie…Si me viese obligado, seguramente tendría miedo…no sé… a
las consecuencias. A algún castigo divino…no sé…
El “Tuerto” se ha
parado. Ha dejado el fusil en el suelo y se ha quitado una de sus alpargatas. Se está
sacando una piedra. Le voy a decir algo…
– Oye compadre
¿tu has matado ya a mucha gente? No debe ser nada fácil matar a alguien eh?
¿Sabes qué? Si yo tuviera un arma no sería capaz de matarte. ¡Seguro…! No te
conozco…¿Porqué iba yo a matarte si no te conozco, eh?
– ¡Échese
p’alante, y no nos jodas más! ¿no oíste al Comandante? Tu tienes que morir y no
hay más nada. ¡carajo!
Es una acémila. ¡No hay nada que hacer! Y este paso…¡Mierda!
estoy empezando a ponerme muy nervioso! Pero es que morir así…me cuesta mucho
imaginarlo. Haber hecho un camino tan largo… la mayor parte huyendo de
situaciones como esta. Después de todo aquello, siempre pensé que tendría
derecho a un poco de tranquilidad…
–¿Qué les
costaría soltarme, eh muchachos? Déjenme ir. Les juro que nadie va a enterarse.
Me iré tan lejos…
– ¡Lejos,
dice! ¿Oíste eso, Luciano…? ¡ya lo creo que te vas a ir lejos compadre…! ¡al
puro infierno…! ja, ja, ja,… no te preocupes hermano, yo te jalaré un poquito
pa que llegues luego…ja,ja,ja…
Estoy temblando. Ahora sí; ahora
tengo miedo… de verdad;… mucho miedo.
– ¡Eh tú!
El que está escribiendo esto. ¿te costaría mucho hacer que no me maten estos
salvajes? ¿no es lo mismo para ti que yo esté vivo o muerto?... Pues escucha
esto: para mí ¡no es lo mismo! así que.. ¿qué pasa?... ¿no me oyes, o te estás
haciendo el sueco?
Levantó la vista de la pantalla del ordenador y tras
quitarse las gafas se frotó un momento los ojos. Hacia una buena tarde. El sol
del crepúsculo entraba por la ventana que tenía enfrente iluminándole el
rostro.
Aquel principio de relato estaba recorriendo un camino
imprevisto, como, por otra parte, sucedía a menudo.
Miró de nuevo a la pantalla y su rostro iluminado ahora por
el sol se reflejaba en ella. El blanco rectángulo lleno de letras de su texto
se mezclaba extrañamente con el refelejo de su rostro. Entraba totalmente en el contorno de la
cabeza reflejada. Torció la cabeza poniéndose de medio perfil y observando aquel nuevo reflejo de reojo.
Se detuvo un instante antes de
retomar la narración…
– Lo
siento, no puedo hacer nada por ti amigo. Tú eres el protagonista de esta
historia y yo no soy nada en ella. Bueno… tal vez podríamos decir que, en el
caso de que yo fuese algo, sería el propio relato. Eso es. El relato soy yo. Tu
tienes tus oportunidades en esa historia y decides que haces con ellas…
– ¡Na, na
na…! Tú eres dios. Me has creado a mí y has creado este peligroso mundo lleno
de malvados en el que, aún no sé porqué, me has introducido. ¿Qué pasa, no te
caigo bien? ¿ahora vas a hacer que me maten estos facinerosos? ¿te lo pasas muy
bien haciéndolo? Y, si es así, si te gusta tanto ¿no crees que deberías pedir ayuda a algún
doctor?
–¿Y qué
quieres que haga, que me ponga en tu lugar?
– Pues
mira… es una idea. A lo mejor deberías haber empezado por ahí. Al fin y al cabo
yo también soy tú, ya que formo parte de una obra que según tú es tú mismo.
Sería como mirarte en el espejo y hacer aquello que creas que te favorece más …¿No
te parece?¿Eh?
–¿Reflejarme...?¡Humm!...¡Vale!
Me has convencido… si te pones así haré lo que más me conviene…
– ¡No,
no, no! ¡quieto ahí “Tuerto”! ¡quieto! ¡baja ese fusil! acabo de hablar don Dios
y me ha prometido que esto acabaría bien.
–¡Pos
claro que acabará bien, güey! ¡acabará como tiene que acabar! je, je, je... ¡y pos sí, con la pelona
llevándote al infierno! ¡carajo!
¡BANG!
Tus matones mejicanos me están empezando a amenazar a mí ahora, oh Saco, que no existes en realidad, eres producto de mi mente. ¿O será al revés? Ah, el maravilloso derecho del autor a someter a sus personajes a toda clase de tormentos: matarlos o resucitarlos, como hizo Conan Doyle con Sherlock, o castigarlos con mil lujuriosas torturas como hacía el degenerado mayor del reino con la pobre Justine. Y dada la realidad infinitamente mediocre que nos toca vivir estos mess, quizá estos años, ¿cómo no evadirse? A mí me gustaba más que Niebla la maravillosa Ilustre Casa de Ramires, de Eça de Queiroz, en que un señorito de pueblo, hidalgo, acomplejado por los matones del pueblo, escribía una historia de sus ancestros y le ponía a los guerreros muertos y atormentados el rostro de aquellos gallitos provincianos... Nada es más sano que crear e imaginar. Yo a más de un político que yo me sé le he hecho ya de todo, igual que cuando voy a ver a alguien importante, si estoy intimidado, puedo imaginármelo vestido con tutú y fumando un puro.
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