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miércoles, 10 de octubre de 2012

Vacío (En el desierto de Sonora)


A veces, como hoy, me pregunto por la razón que me empuja a escribir estas líneas de vez en cuando. No encuentro ninguna, más allá de ese impulso narcisista que supongo que todos padecemos de forma más o menos aguda.

Normalmente la cosa se desencadena tras leer alguno de las múltiples fuentes de información que mí curiosidad consigue encontrar o que pasan cerca de mí sin haberlas buscado. Periódicos, radios, revistas, y sobre todo esa fuente aparentemente inagotable que es Google.

También las obras que en cada momento ocupan mi actividad de lector. Y naturalmente la mezcla resultante de todo ello.

Hoy leo y escucho el debate del día provocado por esa nueva pero nada original tabarra nacionalista, con la que un catalán llamado Arturo, que sueña con llegar a ser el rey en un camelo llamado Catalunya, nos ha obsequiado.

Al mismo tiempo, la tesis de un joven y brillante estudiante francés de economía, llamado Benoit Malbranque, desarrollada en un ensayo de título “Le Socialisme de Chemise Brune”, me está perturbando notablemente.

Me perturba como suele perturbar el hallazgo de un discurso bien articulado sobre una intuición que has mantenido encerrada, sin desarrollar, en su cápsula hipotética, y a la que de pronto alguien despliega, llevándola por una senda dialéctica inesperada y deslumbrante.

 Y, claro, resulta que ambas cosas, debate y ensayo,  comparten un espacio político común  en el que se multiplican unas sinapsis cuyas descargas eléctricas sugieren innumerables y variadas rutas de reflexión.

Y como me encuentro justo en el inicio de alguna de esas rutas, resulta que no puedo honestamente extraer todavía ninguna consecuencia que pudiera ofrecer a vuestro interés.

En consecuencia, mi incontenible tendencia a emborronar este papel virtual que tengo delante me impele a colocar algo que supla esa imperdonable deficiencia, y he decidido hacerlo mediante la exposición a vuestro sabio criterio de un relato corto y sin pretensiones, titulado “En el Desierto de Sonora”. Temeridad para la que cuento, una vez más, con vuestra probada benevolencia.

Este cuento lo sometí a la autorizada crítica de mí amigo El Magnolio, que en una de sus inimitables piruetas intelectuales me sintetizó su juicio en una pregunta tan oportuna como pertinente :  “¿Tú leíste la obra de Unamuno titulada Niebla?”

¡Maldita sea! ¡Claro que la leí! Tendría yo unos diecisiete años, allá por el año 1959, cuando mi tutor intelectual, el inolvidable Paco Canaval, me la puso en las manos.

¿Misterios de la memoria inconsciente? No lo sé. Lo que es cierto es que al escribir esta historia, la “Nivola” de D. Miguel estaba a cien mil años luz de distancia, en el fondo profundo de mi memoria. Pero eso sí, allí estaba.

En fin juzgad por vosotros mismos.


En el desierto de Sonora. 

¡No veo..! El sudor empaña mis ojos y con las manos sujetas a la espalda no puedo secarme… y sin embargo no tropiezo. ¡maldita sea…!¡pero tengo que tropezar!¡…tengo que romper de alguna manera este maldito ritmo de mis pasos…!

¡No puede uno encaminarse hacia su muerte con un paso regular! Es una incongruencia. Tengo la sensación de que estos pasos acompasados son una especie de prueba de lo inevitable de mí destino. Algo así como la marcha fúnebre de mí entierro.

El “Tuerto” y el otro sicario caminan a mí lado dejando que sus brazos se balanceen a sus costados como en una danza grotesca y relajada. Aquellas rocas hacia las que sin duda nos dirigimos están aún lejos. Y, si este desierto está lleno de piedras ¿cómo es que no tropezamos con ninguna?

¡No quiero morir! No siento miedo. No siento nada… pero ¡no quiero morir! Se lo dije al Comandante…

         –¿Porqué tengo que morir? Me he pasado la vida huyendo. No tengo nada. Me lo habeis arrebatado todo. Tú, Comandante, no deberías matarme. En realidad…¿qué tienes contra mí? es como si yo no existiese para ti. ¿porqué tengo que morir? No me mates… el Señor te lo recompensará…

         –¡Me estás jodiendo blanquito! No me tienes respeto…tú tienes que morir ¡pues!. ¿por qué mierda tantas preguntas? tienes que morir… es así y así será, ¡carajo! ¡a ver! Montejo…y usted señor “Tuerto” ¡Muévanse! ¡Saquen esta boñiga de aquí, y ya me lo están dejando bien tiesecito del lado del Barranco Seco! ¡no se me demoren…! 

¿Y si lo intentase con estos dos…? Ellos no deberían tener ganas de matarme. No tienen ningún motivo. De hecho acabo de conocerlos...¿No será una molestia, un fastidio, tener que matar a alguien que no conoces? Yo no he matado nunca a nadie…Si me viese obligado, seguramente tendría miedo…no sé… a las consecuencias. A algún castigo divino…no sé…

 El “Tuerto” se ha parado. Ha dejado el fusil en el suelo y se ha quitado una de sus alpargatas. Se está sacando una piedra. Le voy a decir algo…

        – Oye compadre ¿tu has matado ya a mucha gente? No debe ser nada fácil matar a alguien eh? ¿Sabes qué? Si yo tuviera un arma no sería capaz de matarte. ¡Seguro…! No te conozco…¿Porqué iba yo a matarte si no te conozco, eh?

         – ¡Échese p’alante, y no nos jodas más! ¿no oíste al Comandante? Tu tienes que morir y no hay más nada.  ¡carajo!

Es una acémila. ¡No hay nada que hacer! Y este paso…¡Mierda! estoy empezando a ponerme muy nervioso! Pero es que morir así…me cuesta mucho imaginarlo. Haber hecho un camino tan largo… la mayor parte huyendo de situaciones como esta. Después de todo aquello, siempre pensé que tendría derecho a un poco de tranquilidad…

            –¿Qué les costaría soltarme, eh muchachos? Déjenme ir. Les juro que nadie va a enterarse. Me iré tan lejos…

            – ¡Lejos, dice! ¿Oíste eso, Luciano…? ¡ya lo creo que te vas a ir lejos compadre…! ¡al puro infierno…! ja, ja, ja,… no te preocupes hermano, yo te jalaré un poquito pa que llegues luego…ja,ja,ja…

Estoy temblando. Ahora sí; ahora tengo miedo… de verdad;… mucho miedo.

            – ¡Eh tú! El que está escribiendo esto. ¿te costaría mucho hacer que no me maten estos salvajes? ¿no es lo mismo para ti que yo esté vivo o muerto?... Pues escucha esto: para mí ¡no es lo mismo! así que.. ¿qué pasa?... ¿no me oyes, o te estás haciendo el sueco?

Levantó la vista de la pantalla del ordenador y tras quitarse las gafas se frotó un momento los ojos. Hacia una buena tarde. El sol del crepúsculo entraba por la ventana que tenía enfrente iluminándole el rostro.

Aquel principio de relato estaba recorriendo un camino imprevisto, como, por otra parte, sucedía a menudo.

Miró de nuevo a la pantalla y su rostro iluminado ahora por el sol se reflejaba en ella. El blanco rectángulo lleno de letras de su texto se mezclaba extrañamente con el refelejo de su rostro. Entraba totalmente en el contorno de la cabeza reflejada. Torció la cabeza poniéndose de medio perfil y observando aquel nuevo reflejo de reojo.

Se detuvo un instante antes de retomar la narración…

             – Lo siento, no puedo hacer nada por ti amigo. Tú eres el protagonista de esta historia y yo no soy nada en ella. Bueno… tal vez podríamos decir que, en el caso de que yo fuese algo, sería el propio relato. Eso es. El relato soy yo. Tu tienes tus oportunidades en esa historia y decides que haces con ellas…

             – ¡Na, na na…! Tú eres dios. Me has creado a mí y has creado este peligroso mundo lleno de malvados en el que, aún no sé porqué, me has introducido. ¿Qué pasa, no te caigo bien? ¿ahora vas a hacer que me maten estos facinerosos? ¿te lo pasas muy bien haciéndolo? Y, si es así, si te gusta tanto ¿no crees que deberías pedir ayuda a algún doctor?

             –¿Y qué quieres que haga, que me ponga en tu lugar?
    
             – Pues mira… es una idea. A lo mejor deberías haber empezado por ahí. Al fin y al cabo yo también soy tú, ya que formo parte de una obra que según tú es tú mismo. Sería como mirarte en el espejo y hacer aquello que creas que te favorece más …¿No te parece?¿Eh?
   
             –¿Reflejarme...?¡Humm!...¡Vale! Me has convencido… si te pones así haré lo que más me conviene…

             – ¡No, no, no! ¡quieto ahí “Tuerto”! ¡quieto! ¡baja ese fusil! acabo de hablar don Dios y me ha prometido que esto acabaría bien.

             –¡Pos claro que acabará bien, güey! ¡acabará como tiene que acabar! je, je, je... ¡y pos sí, con la pelona llevándote al infierno! ¡carajo!

             ¡BANG!

1 comentario:

  1. Tus matones mejicanos me están empezando a amenazar a mí ahora, oh Saco, que no existes en realidad, eres producto de mi mente. ¿O será al revés? Ah, el maravilloso derecho del autor a someter a sus personajes a toda clase de tormentos: matarlos o resucitarlos, como hizo Conan Doyle con Sherlock, o castigarlos con mil lujuriosas torturas como hacía el degenerado mayor del reino con la pobre Justine. Y dada la realidad infinitamente mediocre que nos toca vivir estos mess, quizá estos años, ¿cómo no evadirse? A mí me gustaba más que Niebla la maravillosa Ilustre Casa de Ramires, de Eça de Queiroz, en que un señorito de pueblo, hidalgo, acomplejado por los matones del pueblo, escribía una historia de sus ancestros y le ponía a los guerreros muertos y atormentados el rostro de aquellos gallitos provincianos... Nada es más sano que crear e imaginar. Yo a más de un político que yo me sé le he hecho ya de todo, igual que cuando voy a ver a alguien importante, si estoy intimidado, puedo imaginármelo vestido con tutú y fumando un puro.

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