Bueno, pues sí. Ya somos historia futbolística. No futbolera,
que es término post-moderno. Como bocata. Como cubata. O como mogollón.
Una buena parte de nuestro euro-afro-suramericano mundo ha
seguido con creciente interés nuestro victorioso viaje a la Cólquida, en busca
de ese nuevo Vellocino de Oro que es el triple triunfo consecutivo en las
grandes competiciones de futbol. Luego hablaremos de los modernos Argonautas, y
de la prudencia de Jasón-Vicente del Bosque.
Este acontecimiento mediático –que es lo que mayormente es
en realidad–, gracias al incremento de espectacularidad proporcionado por la
actual tecnología y a su difusión a escala global, supone una conmoción social de
innegable importancia, que merece ser analizada desde múltiples puntos de vista.
Por ejemplo; acabo de leer una columna de Gabriel Albiac, (http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20120702&idn=1503018495412)
intelectual al que respeto y admiro, y con el que coincido a menudo en sus
valoraciones, en la que plantea una reflexión muy interesante sobre el papel
del juego–pasatiempo en relación con
la angustioso paso del tiempo.
Al término de la lectura me vino casi automáticamente a la
mente una anécdota de mí agitada adolescencia, en la que mi padre, tratando
seguramente de reducir a lo esencial nuestra sempiterna diferencia de criterios
en forma de bronca, me hizo una pregunta de carácter metafísico para la que,
sorprendentemente, mi probada capacidad de respondón descarado no encontró
entonces respuesta.
La pregunta en cuestión fue planteada en los siguientes
términos : “¿para que coño crees que estás en esta vida? ¿para divertirte? “.
Confieso que el enigma existencial que me planteaba semejante interrogante me
dejó absolutamente noqueado en aquel momento.
Finalmente, con los años, por fin alcancé la cordura y vi
con meridiana claridad que, si bien seguía sin tener ni idea de para que estaba
en esta vida, y lo que era todavía más grave, me importaba un bledo la
respuesta, de lo que estaba convencido es de que para lo que seguro que NO
estaba era para angustiarme con el paso del tiempo y la agónica idea de la
muerte garantizada.
Y claro, como decía aquel, dos y dos son cuatro; lo mejor
para seguir sin angustiarse con el paso del tiempo son, precisamente, los
pasatiempos. Que por eso se llaman precisamente así. Naturalmente no soy tan
rematadamente frívolo como para pensar que constituyen la esencia de la vida,
pero se trata de algo a lo que no es prudente menospreciar, como suelen hacer
de oficio muchas de esas exquisitas seseras que se esconden detrás de graves
ceños fruncidos.
Sí, sí, esos mismos que a ese incomparable pasatiempo al que
solemos conocer como el arte, tienen
que colgarle una fúnebre túnica de graves pliegues pseudo–intelectuales, para
que pase el fielato de sus angustiadas mentes.
Jugué al futbol en el patio del colegio, como el noventa por
ciento de los chicos de mí generación que no pertenecían al diez por ciento
restante de “nenazas”, aunque mi precoz tendencia al individualismo narcisista,
pronto me hizo inclinarme por deportes de acrobacia, de esos que poseen
fundamentos estéticos mucho más evidentes, mezcla de circo y ballet, como eran
la gimnasia olímpica o los saltos de trampolín, que además en aquella época
proporcionaban mucho más prestigio entre las chicas. No se olvide, además, que
Tarzán era entonces para nosotros lo que Spiderman es ahora para los capullitos
actuales.
A pesar de mi incorregible individualismo, siempre tuve un
gran respeto por los equipos que han entendido con claridad que son eso :
equipos. Nunca me importó mucho el hecho de que ganasen o no. Lo que admiraba
era su ética deportiva y su correspondiente formulación estética. Me gustaba
mucho el Barça de entonces. Era el equipo que jugaba bien y, aunque nunca
ganase nada frente al Real Madrid, sabía perder muy bien, porque se entrenaba
para ello continuamente.
Ahora resulta que el Barça sigue jugando muy bien, tal vez
incluso mejor, pero han perdido algo. Todavía no han aprendido a ganar.
Perdieron la clase que exhibían porque han abandonado su vocación. Se pasan la
vida disculpándose y dando explicaciones de algo tan sencillo como es ganar en
un juego. Antes tenían elegancia perdiendo y ahora se han convertido en unos
paletos ganando.
Claro, todo empezó a fastidiarse cuando a alguien se le
ocurrió la estupidez de decir que el Barça era algo más que un club de futbol.
Supongo que se referían a que gozaba de una categoría similar a la de un club
de bailarines de sardana que, como sabe todo cristo, son la vanguardia de la
lucha por la emancipación nacionalista.
Eso me recuerda que, cuando estuve relacionado con la gente
del comic, la frustración mayor de aquellos profesionales de eso tan
extraordinario que es la creación de un tebeo, era la de que el mundo no los
considerase artistas. Incluso
trataron de presionar para conseguir hacerse conocer por el patético apelativo
de décimo arte. Para echarse a
llorar…
La selección nacional de España tuvo siempre, hasta hace
seis u ocho años, una imagen de bonito envoltorio lleno de figuras rutilantes y
dramáticamente vacío de juego, estilo y personalidad, que lo abocaba sin
remedio al fracaso. Era exactamente la representación más fiel de una España
cañí, que cubría habitualmente sus carencias debajo de un aparatoso disfraz de
falsa alegría y aldeana retórica triunfalista.
Hasta ahora. Y algo que ahora me deja perplejo es la
archidemostrada capacidad de nuestros deportistas profesionales actuales para
entender mejor que otros aquello a lo que se dedican, y conseguir de esa forma
imponer a sus competidores una maneras, un estilo, un lenguaje propio, que en
definitiva es la clave para poseer la iniciativa y en consecuencia alcanzar el
triunfo.
Digo que me deja perplejo, porque si admitimos que estas
brillantes manifestaciones, que se llevan a cabo lejos de nuestros fronteras
por primera vez en nuestra historia, simbolizan sin ningún género de dudas una
realidad, de igual manera que lo hacían durante el penoso período anterior ¿dónde
diablos está ahora esa brillante realidad?
Pero detengámonos un momento en la estructura de esos
ganadores. Los individuales son otra cosa porque compiten entre sí al tiempo
que lo hacen con sus adversarios extranjeros. Pero los que forman en equipos,
están constituidos por un conjunto de profesionales que no representan a las
regiones de las que proceden, precisamente porque son la selección del país.
¿Os parecería demasiado cogido por los pelos el argumento de
que esa coherencia que representan el
conjunto de unos deportistas formados, educados y desarrollados en diferentes
orígenes regionales y que es el principal soporte del triunfo, pudiera ser que
se originase y desarrollase precisamente
por que en ese fenómeno están ausentes los inventos autonómicos?
Cuando Pelías-Florentino le negó a Jasón-Vicente del Bosque
el trono del RealMadrid que había merecido sobradamente, este decidió partir
hacia la Cólquida de las grandes competiciones en el Argos de la selección con
sus fieles Argonautas, en busca de una preciada piel, legendaria e
inalcanzable. El Vellocino de los títulos internacionales.
Y tras tres furiosas batallas frente a unos fabulosos
adversarios que atemorizaban al mundo, Jasón-Vicente condujo con prudente
maestría a sus Argonautas hasta el reino de Eates y ha regresado trayéndose del
tirón, la ilusión, la recuperada confianza en el triunfo, y tal vez un poco de
esa esperanza de la que algunos están verdaderamente necesitados.
¡Ah! Y, además, el pellejo de la dichosa oveja, claro.
Muy divertida tu comparación del Marqués de Del Bosque con Jasón... Me alegro mucho de los éxitos de don Vicente por doble motivo, porque le recuerdan al actual presidente merengue que no es incompatible ser un gran financiero e ingeniero de caminos y cometer estupideces. Dejar marchar a Del Bosque fue una blasfemia, un pecado de los gordos. Pero ¡qué revancha se ha tomado! Me recuerda a aquel magnífico seleccionador francés del 98 al que la prensa criticaba tanto y que ganó el Mundial, ¡toma críticas! Estoy seguro de que efectivamente el Barsa ha perdido mucho, por la estupidez de dejar de jugar al fútbol y meterse en el Gran Onanismo Catalán, pero yo creo que el Madrid ha ido perdiendo más: primero fue la llegada de los Ultrasur, lo hortera y violento a un equipo señor; y luego lo de las "declaraciones" que era algo que no se llevaba en tiempos de Bernabeu. De niño me sentía madridista, mi padre, mi tío y mi abuelo tuvieron carné del Madrid y para mí ya sólo es un equipo más, no EL equipo.
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