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martes, 22 de junio de 2010

Israel en la “guerra de los medios”. Un falso debate.

El debate sobre una supuesta derrota de Israel en el plano de los medios de comunicación supone, en sí mismo, la única victoria de la que se podrían sentir satisfechos los que plantean esa “guerra de la comunicación”.
Esa batalla no debe perderla Israel, y la mejor estrategia para conseguirlo es no librarla. El estado israelí no puede permitirse el lujo de desgastarse en ese esteril enfrentamiento. Tiene otras prioridades, como es la de la defensa de su simple existencia física. No se puede perder una guerra en la que no se participa.
El terrorismo es un fenómeno que vive parásitamente de los “mass–media”. El éxito de un acto terrorista se sustancia únicamente en un titular de periódico. Ese es su único objetivo. Tenemos suficientes ejemplos históricos de triunfos y fracasos de las organizaciones clandestinas que certifican esa afirmación.
Las acciones terroristas no persiguen otro fin que el de ofrecer pruebas de su existencia y permanencia en la lucha a sus imprescindibles bases sociológicas.
Las organizaciones clandestinas no tienen otro objetivo que el la fidelización e incremento de esas mismas bases que las sustentan y financian. Y ese crecimiento sólo se consigue mediante la sábia explotación de las emociones [con una astuta amalgama de victimismo–heroismo], estimuladas través de una vía gratuita de comunicación como son los mencionados “mass–media”.
La propaganda se basa esencialmente en la sustitución de la razón por la emoción; del argumento por el slogan.
La fotografía del niño de Al Dura es un slogan. Provoca una emoción tan profunda que incluso el desmentido del montaje [con pruebas irrefutables] es rechazado inconscientemente por los fieles porque la escena es demasiado perfecta como para borrarla de la mente. Si admitiesen que fuera falsa, se privarían de ese excitante componente dràmatico que les resulta imprescindible para vivir.
La única lucha moralmente admisible es aquella que trata de hacer prevalecer la razón sobre la emoción.
Incluso los nazis, maestros precursores de la propaganda como única finalidad política, creyeron necesario inventar, sin embargo, una pseudociencia que proporcionase un “barníz razonable” a su emotivo delirio místico–folclórico de la raza.
En las sociedades que han accedido a la civilización de la libertad y la justicia con un elevadísimo coste humano a través de la historia, muchos de aquellos que no vivieron ni apenas conocen el valor de aquel inmenso esfuerzo, padecen hoy un síndrome de mala conciencia que los convierte en un valioso material de manipulación emocional para los liberticidas y sus cómplices. Hoy en día, algunos vemos con inquietud como nuevos aprendices de brujo montan sectas bienintecionadas que explotan con gran eficacia ese filón emocional.
Si se comprediera, por fin, que el conflicto de Israel no tiene más [ni menos] que una naturaleza simbólica para los adversarios de nuestra civilización, ya que ese estado representa una intolerable avanzadilla de ella para los enemigos de la tolerancia, no se platearían falsos y estériles debates como el de la “guerra de los medios”.