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miércoles, 2 de mayo de 2012

Historia de una bomba.

No hace mucho me tropecé con la historia de un antiguo agente del KGB, Youri Alexandrovitch Bezmenov conocido hoy como Tomas David Shuman, desertor en su día y ciudadano canadiense en el presente.

Su caso no provocaba mayor interés para mí desde el punto de vista de su aventura, pero había un aspecto en el personaje que  me llamó la atención.

A finales de los años ochenta, tras la desaparición del imperio soviético, el bueno de Youry había tomado la decisión de explotar los activos depositados en la caja fuerte de su memoria. Hasta ahí tampoco había nada de original, respecto de similares iniciativas de otros fontaneros reconvertidos.

Pero donde el tema bifurcaba del camino banal para adentrarse en una vía interesante era en el terreno escogido por el ex–espía para exponer sus experiencias.

No había en esa opción nada que la relacionase con una secuela de alguna película de James Bond. No. Más bien tendía a acercarse, salvando las distancias, a los criterios del primer analista geopolítico de la historia, que fue Herodoto, pero con la imagen de los patéticos y verosímiles funcionarios del MI 6 de los relatos de Graham Green.

Empezó por hacerse contratar por universidades y otros organismos académicos para desarrollar unos seminarios sobre su experiencia profesional. Con una notable seriedad y rigor analítico, expuso en profundidad la situación geopolítica mundial de los años cincuenta; los posicionamientos respectivos de las principales potencias; los objetivos planteados por sus superiores en el inicio de la guerra fría; y por último las diferentes estrategias diseñadas por el estado mayor de su agencia para la consecución de dichos objetivos.

Cuando empezó su descripción de la estrategia general planteada al principio de los años sesenta, arrancó con un dato que dejó boquiabierto al auditorio y a mí mismo, cuando escuché la grabación del seminario.

La sorpresa saltó cuando comencé a oír hablar a este experto del otro juego; del “Gran Juego” y, nada más sonar la campana del primer round, me dejó KO con este increíble dato :

 “Las tácticas de desmoralización, subversión y desestabilización de las sociedades civiles occidentales, eje fundamental de la estrategia general para la voladura del sistema capitalista, estaban basadas en  las teorías del gran estratega clásico chino Tsun Tzu, que nos alecciona de cómo vencer al enemigo sin disparar un tiro, y se plantearon para un horizonte temporal en torno a los 15 o 20 años”

¿¿¿¿Un plan a 20 años vista, en el siglo XX????

Naturalmente, al enumerar los escenarios potenciales de las diversas acciones y su extensión geográfica, la primera cuestión que aparecía era la enorme complejidad con la que se enfrentaba la coordinación de todo aquel tablero en el que estaba planteado el gran juego.

Y en esa cuestión es dónde encontraban encaje los prolongados plazos previstos para su desarrollo. “Esos plazos son los necesarios para adoctrinar a toda la generación designada como vector central del plan”.

Los objetivos tácticos a alcanzar se inscribían en el entorno de la infiltración y propaganda en todos los círculos de la vida social de occidente. Centros de decisión político-económicos; sindicatos; centros religiosos; ejército; universidades e institutos; medios de comunicación; gabinetes de líderes de opinión etc.

El amigo Youry, desempeñó labores distintas a lo largo de sus casi veinte años de servicio en el exterior; tomó parte en el establecimiento de las redes, estaciones de enlace y centros regionales de coordinación, y ahora exponía, con una lógica sin fisuras, la calma y la meticulosidad que requería la tarea de establecimiento y ensamblaje de todas las piezas de aquella compleja estructura.

De vez en cuando ilustraba la descripción de aquella labor con el relato de alguna operación en concreto y es de destacar la apariencia que denotaba la figura del agente descrito, más bien propia de un profesional de las relaciones públicas o de un burócrata, que de la mítica imagen  que solemos tener del mismo.

Hay que consignar aquí que, en un larguísimo colofón, la conferencia acabó transformando al agente Youry en una especie de “padre” Youry, que colocó un indigesto vademecum de consejos morales pseudo-religiosos al sufrido auditorio, recomendádolos como medidas de defensa a adoptar, ante posibles agresiones futuras de naturaleza similar a la descrita.

(Como todos sabemos, los senderos de las vocaciones tardías son inescrutables).

Lo queda en el aire –no hay que olvidar que las conferencias están grabadas a final de los años ochenta– es el destino que tuvieron las estructuras expuestas en el relato, a partir del colapso de la Unión Soviética.

¿Qué ocurrió con las redes establecidas en los diversos países? Es cierto que sobre el destino de algunos de los cuadros de la agencia algo sabemos; léase el brillante itinerario del tovarisch Putin sin ir más lejos. Pero la cuestión es de mucho más calado.

Sobre todo ¿qué resultados prácticos obtuvieron durante los casi treinta años que estuvieron en plena actividad? ¿qué consecuencias han tenido, o pueden tener aún, los programas puestos en marcha en su momento, en el terreno del adoctrinamiento, la intoxicación y la identificación personal con los objetivos de la lucha?

No hay respuestas verificables para nada de esto.

Lo que sí sabemos es que, en el momento del desmoronamiento definitivo en 1991, la agencia se fragmentó en cuatro divisiones y, de igual modo que otros organismos fuertemente jerarquizados, como el propio ejercito rojo, se hundió temporalmente en la desorganización y el desconcierto.

Las redes quedaron en su mayoría a la intemperie y libradas a su propia iniciativa, al carecer de cobertura. Sería escasamente útil especular sobre lo ocurrido en cada caso.

Lo que es indudable es que la labor de subversión emprendida desde finales de los años cincuenta, y que sobrevivió hasta finales de los años ochenta, tuvo un protagonismo central, aunque con diferentes intensidades, en todos los acontecimientos políticos notables que tuvieron lugar en el mundo occidental de aquella época.

A mi juicio, no se trata tanto de valorar su intervención concreta, por ejemplo, en la revuelta juvenil de los sesenta que contribuyó decisivamente a los cambios socio-políticos operados por nuestras sociedades.

Porque si bien seguramente fue importante la intervención de algunos elementos concretos que ya hubieran experimentado la influencia de los programas a lo largo de su formación, estos siempre actuarían, seguramente, dentro de un conjunto más complejo y combinados con otros agentes socio-culturales.

Tambien es indudable la influencia que tuvo en los círculos intelectuales del momento, en los que los debates consistieron, tal vez más intensamente que otras épocas, en cruces e incluso colisiones de profundas  introspecciones filosóficas, con radicales posicionamientos políticos y apresuradas adscripciones a ideologías revolucionarias.

El marxismo desplegó todo su amplio abanico de disidencias, acompañado en esa danza por los múltiples interpretes de Trosky, que en occidente tenían su última frontera desde los tiempos de Stalin. Y la discusión sobre la represión alcanzó su éxtasis con asuntos como el realtivo a la siquiatría y a su reciente epìgono la anti-siquiatría. Asunto este último en el que los adictos a la URSS tendrían mucho que contar, seguramente.  

Pero en mí opinión, dónde me parece que su presencia activa fue más decisiva, ha sido en dos escenarios sociales de primer orden. En uno, el del trabajo, con las presiones socio-laborales de los años setenta y ochenta, y en el otro, el de la enseñanza, con su influencia decisiva en la revisión de los modelos de educación. Presencia que se produce, por otra parte, como resultado de su importante penetración en el seno de los sindicatos. 

En el primer caso, la presión ejercida sobre los estados, para ampliar los márgenes de la protección social más allá de la existente cobertura del desempleo y a la sanidad, fue poco a poco empujando a los diferente gobiernos a salirse del modelo del estado social, que procedía directamente de las estructuras de asistencia social inventada por Bismarck en el siglo anterior, e iniciar la marcha hacia otro modelo de estado socializado, de tinte claramente socialista.

Se le llamó “estado del bienestar”, y en él el ciudadano fue adoptando un papel cada vez más reivindicativo, consistente en la reclamación de unos supuestos derechos innatos al disfrute de los más variados bienes y servicios, como por ejemplo el derecho al trabajo o a la vivienda. 

Esto, en definitiva, constituía un cambio de paradigma: desde el del esfuerzo, al de la asistencia.

En el asunto de la implantación y desarrollo del estado de bienestar tenemos hoy las peores expectativas desde el punto de vista económico. Un estado, no solo hipertrofiado por su estructura sino, sobre todo, quebrado por la imposibilidad de financiar el número creciente e ilimitado de sus compromisos sociales, si ya sería inviable en un universo socialista como la historia se ha encargado de demostrar dramáticamente, enclavado en una sociedad capitalista es un puro suicidio.

Esto sin contar con que para muchos ciudadanos de los países periféricos, que no solo carecen de trabajo en ellos, sino que tampoco albergan la esperanza de hallarlo, ante la alternativa de elegir entre ser un parado sin subsidio en su país y serlo en el occidente de la asistencia social generalizada, la elección no ofrece duda. De hecho ya existe una corriente de emigración exclusiva hacia la seguridad social.

En el terreno de la enseñanza las consecuencias han seguido un itinerario más largo. Tan largo como el camino recorrido por la primera generación influida por el programa de subversión hasta llegar a los puestos de responsabilidad docente.

A partir de entonces y ocupando ya cargos decisivos en los sindicatos y organismos profesionales, la labor de adoctrinamiento y de influencia cultural empezó a realizarse en progresión exponencial y, como es lógico, las consecuencias en ese terreno resultaron infinitamente más graves, dadas las escasas posibilidades de reversibilidad del proceso.

Por otro lado, una sociedad que educa a sus futuros ciudadanos con una masa enseñante deficientemente preparada, desde el punto de vista estrictamente docente, y además cargada con una ideología caduca y lastrada por un rencor social de cerca de sesenta años de antigüedad, está empedrando su camino hacia un desastre que supondrá  un coste de varias  generaciones perdidas para la sociedad. En el mejor de los casos.

Aclaro que no estoy refiriéndome a nuestro país en particular sino a un llamado mundo occidental en el que, desde la eficaz siembra de dudas que puso en marcha la subversión de la que estamos hablando, el ciudadano está alcanzando unas cotas de pérdida de confianza y rechazo autodestructivo de su propia civilización, que no pronostican la aparición de ninguna alternativa tranquilizadora.

Y si además se empecina en exigir la puesta en marcha de un estado social utópico, teniendo en cuenta que toda utopía siempre prepara el terreno al totalitarismo, no hay mucho más que decir.

 Además, a estas consecuencias hay que añadir otros efectos secundarios, no previstos en el plan primitivo, que representan hoy la actualidad más cotidiana entre nosotros. 

El avance de las actitudes antisistema, más o menos encubiertas, que hoy pueblan las páginas de todo tipo, impresas o electrónicas, y los espacios cívicos ocupados por grupos más o menos indignados en muchos países, parecen síntomas del éxito creciente de aquella lejana iniciativa.

La instrumentalización de los espacios públicos, como arma de extorsión social a la democracia, fue perfeccionada por las SA nazis frente a la República de Weimar hasta el virtuosismo. Incluso es considerada por  muchos historiadores como el factor decisivo del triunfo electoral de la peste parda, en los comicios alemanes de septiembre de 1931, que señala el arranque de su irresistible ascensión.

La estrategia de desestabilización de la que vengo hablando, tiene una indudable responsabilidad en el revival de esa práctica a partir de los años sesenta, como medio de chantaje al estado por parte de los innumerables grupos antisistema surgidos a partir de aquellas fechas.

Grupo estos de los que derivarán posteriormente las actuales bandas autodenominadas pomposamente “tribus urbanas”.

De lo que se trata en realidad es de sectas de idólatras. De la cuerda de los ecologistas y otros adoradores del mito del “medio ambiente”, sembradores de mugre “bio” en las espacios salvajes. De los fundamentalistas de la salud ajena y las ligas anti-tabaco, entusiastas del botellón. De los detractores del sacrificio de animales pero, a su vez, partidarios de la eutanasia eugenésica. De los okupas enemigos de la propiedad; ajena, naturalmente. De los devotos predicadores del ateísmo. De los fustigadores de la familia que se pelean por el matrimonio gay… en fin, gente sin contradicciones, como se ve.

A todos los cuales, por cierto, no se les recuerdan manifestación reivindicativa alguna contra la conculcación de esos mismos “derechos” que reclaman violentamente, ni de otros más sangrantes y urgentes como la proscripción de los Derechos Humanos, en los estados totalitarios que los inspiraron y financiaron en su día.

Así mismo surgieron entonces los embriones de los nuevos nacionalismos, con sus fantasmagóricas pero sanguinarias guerras de liberación nacional (FLNA; ETA ; FLNC; FLNP), y toda clase de grupúsculos armados envasados en el gran paquete anti-imperialista (R.A.F. ; Brigate Rosse; Black Panthers). Inspirados todos ellos por el canon marxista-leninista, e iluminados por el espectro santificado de un psicópata global llamado Ernesto Gevara.

Por cierto, estos últimos trataron de vampirizar, y lo consiguieron a veces, a los (esos sí auténticamente indispensables) movimientos pro derechos humanos de los EEUU de la época.

Otros de los divertidos experimentos de esa era tan creativa los constituyeron los inventos geoestratégicos. Por ejemplo el que consistió en crear el hasta entonces inexistente “pueblo palestino”.

Diseñado desde la A a la Z  por el KGB y Nasser para servir de peón-víctima en el tablero socialista/laico del Oriente Medio de los ’60, en la actualidad ha cambiado de cliente y ahora se alquila (siempre como carne de cañón) a los organizadores de la embestida clerical/islamista de nuestros días, con la judeo-fobia como cordón umbilical.

Y, mientras tanto, esa eficiente criatura de los totalitarimos sigue practicando su fructífero racket a los estados europeos que con sus millones de euros contribuyen, sobre todo, a incrementar las fortunas personales de toda clase de corruptos sin escrúpulos, como lo fue en su día el terrorista Yashir Arafat.

Pero, pese a que todos o casi todos ellos nacieron en los tiempos de la subversión, estos son problemas de los que nos podremos ocupar en otra ocasión.

Hoy, las mencionadas sectas, avanzando por la senda dejada atrás por el retroceso de las democracias, presionan de manera incesante a los estados, extorsionándolos en las calles y empujándolos a intervenir en áreas cada vez más privadas como son las creencias, las costumbres y aficiones particulares, o la propia salud. 

Estas acciones de acoso tienden a quebrar cualquier territorio donde se manifieste la individualidad de los sujetos, tratando de someterlos a una masa manejable. No se si George Orwell se habrá inspirado en síntomas parecidos para describirnos ese estado paternalista y asfixiante del Big Brother, al que parecen propender con sumo entusiasmo tantos de nuestros conciudadanos hoy en día.

En términos generales podríamos estar ante una novísima versión, eso sí, mucho más insidiosa, del sempiterno “asalto al estado” totalitario. Una versión en cámara lenta de la Marcha sobre Roma, el Putch de la Cervecería o el Asalto al Palacio de Invierno.

¿Será “La Crisis” la prueba de la culminación inesperada de aquel lejano proceso subversivo?

Los sociólogos están hablando desde hace  tiempo de un cambio imparable en el sistema. La pregunta es : si se produce ese cambio en nuestro sistema democrático ¿hacia dónde podría orientarse la transformación? Me da mucho miedo especular sobre una respuesta a esa pregunta.

La conclusión a la que me lleva toda esta relación de malas noticias es algo arriesgada, en términos estrictamente intelectuales, y no la expresaré. 

Pero su versión literaria no me disgusta:

“Érase una vez una organización muy poderosa que depositó en el territorio de sus enemigos una bomba, que resultó ser el colmo de la sofisticación en materia de ingenios de demolición.

Pero no lo fue porque hubiesen sido capaces de inventar un prodigio técnico semejante. La explicación es aún más fantástica: un monstruo que se escapó al control de su Dr. Frankestein.

La bomba en cuestión fue diseñada para hacer explosión muchos años después de colocada. Pero algo salió mal y sus propietarios, vencidos y arruinados, la abandonaron armada en el lugar en el que la habían colocado.

Sin embargo, llegado el momento, y por alguna razón inexplicable, la bomba no explotó. Pero, a pesar de ello, su  contenido empezó a contaminar el espacio de manera no prevista. Su efecto, con el tiempo, se fue incrementando exponencialmente como si fuera una bola de nieve; y lo más asombroso del caso es que provocó en los destinatarios una inesperada situación crítica de tal magnitud, que acabó constituyendo la gran victoria póstuma de sus antiguos dueños, inventores y colocadores”.

Sujetos que, por cierto, observan el fenómeno asombrados, mientras van convirtiéndose aceleradamente en unos expertos imitadores de sus antiguos adversarios.

Aunque, la verdad sea dicha, un poco horteras.

¡…los pobres!


1 comentario:

  1. Vemos los títeres pero nos hacemos todos la pregunta: "¿hay algún titiritero? O son títeres autónomos como el Pinocho de Collodi? En realidad la bomba la pusieron en el siglo XVIII un tal Sade y sus amigos, grandes admiradores de la obra de Guillotin. Y es cierto, tu blog va camino de convertirse en la tercera parte del Quijote... Es lógico, ante la mediocridad actual todos queremos contar algo distinto, nuevo e inteligente, para distinguir nuestra voz de los rebuznos habituales. Me ha encantado, por cierto.

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