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martes, 15 de mayo de 2012

Carta subliminal a una amiga





Mi querida e ingenua princesa de los normandos;

Tu amiga, y señora del que suscribe, sostiene que es urgente hacerte salir de la confusión y el desvarío, en materia de esa moderna superstición bautizada por sus autores con el estrafalario nombre de comunicación subliminal, confiando en que mi magra pero variada colección de saberes de diletante de guateque pueda contribuir a ello.

Vamos allá.

Vaya por delante la aclaración de que la existencia de una continua percepción de estímulos sensibles, no registrados en el pensamiento consciente, no ofrece la más mínima duda desde que, hace más de dos mil años, Aristóteles en su “Parva Naturalia” sugirió una curiosa intuición en la cual se apuntaba la posibilidad de que ciertos de esos estímulos tal vez afectaban a nuestros sueños.

Por lo tanto, ni se trata de negar que alguna influencia tienen sobre la tercera condición de los sueños, que según Freud es aquella en la que metabolizamos las sensaciones inconscientes que podrían suponer alguna  amenaza de ansiedad para nosotros, transformándolas en material inofensivo e incluso útil, ni que ese proceso pueda condicionar hipotéticamente de alguna manera nuestro subconsciente.

Ese proceso de nuestros sueños fue largamente estudiado por científicos solventes, como el Dr. Poetzle, que lo describió en una síntesis que se conoce como el efecto Poetzle. Algunos de sus seguidores, algo menos cuidadosos, llegaron a establecer cifras concretas, de escaso rigor científico, como las pretendidas 100.000 fijaciones oculares que afirmaban que realizaba el ojo humano durante una jornada de 24 horas.

Los neurólogos de la prestigiosa escuela del Gestalt, profundizaron en el conocimiento del funcionamiento de los neurotransmisores de la vista, en los años treinta, estableciendo constataciones científicamente comprobadas, como la que hace referencia a la fijación de una imagen en la retina y su relación con su proceso cerebral consecuente.

Según estos señores la primordial ley de la economía de energía que funciona de manera inexcusable en todos los procesos naturales, provoca que cada vez que la retina percibe un estímulo luminoso esa captación dure menos de una milésima de segundo; cerrando el objetivo acto seguido, porque ya no necesita más información.

Ante el enigma que representaba entonces la explicación de nuestra facultad de fijar una misma imagen durante un tiempo indefinido, descubrieron asombrados que esa necesidad del conocimiento la había satisfecho nuestro mecanismo cerebral mediante un “engaño” al nervio óptico. Consiste esa finta en el desencadenamiento de una vibración incesante de la retina, imperceptible para nosotros por su microscópico desplazamiento y su fulgurante velocidad.

De manera que cada imagen, infinitesimal en términos de duración, representa una imagen distinta de la anterior y de la siguiente. Una especie de serie de de fotos fijas. El nervio las traslada normalmente al cerebro, ya que para él son “diferentes”. Aunque “idénticas” para nosotros, a fin de producirnos la ilusión de ser una sola, e inmóvil.  

Hasta aquí, la ciencia. Ahora la superstición.

En el año 1957, un técnico publicitario llamado James Vicary, en situación profesionalmente delicada,  inventó un artefacto que llamó pomposamente algo así como taquistoscopio.

El avispado publicista sostenía muy serio que el tal invento conseguía nada menos que proyectar sobre una pantalla de cine imágenes manipuladas por él que, basándose en el truco seudocientífico de intercalar una imagen unitaria cada veinticuatro imágenes de rodaje, pasaba desapercibida para la visión consciente y penetraba subrepticiamente en nuestra mollera. O sea de contrabando.

Según declaró  el charlatán Vicary, había llevado a cabo un experimento práctico con su invento y, habiendo intercalado en una película mensajes del tenor “Si tiene Vd. sed beba una Coca-Cola”, habría cosechado de esta sencilla manera un éxito escandaloso de ventas, a la salida de la proyección.

Otra “prodigio” de la cultura de masas, un pretendido escritor llamado Vance Packard, no se sabe a ciencia cierta si en complicidad con el inventor o no, publicó un libro titulado “Las formas ocultas de la propaganda” a principios de los años sesenta que fue un éxito sensacional, y en el que supuestamente desvelaba el uso generalizado del truco de Vicary por parte de las grandes compañías industriales.

En aquellos años sesenta en los que empezaba a calar en la sociedad la gran corriente de desmoralización y masoquismo occidental de la que hoy estamos presenciando la resaca, el público era muy proclive a creerse cualquier teoría sobre un complot supuestamente promovido por la sociedad capitalista. Incluso el de una marca de patatas fritas. 

Pero claro, si bien estas cosas suelen ser flor de un día en cuanto a la consolidación de la superchería, el efecto sobre la seudo-cultura de la clase media es otro cantar. Y ahí tenemos todavía hoy flotando ese mito, al parecer insumergible, al igual que el de los Sabios de Sión y por idénticas razones. Es decir, gracias a la eterna necesidad humana de conceder más crédito a la explicación mágica y estrafalaria que a la científica.

Poco tiempo después de publicado el libelo de Packard, las diversas experiencias que se llevaron a cabo en los mismos términos expuestos por Vicary constituyeron una serie ininterrumpida de fracasos estrepitosos. Más tarde, el inventor trato de salvar su maltrecho prestigio y en el año 1962 no le quedó más remedio que confesar su fraudulenta conducta, al reconocer que había manipulado los “sensacionales” resultados de 1957.

La miserable explicación de su acto, debido al parecer a las dificultades por las que pasaba su empresa, no merece ni un comentario.

Las más recientes aplicaciones del fraude subliminal han sido aquellas que trataba de utilizarlo para mejorar los resultados en el aprendizaje de lenguas, o incluso los ejercicios de autosugestión derivados de él, para combatir la obesidad o el vicio de fumar.

Un tal doctor Trappery siguió investigando el asunto, hacia 1966, mediante una serie de experimentos cuyos resultados no fueron capaces de demostrar la más mínima influencia compulsiva en los sujetos sometidos a los mismos. Por último, en 2006 algunos científicos de un departamento de sicología social de la Universidad holandesa de Utrech sugirieron que, si bien las experiencias de Vicary eran un fraude confesado, cabía la posibilidad de que la hipótesis subliminal pudiera ser acertada.

Y es que los hay que no tienen remedio.

A fin de explicar como funciona la técnica elemental de la comuniación, podríamos afirmar que cualquiera que haya estado relacionado con el mundo de la comunicación, en cualquiera de sus variantes, sabe que todo mensaje emitido depende de seuis factores esenciales.

 A saber, el emisor, el receptor, el código, el canal, el texto, y el contexto.

El conocimiento profundo de todos esos factores determinará, pues, la facilidad o dificultad a la que se enfrenta cualquier estrategia de comunicación.

También podríamos establecer que la obtención del éxito en la comunicación es algo que se supone legítimo. Otra cuestión son los medios empleados para obtenerlo y el propósito del mensaje. Ambas cuestiones son de carácter moral, pero hoy estamos hablando únicamente de una de ellas; los medios.

En algunos casos, como fue el de la creación de un medio de venta sin precedentes, las grandes superficies, a principios de los sesenta se reveló la necesidad de establecer una estrategia mucho más compleja de lo habitual hasta entonces

La novedad esencial era el hecho revolucionario de que el comprador tenía acceso directo a los productos, sin la mediación tradicional del dependiente. Pero nadie tenía ni idea, entre los responsables de la idea, de cual sería el comportamiento de los futuros clientes ante ese hecho.

Para averiguarlo colocaron unas cámaras de grabación emboscadas entre los productos de los anaqueles, en las experiencias piloto, y registraron las variaciones en la dilatación de su pupila en el momento de acceder directamente a los productos por primera vez.

Los datos obtenidos a través de estas imágenes, grabadas sin que los clientes se hubiesen dado cuenta o las hubiesen autorizado, fueron analizados por los expertos, a fin de adelantarse a la serie de pautas de comportamiento probables por parte de los futuros clientes. 

Una dilatación súbita de la retina suponía una actitud infantilizante por parte del sujeto y, en consecuencia, una situación de vulnerabilidad de su voluntad.

Las medidas que se adoptaron a continuación iban indudablemente dirigidas hacia un control o condicionamiento de los comportamientos previsibles del público, en el sentido de inducirlos a la adquisición de bienes.

Toda forma concreta emitida ejerce una influencia concreta sobre determinados sectores concretos del público. Al igual que un color. O una palabra. O un olor. O un sabor. O un sonido.

O un silencio.

La provocación de evocaciones, sobradamente conocidas y catalogadas por los expertos como precursoras de estímulos del deseo, es uno de los recursos más empleados por los técnicos de la mercadotécnia.

El comunicador averigua cual es la idónea en cada caso, y cuando la descubre la utiliza. Es su profesión.

¿Podríamos calificar de subliminal esa práctica por parte de los comunicadores? Lo dudo. Quien emite un mensaje trata de influir en el receptor o, si prefieres, no puede evitar hacerlo y lo sabe antes de emitir. Cuando un escritor redacta su obra lo hace pensando en el efecto que producirá en sus lectores.

Y si es un buen profesional administrará de forma sabia sus recursos a fin de alcanzar un resultado más o menos previsible en aspectos tan variados e íntimos como las emociones, las opciones filosóficas o políticas, la intriga o tal vez la violencia.

Eso lo llevan a cabo diariamente todos los que se dedican a comunicar al público, y todos los que nos comunicamos privadamente, como lo estoy haciendo yo ahora mismo sin ir más lejos, y no la calificamos de subliminal.

Tal vez sea útil reflexionar sobre una especie de verdad de Perogrullo, “Todo aquel que dice que sabe que estamos manipulados no puede estarlo, por el simple hecho de saberlo”.

En caso contrario sería como un general que sabe que le están esperando en emboscada. Si continúa hasta meterse en ella es como si se emboscase a sí mismo. Que me temo que es lo que les gusta a los susodichos “manipulados”.

Hay miles de personajillos dedicados hoy en día a hacerle el nudo de la corbata al líder de turno, y han llegado a tal límite de estupidez que se han convencido de que ejercen una profesión de gran responsabilidad, y hasta escriben libros acerca del tema.

Particularmente y después de ganarme el cocido en ese mundo durante los últimos treinta años de mi vida, he llegado a la conclusión que todo esto de la comunicación que nos fascinó, en el peor sentido del término, desde las primeras lecturas en los lejanos sesenta de Roland Barthes & Co., es un fraude de proporciones siderales que ha alcanzado una hipertrófica posición de influencia en practicamente todos los ámbitos sociales.

Y seguramente tiene una mínima parte de auténtico interés; pero el noventa por ciento restante de la vaina es puro timo. Una trampa para gente insegura, llena de “listos” dispuestos a decirles lo que están deseando oír.

¡Si lo sabré yo!











1 comentario:

  1. Me encanta tu definición de asesor como el señor que le hace el nudo de la corbata al Líder Carimástico de turno. Algunos, ni pa eso sirven. No es un timo, oiga, lo llaman publicidad. A mí me divierte mucho el tema de las ilusiones ópticas. No es malo este enlace. http://www.portalmochis.net/humor/ilusiones.htm

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