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lunes, 15 de junio de 2015

Cuestión de límites

Bueno, supongo que, los que pretendemos poseer un poco de sentido común, estaremos de acuerdo en que el asunto de "humorista municipal" no da mucho más de sí.
Sin embargo, en mi modesta opinión, el debate sobre el tema de fondo, o sea ese oxímoron que constituye el "humor negro", sigue balanceándose sobre un malentendido que sí tiene un cierto interés, como lo suelen tener todas las ambigüedades.
Se supone que esa clase de "humor" se basa en la inquietud metafísica que nos provoca la idea de la muerte y sus satélites -dolor, crueldad, miseria, etc-, utilizando la hipérbole de la caricatura como crucifijo exorcizante, o cinta amarilla que separa al espectador del lugar del crimen.
Partiendo de esa suposición, en esto, como en cualquier ejercicio del ingenio, nos topamos con verdaderos prodigios del uso de ese dificilísimo arte que es la ironía, como Buñuel, Berlanga, Chumy, Summers, etc que nos proponen perspectivas insólitas de un catafalco, que superando el negro dramatismo de la realidad, la superan sin desvincularse del todo de ella, para hacernos penetrar en los complejos repliegues del absurdo o surrealismo.
Y, claro, el justo éxito obtenido por esos ejercicios de creatividad e inteligencia, hace aparecer en la mollera de los que siempre creen que lo aparentemente fácil, es realmente fácil, la imparable ansia de demostrarlo, y hacerse con una parte del botín.
Son aquellos que en su incapacidad de entender el contenido esencial de una obras compleja, y armados de su incorregible apresuramiento, no pasan de la corteza formal de la obra, y, ya puestos, suponen que cuanto más lejos se llegue en la osadía, más graciosa será la astracanada.
Los franceses tienen un término en su idioma, "les jusqueboutistes", para designar a quien lleva al extremo sus ideas, sin tener en cuenta las consecuencias. Esa desmesura, no tiene equivalente semántico en español. Tal vez cabría la posibilidad de hablar de "kamikazes", cuando estamos en presencia del hortera de turno, que no conoce límites en su pretensión de imitar lo que no entiende.
Y, claro, el terreno de la representación simbólica del horror, es uno de los pocos espacios en los que uno puede permitirse el lujo de arrollar al sentido común y a la moral, con menos inversión en consecuencias, cuando se siente amparado por un "derecho a la libertad de expresión", al que ningún demócrata recientemente bautizado se atreverá a señalar límite alguno.
Hasta aquí, todo es perfectamente imaginable. Lo malo empieza cuando, inevitablemente, la ideología hace su aparición.
Entonces, empezamos a observar que esa explosión de sana espontaneidad de alegres y sulfurosos ácratas del humor, sí establece límites. Tampoco hay que exagerar.
No se trataba, pues, de una simple travesura de criaturas jovialmente irresponsables. No
Y así, a las graciosas ocurrencias sobre los hornos crematorios, los atentados terroristas, los asesinatos crapulosos y las viles violaciones, nunca les acompañan las risas inducidas por los suicidios de desahuciados, las víctimas del terrorismo de estado, los muertos de Gaza o las tumbas de los represaliados del Frente Popular en la Guerra Civil.
Pero no se trata de un simple olvido, o de falta de oportunidad. Se trata llanamente, de que con ciertas cosas, "no se juega". O sea, de unos inesperados y arbitrarios "límites".
Quien lo diría.