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lunes, 28 de enero de 2013

Con mucho margen.

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Hace unos días me desperté con una palabra grabada en la mente. Una palabra banal, en torno a la que no se me hubiese ocurrido perder un segundo, en circunstancias normales. Pero fue precisamente su carácter banal el que provocó mi extrañeza, dada su obstinada presencia, similar a la de una bola de chicle en la suela del zapato.

La dichosa palabra era : margen.

¿A qué margen en concreto hacía referencia? De pronto empecé a darme cuenta de que ese término, seguramente como muchos otros, tiene una estructura significante poliédrica, no solo en cuanto a su polisemia, sino al complejo conjunto de usos lingüísticos en los que participa.

 De entrada, lo primero que me vino a la mente eran los márgenes de una pagina escrita. Esos espacios blancos a los que como diseñador siempre les di un gran valor visual, en la medida de que bien utilizados salvan a menudo una árida página de texto desnudo, y a los que, también con frecuencia, el editor o cliente suelen referirse con un pequeño reproche irónico : “Cómo se nota que no pagas tú el papel…!”

Los márgenes de un escrito, premeditados o espontáneos, y ya sea lo escrito impreso o caligráfico, contienen un fuerte valor expresivo que influyen en la lectura del texto, con sutiles  sugerencias no por inconscientes menos reales.

Pero esa especie de marco en torno de una superficie o espacio acotado está presente en multitud de otras áreas.

Por ejemplo, también son márgenes los bordes de un campo de fútbol. Espacio marginal que constituye un ecosistema, en el que diversas bandas de depredadores ejercen su función.

Así, ahí tiende su emboscada permanente esa mezcla de cazador y taxidermista de emociones visuales que es el reportero gráfico de la sección de deportes. Siempre oteando la cuatro esquinas del terreno de juego, al acecho de la contorsión atlética a la que transformará en  grupo escultórico, congelándola en una instantánea

Por el contrario, otra especie de oteadores se pasa el encuentro sin mirar ni siquiera de reojo al campo. Son los servicios de orden. Los del club y los de las fuerzas de policía. Mirando hacia la grada, ocupan ese margen neutro como una fuerza de interposición entre los aguerridos atletas y los energúmenos que integran las harkas de seguidores, cuyo número creciente está convirtiendo en marginales a los espectadores normales. 

Los agentes actúan de testigos, no sé si asombrados o hastiados, de una serie ininterrumpida de aullidos, aspavientos y actitudes matasietes, más dignos de ser expuestos en la vitrina de una clínica psiquiátrica, que de llenar un estadio. 

Por último, ese mismo margen, dividido en dos mitades, sirve de corredor de observación al otro servicio de orden, el del orden reglamentario del futbol. Se trata de los sufridos árbitros auxiliares, o linieres, a los que en algunas categorías inferiores podrían en toda justicia condecorar con la medalla individual al mérito deportivo, con distintivo rojo, como corresponde a los riesgos asumidos por su integridad física, en aras de su inquebrantable afición.

La esencia del concepto del margen es su condición fronteriza. Esta se manifiesta de una manera mucho más oblicua o, como se dice ahora, transversal, cuando cargando con las notas a pie de página de un libro, aparece como algo neutral, como un observatorio descomprometido, como un supuesto espacio objetivo.

A esas notas a pie de página, precisamente el margen, les confiere su condición esencial: la de no ser responsabilidad del autor del texto, más allá del hecho de haberlas elegido.

Sin embargo, cuando el adjetivo marginal se exhibe con la desenvoltura de quien luce un traje de Paul Smith o un bolso de Louis Vuitton, para el protagonista de ambas actitudes, tanto su discurso supuestamente sulfuroso contra el mundo establecido, o stablishment, como sus actitudes pretendidamente transgresoras, mantienen una relación tan estrecha con el objeto rechazado, que forman con él un todo armónico e indisoluble.

Con otra enorme ventaja que suele tener esa actitud, además, y que consiste en poseer el billete de vuelta, que va implícito en el de ida, para ser utilizado una vez la excursión por el margen haya agotado su espectacular encanto, o se hayan alcanzado debidamente los propósitos sublimadores de la aventura.

Otra variante es la de los que creen haber encontrado en el margen el solar de esa utopía manoseada hasta el delirio en sus sueños de holgazanes aburridos. El lugar donde se materializa la experiencia libertaria subvencionada.

Realmente hay poco margen para ser verdaderamente marginal.

Probablemente podríamos afirmar que la única posición realmente próxima a ese concepto de marginal, sería la del escéptico o la del indiferente. Aunque, bien mirado, su condición cínica también represente en sí misma una opción, y por tanto un compromiso moral. O mejor dicho, inmoral, que es la opción no ambigua del malo.

Otro fenómeno, este más grave, consiste en que todos estos sujetos que obtienen su certificado de marginales  de la señorita Pepis en las tribunas públicas del progresismo y otros foros no menos indignados, mantienen una relación parasitaria con otros seres a los que denominan marginados.

A pesar de la evidente proximidad ortográfica de ambos términos, su relación no es ni remotamente de carácter semiótico. Para empezar, la mayor parte de las veces, los marginados ignoran que lo son hasta que el pulgón marginal se adhiere a su existencia, y se lo aclara con la consiguiente palmadita paternalista en la espalda.

La otra gran diferencia entre ambos términos es que, así como lo marginal es una actitud con fecha de caducidad, lo marginado es una condición casi ontológica, que hace de estos seres un activo político heredable, y cuya evolución hacia la superación de su marginalidad está descartada ya que dejaría sin su nutriente principal a la colonia de pulgones parásitos.

Pero…¿cómo son posibles prodigios como los descritos?

Pues porque, en definitiva, el espacio marginal es la quintaesencia del espacio virtual, irreal o inexistente más allá de nuestra imaginación. Es, asimismo, una especie de área o recinto abstracto del espacio real, sin cuya materialidad no podría existir.

Ese lugar denominado espacio real se llama así porque tiene límites. Y los tiene incluso si a estos hay que medirlos mediante el número infinito, ya que este no deja de ser un término manejable matemáticamente.

El margen o espacio marginal es aquel que se encuentra inmediatamente después de esos límites y vinculado irremediablemente a ellos. Podríamos decir que todo espacio real está envuelto por un espacio virtual al que llamamos margen.

Y es aquí donde empiezan los malentendidos. Los diferentes espacios reales, concretos, están separados entre sí por márgenes compartidos. En consecuencia, esta especie de pasillos, estando situados entre espacios reales contiguos, pero no perteneciendo a ninguno de ellos en concreto, constituyen los lugares más adecuados para servir de sede al relativismo.

En ellos mora el margen de duda. El margen de tolerancia. El margen de error. Ahí es donde cohabita lo que es con lo que no es. En el margen es donde se verifica esa mostrenca afirmación pseudo-fatalista del “Nunca pasa nada”.

Probablemente el margen, esa parte borrosa de los límites donde nunca llueve pero siempre está mojado, es la más apasionante de la realidad. Porque ahí es donde pueden patinar nuestras certezas; aunque no se caigan, porque para caer hace falta un espacio real, no virtual. Es el espacio perfecto para la práctica de la acrobacia intelectual sin red. Sin riesgo.

Para la especulación.

¿Tendrá esto último algo que ver con el margen de beneficio, o será demasiado traído por los pelos?

Lo digo porque el margen de beneficio es evidentemente  relativo. Es el espacio virtual existente entre dos espacios bien reales y cuantificables; el de la oferta y el de la demanda. Ese margen, que rodea a ese otro espacio real que es el coste, se añade y se integra en él para constituir el precio.

Que una vez establecido, por otro lado, probablemente es uno de los raros espacios reales que carecen de márgenes. Lo cual explicaría porqué, a veces, los precios se vuelven volátiles.   

Pero voy dejar al margen esta singular metamorfosis ornitológica del precio, porque podría conducir a esta reflexión, ya de por sí bastante delirante, hacia territorios definitivamente inescrutables.  

La amplitud de un margen no siempre está clara. Unas veces hay un holgado margen de acción. En otras ese margen es estrecho. O también se puede dar el caso en el que pueda amparar la posibilidad de añadir una oportunidad inesperada a algo que parecía definitivo. Ocurre cuando se descubre que aún hay, o cabe, un cierto margen de intervención.

Una reducción drástica de los márgenes podría conducir a la asfixia, que es lo que me sugieren los botones de las americanas raquíticas que actualmente lucen los nuevos cachorros de ejecutivo, anillados y con cresta, del horizonte contiguo.

Mediante el uso transitivo del verbo marginar se puede decretar una condena al ostracismo de sujetos u objetos. Pero siempre me intrigó el hecho de que aquellas personas que fueron puestas al margen de un colectivo, por parte de quien tenía o se arrogaba autoridad suficiente para hacerlo, seguían estando presentes a pesar de su situación de postergación.

Era algo así como cuando un entrenador decide sentar en el banquillo a un componente del equipo. Y por si fuera poco, la historia nos ha demostrado que mientras estés al margen existes, y siempre cabe la posibilidad de que vuelvas.

Y es así como el margen en el que se margina al incómodo, demuestra la neutralidad natural de ese curioso espacio del que venimos hablando al cumplir su auténtica función : la de neutralizar.

Pero los márgenes, como todo lo inconcreto, producen temor. Su genuina indefinición inquieta, y esa es la razón por la que algunos tratan de trazar los márgenes, en un intento patético de enjaular el aire.

En fin, si has llegado hasta este punto de esta tabarra, es sin duda porque me has otorgado un generoso margen de confianza o bien porque dispones de un notable margen de paciencia.

En cualquier caso, gracias.

viernes, 18 de enero de 2013

Semana de moros y catalanes

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Bonita semana. No podemos quejarnos.

En el horizonte internacional, ese trastero caótico en que se ha convertido en los últimos veinticinco años el continente africano, sobre todo en su subcontinente norte, ha proporcionado de nuevo la noticia caliente de la semana, con los acontecimientos de ese estado cuasi inexistente llamado Malí.

Hace unos meses, en medio del conflicto “primaveral” de Libia, ya se advertían las desastrosas consecuencias que la ocurrencia francesa iba a acarrear, sobre todo en la zona sur de ese país, el Sahel, y en las borrosas fronteras de este, entre Argelia, Niger y Malí.

La retirada de los mercenarios con los que Gadhafi había reforzado su ejercito desde hacía años, de origen sahariano o tuareg, junto con el saqueo de sus arsenales ocultos en el desierto, hacía previsible la confluencia y potenciación de grupos armados de muy diversa procedencia, pero que, disponiendo de bases logísticas en un territorio cuya hostilidad natural pueden explotar tácticamente, coinciden en el propósito de crear un fantasmagórico estado jihadista, el “Sahelistan”, a imagen de los talibanes afganos.

La “liberación” de Libia fue una jugada petrolífera muy arriesgada del gobierno de Sarkozy, en la que no había contado con la intervención de un personaje decisivo como es el maquiavélico emir de Katar, Hamad Khalifa Al Tani.

La pretensión de este último de penetrar en la explotación del petróleo libio, cuyo práctico monopolio creía garantizado el gobierno francés tras negociar su apoyo militar al “gobierno rebelde”, trastocó todas las piezas de aquel confuso tablero.

Ciertos observadores occidentales consideran que, tras la audaz contribución militar del emir katarí en el conflicto, cambiando súbitamente su papel de mediador por el de beligerante con el envío de sus aviones Mirage para combatir  la fuerzas de Gadhafi, se escondía una estrategia de extensión de la influencia wahabita, de la que es uno de los principales promotores junto con Arabia Saudita, en el área y su consecuente desestabilización.

Ahora mismo, podríamos concluir que un carajal como el provocado por la torpe diplomacia del voluntarista Sarkozy en Libia, y sobre todo en el Sahel, podría proporcionarle a un político gris y de aspecto diletante, tan parecido en muchos aspectos a nuestro inolvidable Zapatero, como es François Hollande, la oportunidad de aparecer como un líder capaz de llevar a cabo una gesta pacificadora en la región, con la derrota de los narcoterroristas saharianos, la liberación del norte del país y la reconstrucción del estado malí.

A pesar de la opinión de muchos catastrofistas, el conflicto desatado en el Sahel de hoy en día no se parece demasiado, en sus condiciones estratégicas, tácticas y logísticas, al que se libra en Afghanistán. En opinión de los expertos, este duraría varios meses y se iniciaría primero con la derrota de la ofensiva jihadista en el sur, hasta conseguir finalmente su neutralización definitiva en su bases de partida en el Norte, aunque podría asimismo provocar algún desastre parcial.

Pero las fuerzas francesas, aun con un timorato apoyo de sus aliados en los aspectos no combatientes del conflicto, tienen una abrumadora ventaja en todos los aspectos, frente a unas bandas heterogéneas que adolecen de una escasa cohesión militar y que parecen haber empezado su empeño por un error monumental.

Este consistiría en haber planteado una ofensiva abierta sin la menor oportunidad, en lugar de emprender una acción de guerrillas que hubiese sido mucho más adecuada a la naturaleza de sus fuerzas, frente a un ejército perfectamente adaptado al terreno y con varios años de experiencia y endurecimiento en el conflicto afgano, como es el ejército francés,

Ese ejército ya es experto en operaciones africanas en medios desérticos o semi-desérticos, estando constituido por hombres y material perfectamente adaptados a esa clase de teatros. Además, posee bases militares y logísticas en África occidental ( Tchad, Burkina Faso, Costa de Marfil etc), y la metrópoli, a efectos de operaciones aéreas o reavituallamiento, se encuentra a una distancia razonable.

Además, cara a los aspectos mediáticos de este conflicto y teniendo en cuanta el carácter desértico del escenario, es previsible que se produzcan unos daños en la población civil muy escasos en comparación con otros conflictos recientes.

Y todo eso sin contar con la colaboración de los estados limítrofes que, con la excepción de Argelia, no poseen unas fuerza armadas preparadas para un conflicto internacional, pero que aborrecen en general lo que representan los narcoterroristas, impidiendo en consecuencia la creación de esos santuarios que suelen ser indispensables para este tipo de campaña.

Tampoco cuentan estas bandas de forajidos con una población afín entre la que camuflarse, como es el caso en Afghanistán, ya que los habitantes de las aldeas saharianas aborrecen frecuentemente del fundamentalismo islámico.

Si a ello añadimos la colaboración activa de Argelia, no solo con la cesión de su espacio aéreo al paso de la aviación francesa, sino con la participación de unas fuerzas armadas como las suyas, veteranas de veinte años de lucha contra los islamistas, y que actúa habitualmente sin muchas contemplaciones, la esperanza de victoria de los talibanes sharianos parece muy escasa.

Veremos.

Y mientras tanto aquí, el culebrón catalán sigue proporcionándonos su ración diaria de ocurrencias. Ahora resulta que el catalán no solo es una lengua homologable a los grandes idiomas universales, sino que entra de pleno derecho en la hasta ahora desconocida categoría de singularidad lingüística silente. Sí señor. Como suena. O mejor dicho, como no suena.

La película muda “Blancanieves” es la favorita en los V Premios Gaudí de la Academia del Cine Catalán, a la mejor película en lengua catalana. En fin, no es por joder, pero teniendo en cuenta que, según las crónicas catalanas, su lengua fue prohibida durante treinta y cinco años por el franquismo, esta manifestación insonora en ese idioma demuestra sin asomo de duda que ese relato histórico es una falacia.

A una lengua que es capaz de manifestarse en silencio, es metafísicamente imposible aplicarle cualquier decreto de prohibición.

Y es que, a fuerza de enredarse en su enmarañada crónica victimista mezclada con una pretenciosa arrogancia cultural, estos amantes de la sardana acaban siempre haciéndose un lío, y luego pasa lo que pasa… 

Pero, ojo, tal vez cabría pensar que el mencionado silogismo pudiera no resultar cierto, a pesar de todo. En esa nación ocurren cosas fantásticas como la que sigue.

Una autorizada fuente en materia de fenómenos singulares de la realidad catalana, como parece ser el Consejero de la Presidencia y portavoz (sonoro) del Govern, Francesc Homs, acaba de dejar sin aliento, nunca mejor dicho, a la comunidad científica internacional, al apuntar la posibilidad de que el gobierno centralista-colonialista de Madrid pudiera estar planeando declarar inconstitucional ese prodigio consistente en la aspiración de oxígeno de origen inequívocamente catalán, y su correspondiente exhalación transformado en dióxido de carbono, no menos genuinamente ampurdanés.

 A los conocidos sistemas de hematosis, o respiración, adaptados sus diversos hábitats por los seres vivos, ya sean animales o plantas, hay que agregar, a partir de ahora, uno descubierto por ese ilustre sujeto: consiste nada menos que en la respiración catalana. Fenómeno genuino e inconfundible que distingue, al parecer sin error posible, a los hombres y mujeres nacidos en esa nación.

Se trata sin duda, de otra impagable aportación a la ciencia y el saber universales, llevada a cabo en el seno de esa admirable cultura, y solo comparable en transcendencia al prodigioso invento de la patata, allá por los años treinta, inestimable aportación llevada a cabo por el ilustre científico Popov, miembro emérito de la Academia de la Ciencia Soviética.

Estas son las cosas por las que merece la pena vivir en estos tiempos.

Si no te mueres de risa, claro.



jueves, 10 de enero de 2013

2013. La venganza de Pitágoras.

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Cuando alguien retó a los entusiastas miembros de la secta pitagórica, poniendo ante sus narices la relación entre dos lados de un cuadrado y su diagonal o, lo que es lo mismo, una raíz cuadrada de dos y el primer número irracional, estos quedaron estupefactos.

A su excelso truco de ilusionistas matemáticos, basado en la perfección esencial de lo par y lo impar, le acababan de descorrer el velo de la racionalidad con el que mantenían embelesado a su público, y les habían arruinado el numerito, nunca mejor dicho.

En su cosmología, el Límite, severo vigilante que imponía la cordura a la universal propensión al caos, disciplinaba de forma inflexible tanto a la Unidad como a la Diversidad, mediante determinadas y precisas medidas numéricas de proporción. 

Los números, principio y fin de su cosmología, se organizaban en torno al símbolo de la Tetraktys. Una especie de triángulo constituído por La Unidad (1),origen del todo; la Díada (2) origen de lo dual, maculino/femenino, etc; la Tríada (3) lo triples niveles, celeste, terrestre, infernal, etc; el Cuarternario (4) los elementos tierra, aire, fuego y agua.

Todo ello era la Década (10); resultado de sumar 1+2+3+4 = 10= 1+0= 1, es decir el universo completo.

La progresión de los números se determinaba a partir del Uno o La Unidad, que no era un número cuantitativo sino una esencia superior definida. De ella surgía La Díada, es decir, Dos Unos que representaban lo indefinido.(Olvidaos de la Diada Catalana por un momento)

De ambos se derivaban los números Uno y Dos. Y de la unión de ese Uno definido o limitado, y del Dos indefinido o ilimitado, aparecían el resto de los números.

Dicho así no parece gran cosa, pero aquellos prestidigitadores construyeron a partir de esos aparentemente humildes materiales nada menos que el concepto de lo idéntico como la propiedad que poseen las cosas de ser ellas mismas, simbolizado por número Uno, o la idea de lo diferente, simbolizado por el Dos.

Ese conjunto de lo idéntico y lo diferente, al mismo tiempo, constituía la totalidad de lo verdadero.

El mundo era limitado/idéntico y el universo ilimitado/diferente. El mundo ocupaba el centro del universo y este le rodeaba. Relacionándose ambos en virtud de parámetros numéricos que determinaban la armonía del conjunto.

En definitiva, lo verdadero, todo lo que existía universalmente, eran números, cuya relación era racional para aquella animada banda de optimistas que observaban a sus congéneres con una escéptica mirada de suficiencia.

La aventura pitagórica está envuelta en su misticismo y su inmoderada tendencia al secretismo, ascetismo y vegetarianismo radical. Todo lo cual hace de esta secta una especie de precursores del esoterismo y tal vez, que me perdonen los aludidos, de la masonería. Su pasión por símbolos geométricos no puede ser más análoga, así como sus referencias a la ciencia matemática como religión.

Pero, como he dicho, la aparición de la irracionalidad, como cualidad de algunos números desconocida para nuestros héroes, fue descubierta para colmo en el propio territorio de la geometría, tan querido y frecuentado por los alumnos del gran sabio de Samos.

Y toda aquella fabulosa peripecia acabó con estos sumidos en una profunda perplejidad, de la que ya no levantarían cabeza.

Con historias apasionantes como esta, uno no puede por menos que establecer ciertas curiosas analogías (probables síntomas del desconcierto que le produce la época presente) y reflexionar sobre la deriva numérica que se ha producido en el rumbo de la historia reciente, cuya derrota nos lleva directamente al reino absolutista del Dios Dígito.

Sustituyamos al los sagrados Uno y Dos pitagóricos, por los Uno y Cero de los algoritmos binarios, y nos hallaremos en pleno territorio digital.

¿Significa esto una especie de retorno al universo pitagórico? La pregunta sería una estupidez retórica si la planteásemos en términos científicos.

Pero, lo que es indiscutible es que la pretensión de aquellos sofistas de encuadrar el universo en un espacio eminentemente numérico, por oposición a cosmologías coetáneas ajenas al mismo, tiene una relación directa con esta otra oposición establecida actualmente entre un sistema de razonamiento llamado analógico, con sus premisas y conclusiones, y otro denominado digital, de naturaleza eminentemente tecnológica.

Oposición que parece abocada irremediablemente a la derrota aplastante del primero a manos del segundo.

¿Habrá retornado Pitágoras, como lo han hecho otros brujos a lo largo de la historia? ¿Estaremos sufriendo las consecuencias de su matemático cabreo?

En cualquier caso echadle un vistazo al número 2013 de ahí arriba y a su versión inversa. Por lo menos esos números, vistos así, parecen bastante estimulantes. ¿O no?

Qué queréis que os diga, tal como están las cosas… algo es algo.

Por cierto, ¡feliz eros!