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martes, 25 de septiembre de 2012

El turco sube las apuestas (III)

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“Allah ha dicho hasta que paguen la Jizyah(*), si escogen no abrazar el Islam y someterse voluntariamente, deben ser conducidos a esa sumisión, deshonrados y humillados” (*)El Corán dice que los cristianos y judíos pueden practicar su propio religión con libertad si pagan un impuesto (la jizyah) y no blasfeman el nombre del profeta Mahoma.

Hace unos días me he encontrado con  el siguiente titular: “ El embajador de los USA en Libia no solo fue asesinado. También fue torturado y sodomizado, antes de matarlo y de que su cuerpo fuese paseado por las calles de Benghazi como un trofeo”

Las fuentes con las que suelo ponerme al tanto de la actualidad en la zona, han extraído esta información de la Agencia libanesa en árabe Tayyar.org, y del eco que se han hecho de ella el Washington Times y The Examiner. Asimismo, la Lybian Free Press ha subrayado también el hecho de la sodomización del diplomático, en lo que señala que parece ser una tradición libia, teniendo en cuanta que esa triste suerte también le fue reservada a Muhamar El-Kadhafi en su día.

La imagen atroz del cadáver del embajador Christofer Stevens, arrastrado por quien aparenta ser uno de sus “valientes” verdugos, mientras sostiene entre sus dientes el teléfono con el que seguramente ha inmortalizado su “hazaña” y la comentará más tarde en torno a un narguileh con los amigotes en cuanto acabe la tarea, creo que habla por sí sola. (foto)

En el siguiente enlace podemos presenciar el asalto a la embajada de EEUU en Túnez. Parece increíble que podamos estar viendo esto, prácticamente mientras tiene lugar en el patio trasero de nuestra casa, con una cerveza en la mano.


Algo en la misma línea aunque sin llegar al asalto, ha tenido lugar en plenos Campos Elíseos de París, donde una manifestación de musulmanes franceses llevó a cabo una protesta ante la embajada americana al grito de “¡Judíos, acordaros de Khaybar!” o “¡Degollemos a todos los judíos!”.


Conviene recordar que Khaybar, en tiempos de Mahoma,  era una localidad judía en la Península Arábiga, a cuya población temía el profeta y con la que firmó un acuerdo de paz. Pasado un tiempo, cuando se sintió suficientemente fuerte, atacó la ciudad y degolló a todos sus habitantes.

Algo así debería ser lo suficientemente elocuente como para que evitásemos de una vez por todas seguir debatiendo  sobre la existencia de un Islam supuestamente moderado y otro radical. En el fondo con falsos debates como ese no hacemos otra cosa que camuflar nuestra cobardía.

Un ejemplo de esa cobardía nos lo proporcionó hace unos días el “artista” Javier Krahe que, en una “transgresora” emisión televisiva, mostraba como se asa un crucifico en el horno, como parte de una “receta” cuyo ingeniosa y fina “ironía” hizo partirse de risa a sus espectadores.

Pero para perpetrar una hazaña como esa, en realidad, solo se necesita ser lo suficientemente estúpido, sufrir además una irreparable falta de imaginación y , por último, padecer un síndrome de insignificancia, que suele mantener a payasos como este en un permanente estado de “mono” de notoriedad.

Pero ¿se atrevería nuestro aguerrido cantautor a hacer unas gracias de esa clase con la figura del profeta? ¡Hombre no! ¡No pretenderás ofender la sensibilidad cultural de mil quinientos millones de musulmanes! ¡Eso no tiene nada que ver con nuestra iglesia de la Inquisición, de los curas pederastas, y de lo beatos fascistas! ¡Hasta ahí podíamos llegar…!

Esa “sensibilidad cultural” debería ser tratada por los pueblos civilizados como lo que es en realidad; como un régimen totalitario. Con toda la carga de delirio violento con el que ese tipo sistema suele obsequiar a la humanidad, carga esta ajena a los más elementales límites de la razón.

Considerar ese estado de cosas como una “cultura” es intentar incluir en la categoría de seres racionales, a unos semejantes que violentan voluntariamente  todas y cada una de aquellas cualidades que nos distinguen de los animales.

Incluso las bestias salvajes observan unos códigos instintivos, que aún siéndolo, están más próximos de la razón que las odiosas actitudes de estos cuadrumanos. Unos primates que han sido amaestrados en escuelas de alienación criminal, cuyo eficaz método constituye un hito en la larga y sangrienta historia de la locura inducida.

Se trata de auténticas factorías de sicópatas; una industria de robots homicidas en serie, con filiales en todo el mundo, a quienes las propias victimas, encerradas en una especie de cepo psicológico, les estamos facilitando de forma suicida las condiciones más propicias para llevar a cabo su siniestro cometido.

En la historia reciente y no tan reciente, tenemos ejemplos de sobra de que fuimos capaces de evitar el diabólico destino que esos totalitarios nos tenían reservado. Es verdad. Pero no es menos cierto que la tardanza en hacerles frente costó a menudo la vida a miles de víctimas que podrían haberse evitado.

No es nada seguro que hayamos aprendido la lección.

Y atención, ellos aún no han concluido. Hace meses que entraron en el penúltimo capítulo del actual ajuste de cuentas en el Magreb y Mesopotamia. Ese capítulo es Siria. Posteriormente, el último acto previsto para conseguir la hegemonía en Oriente Medio consistirá en aniquilar al no árabe de la zona, es decir, a Irán.

También ahí lo conseguirán con la ayuda occidental, en un juego perverso en el que ninguna ventaja está garantizada para nosotros. Ningún billetero está a salvo cuando se baila con rateros.

Luego vendrá la traca final, cuando quien está moviendo la mayoría de los hilos, jugando a todos los caballos de la palestra gracias a su presupuesto ilimitado en petro-dólares e influencia, Arabia Saudita, se enfrente por el liderazgo de la zona al Campeón Turco, al que la decepción en su vocación europea no le deja otra salida que la del Sur.

También en esa pelea saldremos perdiendo, sea quien sea el ganador.

Esto es lo que hay, hoy por hoy; y es paradójico que el primero y principal amenazado por la caterva musulmana, que es el estado de Israel, constituya hoy la única esperanza real para tipos como yo.

Seguramente porque la distancia a la que se encuentra del ojo del huracán le obliga a tener un olfato más fino, parece ser el único que tiene conciencia real del problema. De su problema. Que es mí problema. Y, aunque no lo crean, el problema de todos.

Y lo es hasta tal punto, que si tuviera veinte años menos seguramente me preguntaría si no habría un hueco para mí en esa tierra tan peligrosa, pero tan llena de esperanza.

Y, si esto sigue así, puede que aun me lo pregunte.



PS

Cuando había terminado de pergeñar estas notas, ha llegado a mi conocimiento una iniciativa,(una más) del semanario francés, Le Nouvel Observateur, en forma de número extra titulado: « Les néo-fachos et leurs amis », o sea “Los neo-fachas y sus amigos”. No me detendré ni un segundo sobre el contenido, dado  el carácter reiterativo y previsible del texto, pero no puedo evitar la tentación de reproducir la introducción del mismo.

« Le rejet des musulmans alimente en Europe et aux Etats-Unis une nouvelle extrême-droite. En France, l’affaire Millet révèle les contours d’une nébuleuse brune au sein de laquelle des écrivains et des journalistes communient dans l’obsession de la sauvegarde d’une identité française “blanche et chrétienne”.»

« El rechazo de los musulmanes alimenta en Europa y en los Estados Unidos a una nueva extrema derecha. En Francia, el asunto Millet(*) revela el perfil de una nebulosa parda, en cuyo seno escritores y periodistas comparten la obsesión de la salvaguardia de una cierta identidad francesa “blanca y cristiana”.

Así, con dos cojones, los nuevos-observadores-por-encima-de-toda-sospecha del semanario francés despachan a todos los intelectuales ajenos al multiculturalismo-relativismo-izquierdismo del vecino país, despeñándolos en el abismo fascista, con un sofisticado  argumento como es el de su “rechazo de los musulmanes” o el de la defensa de una identidad nacional “blanca y cristiana”.

 Al parecer los que disfrutamos de una civilización, creada y desarrollada en el seno de una colectividad de piel más o menos blanquecina y en un contexto cultural de procedencia greco-judeo-cristiana, debemos curarnos nuestra obsesión por seguir así, renegando de estas condiciones, tiñéndonos este maldito pellejo blanco de sucios colonizadores y abandonando nuestra intolerante cultura.

El significativo detalle  de incluir en la mencionada nebulosa parda, a un a mujer judía como Elisabeth Lévy, demuestra nuevamente el delirante rumbo que ha tomado esta novísima izquierda y su laico antisemitismo. Que, por otro lado, es la misma de siempre que no acaba de morirse de una vez.


(*) Escándalo provocado en el mundo de las letras francesas por el novelista Richard Millet, rastreador impenitente de la provocación y el escándalo, que en este caso aprovechó el asunto del sicópata noruego Breivic, para dar la nota elogiando la “perfección artística de la masacre” en un panfleto infecto, y desencadenando un debate sobre la libertad de expresión, en el que una larga lista de intelectuales pedía en una carta común su exclusión de la prestigiosa casa de edición donde publica habitualmente.

jueves, 20 de septiembre de 2012

El turco sube las apuestas. (II)

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Las oposiciones anticolonialismo, anticapitalismo, antiimperialismo, antiamericanismo y antisionismo o, si se quiere, el anti-occidentalismo para abreviar, sembrados en su día por el bloque comunista, no consiguieron en su tiempo los objetivos propuestos y el imperio proletario acabó por desmoronarse.

Pero el espantapájaros del Tercer Mundo que la URSS había inventado y blandido como arma arrojadiza contra occidente, cobró vida propia de pronto, mientras el despojo comunista iba quedando abandonado en una cuneta de la historia.

La aparición de una avanzadilla de Occidente en el área, el estado de Israel, había forzado la puesta en marcha de una estrategia nacionalista por parte de los países circundantes. Al principio, con la guerra del 1948, intentaron crear una cruzada de liberación como la que se estaba cociendo en Indochina. Después del fracaso militar, y años más tarde, en su afán de imitación, trataron así mismo de crear una insurrección de carácter terrorista al estilo del FLN argelino.

Pero todos estos intentos no contaban con la determinación de un pueblo como el judío, al que esa culminación demencial de su eterna persecución que fue Auschwitz, le condujo a tomar la decisión de descartar definitivamente su sempiterno rol histórico de víctima. Pronto sus adversarios se dieron cuenta, sumando a sus fracasos la sorpresa y la frustración. 

Entonces, el llamado Tercer Mundo, en su versión árabe, menospreciado hasta entonces y agazapándose tras el poderoso blindaje del chantaje energético que le proporcionaba el petróleo, avivó el casi extinguido rescoldo del caduco anticolonialismo, y “fabricó” para ello unas indispensables y bien diseñadas “víctimas”.

El “diseño” de un pueblo inexistente, como era el “pueblo palestino”, hay que atribuírselo en justicia a su creador, el coronel Nasser, asesorado por un equipo de expertos del Komintern de Moscú.

Este invento tuvo la fortuna de poder compensar su evidente falta de historia real, con el aprovechamiento de una eficaz campaña de marketing político con la que el bloque comunista había ido construyendo durante años el prestigio de la marca: “Pueblo Vietnamita”.

El recién estrenado “Pueblo Palestino” se encontró de esta forma con el regalo de un estimable  valor político añadido. Asociando su nombre al de su “victorioso” antecesor surasiático, en el imaginario fantasmático de la kultur-progresía occidental, apareció en escena en los años sesenta.

Poco más tarde ocupó todo el espacio mediático, cuando aquel “victorioso pueblo” asiático, y su primo camboyano, empezaron a tener que hacerse cargo de un menester menos “heroico” que el de echar al mar a los “invasores”. Se trataba ahora de encerrar a millones de sus conciudadanos en los llamados “campos de reeducación”, también llamados “campos de la muerte”.

La lucha “anticolonial” acabó agotando así su retórica, precisamente en el Sureste Asiático. Allí, al final del conflicto, todos estos “movimientos de liberación nacional”, y sus entusiasmados compañeros de viaje occidentales, habían celebrado una victoria que, en realidad, no lo había sido.

Ninguno de ellos comprendió la clave de la nueva dialéctica que había inaugurado el final de aquel conflicto. Con el se había terminado un período histórico y se inauguraba una nueva época, y en el nuevo paradigma los términos dialécticos estaba colocados de forma diferente.

A pesar de las apariencias, no habían ganado sus amigos. Simplemente, habían perdido sus enemigos. Lo cual no es lo mismo.

Los países árabes del Próximo Oriente, estimulados por esa falsa victoria, lo intentaron más veces y más veces se equivocaron. Tuvieron que pararse a reflexionar. Era el momento de diseñar una nueva estrategia, para una nueva era. No más planteamientos militares.

Los Nasser y otros hombres providenciales habían fracasado y algunos de sus sucesores empezaban incluso a valorar las ofertas que desde occidente se les hacían, si se olvidaban de intentar echar a Israel al mar.

Es cierto que quedaban aún algunos líderes de la ideología nazi-baasista, como Sadam Hussein , Bashar el-Assad o el “colgado” de Libia, amén de otros tiranuelos residuales del nacionalismo panárabe con notable poder dinástico, enorme influencia económica y algunas alianzas oportunistas con los infieles. Pero la presión religiosa era ya creciente en sus respectivos países. Irían cayendo uno a uno, empezando por el Shah de Irán. Y en esas están todavía.

Decididamente había llegado el momento de los clérigos.

Los objetivos políticos planteados hasta aquel momento, mezcla de vagas reivindicaciones nacional-sociales ajenas al relato coránico, o los condicionamientos geopolíticos derivados de los intereses de las potencias infieles, fueron substituidos aceleradamente por la misión sagrada y eterna de la expansión religiosa del Islam.

Ya no se trataba de conquistas militares. Se trataba del triunfo de la fe coránica. Y para hacerse cargo de él, como en 1034 en la Persia de Hassan Bin Sabbah, aparecieron los profetas del horror y sus modernos mensajeros Hassassin: los nuevos terroristas místicos.

Un dato esencial para entender la nueva estrategia es que, gracias a las modernas tecnologías, esta tiene una dirección totalmente descentralizada. Los mollahs, líderes religiosos, actúan por iniciativa propia. Aunque esta desestructuración tiene también sus inconvenientes, y las rencillas y choques entre facciones, sectas y personalidades están al orden del día, como hace siete siglos.

La gran novedad que trajo consigo la dirección clerical de la lucha es que, esta, puso en marcha una estrategia de carácter metafísico. Su apuesta se  basaba en la debilidad existencial que padece toda persona civilizada, al ser incapaz de asumir el culto a la muerte y el desprecio de la vida que inspiran los principios del Corán en sus seguidores. La civilización greco-judeo-cristiana tiene ahí su talón de Aquiles.

Fuera de Israel, saben que la sociedad occidental, en su conjunto, está reblandecida por sus enfermizos procesos de culpabilización y, ante esa evidencia, proponen una ofensiva en varios frentes.

El primero es la acción violenta y Paris, New York, Londres y Madrid son sumidos en el horror de la sangre, pero bajo modalidades de acción inéditas hasta entonces. El actual hombre-explosivo suicida, ha sustituido a las armas y medios militares, empleadas hasta ahora como en en Munich, Entebbe, etc. Es preciso reconocer que, objetivamente, la inhumanidad de esa arma, hace de ella un instrumento letal casi definitivo, frente al que apenas hay defensa posible.

El segundo consiste en una imparable quinta columna que lleva años instalando sus vivac en los suburbios de nuestra ciudades, a la que se suma la bomba demográfica, de la que en algunos países, como Holanda, ya se empieza a sentir la onda de choque. El hábil abuso legal que llevan a cabo con nuestras leyes sociales es otro recurso ante el que poseemos escasas respuestas.

 Además, poderosos financieros vestidos con keffiyeh y agal han colocado ya sus dorados cepos en nuestras economías, mientras, en lugar de crear mecanismos de defensa, nuestros inmundos lameculos y serviles pescadores de aguas turbias tienden también las redes a su sombra, haciéndoles el juego para recoger las migajas.

De momento, y mientras nuestra sociedad no espabile, su estrategia seguirá siendo la acertada y sus triunfos visibles.

Aunque también es verdad que se han abierto frentes internos. Catorce siglos después de la muerte del godfather, las antiguas rencillas familiares siguen vivas, disputándose el botín. La corriente salafista o wahhabista que defienden los riquisísimos sátrapas de la tribu de los Saud en Arabia, quiere aplicar literalmente lo que recitaban de palabra los antiguos, mientras los yihadistas, que son más impacientes, pretenden introducir esas enseñanzas incrustando literalmente los libros en las cabezas de los infieles.

Además están los asuntos de herencia entre los Chiis del partido de Alí, un primo del padrino, y sus enemigos mortales los Sunnis, que se disputan la herencia del poder desde la desaparición de aquel en el 633. Casi nada.

Este año, el de la irresistible ascensión de los HM(Hermanos Musulmanes), esos modernos ex– alumnos en las universidades de Occidente, que manejan un sofisticado mix político-terrorista y están enfrentados con los esencialistas de Riyadh, nos ha traído el estreno de una nueva trampa mediática titulada “Primavera Árabe”.

En ella, nos han proporcionado el papel de fuerza de apoyo para una supuesta instauración de la democracia, sin la cual les hubiese sido imposible acceder al control del poder en la orilla sur del Mediterráneo.

Algunos gritamos enseguida ¡alarma!. Los síntomas eran evidentes. Su estrategia era conocida de sobra desde los años ’90 en Afghanistan. Estaba clarísimo. ¡Esa película ya la habíamos visto! Iba a ser “Los Muyahidines de la Libertad”, segunda parte. Pero nada… Occidente aceptó el trato entonces y Ellos ya tienen el poder ahora.

Estos días ya nos han recordado el aniversario del 11-S, masacrando a cuatro diplomáticos en Bengasi, (de esa parte oriental de Libia y su relación con al Qaeda ya he hablado en otro blog) y asaltando embajadas en El Cairo y Yemen

¡Y estos estúpidos, que no entienden nada de nada, siguen hablando de una “película” e incluso están dispuestos a pedir perdón, mientras los “colgados” de Charlie Hebdo, recorren el polvorín borrachos, y con una antorcha encendida en la mano!

Para vomitar.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Libia, Egipto, Yemen. El turco sube las apuestas. (I)

Vaya por delante la lamentable constatación del agravamiento de mi islamofobia. Ya reconocí en su día mi padecimiento. Sufro esta patología desde el 11 de Septiembre de 2001.

Pero las patologías tienen un origen y un desarrollo; y la condición preliminar para enfrentarse  a ellas consiste en detectar sus causas profundas a fin de establecer un diagnóstico preciso, y prescribir la terapia adecuada.

El temor fóbico que padezco está provocado por mi convicción de que existe una amenaza real para nuestra civilización occidental.

Ese desafío tiene su origen en el último rebrote -hasta ahora- de la Peste Totalitaria, cuyo actual Zombi se ha reencarnado para esta ocasión en un rudimentario vestigio religioso de la Edad Media; una especie de fósil teológico; una curiosidad antropológica que se ha conservado de forma inaudita en los desiertos marginales del camino de la historia.

Pero esa supervivencia no se debe a ningún prodigio o azar arbitrario. Se debe a la naturaleza misma de su núcleo doctrinal. En él se especifica, sin posibilidad de error, la obligación de vivir sometido y de acuerdo con los inmutables preceptos contenidos en un libro de instrucciones de origen incierto.

El mencionado manual le fue revelado, al parecer, por un arcángel (Gabriel; un subcontratado de los otros dos monoteísmos) a Mahoma, que se había quedado traspuesto en uno de sus frecuentes retiros reflexivos en una cueva.

El tal Mahoma había hecho lo que se dice un buen matrimonio, otros lo llamarían braguetazo, al casarse con Jadiya, rica viuda quince años mayor que él, y propietaria de una importante empresa de transporte de mercaderías en la ruta Damasco-La Meca, en la que él mismo estaba empleado.

Tras engendrar una numerosa prole, convirtió a Jadiya en la primera fiel de su recién fundada religión. Luego tomaría otras esposas, incluso en el límite de la pederastia, según dicen las malas lenguas.

De esa época procede una leyenda en la que se da cuenta que un Mahoma inmaduro y arribista, trató de medrar acercándose a la comunidad hebrea de Medina, hasta que su pretensión de hacerse rabino fue rechazada, decisión que provocó una profunda frustración en aquel ambicioso joven.

El bueno de Mahoma, se dice, era más proclive a la reflexión que a los trabajos manuales, y fue hacia los cuarenta años cuando, en uno de sus retiros místicos, Dios le empezó a dictar a través de Yibril(Gabriel), unos versos conteniendo sus instrucciones. Estaba claro que el marido de Jadiya no estaba dispuesto a pasar por la vida sin pena ni gloria.

Como parece ser que a nuestro héroe lo de escribir no le había entusiasmado nunca, a fin de cumplir el mandato divino, echó mano de unos especialistas que, con el tiempo, derivarían en lo que todos conocemos hoy como “empollones”, pero que entonces se denominaban jafiz, o sea recitadores de memoria.

Y así fue como, en los primeros veinticinco años de divulgación de la nueva cosmogonía, esta fue confiada a la mejor o peor memoria de aquellos profesionales. Después de la muerte del predicador, un califa más moderno ordenó pasar a limpio el recitado, plasmándolo en un libro. Esta obra recibió el título de Corán. No obstante, los fieles siguen, a menudo, la tradición de aprendérselo de memoria en la escuela cuando son niños.

Yo he leído en algún sitio que ese primer libro desapareció años después en el incendio de un palacio, durante uno de los innumerables saqueos a los que siempre fueron tan aficionadas las tribus árabes, y que, de nuevo hubo que recurrir a las habilidades memorísticas de otros jafiz para redactar sucesivas ediciones. No se sabe con certeza si ya con una versión actualizada.

La ulterior historia de Mahoma, a partir de la supuesta revelación, es la de un sanguinario conquistador, a quien probablemente le fue indispensable inventarse  una milonga tan complicada como es un credo, para conseguir seducir a una banda de facinerosos y saqueadores lo suficientemente numerosa, como para emprender la conquista de todo el Mediterráneo Sur, todo Medio Oriente  y lo que quedaba del Imperio Bizantino.

O sea, aquello mismo que otro “profeta” con bigote de “mosca” definió siglos más tarde como la búsqueda de un lebensraun (“espacio vital”).

En fin, teniendo en cuanta que en el Corán se encierra el prolijo conjunto de protocolos que prescriben con todo detalle la existencia entera de los adeptos, en cualquier orden y circunstancia de su vida, no parece que la escrupulosa disciplina exigida a sus seguidores, esté en consonancia con el más que dudoso rigor memorístico en el que se basa su origen.

Disciplina esta en la que, a la vista del terrorífico catálogo de castigos previstos para los fieles eventualmente traviesos o indisciplinados, queda puesta de manifiesto la severidad de sus propósitos.

Y aquí es donde reside el origen de la  extraordinaria inmutabilidad de esta secta. Al decretar y exigir en términos de estricto fanatismo la fe de sus adictos, no dejó resquicio para la apostasía, la herejía, la desviación, la interpretación, la contestación, etc. En definitiva, para la evolución. En consecuencia, el tiempo se detuvo en el seno de esa cultura.

Tras 700 años de dominio, sus descalabros en Al Andalus y Lepanto, una vez desplazado el centro del poder islámico hacia Constantinopla, los caminos comerciales empleados por Occidente siguieron atravesando alguno de los territorios habitados por musulmanes en versión turca ahora, manteniendo estos así algún vínculo, aunque escaso, con el mundo civilizado.

Y así transcurrió su existencia, dedicados a alguna de las disciplinas más primitivas de vida, como era el nomadismo, la trata de esclavos o el lucrativo negocio de la piratería y el secuestro, con rescate incluido, hasta la aparición de la era de la segunda colonización.

Ella trajo consigo la apertura de rutas oceánicas de comercio que tocaban necesariamente litorales habitados por ellos, estableciendo bases comerciales y acabando con la inseguridad marítima. A pesar de que estos contactos mercantiles se establecieron con carácter regular, la cultura musulmana se mantuvo herméticamente impermeable a cualquier influencia del progreso.

La posterior industrialización, y la consecuente utilización de esa materia prima, que tan poca utilidad había tenido hasta entonces, y que era la brea, llamada ahora petróleo, significó un cambio radical en cuanto a la notoriedad de esta cultura en el mundo.

De ser unos míseros parias primitivos y analfabetos, pasaron súbitamente a ser unos acaudalados déspotas primitivos y analfabetos. De ello cabe deducir que esas lamentables cualidades no eran la consecuencia de su miserable situación económica anterior, sino de la actitud vital preconizada por sus creencias religiosas.

Y, ¿en qué nos afecta a nosotros ese cambio?

Bueno, esencialmente no es el cambio lo que nos afecta. El cambio no es más que una alteración de las condiciones. Ni menos tampoco; ya que esa alteración ha hecho reaparecer la antigua vocación medieval de su expansionismo hegemónico, a costa de aquellos que se suelen denominar “infrahombres” en cualquier totalitarismo, y a los que en este caso ellos denominan “infieles”.

¿Es simplemente imaginable una agresión a un mundo híper-tecnificado y ultra-protegido  como es el nuestro por parte de unos dogmáticos medievales, por muy ricos que estos sean?

No. Hasta hace unos quince años la respuesta no ofrecía duda. Pero algo ha cambiado desde la tragedia de las Twin Towers. Y lo que ha cambiado es simplemente que hemos despertado, y hemos comprendido que dormíamos en medio de una pesadilla, sin enterarnos.

Bueno, creo que estoy pecando de voluntarista. Algunos hemos despertado. Otros siguen atónitos ante el descubrimiento. Están paralizados. Era tan imposible para ellos que ocurriera lo que ocurrió, que, desde entonces, siguen tratando de no mirar la realidad a fin de que esta no exista.

Hay un montón de razones para que un delirio como este se torne real. La primera y más importante es la auto-demolición moral a la que nuestra sociedad se ha dedicado con entusiasmo, desde que la influencia del totalitarismo comunista en la postguerra introdujo en ella, y esencialmente en su estructura intelectual y educativa, las dudas morales adecuadas para que actuasen de cargas de demolición social, con espoleta retardada.

Hoy somos una sociedad carcomida por graves complejos de culpabilidad. Inducidos entonces por aquellos gánsteres ideológicos, y aprovechados ahora por estos rufianes religiosos. 

No nos falta de nada.



jueves, 13 de septiembre de 2012

Olvidos, Protágoras y otros sonrrojos.

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Al parecer el Celtiberia Show de este bendito verano se ha propuesto prolongar su divertido programa de variedades hasta las próximas navidades.

Al scoop de esa buena señora que involuntariamente ha visto elevado a la categoría de “obra de arte” el zurcido pictórico que le hizo del Ecce Homo de su pueblo, se le acaba de unir el regocijo, provocado por los jadeos digitales de una concejal manchega, de ese abundante fenotipo nacional, bajito y con mala leche, que es el típico “salido” de las películas de Alfredo Landa.

Como ya estoy harto de la serie interminable de columnas, comentarios, tertulias, etc, conteniendo los más aburridos y previsibles enfoques y “análisis” del hecho, me he propuesto añadir el mío, pero apoyándome esta vez para ello un diálogo de Platón.

En él, el sabio sofista Protágoras, en su charla con Sócrates, nos ofrece la maravillosa historia de la creación de los seres mortales por Zeus, en el curso de la cual, además, hace su aparición, en una de las primeras transgresiones del orden establecido que se conocen, un ocurrente sujeto lleno de iniciativa llamado Prometeo.

Dejadme que os lo cuente, y enseguida entenderéis porqué, en mí humilde opinión, viene a cuento de la anécdota erótica de marras.

Resulta que un día en el que Zeus se encontraba especialmente inspirado, el destino le sugirió la idea de crear a las especies mortales (ojo ya para empezar, con el adjetivo que emplea el tal Protágoras) que no existían hasta entonces. Y así, él y sus once secuaces, los dioses del Olimpo, emprendieron la tarea en el “interior de la tierra, mezclando el fuego y la tierra y todo lo que se mezcla con el fuego y la tierra”.

Más tarde, y llegado el momento de sacarlos a la luz, encargaron a dos titanes, o sea a dos descendientes de los antiguos dioses a los que Zeus y su equipo olímpico habían mandado al paro, Prometeo (el previsor) y Epimeteo (el imprevisor), que se pusieran a ordenar y distribuir la cualidades y capacidades disponibles entre los seres recién creados, como los dioses mandan.

Epimeteo, que era más joven e inexperto, le pidió insistentemente a su hermano mayor que le dejase hacer el trabajo, y que, una vez realizado este, viniese él a controlar el resultado. Prometeo se dejó convencer y, sin más, empezó el reparto.

En él, el joven titán equilibró las cualidades de manera que, por ejemplo, dotaba de velocidad a los débiles y de fuerza sin rapidez a los otros. A unos les proporcionaba garras y otras armas, y a los que les daba una naturaleza sin ellas les proporcionaba otras capacidades de supervivencia.

A los pequeñitos los equipaba con alas para poder huir, o un seguro refugio bajo tierra. A los de talla más grande, esa condición les garantizaba la existencia, de forma que todos se compensaban. Y lo hizo de esta manera para evitar que ninguna especie mortal, o si lo preferís viviente, pudiera ser aniquilada, tras garantizarles que mediante el recurso de la huida se  evitaba la destrucción mutua.

Además, para protegerlas de las estaciones creadas por Zeus, les proveyó de pelajes densos y pieles gruesas, no solo para defenderse del frío sino también para aislarse del calor, además de servirles de colchón adaptado a cada una de ellas. También los calzó con pezuñas o almohadillas mullidas desprovistas de sangre.

A continuación les procuró alimentos. A unos la hierba de la tierra, a los otros los frutos de los árboles y unos terceros las raíces. Hubo a quienes les dio como alimentos la carne de otros animales, y a esos les acordó una progenitura más escasa, mientras que a sus presas les dio una prole más numerosa, garantizando así la salvaguardia de la especie.

Sin embargo, como Epimeteo no era lo que se dice un sabio, distribuyó absolutamente todas las cualidades entre las especies animales, dejando a la pobre especie humana sin un mísero don divino. Al darse cuenta de su descuido no supo qué hacer, y justo cuando se encontraba desesperado apareció Prometeo para revisar el reparto.

Pronto vio que todos los mortales vivían armoniosamente provistos de todo lo necesario menos el hombre que, desnudo, carecía de zapatos, de piel y de armas. El hombre no tenia nada, ni para alimentarse, ni para protegerse del frío o del calor. Su destino estaba trazado. Perecería en cuanto saliese de la tierra para vivir en la luz.

No sabiendo como preservar al hombre, Prometeo decidió robar las habilidades de Hefaistos, el dios herrero (las artes del fuego) y de Athena, la diosa de los artesanos y artífices (las otras artes). Y así sería como le haría ese regalo al hombre. De esa forma, pues, el hombre adquiriría los saberes de la vida, pero no el saber político, que estaba en posesión de Zeus.

Para llevar a cabo su propósito, Prometeo descartó entrar en la Acrópolis que habitaba Zeus y estaba vigilada por su temibles guardaespaldas, y penetró en el taller en el que Hefaistos y Athena desarrollaban juntos sus artes. Allí robó el arte de servirse del fuego, además del fuego (y sin poseer fuego no habría modo para nadie de adquirirlo, ni de utilizarlo), el resto de las artes y regaló todo a los hombres.

Y es de ese hecho del que se derivan las comodidades de la vida que goza la especie humana y también, más tarde, la persecución de Prometeo por un robo instigado por Epimeteo, y la que se le vino encima.

Como el hombre se había hecho de esta forma con una parte de los privilegios de los dioses, fue el primero de los vivientes en reconocerlos y comenzó a levantar altares y estatuas en su honor. Después, gracias al arte correspondiente, no tardó en comenzar a emitir sonidos articulados y palabras.

Además inventó las casas, los vestidos, el calzado y los alimentos procedentes de la tierra. Así equipados, al principio, los hombres vivían dispersos; no tenían ciudades, sucumbiendo a menudo ante las bestias feroces, teniendo en cuenta que su habilidad de artesanos les resultaba suficiente para asegurar la alimentación, pero no lo era para sostener una guerra contra esas bestias feroces.

En efecto, aun no poseían el arte político del que se derivaba el arte de la guerra. Intentaban  juntarse  a veces fundando ciudades para asegurar su salvaguardia, pero pronto se portaban de forma injusta los unos con los otros, dado que no tenían el arte político, dispersándose entonces de nuevo y pereciendo.

Zeus, temiendo que aquellos hombres que levantaban estatuas y altares en su honor, acabasen aniquilándose, envió a su mensajero Hermes para aportarles los bienes del aidôs o el Pudor (o la Vergüenza, o la Discreción, o la Dignidad, o el Sentido del Honor que vienen a ser todos lo mismo. ¿vais pillando?) y del dikê o la Justicia, (o la Norma, o la Regla) para constituir el orden de las ciudades y los lazos de amistad que uniesen a los hombres.

Hermes preguntó entonces a Zeus cómo debía repartir esto nuevos dones entre los hombres. “¿Debo distribuirlos como se ha hecho con las otras artes? ¿Por ejemplo, para que un solo hombre poseedor del arte de la medicina atendiese a un gran número de profanos, al igual que ocurría con el resto de las profesiones?¿Es así como debo establecer el sentimiento del Derecho y del Pudor en la humanidad?¿O es necesario que los distribuya indistintamente entre todos?”

“Repártelos indistintamente entre todos y que todos tomen parte de esos sentimientos” replicó Zeus; “ya que no podría haber ciudades si solamente un pequeño número de hombres gozasen de ellos, como ocurre con el resto de las disciplinas”. “Además, instaura en mi nombre la siguiente ley: Se ajusticiará como si fuese una enfermedad para la ciudad a todo hombre que se muestre incapaz de participar del sentimiento del Pudor y del Derecho.”

Lo que le ocurrió a Prometeo, y sobre todo a su hígado, cuando lo pilló Zeus, es materia para otra charla. Pero lo que hemos visto que Protágoras le contó a Sócrates es algo sobre lo que merece la pena reflexionar.

Siempre me tuve por un ser muy pudoroso. A veces tuve dudas de si no sería incluso un poco pudibundo (que si bien entonces no sabía exactamente lo que podría significar eso en realidad, me sonaba fatal). Sin embrago, en eso como en casi todo sufrí una transformación radical.

Hasta el extremo de sostener hoy, sin miedo a que me caiga la mundial, que el Pudor, o la Vergüenza, lejos de ser el la máscara que oculta aquello que no nos gusta de nosotros mismos y escondemos a los demás, es, por el contrario, el escudo con el que salvaguardamos aquello que tiene más valor para cada uno. Lo que le define como individuo. Lo que no comparte con nadie. O sea de su Intimidad.

Ahí es donde residen, por ejemplo, las preferencias sexuales y religiosas, que los impúdicos triunfantes de hoy pretenden expropiar y exhibir. Y es que en esos dos ámbitos, sin ir más lejos, los demás no tienen ningún pito que tocar ya que, por su propia naturaleza, no son materia opinable.

El Pudor señala la frontera donde cada cual decide que se interrumpe su relación directa o indirecta con los demás. Si esa frontera desapareciera, nosotros desapareceríamos también para convertirnos en ellos. O sea, en nada.

Protágoras nos cuenta que Zeus sabe que será imposible una ciudad regida solo por profesionales, como los zapateros o como los médicos. Una ciudad sin ciudadanos individuales. La ciudad es inviable si cada uno de sus habitantes no posee, de manera propia e íntima, la idea de una Justicia que oriente sus decisiones para no lesionar a sus semejantes.

El Sentido del Honor; la Dignidad; el Respeto y el Amor Propio, que son fundamentos individuales, son los muros con los que el Pudor protege aquello que nos distingue.

La ausencia de Pudor, de Vergüenza, fue proclamada entusiásticamente como virtud transgresora, justo cuando la verdadera transgresión pasó de ser una valiente postura moral frente a los totalitarios y los intolerantes, a convertirse en una actitud grotesca y barata, cuando no gratuita. Al día siguiente, esa festejada actitud se convirtió en el certificado de defunción del Pudor del que nos hablaba Protágoras.

¿Qué clase de pecado original tratará de perdonarse a sí mismo el nudista que acude, no a un rincón apartado de la vista pública en el que poner su anatomía en contacto directo con el aire y el sol, sin trapos intermedios ni testigos, sino a lugares sociales, en los que poder  proclamar públicamente su “triunfo sobre el pecado del Pudor”?

Lugares en los que, como si se tratase de una asociación de alcohólicos anónimos, se practica la esterilización colectiva de la emoción provocada por esa maravilla única que es el desnudo humano, hasta convertirse en una aburrida kermesse de eunucos post-modernos en pelota. Desnudo humano, por cierto, que tan homenajeado fue, por estúpidos “reaccionarios” como Fidias, Praxíteles y el resto de los artistas conciudadanos de Protágoras,

Esa es la victoria de los im-púdicos. Esto es, la de los sin-vergüenzas.

Hoy en día, a la impudicia se la presenta como el paradigma de la sinceridad. Como el arma definitiva contra la hipocresía. Curiosamente, el supuesto derribo de un tabú privado: el Pudor, ha dado lugar a la entronización de uno nuevo ídolo colectivo: la Sagrada Información. ¡Bravo! ¡Todo un triunfo de la desmitificación!

 ¡La obscenidad mediática es la nueva conquista del pueblo!  ¡Gracias Güiquilics!

Por otro lado, este delirio está dando lugar a curiosos fenómenos de compensación, que están proporcionando opíparos beneficios a industrias tan improbables hasta hace cuatro días, como las fábricas de esos pasamontañas que adquieren abundantemente los manifestantes, okupas, atracadores, terroristas o policías, todos los cuales necesitan neutralizar tanto escrutinio (de escrutar) divulgador, ya que les va el pellejo en el asunto.

Igualmente, los recursos tecnológicos proporcionan las nuevas hojas de parra de toda la vida de dios, pero digitales, para ocultar determinadas intimidades, (como los rostros de los niños, policías, testigos protegidos, etc,) del insaciable afán revelador imperante. Son, en cierto modo, patéticos eufemismos del Pudor, que no hacen sino demostrar su indispensabilidad.

El Pudor es algo basado siempre en unos principios, por eso es una manifestación moral. Y la primera condición que define a la moral es su carácter privado, individual. Una moral colectiva es la de una secta. O de su avatar, la ideología.

Y, a pesar de que los profetas de esas cosas suelan presentarse como amorales, no engañan a nadie; conocemos la monserga. “El camino más corto para acabar con la inmoralidad es la abolición de toda moral”. Sin moral alguna no puede haber inmorales. Claro, solo hay amorales, que son los mismos inmorales de siempre, pero con coartada. De igual modo, el “triunfo” sobre la mentira se consigue haciéndola imposible. Esto es, aboliendo definitivamente la verdad.

¡Puro relativismo, chato. Puro bigbroder!

Si a eso añadimos los actuales medios técnicos, al alcance hoy de cualquier analfabeto y capaces de demoler los vulnerables tabiques que deberían proteger nuestra intimidad, el resultado es la grotesca pelotera que acabamos de presenciar, con la exhibición pública de la intimidad de una persona, por más reproches de imprudencia que se puedan hacer a su gozosa iniciativa (por cierto, habría que ver esos reproches serían los mismos si Olvido no fuera joven y hermosa).

En mi opinión, la actitud del impúdico tarado que haya podido difundir las intimidades de Olvido, me inspira la de quien entra descojonándose en una cafetería con un cinturón explosivo, pero no para vengar algo o reivindicar cualquier cosa, no, no… como terrorismo en estado puro.

Simplemente para hacer una risas.

PS
Se me olvidó indicaros que la foto de arriba muestra al pueblo soberano de Yébenes esperando a su concejala para llamarla “puta”, “guarra” y “zorra”. Como dios manda.


   

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Chorizos envueltos en papel de periódico.


Desde Fuerteventura, lugar en el que no me encuentro precisamente desterrado como lo estuviera en su tiempo Unamuno, se contempla el horizonte patrio con una mezcla de irritación, no por previsible menos fastidiosa; de vergüenza, a la que afortunadamente uno no se acostumbra; y de desesperanzado aburrimiento, que aquí uno consigue neutralizar en virtud de una naturaleza especialmente propicia para espíritus no convencionales.

En determinados aspectos, como por ejemplo la evolución de los precios inmobiliarios, sin ir más lejos, da la sensación de que la actualidad llega a este lugar con el mismo ritmo privilegiadamente lento con el que esta bendita tierra desempeña todo su cometido vital.

Sin embargo, el escasamente saludable hábito de leer la prensa diaria le proporciona a cada cual la dosis de actualidad necesaria para no sucumbir del todo a la tentación de relajamiento con la que este benéfico clima nos seduce a quienes no buscamos la excitación de un verano ibicenco.

He tratado de esquivar las oportunistas anécdotas que año tras año tratan de hacerse un hueco a codazos en las portadas de los medios, aprovechando el vacío dejado por sus habituales okupas, pero la acostumbrada actuación circense, en el mes de Agosto, de ese patético guiñol que es el alcalde Marinaleda, ha superado ampliamente esta vez las cutres acrobacias a las que nos tenía habituados.

A causa de mi innato descreimiento acerca del origen genético de ciertas peculiaridades regionales, siempre he sentido una sensación embarazosa al constatar la abundancia de cierta variedad de sujeto estrafalario con el que la región andaluza contribuye a la acreditada variedad franquista  de los pueblos y las gentes de España.

No es aventurado afirmar que a especímenes tan acabados de ese especial pelaje, como han sido o son el mencionado alcalde de Marinaleda, Su Santidad Clemente I, el inolvidable Papa del Palmar de Troya o el gran “en­­–mano” Juan Guerra y el resto de cofrades, es muy difícil encontrarles parangón alguno, fuera de los límites de la Comunidad Autónoma Andaluza. En esa tierra poseen sin lugar a duda el copyright de esta y otras apreciadas especies varietales.

A pesar de ello, esta nueva erupción de la triste infección que padece el tal alcalde, no me habría provocado otra cosa que el ligero aunque molesto escozor propio de la picadura de un mosquito, si no hubiera ocurrido casi simultáneamente con la noticia del asesinato de una veterana policía municipal en Madrid, a manos de un desalmado rufián, y justo, sobre todo, cuando acababa de concluir la lectura del último ensayo de Mario Vargas Llosa, “La civilización del espectáculo”.

No hace muchos años, estos tres hechos tal vez no hubiesen tenido entre sí ninguna relación significativa para mí; pero precisamente la lectura de la última obra del premio Nobel me proporcionó la clave de su íntima relación, dentro del actual panorama: la reducción de cualquier  hecho “cultural” a la categoría de “titular mediático”.

Entendiendo por cultural toda manifestación antropológica, individual o colectiva, propia de nuestra civilización, y por titular mediático cualquier noticia susceptible de provocar la distracción, el entretenimiento o el interés de su receptor.

Divertimentos cuya duración aproximada no suele exceder, por supuesto,  la fracción de tiempo necesaria para su comprensión, como establecen los actuales libros de estilo de los diversos medios de comunicación.

No voy a perder ni un segundo comentando esa caricatura de una caricatura que es el trampantojo sevillano del sub-payaso de Chiapas. Otros lo han hecho en sus columnas de una manera mucho más brillante de lo que yo sería capaz. Tampoco me parece necesario añadir nada a lo ya expresado en términos de indignación –esta vez sí justificada– respecto del asesinato de la funcionaria de policía.

Mí reflexión se sitúa en el terreno del estado actual de la conciencia moral ciudadana de una mayoría de personas que me rodean, y no solo en nuestro país, y del que Vargas Llosa hace un lúcido análisis en su ensayo-programa.

Lo denomino así porque, si bien en una primera lectura se puede extraer la sensación de que los contenidos podrían haber sido objeto de una profundización mayor, más tarde, uno se da cuenta que desarrollar en toda su complejidad cada uno de los temas tratados en sus capítulos constituiría una labor casi imposible.

El ensayo constituye pues, en mí humilde opinión, un catálogo razonado del estado de las principales materias culturales en la actualidad, destinado a estimular una reflexión global sobre la deriva en la que se encuentran navegando.

El panorama actual de lo que ha sido para mí hasta el momento presente la civilización, o sea la occidental, presenta unos rasgos más que inquietantes. No en lo que se refiere a una siempre indispensable evolución, como la experimentada por ella a lo largo de toda su historia.

La amenaza procede, en mí opinión, de la desaparición paulatina y acelerada de los paradigmas que hicieron posibles hasta ahora sus principios y aspiraciones, para ser sustituídos por una colección de certezas, cuya garantía de verosimilitud mayor reside en su indiscutible carácter "técnico". O sea “objetivo”.

McLuhan nos advirtió hace ahora casi cincuenta años del peligro de la  usurpación del mensaje por parte de unos medios cada día más poderosos.

El rol central de los medios de comunicación como agentes intermediarios en el desarrollo de la cultura y la maduración ciudadana, ha ido derivando su cometido original de “medio” al servicio de ese propósito civilizador, hacia el de una simple y macrocefálica plataforma de poder que compite con creciente ventaja con el resto de las estructuras sociales, gobierno, finanzas, sindicatos, etc, quienes, a su vez, van transformando sus primitivos y nobles fines históricos, en nuevos objetivos de vocación hegemónica.

Esta evolución tiene, de entrada, una consecuencia catastrófica en el plano moral. La referencia ética, que constituía tradicionalmente el principal factor de autoridad intelectual entre las publicaciones periódicas y el signo de identidad de los diferentes principios que representaban cada una de ellas, se ha ido diluyendo en el magma amorfo del relativismo y el oportunismo táctico.

Tanto los grotescos payasos a los que he hecho referencia más arriba, como lo patibularios miembros de las bandas terroristas que nos humillan sin reposo con su insufrible y vomitiva monserga, encuentran cumplida acogida en las páginas y espacios de información de primer rango en los medios de cualquier inspiración ideológica. 

Y es precisamente este hecho, el de que, como digo, no exista discriminación ideológica alguna en el fenómeno, lo que constituye el mayor escándalo y el más estremecedor síntoma de lo que, al parecer, se nos viene encima.

El objetivo fundamental que justifica la acción de todos aquellos que se sitúan al margen del sistema democrático no es, como podría parecer a primera vista, la destrucción de ese sistema. Ese asunto ya no lo estiman posible ni los más delirantes. El propósito primero y único de su demencial proceder es el de “existir”. Tener presencia. Y nada existe en la mente de los demás hasta que órganos como “El País” no lo proclaman en el púlpito de sus primeras páginas.

Luego, si dos y dos son cuatro, su hipotética ausencia de esos prestigiosos escenarios determinaría su desaparición. Pero para eso habría que empezar por redefinir qué es una noticia y qué un remitido envuelto en un atentado.

Otro de los síntomas de la enfermedad que está extendiéndose en nuestras sociedades es el de nuestra indiferencia; el de la falta de atención con la que presenciamos estos hechos, atribuyéndoles la condición de “normales”.

La complicidad objetiva de uno de los mayores centros de influencia existentes, si no el mayor, como son los medios de comunicación, con los delincuentes autoproclamados antisistema, contribuye eficazmente a la existencia y perpetuación de estos. Este hecho es considerado por los escasos testigos que se paran a reflexionar sobre él, como una fatalidad fruto de la “lógica interna” del hecho de informar.

Esa justificación, que los mencionados medios se preocupan de difundir  en virtud de una estrafalaria teoría sobre su papel de simples “notarios” de lo que sucede (teoría puesta en circulación por esa lumbrera del periodismo y excelso creador de lenguaje que es José María “Butanito” García), o de otra referente a los sacrificados “mensajeros” a los que siniestros complotadores ejecutan para negar la veracidad de sus mensajes, son “tragadas” sin pestañear por la inmensa mayoría de los usuarios de la supuesta información.

Guy Debord, fundador de una espectral y pretenciosa “Internacional Situacionista”, y uno de los apóstoles de la “nueva realidad” -que los círculos intelectuales de los sesenta pretendían vender como pura y simple “muerte de la realidad” - escribió a finales de la era dorada de nuestros veinte años un libro titulado “La sociedad del espectáculo”, y algunos lo leímos dejándonos enredar por su retórica enrevesada y asfixiante.

Hoy Vargas Llosa lo comenta en su ensayo, descifrando con finura la torpe trampa marxista que encerraba en su inextricable y arrogante prosa. Pero si algo es oportuno recordar hoy, es que en aquellos polvos que constituían la profecía que probablemente de forma involuntaria escondía el situacionista Debord, está el origen de los lodos que anegan las  confusas molleras de las actuales generaciones.

En fin, gracias a que un puñado de “colgaos” se han empeñado día tras día en convencerme de que Marinaleda se encuentra en un claro, entre el bosque de Sherwood y la selva Lacandona, me he alegrado mucho de haber traído “La civilización del espectáculo” a este interminable horizonte de luz que es esta isla.

Si llego a leerlo en Asturias y en invierno no creo que hubiese sobrevivido.

Olfato que tiene uno.