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miércoles, 20 de octubre de 2010

No tienen arreglo.(las palabras las carga el diablo)

Algunas veces he pensado que el adjetivo capitalista era un vocablo que no tenía el más mínimo significado para mí, dada mi firme convicción anticomunista y, de rebote, la risa nerviosa que me produce el marxismo como filosofía. Solamente me he hecho cargo de su acepción taurina, que designa irónicamente la figura del espontáneo.

Pero, bien pensado, el sustantivo o adjetivo capital da mucho juego, como todas las palabras que poseen una estructura polisémica:“la capital del vino”, “las letras capitales”, “la pena capital”, ”la capital importancia”…aparte de “el capital social”, el capital financiero” o, sencillamente, el título de la obra capital de don Carlos Marx, “El capital”.

Ahora,héteme aquí que que la dichosa palabra ha transcendido el territorio semántico própio de la jerga de los catecúmenos de la llamada “izquierda”, para integrarse en el vocabulario de los más conspícuos próceres de la llamada “derecha”.

Esto, como tantas cosas hoy en día, no me provocaría más que las lágrimas de otra carcajada entre irónica y patética, si no fuera porque significa otra decepción más, respecto de la posibilidad de que aparezca, por fin, alguna señal esperanzadora en el horizonte, en forma de un pensamiento ajeno al actual erial ideológico.

Pues bien, resulta que los adversarios del cadáver viviente de la izquierda, no sólo se reconocen en el lugar político (“la derecha",término referencial indispensable para que exista “la izquierda”) en el que los sitúa el difunto, sino que su última ocurrencia consiste en reivindicar “el capitalismo”, término marxista por excelencia.

Ya sostenía Nebrija, hace seis siglos, que el poder no lo dan las armas sino la gramática. Pero estos no se enteran, o, peor aún, lo ignoran, cosa que no me estrañaría en absoluto dado el nivel cultural medio del que suelen gozar. Al adoptar su terminología, no sólo admiten sus reglas del juego, sino que se muestran de acuerdo con su método de analisis. Marxista.

Dicen algo así como, “somos capitalistas, y a mucha honra”. Y digo yo, ¿por qué les costará tanto esfuerzo entender que eso que ellos llaman capitalismo no es más que una práctica de carácter económico que puede ejercerse legitimamente dentro de una sociedad libre, pero que no constituye ni su esencia, ni siquiera la más meritoría de la ocupaciones que esa forma de sociedad permite realizar?

El adjetivo liberal que, como palabra y solo como palabra, tenemos la satisfacción de haberlo parido en este país, es el témino al que le cabe el mérito fundamental de constituir la prueba más fehaciente de la analogía totalitaria entre el nazismo y el comunismo. Esos sistemas, cuyas consecuencias seguimos padeciendo, lo situaron conjuntamente en el pináculo de la lista de sus enemigos mortales, como la enfermedad más virulentamente infecciosa de la sociedad.

Pero, al parecer, ese afán tan español de inventar lo que ya está inventado, mediante el ramplón y barato método de aplicarle un simple eslogan o eufemismo, ha propiciado que nuestros líderes de la oposición consigan mirarse en el espejo sin ruborizarse por sus pecados; llevando a cabo otra de las prácticas características de los cobardes sin imaginación, y que consiste en huir hacia adelante. Como el espontáneo.

¡Dios nos coja confesados!

miércoles, 13 de octubre de 2010

¡Menuda tropa!

Menuda tropa…

Una de las cosas (no son muchas eh!) que me hicieron derivar desde mi anarquismo utópico hasta mi actual situación de anarquista viable, fue la reflexión sobre el concepto de Ejercito Nacional o, si os entra un sarpullido al oír esa denominación, común en casi todos los países civilizados, puedo usar el eufemismo a la moda de Fuerzas Armadas.

Esa institución que acompañó como pieza fundamental al nacimiento del concepto de nación, en las postrimerías del siglo XVIII, representaba entonces otra novedad histórica para los alborozados seres que acababan de convertirse en ciudadanos, y suponía el derecho y la obligación de todos a participar de la defensa de su recién estrenado estado democrático. Pero bueno… supongo que esto es bien sabido por todos vosotros, cultos e instruidos lectores.

Sin embargo, la posterior embestida de las “ideologías emancipadoras”, que trajo consigo ese inventó del saco de malicia marxista que se denominó la “masa”, trataron, y tratan aún, de demolir aquel concepto ilustrado, que alumbró un buen día la cultura burguesa. Esas ideologías reaccionarias (de “reacción” contra lo nuevo), tratando de derribar al estado burgués, se encontraron con la respuesta defensiva de este, llevada a cabo con los medios previstos para ello, esto es, con el Ejército del Estado. Recordad los hechos de La Commune, etc.etc. Nunca se lo perdonaron.

Hoy en día, los burgueses que más se aburren permanecen incansablemente complotando contra ese estado burgués, y su ejército. Ellos sabrán (o no…) el porqué de su mala conciencia.

Y de aquellos polvos vinieron estos lodos. El Ejercito Nacional no es el ejército de una estado dictatorial o totalitario. Esos son ejércitos privados de los dictadores o tiranos. Por eso, cuando llegó la normalidad a este país, tuve que revisar mi postura con relación a él, y a todas las instituciones que habían estado secuestradas por Su Excremencia.

Pero como los españoles padecemos un síndrome de guerra civil, que llevamos pegado al culo como si nos hubiéramos sentado sobre un chicle, a la tradicional tabarra occidental de antibelicismo, antimilitarismo y pacifismo, le añadimos nuestra peculiar coñazo de la amalgama franquismo/ejército.

Antes de que el Ejército se convirtiera en una profesión a todos los niveles, aparecieron modalidades de “servicios atenuados”: objeción de conciencia, religiones pacifistas como los Testigos de Jehová, insumisos etc. Ninguno de ellos me pareció legítimo en absoluto. ¿De qué conciencia objetaban?¿De la conciencia ciudadana?¿ Qué significaba ser pacifista?¿Tolerar, sin mover un dedo, que se agrediese a tus semejantes?¿De qué se era insumiso?¿De las leyes que regulan la libertad de todos?

Cuando yo hice el servicio militar (en el ejército privado del Caudillo y de la mayoría de mis cómplices compatriotas) el servicio más incómodo de todos eran las guardias de imaginaria. Te despertaban a la tres de la madrugada y te tirabas dos horas, despierto y con el correaje puesto, mientras el resto de la compañía planchaba la oreja.

Más tarde, cuando reflexionaba sobre todo esto, tuve la sensación de que ese servicio, precisamente, simbolizaba mejor que nada lo que ahora yo entendía que significaba el Ejército. Cada ciudadano se responsabilizaba, durante un período de su vida, de que sus conciudadanos duerman tranquilos. Y la experiencia de asumir esa responsabilidad podría constituir además, para el recluta, la mejor lección práctica sobre su condición de miembro de una comunidad de derechos compartidos, como es una democracia.

Si nuestro Ejército sigue estando sometido a una sospecha moral permanente, es nuestro sistema el que está puesto en cuestión. Y la contumaz actitud al respecto, que nuestras actuales autoridades mantienen, con su “recalificación” del propósito de las Fuerzas Armadas como misiones “únicamente” de paz, (como si alguna vez un ejercito de una sociedad democrática hubiese tenido otra finalidad que la de alcanzar la paz, luchando por ella contra los adversarios de la misma), tratando de que aparezca como una especie de ONG y omitiendo de forma premeditada su vocación de instrumento de violencia legítima es, cuando menos, una actitud cobarde por su parte en cuanto no declara abiertamente su secular y enraizado rechazo de las mismas.

La historia de ese rechazo es larga y hunde sus raíces en la guerra fría. Entonces, los partidarios de esa posición, se mostraron indefectiblemente partidarios de los dictadores y los sistemas totalitarios. En Corea, en Argelia, en Viet-Nam, en Cuba, en las Malvinas, en Irak, en Israel…Nunca se dio el caso, en la historia posterior a la aparición del estado democrático, de que dos estados con ese sistema se hayan enfrentado en un conflicto armado. Siempre ha ocurrido esto entre una dictadura, o un estado totalitario, y una democracia. Pero ellos siempre se han mostrado partidarios del malo, o sea, del adversario de la democracia; ya fuera esta defendida por los USA o por cualquier pais occidental.

…O sea, en contra de los defensores de la democracia. O sea, en contra de la democracia.

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Emprendedor? Pero…¿de qué estamos hablando?

No sé si estareis de acuerdo conmigo, pero a mí empieza a preocuparme la creciente indiferencia con la que observo los acontecimientos que tienen lugar en nuestro país.

Y claro, si descarto el tópico de que me estoy haciendo mayor, deduzco que debe haber algunas razones de fondo que expliquen esta sensación de aburrimiento general, la tediosa reiteración de los análisis que oígo, la ausencia de la mínima originalidad en sus conclusiones y la inanidad de las pretendidas recetas que se apuntan como soluciones.

Cuando se habla de las razones objetivas que explicann la lastimosa situación en la que se encuentra actualmente el país, suele mencionarse una, que no por manoseada deja de ser objetiva : nuestra falta de competividad. Sería probablemente muy aleccionador, por otra parte, averiguar qué significado da cada cual a ese término, competividad, y cuándo y dónde sitúa el origen de dicha tara.

Si admitimos que otro término, modernidad, tiene también tantas acepciones como opinantes entre nuestro conciudadanos, yo mismo me atrevería a opinar que modernidad tiene algo que ver con industrialización, y este vocablo se relaciona, a su vez, con empresa.

Empresario es un concepto tan sobado en España, que apenas quiere decir estrictamente nada. Tanto es así que, huérfano de contenido como tantas otros conceptos actualmente, se le trata de conservar mediante ese truco tan español que consiste en “recalificarlo”. Ahora, ha sido rebautizado como “emprendedor”, por parte de nuestra legión de expertos en eufemismos. Pero, en realidad, sólo es una vez más un patético intento de disfrazar la vulgaridad y la falacia que dicho término ha encerrado, y encierra, a lo largo de nuestra historia de los últimos dos siglos.

Que los empleados, trabajadores, asalariados, proletarios o como queramos denominar a los que ganan su vida trabajando para otro, tienen una responsabilidad evidente en la “falta de productividad” lo podemos constatar, todos los dias de Dios, en nuestro próximo entorno. Para muchos de ellos, la falta de compromiso con la finalidad del trabajo que desarrollan para ganar su salario es, a veces, una especie de virtud de clase, o algo así. Yo mismo he oido alguna vez como era revindicada, como si tratara de una especie de instrumento de lucha legítimo de los trabajadores.

Pero todo eso no puede honestamente presentarse como la causa principal del mencionado mal funcionamiento. Hay otra causa, de las llamadas estructurales, que lo explica mucho más adecuadamente, en mi opinión: la inexistencia real de la figura del empresario. Entendida esta en los términos en los que ese concepto fue establecido en aquellos países en los que sí se llevó a cabo la revolución industrial. Lo que ha habido y sigue habiendo abundantemente en España son hombres de negocios. Los hombre de negocios son personas que buscan oportunidades para multiplicar su capital. Y como tales han existido desde tiempo inmemorial; interviniendo en el comercio de bienes y servicios y naturalmente en la empresa, como inversores. Otra cosa muy distinta son los empresarios.

El empresario
es una persona que se propone poner en marcha una idea original, y que es, frecuentemente, un profesional enamorado de su profesión. Para ello, contará únicamente con un equipo técnico adecuado, su própio capital y, si hay suerte, con los hombres de negocios a los que consiga interesar en su proyecto. La idea, en la que cree razonablemente, es su activo principal.

Lo que hemos venido llamando progreso ha sido posible, en un porcentaje muy alto de los casos, gracias a la confianza depositada por ese tipo de empresario en sus ideas, en las cuales algunos hombres de negocios no creyeron. Podríamos decir que aquellos países que se significan hoy por haber sido históricamente sedes de grandes ideas y, en consecuencia de ese progreso, se lo deben a ellos.

La noción de riesgo en las inversiones en empresas es algo muy significativo. Yo lo valoraría en función del plazo, para entenderlo más facilmente. El corto plazo es el terreno de los que podríamos llamar hombres de negocios oportunistas, sin más. Ese es el caso más frecuente entre nosotros. El “pelotazo” es su gran hallazgo semántico. El riesgo se minimiza, y los beneficios se fundan en la presión que el capital pueda ejercer sobre la oportunidad; también llegan a veces a la especulación si, además, ponen en práctica métodos que rozan, cuando no entran de lleno, en la inmoralidad.

Cuanto más largo es el plazo, más riesgos se asumen y más se necesita creer en la idea. Hasta el punto de que la satisfacción profesional resultante de su realización final, suele ser el objetivo fundamental de sus promotores. Los cuales, encima, suelen acabar forrándose.

En mi experiencia concreta he observado síntomas inequívocos de lo que afirmo. Como ejemplo, puedo ofrecer una cantidad significativa de personas tituladas en carreras universitarias que he conocido, y que jamás ejercieron su profesión por dedicarse a hacer negocios. Algunos sí las ejercieron, y hasta con notable brillantez. Lo hicieron hasta que las oportunidades que su notoriedad profesional les había proporcionado, los situaron ante la ocasión de hacer más rentable económicamente su existencia. Cuestión de prioridades, como siempre.

Por otro lado, si mi experiencia no fuera todo lo objetiva que este análisis requiere, bastaría con preguntarse por el desarrollo general que la empresa ha tenido en este país a lo largo de nuestra historia moderna, en términos de realizaciones concretas. Nada. Si no han sido grandes frustaciones. De la Cierva, Hispano-Suiza, Monturiol… y todos los ilustres miembros de nuestro secular y numerosísimo exilio científico, técnico e intelectual. ¿Estaremos biológicamente incapacitados para diseñar un coche o cualquier otro bien industrial?

Hoy, en ese terreno, seguimos igual. Lo demuestra el hecho de que países, incluso sin ninguna tradición industrial como Corea del Sur, nos inunden con sus productos automovilísticos, contribuyendo a desequilibrar de paso, un poco más, nuestra maltrecha balanza de pagos. Observad alrededor de la silla en la que estais sentados ( y, a lo mejor, la própia silla), y decidme cuantos productos veis, diseñados y producidos en nuestro amado país.

En una ocasión en la que acudí invitado a la presentación del catálogo de una prestigiosa industria de muebles italiana, escuché, entre incrédulo y maravillado, como el manager general de la empresa hablaba de los procesos de diseño y ejecución de sus productos, con una pasión y un conocimiento que ninguno de sus diseñadores igualaría. Y no estaba vendiendo nada, ya que el único público asistente éramos los profesionales. Ese era un empresario.

Mientras ejercí mi profesión, una de las calificaciones más frecuentes que les oí a una buena parte de mis clientes, respecto de las propuestas que les presentaba, fué la de: “ Es demasiado bueno…”. ¿Qué valor gramatical se le podría atribuir al término demasiado? ¿Era un adjetivo, y en ese caso tendría un valor positivo? ¿O, por el contrario, era un adverbio y significaría que era inadecuado? Ni una cosa ni la otra. Era un subterfugio. Ante la ausencia absoluta de criterio para evaluar la idoneidad de la propuesta, buscaban desembarazarse de la responsabilidad del juício; no atreviéndose a rechazar sin razones válidas lo que sencillamente no les satisfacía. Y no les satisfacía porque no correspodía exactamente a lo ellos que tenían en la cabeza.

En aquel momento yo no era capaz de comprender lo que pasaba. ¡Yo nunca les había dicho lo que tenían que hacer, ni a mi dentista, ni a mi mecánico! Ni ellos tampoco. Pero porque esas profesiones no les proponen ideas. Preguntad a un arquitecto…o a un cineasta…a un diseñador de prêt-à-porter…o industrial…etc,etc,etc. Pero lo que pasaba era algo perfectamente acorde con la canija mentalidad de aquellos falsos empresarios: simplemente, no habían llamado a un profesional confirmado para confiarle la búsqueda de la solución de un problema y confiar en su capacidad creativa, cosa que no se les pasaba por la cabeza; sino que lo habían hecho, únicamente, para que respaldase con su prestigio la solución que ellos ya habían decidido antes de acudir a él, y que era la única en la que confiaban, precisamente, por ser suya. Normalmente, se trataba de un torpe plágio de algo ya existente, cuyo éxito comprobado, aunque no comprendido, trataban de vampirizar mediante su simple extrapolación.

Luego, está la variante de los falsos empresarios/hombres de negocios que compran o alquilan ideas en el extranjero para producirlas en nuestro país. Naturalmente, una vez que la rentabilidad de esos productos o servicios ya ha sido confirmada por los mercados, fuera de aquí. O sea, más de lo mismo. De los falsos empresarios/hombres de negocios de la exportación hablaremos otro día, porque el tema da para otro patético artículo tragi-cómico.

La desconfianza endocrina en la labor del profesional, es uno de los rasgos más característicos que definen al falso empresario/hombre de negocios español. Y la consecuencia fatal de todo esto es que, aunque en un ejercicio absurdo de humildad el profesional pudiera dudar de sus razones y considerar que, tal vez llevado por su arrogancia, se hubiera alejado de la realidad, la realidad real, es que estamos donde estamos. A la cola del mundo desarrollado, llevados de la mano por esos emprendedores que nos conducen, con sus sabias y realistas iniciativas, no se sabe muy bien adonde.

La inteligencia sigue siendo algo alarmantemente sopechoso en nuestro amado país. No olvideis que, aquí, a una idea se la suele denominar “invento”. O sea, algo altamente peligroso ¡Y eso que Heidegger no nació en Badajoz!

El corolario de toda esta tabarra es que, cuando el otro día me tropecé con un joven aspirante a diseñador, que me había reconocido como autor de algunos trabajos que le habían gustado, y me pidió mí opinión sobre la opción profesional que había escogido, lo único que honestamente se me ocurrió decirle fue:

¡SI YO TUVIERA TU EDAD, ME LARGARÍA DE ESTE PAÍS A TODA HOSTIA!

domingo, 3 de octubre de 2010

Un nuevo síndrome :"El Síndrome de Afghanistán"

¡Agárrense al asiento, y pongan a salvo a las menores de edad!
El diario "Brussel Journal"acaba de publicar un artículo titulado: "Los talibanes me han violado, pero me han respetado". Sí, sí, como suena...¡¡Violada con todo respeto!!
Al parecer, según relata en una interviú, la intrépida periodista de izquierdas Joanie de Rijke( 43 años) se presentó en Afghanistán dispuesta a entrevistar a alguno de sus héroes talibanes,bravos resistentes frente a la incalificabe agresión de Occidente, que acababan de llevar a cabo la hazaña de dar muerte a diez soldados invasores de nacionalidad francesa.
La cosa transcurrió, como era de esperar, con la consiguiente toma de nuestra heroína como rehén y la petición de dos millones de dólares de rescate a los gobiernos belga y neerlandés.
Lo que no estoy seguro que fuese de esperar -aunque nunca se sabe, como demuestra la continuación de la historia- era la violación repetida de la reportera, durante los siguientes seis días, por parte del boss de la simpática banda de patriotas.
Y he hecho esa acotación, porque nuestra valiente protagonista contaba al entrevistador con honda emoción, como había sido "respetada" por sus raptores, aunque, por desgracia, a causa del "exceso incontrolado de testosterona"que sufría el Sandokan al mando,éste se vió impelido a satisfacer sus instintos en ella, durante una semana. Finalmente, Joanie de Rijke le debe la vida al rescate pagado por su empleador, De Vrije Pers en Amberes.
Como es natural, la periodista en cuestión mostraba una justificada indignación, pero no apuesten por cual era el objeto de la misma porque perderán su dinero.
Su santo cabreo iba dirigido contra la intolerable actitud de los mencionados gobiernos, que había rechazado hacer efectivo el rescate reclamado.
Lo cierto, queridos amigos, es que estoy echo un mar de dudas.
Que existan ejemplares seres humanos henchidos de piadosas intenciones pacifistas, altermondialistas, antiimperialistas, antiglobacionistas, antitabaquista y turistas-en-búsqueda-de-emociones-fuertes , pase..., pero el peligro de que hechos como el relatado puedan suponer estímulos hacia nuevas vías de super-mega-sensaciones, que aderecen esas excitantes aventuras, empieza a parecerme un poco fuerte. ¿Qué quieren que les diga?