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lunes, 28 de mayo de 2012

El extraño caso de la Mutua quebrada



¿Y si resulta que la crisis no es lo que parece?

Los mil debates que han sido, o son, o serán, en torno a ”La Crisis” gravitan , en términos generales, sobre el sempiterno dilema: liberal versus antiliberal. Libertad de mercado o intervencionismo. O las dos cosas a un tiempo, en sus múltiples y posibles permutaciones.

 Y así sin parar… Pero eso sí, conclusiones de esas que sirven para parar de una vez el barullo, y ponernos a hacer algo con un mínimo de confianza, de eso… nada de nada. Al menos de momento.

Y vuelve a deslizarse en las tertulias y columnas periodísticas lo del “desencanto de la sociedad con los partidos políticos”. ¿Verdad que os suena? ¿cuántas veces en una vida puede un ciudadano desencantarse?

Fácil. Tantas cuantas se haya encantado. O mejor, lo hayan encantado, que encantar es un verbo transitivo. Y la pregunta es; ¿es bueno estar encantado? ¿preso de un encantamiento? ¿de un sortilegio?

Me temo que en una encuesta con el personal un poco bebido, que es cuando es verdaderamente sincero, la respuesta seria abrumadoramente afirmativa. Pero seriamente considerada la cuestión, mal asunto es para cualquiera andar por la vida poseído por el fantasma de una vana ilusión.

Y si se da el caso de que la mayoría de los individuos participan de la milonga,  entonces apaga y vamos.

La encuesta de un ciudadano llamado Herminio.

Si desde la lejana plataforma de este ignorante de la ciencia económica, pero no por eso menos inquieto por la situación, un ciudadano corriente, un héroe anónimo, se preguntara qué está pasando, y lo hiciera en términos diferentes de los estrictamente canónicos de la mencionada ciencia, tal vez  podría llegar a extraer algunas conclusiones interesantes de su peculiar encuesta.

¿Entonces, qué datos del problema serían comprensibles para ese ciudadano?

Varios.

Para empezar podría reflexionar sobre algo, no menos inexplicable por el hecho de ser generalmente asumido sin reparos, como es el aumento incesante del tamaño del aparato del estado en los últimos sesenta años.

Fenómeno este más que contradictorio, ya que comienza su imparable andadura en pleno  descredito del estado paternalista y sus modelos fundacionales por excelencia, tras la derrota de los regímenes totalitarios.

Todos derrotados, menos uno. ¡Ojo a este dato!

¿A que puede deberse pues esa contradicción?

Nuestro héroe podría pensar que ese, como cualquier otro hecho acontecido en la inmediata post-guerra, estaría fatalmente influido por el dramático estado de destrucción y desarticulación en el que se encontraban la mayoría de los estados participes del desastre.

Y, además y sobre todo, por el comienzo de una nueva guerra, incruenta esta vez, a la que precisamente por eso hubo que añadirle un adjetivo determinativo, “fría”, para que no se nos olvidase que aun sin cadáveres ni destrucciones se trataba de una verdadera guerra.

Nueva en muchos sentidos. Hoy diríamos que se trataba de una guerra virtual.

Algún día habrá que pensar un poco en eso de virtual. Que es en realidad el clásico “sí pero no” de toda la vida.

Y por si fuera poco deprimente el panorama, en las sociedades que participaban en esa guerra, sobrevivía el cenagoso fondo venenoso que dejan las totalitarismos, como triunfo pírrico tras su aplastamiento. Esta última y letal ponzoña no se hace visible, claro está,  más que cuando alcanzan de nuevo sus tenebrosos objetivos. Pero está ahí.

La guerra fría era un conflicto que ya había sido previsto en los años finales de la otra guerra, la caliente, por algunos esclarecidos estadistas, como fue el caso del premier británico Mr. Winston Churchill. Pero la guerra aniquila todo. Incluso a sus más destacados héroes, como fue el caso de aquel extraordinario político.

Y apartándolo a él, lo que se trataba de alejar del primer plano era su discurso. Una advertencia denunciada como alarmista en un primer momento, por parte de ciertos círculos políticos e intelectuales creados en la retaguardia occidental en el período de entreguerras por los eficaces servicios del agit-prop comunista.

En realidad de lo que M. Churchill quería avisar a occidente era de las consecuencias de unas peligrosas concesiones hechas con generosidad suicida al tirano Stalin, por parte de un presidente americano con su salud en estado terminal, y una obcecada tendencia a mirar el mundo a través de su ojo izquierdo.

La guerra fría, que se acabó finalmente con una vertiginosa cabalgada de ambos contendientes sobre un peligroso tigre: el del compromiso, supuestamente disuasorio, de un holocausto nuclear garantizado para ambos, es decir para toda la humanidad, transcurrió durante cuarenta años en un malvado juego de tira y afloja en el que nos la jugábamos cada día, con la subida de las apuestas por parte de ambos matones.

En esa desenfrenada carrera hacia el horror, cada rival trataba de despistar la desconfianza básica de su competidor, mediante maniobras y fintas que oscilaban entre la arrogante chulería del espionaje aéreo de un Gary Power en su U-2 sobre el territorio soberano de la URSS,  y las más sofisticadas técnicas de infiltración, llevadas a cabo por la banda de los Cinco de Cambridge, en lo que acabó manifestándose como el más escandaloso queso de gruyere de todos los servicios del mundo, después de haber sido el símbolo de su esencia durante ciento veinte años, el legendario Militar Intelligence 5 (MI 5), al servicio de su Graciosa Majestad Británica.

Pese a que las trampas en el dramático tablero de juego eran parte de las reglas del mismo, hoy sabemos que había un fullero mucho más hábil que el otro y,  aunque al final no le haya servido de mucho, entre las muchas artimañas puestas en marcha por el tahúr comunista, hubo una insidiosa trampa en especial que tuvo un largo y fructífero recorrido.

Se trataba de poner en marcha una serie de mecanismos de presión social que, haciendo una correctísima interpretación de las tendencias históricas emergentes, acabaran por hacer entrar en un malvado juego cíclico de reclamaciones/concesiones, a unas administraciones cada vez más obsesionadas con las encuestas que, con incrementos constantes de los servicios estatales de asistencia, trataban de satisfacer unas demandas sociales insaciables, y con ello lograr sus éxitos electorales.

Claro que para ellos, al fin y al cabo, se trataba de dinero público. Es decir un asunto nada personal. Incluso, como sabéis, hubo una ministra no hace mucho, que aún hoy sostenía con gran convicción que, en realidad, ese dinero público no es de nadie.

Lo malo es que estos juegos suelen ser más perversos de lo que los jugadores creen, y como estos padecen una ceguera crónica que les impide ver más allá de los plazos electorales, al final, pudiera ser que no se encontrasen inversores para rellenar la fila de abajo de la pirámide que están construyendo, y entonces todo se vaya al carajo.

Lo cierto, hoy y aquí, es que más servicios y prestaciones estatales representa más infraestructura funcionarial y contratada y, sobre todo, más dinero para financiarlos. En realidad se parece, como una gota de agua a otra, a una empresa Mutua de Seguros Generales cuyo logotipo debería ser una enorme pirámide.

Solo que con una diferencia sustancial. Sus ejecutivos, con contratos de duración limitada, no requieren especiales conocimientos financieros para el desempeño de su labor, y la empresa carece de un consejo de administración que autorice o censure sus cuentas.

Hombre, puede decir nuestro héroe que es un poco ingenuo, en cierto modo y siendo la ley de presupuestos la ley más importante de un gobierno, de alguna forma los electores ejercen como consejo de administración al valorar y aprobar, o rechazar en su caso, en las elecciones el proyecto o programa del futuro presidente de la Mutua.

Ya. Lo malo es que, primero: lo que tiene en la cabeza ese candidato es un objetivo que no rebasa en el plazo la fecha de esas elecciones; segundo: si sale elegido, su nuevo, urgente y único objetivo será el de ganar de nuevo las próximas; y tercero: los electores, a los que el dedo les impide ver la luna, se conformarán con los regalos prometidos. Y al resto que le den.

Por lo que, al minuto siguiente de sentarse en su sillón, el nuevo presidente de lo que sea, iniciará su siguiente campaña electoral y empezará a actuar de rey mago, repartiendo los bienes de los demás y los de sus descendientes. Y como nadie le exigirá un balance equilibrado sino más subvenciones, pues eso.

¡Ah! Y lo más divertido es que, si algo sale mal, el que se hará cargo del marrón será su sucesor. Aunque, como este ya lo sabe, lleva toda una vida entrenándose para ser campeón del mundo de huida hacia adelante.

Como nuestro amigo Herminio sabe perfectamente, la salud empresarial de una entidad de seguros sería óptima si ninguno de sus asegurados necesitara prestaciones. Claro. Todo ganancias.

El grave problema de esta especie de Mutua Nacional de Seguros Universales, es que el estado actual tiene cada vez más demanda de prestaciones y menos ingresos; ya que a medida que se suman damnificados, la pérdidas provocan las bajas de contribuyentes.

Pero nuestro amigo indagador no se engaña al respecto. El juego teórico consiste en que, para que las cuentas salgan, los que gastan tienen que conseguir el dinero para hacerlo. Y los beneficiarios de los regalos cuando les preguntan, como hizo Rafael “El Gallo “ ante la convocatoria de las primeras elecciones republicanas “¿Y todo esto quién lo paga?”, responden que los ricos con los impuestos.

Es decir, lo de siempre. Quitárselo a los ricos para dárselo a los pobres. La legendaria “redistribución”. La mala noticia es que los ricos no se dejan. Porque, cuando ganan dinero, raramente tienen como propósito repartirlo entre los que no lo ganan.

Y si les aprietan mucho se van a otro lado, con gran escándalo de los de siempre que consideran que un rico que comete el pecado de ganar dinero debe cumplir la penitencia de repartirlo entre los que no tienen ese vicio nefando.

Naturalmente no se necesita aspirar al Nobel de Economía para comprender que ninguna empresa es viable en esos términos ¿Cual es entonces la solución?

¡Ya lo tengo! exclama alborozado nuestro amigo Herminio. ¡la financiación externa!

Hombre sí… pero claro, como la necesidad de esa financiación extra no es consecuencia de una ampliación de la empresa, ni de la investigación de nuevos productos o mercados, o de la adquisición de bienes productivos, o del aprovechamiento de alguna oportunidad de negocio imprevista, sino simplemente de un puro desfase contable entre las cuentas de gastos e ingresos como consecuencia de gastar más de la cuenta, los potenciales financiadores tienen una enorme mosca detrás de la oreja.

Como es natural algunos de esos inversores, profesionales de ese tipo de pirueta financiera sin red, arriesgarán más a cambio de unos intereses astronómicos. Bueno, en realidad, proporcionales a los riesgos de no recuperar lo prestado.

Y lo que es aún más peligroso, pensará nuestro buen ciudadano, a medida que la situación empeore también la calidad de los prestamistas empeorará, es decir serán menos de fiar para el que pide el dinero, pudiendo incluso llegar a tener que llamar a la puerta del bar de Tony Soprano.

No sería ni el primero ni el segundo estado fallido que acabase entre las manos de los mafiosos.

El caso es que la cosa tiene mala pinta, porque los verdaderos responsables de este carajal, que son los ciudadanos, empiezan a encontrarse en estado de síndrome de dependencia. Esta patología la definen los especialistas en toxicomanía como el efecto derivado de lo que se conoce como tolerancia a ciertas sustancias.

La tolerancia es algo así como el estado que va adquiriendo un organismo al ir acostumbrándose a esas sustancias, que sustituyen con ventaja a sus propia funciones. Sus síntomas son provocados por el rechazo a volver a poner en marcha de nuevo dichas funciones, por parte del organismo, cuando es privado del mencionado agente externo.

O sea, no sé si me he explicado. Piensa deprimido nuestro sufrido héroe. El llamado pueblo se ha acostumbrado a chutarse inmoderadamente servicios y prestaciones en los últimos tiempos, cuya cantidad y naturaleza han ido rebasado ampliamente los límites del catálogo habitual de prestaciones de la seguridad social.

Esas prestaciones eran antes los remedios destinados a curar los verdaderos males sociales. Pero esas medicinas también se pueden consumir como drogas, y el consumidor necesitará, como en nuestro caso, unas dosis crecientes de las envasadas como “reivindicaciones”. Y además, perentoriamente.

Lo malo, piensa el buen ciudadano, es que, como ocurre con los estimulantes, una vez que el organismo se haya acostumbrado a que esa función natural llamada esfuerzo sea sustituida habitualmente por un derecho que la hace prescindible, la situación se habrá vuelto fatalmente crónica. Y cuando el paciente no disponga de su dosis de ayuda estatal, entrará sin remedio en un estado de síndrome de abstinencia, más conocido como el mono.

Cuando se está en esa situación, se necesita un aumento permanente de la dosis. Ante ese grave panorama, el estado se verá finalmente obligado a someter a sus ciudadanos a una cura de desintoxicación mediante un recorte drástico del suministro de asistencias, subvenciones, servicios, subsidios, ONGs, cambios de sexo y otras drogas.

Pero, claro, a ver quién es el guapo que vuelve ahora a meter el dentífrico en el tubo. Se estará diciendo Herminio. ¡Sobre todo con los sindicatos como camellos, jugándose su comisión! ¡Casi nada!

Pero…

¡¡¡ Chan, Chan !!! ¡En ese preciso momento llega el padrino Hessel y nos saca a la calle a los Indignados con mono!

O con perro-flauta.

A nuestro héroe le vienen entonces a la memoria recuerdos de cuando los hippys tenían alucinaciones y soñaban que vivían en medio de una selva con plantas de marihuana de varios metros de altura, sin más necesidades vitales planteadas que las de un librillo de papel de fumar y unas cerillas.

Y teme que en la mente actual de algunos individuos, por llamarla de alguna manera, resida una idea análoga, en la se ven a sí mismos disponiendo de un estado obligado por ley a proveerles la satisfacción de cualquier necesidad real o inventada que se les ocurra, sencillamente por la cara.  

Estos homínidos basarían su convicción en la posibilidad de ese “estado providencial”, en la certeza de poseer unos derechos ilimitados adquiridos por la simple razón de haber venido al mundo, y que les habrían sido usurpados históricamente hasta ahora.

Certeza esta que les habría sido sugerida desde círculos generalemnete bien informados.

Se ignora quién usurpó dichos “derechos”, ni cuándo, ni porqué. Bueno, por sugerir una pista,  diría el ciudadano Herminio, tal vez pudiera responderse a esas banalidades metafísicas  acudiendo al Manifiesto del Partido Comunista.

No perdáis de vista, en ese mismo sentido, que el delirio benéfico de esa banda de colgados está mucho más cerca de lo que parece de la vieja utopía marxista de la extinción del trabajo.

El engendro que podría acabar pariendo un embarazo social como el descrito no es nuevo; ya fue bautizado en su día como “estado corporativo”. Denominación esta que le debemos, como tantas otras ocurrencias semánticas, a la inagotable retórica de ese patético rufián de la política que fue Benito Mussolini.  

En resumen, pensó el buen ciudadano, si al crecimiento hipertrófico del estado se agrega su deriva paternalista y a todo ello añadimos la complacida y creciente tendencia a refugiarse en la masa, por parte del individuo, una de dos, o le ponemos remedio, o el inmediato futuro va a encontrarnos haciendo cola para entrar de regreso a la caverna platónica.

Y claro mientras tanto, indiferente a la realidad, la pirámide de la Mútua seguirá en pié creciendo y creciendo, en base a que la inagotable codicia de unos inversores, a los que encima se califica de especuladores, siga convenciéndoles de que sus elevados intereses les serán abonados puntualmente junto con el principal.

Pero como diría en su reflexión final sobre esta alarmante realidad nuestro héroe anónimo, mí compadre Higinio desde su México lindo:

“pos... ya no ‘ten pendejos güeys…, la pinche Mútua ‘ta tronada”.

¡Socorro!

martes, 22 de mayo de 2012

Una historia imposible o yo también soy sionista.





He leído estos días el texto de un judío. Se llama Olivier Ypsylantis y se declara sionista.

Tras haberlo hecho, he creído ver confirmada en él una convicción que tenía desde hace tiempo. La convicción de que yo también soy sionista.

Claro que esa convicción se asentó en un principio, en mí caso, más bien como fruto de una urgencia política inmediata; como una especie de respuesta a los pretendidos anti-sionismos explícitos, con sus anti-semitismos implícitos, que inundan mi espacio circundante.

Ciertamente, se trataba más bien de un reflejo instintivo que de una auténtica reflexión profunda, como la que exige en el momento presente un asunto de esa importancia. Creo que en él había más dosis de intuición que de información.

No es que la lectura del artículo me haya hecho caer de ningún caballo. Ni siquiera iba camino de Damasco, que es un lugar muy poco recomendable hoy en día. No. Era un texto interesante que me trasladó de nuevo ese asunto que estaba en reposo al primer plano del pensamiento.

Hace años que, parafraseando el libelo de Marx, “la cuestión judía” está situada entre los dos o tres asuntos que ocupan el centro de mi conciencia. Podría decir incluso que eso es precisamente lo que hace que me sienta un auténtico ciudadano de mí tiempo. Porque, para mí, nadie que haya tenido la dudosa fortuna de nacer en el “tiempo de Auschwitz” debería vivir ignorando ese hecho único de la historia de la humanidad.

Y no es la condición de judíos de las victimas lo que me afecta en especial. Para mí ellas son nada menos que simples seres humanos. Aún siendo consciente de que esa condición de ser judíos constituyó de hecho un factor esencial de la tragedia, para unos asesinos que creían en las razas.

La insoportable originalidad de la catástrofe consiste, para mí, en un hecho que muy bien podría haber tenido otros protagonistas, si no fuera porque su misma cualidad de acto único lo hace imposible.

Ese hecho es un fenómeno de apariencia contradictoria o al menos paradójica, y de una estremecedora simplicidad, que nunca había ocurrido hasta aquel fatídico momento histórico.

Se trata únicamente de que alguien imagine un acto imposible y acto seguido se ponga manos a la obra. Y, asombrosamente, ese acto imposible se transforma poco a poco en un hecho constatable, en virtud de la simple y sistemática abolición de las razones que impedían su posibilidad.

¿Cómo se opera ese prodigio?

Creo que, a partir de la Soah, podríamos establecer un estremecedor axioma que postularía que, la posibilidad de que algo inimaginable pueda llegar a tener lugar, es tanto más probable cuanto más imposible parezca.

Cuanto más descartado de antemano se tenga algo por ser descabellado; sin mayor reflexión porque atenta de una manera indiscutible contra las leyes establecidas de la lógica u otras, en este caso las de la moral; ese algo puede llegar a ser considerado como posible, con tal que alguien lo presente con la convicción y energía suficientes como para hacer creer a los demás que se puede llevarlo a cabo.

Cuanto más absurdo parezca, menos se habrá reflexionado sobre ello y menos argumentos se poseerán para descartarlo. Y si, como fue el caso, el ambiente poseyese el grado de desmoralización general apropiado, la capacidad de razonar habría disminuido en la misma proporción en la que habría aumentado la capacidad de asumir el absurdo. O lo imposible.

Y cuanto menos salidas posibles se vean a la situación, más crédito adquiere lo inverosímil, lo imposible, como propuesta de salvación.

En este caso, los obstáculos que hacían imposibles ciertas ideas eran de naturaleza moral. Se trataba entonces de convencer a un pueblo de actores y testigos de que esos obstáculos  morales que hacían impensable la tarea propuesta, representaban precisamente un impedimento para el fin último de hacer renacer de una nación hundida.

El futuro de esa nación precisaba, inexorablemente pues, su conversión en un ente desconocido hasta aquel momento, un organismo sin límites, algo históricamente inédito: el estado inmoral. Y así la nación, poco a poco, fue aceptando su progresivo desguace ético, hasta llegar a considerar la posibilidad de admitir lo inadmisible.

Y, en el colmo de la demencia colectiva, con el tiempo, muchos acabaron convencidos de que llevar a cabo lo imposible era posible, ya que ya no existían obstáculos y de hecho ya lo estaban haciendo.

Claro que todo esto no se produjo literalmente como yo lo pienso. Lo que yo pienso es el fondo de la cuestión. Cómo ocurrió en realidad es un simple y aterrador conjunto se anécdotas. Por eso la historia en sí de la Shoah hay que conocerla y cuanto más exactamente mejor; pero eso no es el fin, eso es el medio de poder aproximarse a la idea casi inconcebible de la maldad absoluta. Porque ocurrió lo inconcebible.

Por eso, la dimensión que alcanzó la tragedia, en números, suele parecer el argumento definitivo de su condición de acto único en la historia, pero no. En primer lugar, porque esos números no alcanzaron más que el cincuenta por ciento de los previstos en el plan. Y porque plantear una atroz competencia de números con otros genocidios no nos conduciría a ningún sitio.

Es único, porque la condición que distingue a ese plan de otras manifestaciones criminales colectivas, fue su original propósito de borrar definitivamente de la realidad a unos seres a los que se acusó del simple delito de haber nacido. Y eso, afortunadamente para todos, únicamente ocurrió esa vez en toda la historia de la humanidad.

El quebrantamiento de los límites del mal que supuso ese hecho, abrió definitivamente, ante cualquier ser decente, un abismo desconocido de posibilidades de maldad.

Fundamentalmente porque esos límites no podría romperlos la actitud de una persona o de un grupo limitado de personas, cuyo comportamiento, en todo caso, se explicaría en virtud de una patología más o menos conocida. Lo que abrió ese abismo fue la naturalidad con la que, por primera vez en la historia de la humanidad, un pueblo entero  admitió y contribuyó a que lo imposible se hiciera realidad.

Una vez que estas certezas se instalaron en mi conciencia, aquello que debería haber sido únicamente el objeto de un análisis más de la realidad política que me tocó vivir, el Estado de Israel, adquirió una dimensión, digamos “especial”. La necesidad de entender las razones de la existencia de ese estado, su cultura y su historia, constituyó el paso inevitable. Y me puse a ello.

El sionismo es uno de los fenómenos políticos más mencionados y menos estudiados de nuestra actual cultura política. Pero, a pesar de que estoy convencido de que el noventa por ciento de aquellos que usan ese término para apoyar alguna opinión no conoce ni siquiera el origen semántico del mismo, en realidad, eso no tiene verdadera importancia.

No la tiene por la sencilla razón de que, para quienes la usan, mi inquietud está mal planteada. Para lo que sí sirve ese término sin significado, y este es el fundamental propósito de su uso, es para emboscar un antisemitismo poco presentable en una sociedad políticamente correcta. Pero la mistificación no se hace ni siquiera de una forma premeditada. No. Es aun peor.

Para la mayor parte de sus usuarios es un simple eslogan memorizado sin más complicaciones, que les proporciona una especie de salvoconducto moral definitivo. Hoy en día para ser alguien en ciertos círculos hay que condenar el estado sionista de Israel. Y ya está.

Estos días se celebraba en el mundo árabe musulmán una efemérides instituida hace unos decenios que se conoce como la Nackbah (día de la catástrofe). Conmemora el día de la salida de los árabes de Israel que huyeron de la zona, tras la derrota de los agresores del recién fundado estado, en la guerra de 1948. 

Hasta ahí no se distingue de cualquier fiesta nacionalista que siempre celebra la derrota nacional que les proporciona el estatus de víctimas a sus partidarios.

Pero en este caso la tradición es mucho más moderna. Data de cuando se diseñó al pueblo palestino y se sentaron las bases para diseños ulteriores. Ej:

Nackba=Shoah.  Pueblo Palestino=Pueblo Judío.  Nacionalsocialismo=Sionismo.
Y la gran innovación : Apartheid=Franja de Gaza.

A quien opine que exagero solo les recomendaría que se preguntasen cuantas causas humanitarias distintas de la palestina defienden sus partidarios. Los de la kefiah enrollada en el pescuezo. Ninguna. Esos palestinos son para ellos los únicos pobres del mundo que merecen su atención. Y la pregunta es : ¿distinguen a estas víctimas de otras víctimas en el mundo? ¿o distinguen a estos verdugos de otros verdugos en el mundo?

Si es así…¿será porque son especiales... porque son judíos?

En ese conflicto que enfrenta a Israel con los que se declararon sus enemigos oficiales desde el día de su proclamación como estado, desgraciadamente no existen muchas opciones. Los que solo conocimos las catástrofes de las guerras por sus consecuencias, afortunadamente para nosotros, carecemos de sensibilidad para “sentir” un conflicto.

Pero si tratamos de acercarnos a la memoria vivida, fundamentalmente a través de algunos testimonios que hemos tenido el privilegio de conocer, estaremos en una posición mucho más favorable para no equivocarnos, a la hora de escoger entre esas escasas opciones.

Lo que ocurre allí es paradójicamente muy desconocido, a pesar de una proximidad geográfica, que ya ni siquiera lo es en el mundo globalizado. Y es poco conocido porque ese conflicto “goza” de todas las condiciones impuestas por el paradigma de la sociedad de la comunicación.

Ese paradigma se conoció en su día con el nombre de “Sociedad del Espectáculo”, a partir de un famoso libro canónico que hemos leído todos los que tenemos una cierta edad. En esa sociedad del espectáculo todo es espectáculo. La verdad queda abolida por “incompleta”, antigua y aburrida.

Y cuando la información, o sea el alimento de la mente, es espectáculo, ocurre que  la búsqueda de los indispensables datos fiables para un análisis honesto se hace infructuosa. Los intermediarios, “los mayoristas” que nos suministran esos datos, ya no son los legendarios corresponsales de guerra como lo eran Robert Cappa o Pierre Schœndœrffer, etc.

Ellos eran personas muy conscientes del compromiso moral que exige distinguir entre información y propaganda en su arriesgada profesión. Hoy se trata de otra cosa. Hay mucho chico aburrido en búsqueda de emociones fuertes con una cámara que hace las fotos sola, y los escenarios ya no ofrecen mucho peligro. Son platós al aire libre con servicio de catering.

Pero la existencia de seis millones de judíos, cifra maldita, no puede depender de una información/espectáculo diseñada ad hoc. Su conflicto se narra con los hechos, desnudos de toda retórica, de una lucha por la supervivencia. Por eso ellos han dado por perdida la batalla del espectáculo que les plantean sus adversarios.

Y yo me declaro sionista porque creo sinceramente que, correspondiéndonos a nosotros como espectadores de la tragedia aproximarnos a ese escenario, para desnudarlo de toda esa tramoya con la que los de siempre no cesan de disfrazar la historia, hay que hacerlo. Ni más ni menos que para exigir la verdad de esa historia. Y, después, elegir el campo.

Yo ya lo he hecho.

P.S.
En el escrito del que partía esta reflexión figuraba este enlace que os recomiendo ver. Un joven periodista italiano destacado en la zona nos ilustra con su propia reflexión. No sobre los palestino. No sobre los israelíes.

Sobre los periodistas.




viernes, 18 de mayo de 2012

Sin que sirva de precedente

Si, ya sé que no es mí estilo y que, más que no interesarme, lo detesto. Estoy hablando de ese género periodístico denominado “people” por los pedantes.

Pero… je,je, ¿qué queréis? Esta historia creo que se sitúa más bien en ese espacio de aurora boreal que se encuentra justo entre la más sublime horterada y la más navajera gresca política.

¡Y trantándose, encima, de una historia de bragueta… ya te digo !

La que es o será Primera Dama del Estado Francés, Valérie Rotweiller -¡huy perdón! quiero decir Trierweiler-, ha declarado, así de seria como es ella, que no está dispuesta a ser un florero del Presidente. Mientras tanto, sigue casada con otro señor llamado Denis Trierweiler, con el que comparte tres hijos.

Dicen  que posee una silueta que no tiene nada que envidiar a la de Carla.  Procede de Angers, y al nacer se apellidaba Massonneau. 5ª en una familia de 6 hermanos, el medio social era el de una burguesía humilde de provincias; papá inválido de guerra y mamá azafata de congresos.

Denis, ese caballero, además de ser el marido de Rotweiller, -¡vaya otra vez! vale, pues lo dejo así, ya me habéis entendido- era su colega como periodista de  Paris Match, magazine en el que Valérie había entrado a trabajar después de obtener un DESS de ciencias políticas y, según las malas lenguas, una recomendación del otro François. El de verdad. Mitterrand.

Valérie, que es muy lista, siguió al partido socialista durante más de veinte años haciéndose muy amiga de los Hollande, cuando la pareja se presentaba como “François & Ségolène”.

El bueno de François, por su parte, ha engendrado una hija, en 1988, con Anne Hidalgo, primera adjunta del alcalde (o alcaldesa) de París, cuando en aquella época su pareja, la de François, era Ségolène Royal.

Pero… la Segolénè tampoco se estaba quieta y mantuvo al mismo tiempo un “affaire de cul” con quien acaba de hacerse cargo del puesto de Primer ministro de la República, Jean-Marc Ayrault.

Como habréis observado, la triangulación es uno de las aficiones más frecuentes en el piso de arriba del PS, Partido Socialista francés.

Y eso no sería más que un asunto de porteras (con uniforme) si no tuviera consecuencias para el contribuyente del vecino país. Pero las tiene.

Veamos.

1º. Anne Hidalgo presiona a Hollande para que se lleve de la alcaldía a M. o Mme. Delanoé a una cartera ministerial, y colocar su homenajeado trasero en su asiento.

A todo esto, Rotweiller como un fiera.

2º. Ségolène no quiere renunciar a su ansiado podio de la Assamblée National, y sus hijos (de ella y François) insisten a papá en que no puede darle de lado.

A todo esto, Rotweiller como un fiera.

3º. ¡Ah! Pero resulta que papá le ha prometido, más o menos, esa silla alta a François Beyrou (mis fuentes no aclaran nada respecto de un posible “affaire” entre los dos François)

A todo esto, Rotweiller como un fiera.

y 4º. Jean-Marc Ayrault ya es primer ministro; a pesar de que ha sido condenado por la justicia y de que muchos creyeron ver en él la silueta que tenía en el colimador Hollande, cuando declaró no querer a su lado a ningún reo de justicia. Si nos olvidamos, claro está, de DSK, por ejemplo.

No quiero seguir esta saga-braga con las aventuras de este último chaud lapin porque en ese caso, esto se haría interminable.

¡Ah! y, a todo esto, Rotweiller  buscando un párroco como si fuera un sabueso.

En fin mis queridos parroquianos, como habréis podido constatar no se aburren nada en este bendito país en el que continúo mon sejour.

Ya sabéis; aunque la cuota esté en los 500 puntos y Bankia se sujete con la punta de las uñas en el borde del sumidero…para asuntos del amor…

“Siempre nos quedará Paris…”

martes, 15 de mayo de 2012

Carta subliminal a una amiga





Mi querida e ingenua princesa de los normandos;

Tu amiga, y señora del que suscribe, sostiene que es urgente hacerte salir de la confusión y el desvarío, en materia de esa moderna superstición bautizada por sus autores con el estrafalario nombre de comunicación subliminal, confiando en que mi magra pero variada colección de saberes de diletante de guateque pueda contribuir a ello.

Vamos allá.

Vaya por delante la aclaración de que la existencia de una continua percepción de estímulos sensibles, no registrados en el pensamiento consciente, no ofrece la más mínima duda desde que, hace más de dos mil años, Aristóteles en su “Parva Naturalia” sugirió una curiosa intuición en la cual se apuntaba la posibilidad de que ciertos de esos estímulos tal vez afectaban a nuestros sueños.

Por lo tanto, ni se trata de negar que alguna influencia tienen sobre la tercera condición de los sueños, que según Freud es aquella en la que metabolizamos las sensaciones inconscientes que podrían suponer alguna  amenaza de ansiedad para nosotros, transformándolas en material inofensivo e incluso útil, ni que ese proceso pueda condicionar hipotéticamente de alguna manera nuestro subconsciente.

Ese proceso de nuestros sueños fue largamente estudiado por científicos solventes, como el Dr. Poetzle, que lo describió en una síntesis que se conoce como el efecto Poetzle. Algunos de sus seguidores, algo menos cuidadosos, llegaron a establecer cifras concretas, de escaso rigor científico, como las pretendidas 100.000 fijaciones oculares que afirmaban que realizaba el ojo humano durante una jornada de 24 horas.

Los neurólogos de la prestigiosa escuela del Gestalt, profundizaron en el conocimiento del funcionamiento de los neurotransmisores de la vista, en los años treinta, estableciendo constataciones científicamente comprobadas, como la que hace referencia a la fijación de una imagen en la retina y su relación con su proceso cerebral consecuente.

Según estos señores la primordial ley de la economía de energía que funciona de manera inexcusable en todos los procesos naturales, provoca que cada vez que la retina percibe un estímulo luminoso esa captación dure menos de una milésima de segundo; cerrando el objetivo acto seguido, porque ya no necesita más información.

Ante el enigma que representaba entonces la explicación de nuestra facultad de fijar una misma imagen durante un tiempo indefinido, descubrieron asombrados que esa necesidad del conocimiento la había satisfecho nuestro mecanismo cerebral mediante un “engaño” al nervio óptico. Consiste esa finta en el desencadenamiento de una vibración incesante de la retina, imperceptible para nosotros por su microscópico desplazamiento y su fulgurante velocidad.

De manera que cada imagen, infinitesimal en términos de duración, representa una imagen distinta de la anterior y de la siguiente. Una especie de serie de de fotos fijas. El nervio las traslada normalmente al cerebro, ya que para él son “diferentes”. Aunque “idénticas” para nosotros, a fin de producirnos la ilusión de ser una sola, e inmóvil.  

Hasta aquí, la ciencia. Ahora la superstición.

En el año 1957, un técnico publicitario llamado James Vicary, en situación profesionalmente delicada,  inventó un artefacto que llamó pomposamente algo así como taquistoscopio.

El avispado publicista sostenía muy serio que el tal invento conseguía nada menos que proyectar sobre una pantalla de cine imágenes manipuladas por él que, basándose en el truco seudocientífico de intercalar una imagen unitaria cada veinticuatro imágenes de rodaje, pasaba desapercibida para la visión consciente y penetraba subrepticiamente en nuestra mollera. O sea de contrabando.

Según declaró  el charlatán Vicary, había llevado a cabo un experimento práctico con su invento y, habiendo intercalado en una película mensajes del tenor “Si tiene Vd. sed beba una Coca-Cola”, habría cosechado de esta sencilla manera un éxito escandaloso de ventas, a la salida de la proyección.

Otra “prodigio” de la cultura de masas, un pretendido escritor llamado Vance Packard, no se sabe a ciencia cierta si en complicidad con el inventor o no, publicó un libro titulado “Las formas ocultas de la propaganda” a principios de los años sesenta que fue un éxito sensacional, y en el que supuestamente desvelaba el uso generalizado del truco de Vicary por parte de las grandes compañías industriales.

En aquellos años sesenta en los que empezaba a calar en la sociedad la gran corriente de desmoralización y masoquismo occidental de la que hoy estamos presenciando la resaca, el público era muy proclive a creerse cualquier teoría sobre un complot supuestamente promovido por la sociedad capitalista. Incluso el de una marca de patatas fritas. 

Pero claro, si bien estas cosas suelen ser flor de un día en cuanto a la consolidación de la superchería, el efecto sobre la seudo-cultura de la clase media es otro cantar. Y ahí tenemos todavía hoy flotando ese mito, al parecer insumergible, al igual que el de los Sabios de Sión y por idénticas razones. Es decir, gracias a la eterna necesidad humana de conceder más crédito a la explicación mágica y estrafalaria que a la científica.

Poco tiempo después de publicado el libelo de Packard, las diversas experiencias que se llevaron a cabo en los mismos términos expuestos por Vicary constituyeron una serie ininterrumpida de fracasos estrepitosos. Más tarde, el inventor trato de salvar su maltrecho prestigio y en el año 1962 no le quedó más remedio que confesar su fraudulenta conducta, al reconocer que había manipulado los “sensacionales” resultados de 1957.

La miserable explicación de su acto, debido al parecer a las dificultades por las que pasaba su empresa, no merece ni un comentario.

Las más recientes aplicaciones del fraude subliminal han sido aquellas que trataba de utilizarlo para mejorar los resultados en el aprendizaje de lenguas, o incluso los ejercicios de autosugestión derivados de él, para combatir la obesidad o el vicio de fumar.

Un tal doctor Trappery siguió investigando el asunto, hacia 1966, mediante una serie de experimentos cuyos resultados no fueron capaces de demostrar la más mínima influencia compulsiva en los sujetos sometidos a los mismos. Por último, en 2006 algunos científicos de un departamento de sicología social de la Universidad holandesa de Utrech sugirieron que, si bien las experiencias de Vicary eran un fraude confesado, cabía la posibilidad de que la hipótesis subliminal pudiera ser acertada.

Y es que los hay que no tienen remedio.

A fin de explicar como funciona la técnica elemental de la comuniación, podríamos afirmar que cualquiera que haya estado relacionado con el mundo de la comunicación, en cualquiera de sus variantes, sabe que todo mensaje emitido depende de seuis factores esenciales.

 A saber, el emisor, el receptor, el código, el canal, el texto, y el contexto.

El conocimiento profundo de todos esos factores determinará, pues, la facilidad o dificultad a la que se enfrenta cualquier estrategia de comunicación.

También podríamos establecer que la obtención del éxito en la comunicación es algo que se supone legítimo. Otra cuestión son los medios empleados para obtenerlo y el propósito del mensaje. Ambas cuestiones son de carácter moral, pero hoy estamos hablando únicamente de una de ellas; los medios.

En algunos casos, como fue el de la creación de un medio de venta sin precedentes, las grandes superficies, a principios de los sesenta se reveló la necesidad de establecer una estrategia mucho más compleja de lo habitual hasta entonces

La novedad esencial era el hecho revolucionario de que el comprador tenía acceso directo a los productos, sin la mediación tradicional del dependiente. Pero nadie tenía ni idea, entre los responsables de la idea, de cual sería el comportamiento de los futuros clientes ante ese hecho.

Para averiguarlo colocaron unas cámaras de grabación emboscadas entre los productos de los anaqueles, en las experiencias piloto, y registraron las variaciones en la dilatación de su pupila en el momento de acceder directamente a los productos por primera vez.

Los datos obtenidos a través de estas imágenes, grabadas sin que los clientes se hubiesen dado cuenta o las hubiesen autorizado, fueron analizados por los expertos, a fin de adelantarse a la serie de pautas de comportamiento probables por parte de los futuros clientes. 

Una dilatación súbita de la retina suponía una actitud infantilizante por parte del sujeto y, en consecuencia, una situación de vulnerabilidad de su voluntad.

Las medidas que se adoptaron a continuación iban indudablemente dirigidas hacia un control o condicionamiento de los comportamientos previsibles del público, en el sentido de inducirlos a la adquisición de bienes.

Toda forma concreta emitida ejerce una influencia concreta sobre determinados sectores concretos del público. Al igual que un color. O una palabra. O un olor. O un sabor. O un sonido.

O un silencio.

La provocación de evocaciones, sobradamente conocidas y catalogadas por los expertos como precursoras de estímulos del deseo, es uno de los recursos más empleados por los técnicos de la mercadotécnia.

El comunicador averigua cual es la idónea en cada caso, y cuando la descubre la utiliza. Es su profesión.

¿Podríamos calificar de subliminal esa práctica por parte de los comunicadores? Lo dudo. Quien emite un mensaje trata de influir en el receptor o, si prefieres, no puede evitar hacerlo y lo sabe antes de emitir. Cuando un escritor redacta su obra lo hace pensando en el efecto que producirá en sus lectores.

Y si es un buen profesional administrará de forma sabia sus recursos a fin de alcanzar un resultado más o menos previsible en aspectos tan variados e íntimos como las emociones, las opciones filosóficas o políticas, la intriga o tal vez la violencia.

Eso lo llevan a cabo diariamente todos los que se dedican a comunicar al público, y todos los que nos comunicamos privadamente, como lo estoy haciendo yo ahora mismo sin ir más lejos, y no la calificamos de subliminal.

Tal vez sea útil reflexionar sobre una especie de verdad de Perogrullo, “Todo aquel que dice que sabe que estamos manipulados no puede estarlo, por el simple hecho de saberlo”.

En caso contrario sería como un general que sabe que le están esperando en emboscada. Si continúa hasta meterse en ella es como si se emboscase a sí mismo. Que me temo que es lo que les gusta a los susodichos “manipulados”.

Hay miles de personajillos dedicados hoy en día a hacerle el nudo de la corbata al líder de turno, y han llegado a tal límite de estupidez que se han convencido de que ejercen una profesión de gran responsabilidad, y hasta escriben libros acerca del tema.

Particularmente y después de ganarme el cocido en ese mundo durante los últimos treinta años de mi vida, he llegado a la conclusión que todo esto de la comunicación que nos fascinó, en el peor sentido del término, desde las primeras lecturas en los lejanos sesenta de Roland Barthes & Co., es un fraude de proporciones siderales que ha alcanzado una hipertrófica posición de influencia en practicamente todos los ámbitos sociales.

Y seguramente tiene una mínima parte de auténtico interés; pero el noventa por ciento restante de la vaina es puro timo. Una trampa para gente insegura, llena de “listos” dispuestos a decirles lo que están deseando oír.

¡Si lo sabré yo!











lunes, 7 de mayo de 2012

les nouveaux sans-culottes

Os traigo hoy esa bonita foto de ahí arriba, porque en ella se encuentran dos o tres detalles dignos de ser comentados.

Para empezar, los rasgos fisonómicos de los presentes, entusiasmados partidarios de François Hollande que celebran en la plaza de la Bastilla el triunfo de quien era, según parece, su candidato a la presidencia del Estado Francés.

No sé a cuantas nacionalidades distinta de las francesa representan, desde su condición de votantes franceses. En cualquier caso y visto con la mirada de un no francés, parecen la representación genuina de la multiculturalidad.

Luego está la variada presencia textil. Al menos cuatro banderas ajenas, que yo sea capaz de identificar; egipcia, tunecina, marroquí y argelina. En otra foto desde otro ángulo se distinguían una croata, cerca de una irlandesa, y no muy lejos de una roja de todos lados, y la inevitable ecologista.

Según cuentan testigos presenciales en esa plaza de épicos y añejos hechos revolucionarios, los gritos de victoria más repetidos eran del tenor del: “¡Allah Ouh Akbar!” O la más “asimiliada”, “¡ C’est la victoire des Arabes!”, que no creo necesario transcribir al castellano.

Algunas observaciones en la red hablaban con indisimulada satisfacción meláncolica : “ C’est le retour de la France black-blanc-beurs de 1998”, (hace alusión al acrónimo B-B-B, negro-blanco-moro del penúltimo ocaso socialista del pasado siglo) evocando un salto atrás en el tiempo propio de los tristes e incorregibles devotos antiimperialistas del cretáceo ideológico.

Pero lo que más me ha llamado la atención de una escena, por lo demás presentida en los últimos tiempos, es el ángulo escogido por el fotógrafo (lapsus casual o elegido con una mala leche digna de mejores empeños).

Como cabecera de la imagen y justo en el ángulo más notorio, desde el punto de vista de la estructura formal de la misma, aparece una fecha. ¡1830!

En la historia contemporánea francesa y más concretamente en un siglo como el XIX, en el que se recorrieron en ese país todas las casillas disponibles del repertorio habido y por haber de los sistemas de gobierno, de la República al Imperio, pasando por Restauraciones tanto monárquicas como Imperiales para terminar en otra Repupblica, 1830 es la efemérides de dos acontecimientos poco oportunos para mencionarlos el día de la vuelta de la izquierda al poder en el solar vecino.

Uno, porque en Junio de ese año, con el bombardeo de Argel por parte del almirante Dupperé y el consiguiente desembarco y conquista de la ciudad por del general Bourmont, tiene lugar el desalojo de la potencia colonial otomana, y da comienzo la colonización francesa de ese país.

Y dos, porque, al mismo tiempo prácticamente (Julio de 1830) tiene lugar una de esas revoluciones liberales europeas, que tuvieron sus prolegómenos en el Cádiz de 1812, en las que se restaura la monarquía. Liberal pero monarquía.

Así que los alegres compadres de Sieur Hollande han elegido, seguramente debido a su analfabetismo endémico, los vagos ecos revolucionarios de la toma de una cárcel legendariamente tenebrosa en el imaginario de los sansculottes, en la que por todo trofeo liberador encontraron a un par de delincuentes famélicos y a un loco, y se retratan con ese aire farouche que adoptan siempre los revolucionarios de pacotilla, justo bajo la fecha de dos triunfos de sus teóricos adversarios.

Los colonizadores y los liberales.

Esta foto y su miserable anécdota no tendría cabida ni en este ni ningún otro rincón seguramente más culto y ameno, si no fuera porque, en mí modesta opinión, nos acerca un poco más, por si no tuviéramos suficientes pruebas, a un próximo período histórico, me temo que poco pródigo en lo intelectual y muy áspero en lo social. Esperemos que, al menos, sea breve.

Ojalá me equivoque.