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martes, 7 de febrero de 2012

Carta abierta a un joven amigo

Advertencia.

Esta carta, a pesar de su título, no va dirigida a ningún joven. Va dirigida a un amigo, que es joven, sí; pero que es joven del mismo modo que tiene el pelo castaño o usa unos jeans un poco largos. El desarrollo de esta advertencia la encontrareis en el texto.



Mi querido joven amigo;

Empezaré aclarándote que más vale que no te hagas ilusiones. El hecho de que te escriba esta carta no supone ni por asomo que me sienta obligado a darte ningún tipo de explicaciones por el “mero hecho” de que seas joven.

Estoy dispuesto a entender que puedas creer todavía que el mundo empezó justo el día que tú naciste. No lo digo porque yo sea especialmente generoso y compresivo, no. Lo digo simplemente porque también yo, aunque parezca mentira, tuve tu edad y un nivel de estúpida credulidad semejante de la que tú gozas por el momento.

Tardé bastante tiempo en identificar una irritante sensación que sentía a menudo, cuando tenía tu edad. Era la causada por el insufrible paternalismo de los “mayores”. Nunca creí que les cayera realmente simpático ni me considerasen realmente inteligente ni brillante, siempre que a alguno de ellos se le ocurría decirlo, con ese aire inconfundible de haber encontrado una perla en un lugar donde normalmente solo hay almejas.

Pero también tardé lo mío en llegar a la conclusión que hoy te voy a exponer. Es decir, aquella que declara “abolida” la clásica y sempiterna clasificación de los humanos por edades. Te voy a hacer una revelación. ¡Un auténtico scoop! Solo hay dos clase de personas: “los niños y los demás”.

Y la diferencia que justifica esta radical discriminación es la siguiente.

Los niños no paran de hacer preguntas. Esto me dio la pista. Hacen preguntas porque no temen a las respuestas. No creen que ninguna de ellas pueda perjudicarles. Pero, eso sí, los niños nunca hacen preguntas sobre ellos mismos. Siempre se interesan por lo “otro” o por los “otros”.

Y llegué a la conclusión de que ambas cosas debían estar relacionadas.

¿Cuándo se deja de ser niño? Cuando te empiezas a preguntar sobre tí mismo. Y, ahí empieza el problema. Tu identidad. Lo que tú eres. Un espacio peligroso. Un campo minado. Minado porque te han colgado de la chepa un catálogo de expectativas, que se repiten en una fatal tautología cada vez que ves una publicidad de un perfume en una parada de autobús, y que te parecen totalmente fuera de tu alcance desde el minuto uno del partido.

Crees que descubrir una triste “realidad”, al indagar sobre ti y tus capacidades, haría que desapareciesen de golpe todas tus pobres aspiraciones. Lo mejor entonces es refugiarse en el grupo y hacerse el menor número posible de preguntas. Y claro, como esto está previsto, siempre aparece alguien que te pasa la lista de aquellas que son “pertinentes”. Es lo que suele llamarse “educación”, y te la dan tus papás o bien estos encargan la tarea a un especialista. A un profesional. A un “educador”. Con el “folleto de instrucciones” de la vida en la mano, que vas constituyendo bajo su atenta mirada, ya nunca más sentirás la necesidad de indagar sobre nada incomodo.

Nada te inquieta mientras eres “joven”. ¡Nada menos que joven…! Una envidiable, y envidiada, situación que además tiene la enorme ventaja de que ¡no hay que currársela! ¡te la dan gratis!
Pero… ¿cuánto tiempo dura esa ilusión de haber llegado a algún sitio definitivo, por el mero hecho de “ser” joven? Algo que representa el valor supremo perseguido con angustia por todo cristo, y sobre todo por quienes ni lo son, ni nunca lo fueron.

Te confesaré que el día que decidí dar definiciones a esto y a otro montón de cosas, para ordenar un poco mi pensamiento y hacerlo mínimamente operativo, una de las que me pareció más urgente dejar lista para usar fue la de “viejo”. Y lo único que se me ocurrió, es que un viejo es solo alguien que “ya” no se hace preguntas. Aunque tenga veinte años. Y eso en el mejor de los casos. Es decir, suponiendo que alguna vez se hubiera hecho alguna, lo que a lo mejor es mucho suponer.

Cuando también se me pasó la angustia de clasificar las cosas definiéndolas, llegué a otra sabia conclusión, que no he sentido la necesidad de modificar hasta el momento. Se trata de que en esto de la edad, como en casi todo, se debe buscar la “esencialidad”. Es decir la parte menos divisible del “todo”. Y si es la indivisible ni te cuento.

“No existe la juventud”. Es simplemente una de esas convenciones que han sido útiles mientras los humanos necesitábamos clasificar las cosas por su envoltorio. Como en las grandes superficies.

En realidad, es mucho más practico, y por lo tanto más cierto (lo práctico ahorra tiempo y el tiempo es lo único que no se puede ni adquirir, ni reproducir) apreciar en los seres humanos aquello que los caracteriza “esencialmente” (vas a hartarte de leer este término en esta carta). O sea su capacidad de pensar.

Y, claro no se piensa con el acné, ni con los pantalones pitillo. Que son dos cosas que añoran los que creen que no fueron lo suficientemente jóvenes a su debido tiempo, y puede que tengan algo de razón, aunque no se lo digan ni a su psicoanalista. Se piensa con el cerebro que es una cosa que suele estar dentro de la cabeza, aunque se han registrado casos en los que se situaba por debajo del ombligo.

Y claro pensar es preguntarse. Y contestarse. Pero no “convencerse”. Porque cuando te convencen (que es cuando te dejas convencer), o la angustia no te deja otra opción que la de creer en algo, lo que haces en realidad es dejar de preguntar. Porque una vez “convencido”, the game is over.

La verdaderas respuestas no convencen; te inducen otra irresistible pregunta. Te estimulan a hacer lo único en lo que consiste vivir, que es preguntar. El “miedo” a una respuesta que pueda no gustarte te lleva de la mano a no pensar. O sea a no vivir. O sea a ser viejo. O sea a morir.

Y ¡ojo! el día que te mueras conviene que estés vivo. Es decir, preguntando.

Pero, volviendo a lo nuestro. Como te decía, los jóvenes “no existen”. Pero consuélate, los viejos tampoco.

Ni se te ocurra creer que esto que te estoy diciendo es verdad porque lo dice un “viejo”. ¡Nah! Lo bueno, lo que mola de la vida, es que esto mismo también podría decírtelo un joven; o un maduro; o un adulto, que es algo que sigo sin saber muy bien lo que puede ser, pero que suena a algo así como aquello de lo que ya no se espera nada que merezca la pena.

Tal vez el problema consista en la permanencia de ciertas tradiciones que atribuían a los ancianos la autoridad de la experiencia. Y se lo atribuían con razón, ya que, si bien no puedes bañarte dos veces en el mismo río, alguna orientación si se puede sacar de la experiencia ajena. Lo malo es que hoy esas tradiciones ruedan con el depósito vacío. Vacío del prestigio de saber y de aprender, que era su esencia. Del gozo de la curiosidad.

Y quienes les vaciaron el depósito fueron aquellos impacientes que no eran viejos y querían mandar sin esperar a serlo, y para conseguirlo sacaron a la venta una gran promoción: “lo inmediato”. Y lo inmediato, lo es precisamente por que no dura. Pero, claro, si no dura no proporciona poder. De modo que para que fuera inmediato y “además” durase inventaron los “tópicos”.

Las verdades cuadradas. Pétreas. Infalibles. Garantizadas. Comprimidas. Liofilizadas y deshidratadas. Aquellas que no exigen ni un mínimo esfuerzo para ser digeridas, y las llevas para siempre grabadas en la chepa como un tatoo. Es el fast-food del pensamiento. Pero eso sí, oye, de marca ¿eh?

El éxito fue fulgurante en su día, hace de eso muchos años. Fíjate bien, todavía los partidos políticos (esas marcas multicolores) viven vendiendo esa mercancía averiada.

Y tú, que todavía no probaste esa droga maravillosa y barata que es preguntarte todo sin parar, alquilas tu azotea abierta, llena de luz y de horizonte, para que las marcas de colorines amontonen en ella sus míseros cachivaches obsoletos y peligrosos y, sobre todo, para que no dejen ni una migaja de sitio libre en el que pudiera colarse algo peligroso. Algo realmente tuyo…

Y la has alquilado ¿a cambio de qué? ¿A cambio de sentirte “alguien” gratis y enseguida?

¿Alguien? Sí claro…pero eso es porque no conoces aun el verdadero placer, que no consiste en “ser” alguien, sino en “hacerse” alguien. Que no consiste en “llegar”… sino en “ir”. Porque todavía no has echado a caminar por ti solo. Porque sigues caminos balizados.

Un camino siempre es la historia de otro. Créeme; ya va siendo hora de que muevas el culo y abras tu propia senda.

Te contaron que todo es fácil de entender, y tú te lo creíste. Te dijeron que se sabe muy bien quienes son los malos, y tú te lo creíste. Te dijeron que los buenos son buenos porque sufren, y tú te lo creíste. Te dijeron que los malos siempre fueron malos y siempre serán malos y tú te lo creíste.

Y ya está. Así de sencillo.

Y no te preguntaste porqué no se lo cree todo el mundo, si todo es tan sencillo y tan claro. Y no te preguntaste cómo pueden ser tan malos los malos, si cuando los conoces te parecen normales. Y no te preguntaste porqué los buenos no consiguen nunca dejar de sufrir. Ni si dejarían de ser buenos si los malos dejasen de hacerles daño.

Y no te lo preguntaste porque tú ya tienes una respuesta. Los malos son tan malos porque “engañan, disimulan y no pueden vivir sin hacer daño a los buenos”. Porque ellos “son” así.

Ten cuidado. Porque tú, que nunca te preguntas nada ya que todo es tan evidente, puede ser que llegue un día en que te preguntes por fin algo. Y te preguntes si no quedará más remedio que aniquilar definitivamente a los malos, como se aniquila a un virus, ya que siempre lo fueron y siempre lo serán.

Ya que tal vez eso se deba a que padecen un mal constitutivo; congénito y tal vez…

¿“genético”?

Tu amigo que te quiere.

1 comentario:

  1. Y podrías añadir: "No te preocupes, amigo, la juventud es la única enfermedad que se cura con el tiempo".

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