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martes, 29 de noviembre de 2011

Ecos de sociedad

“Desengáñate amigo mío, cada estirpe por fina que sea tiene su Jesús Gil fundador en algún sitio. Si los buscas los encuentras. Todo consiste en revolver un poco. Desde los recientes horteras sobrevenidos con el Régimen en 1939 y, como se dice ahora, actualizados con el Cambio en 1976, hasta el Duque de Alba.

Estos, digamos recién llegados, todavía son muy horteras porque aún tienen a su tío Jesús muy próximo; una o dos generaciones. Ya sabes… las licencias de importación, los cupos de hierro, el estraperlo, Regiones Devastadas -recicladas en puertos deportivos-… en fin todos aquellas oportunidades u obsequios con los que Su Excremencia fue construyendo su burguesía. Porque, claro, todo poder ha necesitado una corte corrupta de lameculos bien cebados. Luego vino la actualización del patio de Monipodio del rey Felipe.”

Quien se expresa con esa deslumbrante lucidez es mí amigo El Magnolio; hombre de múltiples y sólidas erudiciones que, por alguna razón que se me escapa, siempre ha tenido una cierta debilidad por asuntos relacionados con la silvicultura genealógica.

De cualquier manera, no es que el poder y la corrupción vayan de la mano, como una fatalidad. No. Es peor. Una vez adquirido el poder, vaya usted a saber cómo, el nuevo problema que trae consigo es la necesidad de conservarlo; y para ello hay que contar con amigos. Con conseguidores, como se dice ahora ¿La solución? Vender un poco de poder en trocitos pequeños. Cuanto más se tenga, más fácil es renunciar a un trocito. Por eso si el poder ya corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente.

Seguramente desde el final de la Edad Media, los conseguidores de los monarcas, católicos o no, hacían méritos a punta de cuchillo, o de espada que para el muerto era lo mismo, y por ellos eran recompensados. O rendían otros servicios más ordinarios, como financiar la aventuras militares con los beneficios que sus rebaños de merinas les proporcionaban. Sus herederos aprendían a leer y listo. Acababan siendo unos marqueses de Lozoya presentables.

Hay una familia en el oriente asturiano en la que un ancestro, allá por el Renacimiento, cargó sobre sus fuertes hombros de gañán al joven Emperador flamenco, para preservar el delicado terciopelo de sus escarpines, cuando aquel mozalbete de Gante vino a conocer su finca heredada y desembarcó en San Vicente de la Barquera -¿o fue en Santillana? A lo mejor fue en Villaviciosa- Resultado: fundación de la estirpe del Marquesado del Real Transporte, con uno de cuyos últimos avatares, hace años, tuve el honor de desparramarme en torno a unas cajas de sidra. Yo, no él, que siempre vestía un blazer para ir a las sidrerías.

Y así es como el comentario de mí compadre -impagable maestro de agudezas- me parece hoy muy pertinente, como de costumbre.

Se produce en un momento en el que, inesperadamente, se ha acabado un llamado período electoral, cuya duración parecía no tener fin, y nuevas o novísimas prosapias colocarán, si Dios no lo remedia, el primer sillar de su pelaje. Ya se sabe; se empieza haciendo una marca de tijera en el lomo de un choto en el mercado de ganado y se acaba colocando un blasón en la tapia del adosado. Es lo que ahora conocemos por “logofilia”, pero que es una manía muy antigua.

De todas formas, hay que reconocer que ser cesado en un período como el actual, con un horizonte tan sombrío, es una verdadera putada. Aunque… a lo mejor, lo es algo menos.

A lo largo de un disfrute del poder de ocho años hay que ser un manazas o un soñador para no crearse una red de estómagos más o menos agradecidos, que le proporcionen a uno la plataforma adecuada desde la que desarrollar toda la potencialidad contenida en el más valioso de los bienes adquiridos : la agenda. O la Blackberry que, mira tú como son las cosas, resulta que no es una zarzamora.

Así nacen las nuevas sagas. Los linajes de los que nadie recordará su origen en un productivo ERE, pasados unos decenios. Y eso es así porque a los propios vástagos de los corruptos, o sea sus descendientes directos, en los colleges de North Caroline donde estudiarán, nunca les hablarán de los sucios barrizales en los que chapoteaba su padre.

Todo lo contrario de lo ocurrido a sus predecesores en el dudoso arte de la hijuela mal adquirida, que se educaron en el Colegio del Pilar, y a quienes el padre Anselmo les glosaba a menudo la figura benefactora de su papá. El de ellos, no el del cura.

Tampoco sus futuros partners, en el despacho de marketing en el que los colocarán al final de sus estudios, pensarán que son otra cosa que unos niños mimados como ellos mismos. O sea lo que ahora se conoce como pijos.

Luego construirán con otras gentes ideológicamente decentes una urbanización muy exclusiva llena de Cayenes y Termomixes. En ella habitarán una buena proporción de ex-algo, y sus raíces poco presentables se irán difuminando en virtud de una eficaz endogamia. Y la llamarán tal vez 110 Villas, para distinguirla de la de la generación del tío Felipe; pero eso sí; también esta estará llena de artistas, actores, diseñadores y otros graciosos de vitrina.

Y encima los pobres ingenuos no sabrán que son unos horteras, porque ¡oye tú! los horteras siempre han sido de derechas… ¿o qué?

Eso sí, hay una saga que se está consumiendo. Aquello que daba tanta risa y que era llegar a ser un notable de izquierdas teniendo un progenitor falangista de primera hora, reciclado o no, se está acabando por simples razones biológicas. Ya no hay Oucas-Leles que paren la circulación en la Plaza de la Cibeles un día laborable a las 13 horas, para hacer una fotografía-obra-de-arte de a cinco millones de pesetas la pieza por encargo del Ayuntamiento.

Y todo porque papá Tomás Allende y García Baxter, falangista de vieja cepa, de los que en los ’80 aún conservaban intacta su revolución pendiente, y presidente de Telefónica a la sazón, use uno de sus artefactos para hablar con el alcalde, o alguno de sus guardaespaldas políticos, de la niña hiper-progre que le ha salido.

Por cierto y hablando de crisis; de entre los personajes que conocí en mis tiempos de “La Gaceta”, este mismo sujeto fue el único que se permitió desmelenarse con un speech digno del Benito Mussolini más efervescente –de quien por otro lado se declaró abiertamente rendido admirador- al hablar de las medidas gubernamentales más adecuadas en su opinión para salir de la crisis económica de la época en que lo entrevistamos.

Y por seguir con urbanizaciones; la crónica del corazón, que se ha ocupado estos días del transcendental asunto del futuro hogar de los Rodríguez (José Luis y Sonsoles), señalaba alarmada la desavenencia manifestada por el dúo gótico, respecto del proyecto expresado en su día por los papás -y las mamás- de volver a la bucólica calma provinciana de León.

El rechazo de las raíces que encierra ese gesto, por parte de las nuevas generaciones, ilustra lo expresado más arriba. Pero la querella ocasionada por el afán juvenil de permanecer en la capital, no se ha resuelto de cualquier manera. Oye, no se trata de instalarse en la Milla de Oro, como el tío Felipe. Ni en Chamberí, donde vive gente tan poco recomendable como yo. Ni mucho menos de Chueca, que es jardín de florecillas tempranas como Zerolo. No. La cosa va de Somosaguas, no sé si me entiendes…

Bueno, pues nada. Acomodémonos en nuestra butaca y a gozar del espectáculo, que no por previsible hasta la náusea será menos grotesco.

Pero es que la alternativa sería mirar a Rajoy, con una sombrilla en la mano y todos los focos reflejados en su ajustado traje de lentejuelas, intentando dar el triple salto mortal en la cuerda floja de la crisis.

Y oye, uno no está para sustos.

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