.

.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Carta abierta a los alegres compadres de Sol.

Estimados conciudadanos indignados, concienciados, solidarios y otras hierbas (toleradas, que no legalizadas)

Os envío esta nota como respuesta a las supuestas invitaciones que me ha parecido ver sugeridas en vuestras declaraciones animando a participar en referéndums, ocupaciones de espacios públicos, asambleas, manifestaciones y otras divertidas tareas.

Creo que es deber de todo ciudadano libre expresar sus opiniones sobre aquellos acontecimientos que afectan a la convivencia. No tanto para tratar de influir en ellos – al menos en mí caso- como para dejar constancia de que nada de eso me resulta en absoluto indiferente.

En consecuencia, me veo obligado a declarar, ahora y aquí, mí más cordial desacuerdo con los principios esenciales de vuestra propuesta y a exponer asimismo las razones de mi rechazo.

Tal vez sea bueno aclararos ante todo que el objeto de mí rechazo son los “fundamentos políticos” de vuestra actitud y no los aspectos concretos de vuestra reclamación. Respecto de esto último, algunas de vuestras observaciones sobre el mediocre, cuando no nefasto, funcionamiento de muchos de los instrumentos del Estado, habría que ser un necio para no suscribirlas.

Pero el verdadero problema no radica, en mí opinión, en algo tan evidente como la pésima gestión desarrollada por los dirigentes elegidos libremente por nosotros. No. La cuestión esencial se sitúa en un terreno mucho más difícil de manejar. Es este un terreno en el que no hay papel de víctima en el que refugiarse. En él es inútil pretender trasladar la responsabilidad a ”un culpable”. A un demonio “origen de todos los males”.

Ese es un escenario que nunca montarán los políticos. Porque a muy pocos autores se les ha ocurrido nunca escribir una obra declarando culpable de algo al publico cuyo aplauso se ambiciona. Y si ha habido alguno probablemente haya acabado dedicándose a otros menesteres.

Y, sin embargo, yo opino que nada se conseguirá en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas colectivos sino empezamos a indagar por el principio, de una vez por todas. Es decir, en torno a algo tan aparentemente absurdo como es la hipótesis de que los primeros, verdaderos y únicos responsables de cualquier situación que nos afecte podamos ser nosotros mismos; los propios ciudadanos.

Y el caso es que no se trata de nada absurdo ya que desde hace treinta y tres años los españoles hemos aceptado vivir en un Estado regido por un sistema democrático. Sistema, por cierto, que nos fue impuesto afortunadamente, porque si por el pueblo soberano fuera, aún seguiríamos venerando la imagen de “aquel santo”, ante el catafalco del cual hemos visto desfilar tres millones de afligidos adoradores. (Supongo que todos ellos votarían al PSOE algunos meses más tarde)

[Lo expreso así porque, siempre en mí modesta opinión, los pueblos suelen vivir bajo el régimen que prefiere la mayoría; ya sea este dictatorial o democrático. Y ya sea así mismo motivado por voluntad, por complicidad, por desidia cívica o por todo ello a un tiempo]

Lo que suele conocerse por democracia [digamos “moderna” para distinguirla de la “clásica” de los atenienses] no es ni más ni menos que un mecanismo de relaciones políticas. Un sistema. Una herramienta sin cualidades. Y por lo tanto neutral. O sea que en ningún caso puede ser de izquierdas, de derechas, de arriba o de abajo…

Aunque en boca de Alexis de Tocqueville y hablando de la Revolución Americana, sería mejor describirla como “actitud individual”; un estado de ánimo adoptado por una mayoría. Definición (o más bien deseo) con la que no puedo estar más de acuerdo. No se puede simplemente asumir la democracia. Eso significaría que también se podría asumir cualquier otra ocurrencia política, o dejar de asumirla si las circunstancias cambiasen.

Se es demócrata, como se es decente. Y probablemente por razones análogas. Y no se deja nunca de serlo porque para ninguna de las dos cosas hay alternativa.

En cualquier caso, ese sistema es lo que es. Con todas las limitaciones que le impone el problema esencial que tratamos de resolver con él : la convivencia con nuestros semejantes. Y a nadie se le ha ocurrido nada menos malo, de momento.

Si os soy plenamente sincero, al ver el adjetivo calificativo REAL de vuestro lema, se me disiparon algunas de las dudas que la novedad de vuestra aparición me había suscitado.

Para mí, que empecé a suspirar adolescentemente con el término DEMOCRACIA allá por los últimos cincuenta, todo adjetivo asociado a esa palabra, por ejemplo “popular, orgánica, bolivariana, islamista, progresista, real o imaginaria”, denota en quien lo utiliza una de estas dos cosas: a) O no ha alcanzado el grado de madurez política mínimamente exigible a un adulto consciente (pocos), y b) O simplemente es un anti-demócrata (la mayoría).

Con las frecuentes fórmulas bienintencionadas que tratan de mejorar la "mala salud" sempiterna de la dichosa democracia, pasa exactamente lo mismo. “Hay que profundizar en la democracia”. “Reclamamos una regeneración democrática...”

Al parecer Diderot, Montesquieu, Jefferson y compañía no fueron lo suficientemente buenos como para detectar la superficialidad de su invento, ni su probable degeneración. Menos mal que han aparecido entre vosotros unos inspirados “expertos en cada materia” que van a salvar a nuestra recién estrenada/caducada forma de convivir, sacándonos de nuestro porfiado error.

Lo malo es que algunos de nosotros procedemos de los ambientes políticos en los que se inventaron hace muchos años todos esos trasnochados cachivaches ideológicos [que parecen tener siete vidas] que presentáis como el top del top político. El olor a naftalina que desprenden es tan persistente que se percibe incluso a través de esa maraña reticular en la que tanta gente anónima parece estar ”enredada”.

De momento, vuestros “expertos” no me han contado nada que no sepa que es falso desde hace más de cuarenta años. Y a no ser que tengan alguna idea original guardada donde yo no puedo verla, creedme, no tienen mucho futuro. O a lo mejor sí. Y entonces… ¡ Dios nos coja confesados!

¿Qué decir del “referendum”, arma predilecta de todo dictador que se precie?

¿Qué legitimidad tienen sus organizadores? ¿Alguien los eligió y no me enteré? ¿A quién se refiere en concreto el impersonal SE en vuestra expresión: “La formulación exacta de las preguntas SE irá concretando durante los próximos meses”?¿Es un impersonal o un reflexivo ese SE? ¿Cuánta gente se supone que es suficiente para legitimar el proceso, sus mecanismos, su contenido y las conclusiones derivadas de su “resultado”? ¿Con qué autoridad moral, u otra, una minoría (necesariamente) decide quién o quienes dirigirán esa experiencia? ¿Cuántas consultas populares habrá que convocar al cabo del año? ¿Puede un país moderno estar sometiendo permanentemente sus decisiones urgentes a un proceso asambleario?¿No correrá ese país el riesgo de morirse de igualitarismo que es, al fin y al cabo, una muerte como otra cualquiera?

Leyendo al profesor Ferrán Gallego de la Universidad de Barcelona, y uno de los especialistas más respetados en el estudio de los precedentes y desarrollo del nazismo en la Alemania de entreguerras, se llega a la conclusión de que una de las estrategias más eficazmente utilizadas por la peste parda para ganar las elecciones de Septiembre de 1930, fecha de la "postura" del huevo fatídico, fue la de una política de presencia física, de ocupación de los espacios públicos de la indefensa República de Weimar.

Esa presencia permanente, ubicua y obsesiva de unos signos de identidad y la tabarra cacofónica de unos símbolos astutamente escogidos, acabó por convertirse en una especie de refugio virtual para el espíritu del ciudadano alemán, aún no recuperado del terrorífico trauma de la Gran Guerra , en el que esconder sus temores crecientes a un colapso total. Temores realimentados durante varios años por la verborrea demagógica y el populismo ramplón de los profetas del apocalipsis democrático.

“En cierto sentido tienen bastante razón” aseguraban ciertas almas cándidas. “En realidad son un mal menor” declaraban los optimistas incorregibles. Parecería un mal mayor o un mal menor, pero tres años más tarde, y precisamente mediante un referendum sin sombra de duda respecto de su rigor democrático, se otorgaron al fantoche bohemio los plenos poderes con los que inició su portentosa carrera. Su hazaña culminó doce años más tarde con un “aligeramiento” de la población mundial estimado en 70 millones de sus habitantes.

También los nazis contaban con “experten" en muchas materias útiles para sus fines y supieron emplearlos con gran eficiencia. Las técnicas de integración de masas, desarrolladas entonces en base a la recientemente inventada “propaganda”, lo fueron con tal eficacia que algunos de sus preceptos siguen en vigor actualmente, noventa años después.

Un buen ejemplo fue su innovadora utilización de un lenguaje semántico–emotivo en textos, imágenes y sonidos. La sustitución del discurso por la consigna. El uso de la emoción y no de la razón como vector primero del entendimiento. El slogan integrador como síntesis conceptual.

Fue algo así como el invento del fast food de la comunicación.

Aunque parezca increíble, algunas de las frases ingeniosas con vocación de grafittis de deslumbrante brillantez; obras maestras del tumultuoso triunfo de la adrenalina sobre el cerebro en el momento de su aparición en las paredes del París de los años sesenta, están sustituyendo aquí y ahora a la reflexión individual. Con la misma eficacia que tuvieron en su tiempo. Y con la “ventaja” añadida de que no hay ni siquiera necesidad de re-inventarlas, pues gracias al analfabetismo insuperable que afecta a las actuales masas de nuestro país, con traducirlas tal cual es suficiente.

¿Y qué decir de símbolos como el de “La Acampada”? Concepto este perfectamente absurdo, ya que solo se acampa en el campo, o por lo menos así era hasta la aparición de los trasmallos sociales. Ese bucólico enunciado, de astuta ambigüedad, reiterado infatigablemente mediante una apabullante tautología, se convierte en un aglutinante social poliédrico casi perfecto. Se le pueden atribuir toda clase de cualidades; el ser provisional, colectivo, horizontal, igualitario, molesto, “colorista”, okupa, alternativo, ruidoso, transversal, multicultural, transgresor...etc. Sin embargo, a pesar de eso y por encima de todo, lo que es de verdad es MEDIÁTICO.

Cuando una pintoresca anécdota protagonizada por una exigua minoría de ociosos aburridos alcanza su warholiano cuarto de hora de fama impreso en una página del “The New York Times”, la cosa empieza a ser inquietante. Y así fue efectivamente como se inventó la “Espanich Revoluchion” de mí querido Luis Español.

El mismo eco que consiguieron en su día los nazis con la ocupación permanente de las calles y cientos de miles de uniformados durante un año, lo conseguís hoy aquí diez mil perros-flauta en quince días. En eso la tecnología de la comunicación está cumpliendo una misión semejante a la de la radio en el año 1930, pero de una forma infinitamente más eficaz.

Por cierto, Rocky Suhayda,el presidente del ANP (American Nazi Party) ha animado a sus chicos a que apoyen el movimiento Occupy (indignados americanos inspirados en los españoles)con frases como "El actual sistema capitalista es depredador; recortar las prestaciones sociales es una ofensa, rebajar los impuestos a los ricos es absurdo", y hay que "resistir" contra la "avaricia de los banqueros de Wall Street". ¿Os suena?¿Os preocupa?

Si hombre sí, ya sé que no pueden establecerse analogías lineales entre todas esas cosas. ¡Claro! Ni lo pretendo. Simplemente las pongo de pié sobre el tapete por si una vez vistas así en conjunto y en perspectiva nos llaman un poco más la atención sus inquietantes similitudes. ¿Vale?

Y luego nos ponemos a pensar. Si no es mucho pedir, claro.

Con afecto.



P.S.
¡Ah! Se me olvidaba, creo así mismo que es mi deber declararme totalmente de acuerdo con vuestra petición de no otorgar nuestra confianza a ningún político. Entre los cuales, como es natural, estáis incluidos todos vosotros y vuestros “experten”.

1 comentario:

  1. Me encanta tu entrada y muy especialmente tu gran apotegma que te copio y voy a poner en mi web: "Se es demócrata, como se es decente. Y probablemente por razones análogas. Y no se deja nunca de serlo porque para ninguna de las dos cosas hay alternativa".

    ResponderEliminar