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miércoles, 1 de mayo de 2013

PSOE. La intriga que no cesa.


Circula estos días, por las llamadas redes sociales, una solicitud de firmas “para pedir la dimisión del gobierno en bloque y la convocatoria de elecciones”. En ella se afirma que la cifra de las ya conseguidas es de 6.202.700, y se calcula en 6.046.117 las aún necesarias para conseguir la finalidad perseguida.

El empelo del modo imperativo en los mensajes públicos de toda índole, especialmente en el de la publicidad, en el que la tasa de utilización alcanza el 90%, ha conseguido la notable hazaña de convertir en banal un modo verbal, cuya utilización hasta hace poco tiempo estaba restringida a aquellas estructuras en la las que la autoridad es su elemento esencial. Como por ejemplo las fuerzas armadas o el mundo judicial.

La dureza de la expresión imperativa trata de suavizarse en esos mensajes mediante otra novedosa utilización pronominal, seguramente fruto de la juvenil horizontalidad social que nos anega, y que consiste esa tendencia igualmente mostrenca del uso inmoderado del tuteo.

¡Firma la petición!

Esta sutil manera de inducir amablemente al ciudadano a participar en algo que en el mundo democrático no cabe otra forma de definirlo más que como golpe de estado no violento, en la medida que trata de alcanzar el poder mediante un mecanismo ajeno a sus reglas del sistema, no es una estrategia nada novedosa respecto de los hábitos históricos de una izquierda como la representada en España por el Partido Socialista Obrero Español.

Esta práctica está históricamente unida a dicho partido, siempre que este se ha encontrado en la oposición. Es decir, la idea que prevalece en esa formación política es la de que, cuando se pierden unas elecciones y teniendo en cuenta la enraizada convicción de que el término democracia va exclusivamente ligado a un gobierno de la izquierda, cualquier medio es aceptable para restaurar esa democracia. Esto es, para hacerse con el poder.

Las formas concretas adoptadas por el PSOE, en los intentos de extorsión política que han tenido lugar a lo largo de los períodos democráticos en nuestro país, han recurrido a modalidades diversas y acordes con las circunstancias.

Tras el triunfo electoral del centro-derecha en el segundo bienio de la II República Española, 1933-1935, llamado “bienio negro” por la izquierda, tuvo lugar la forma más radical del fenómeno mencionado con la declaración de una huelga general revolucionaria, que en el caso de regiones de mayoría de votantes de izquierdas como Asturias tomo forma de revolución armada, con los lamentables resultados conocidos.

Las elecciones de febrero de 1936, cuyo escrutinio deja mucho que desear a juicio de muchos historiadores, dio el triunfo a la coalición del Frente Popular y su mayoría exigua no fue obstáculo para el establecimiento de un estado pre-revolucionario en el que se llevaron a cabo excesos como el del ataque al clero católico, con la quema de numerosas iglesias y conventos, y con las fatales consecuencias finales que todos recordamos.

Una constante en la labor desestabilizadora practicada por el PSOE fue su permanente presencia en el seno de las fuerzas policiales, que culminó con el asesinato de José Calvo Sotelo a manos de un mando de la Guardia de Asalto, el equivalente de la guardia republicana francesa, miembro del partido. Hecho que constituyó la coartada esgrimida por los militares golpista del 18 de Julio.

Tras la peor de las consecuencias de estos hechos, como fue una dictadura de treinta y siete años de duración, de nuevo apareció la democracia en este desdichado país. La primera elecciones fueron perdidas por un PSOE rejuvenecido, pero en cuyo ADN seguía anclada su tendencia a no respetar los resultados electorales adversos.

El ataque permanente al poder instituido en 1977 democráticamente, se llevó a cabo mediante los medios moderados propios de los períodos de calma política; agitación en las calles, huelgas generales y la eficaz colaboración de medios de comunicación afines. Pero algún detalle poco conocido del público deja percibir incluso ciertas sombras sobre el papel del PSOE en el grotesco intento de golpe del 23 de Febrero de 1981.

Yo escuché personalmente a Enrique Mújica, presidente de la Comisión de Defensa, describir el almuerzo que mantuvo, junto con otras personas, con el jefe anunciado del golpe, el general Alfonso Armada, en las vísperas del asalto al Congreso, y una vez conseguida en el mes de Enero la nunca explicada renuncia del presidente Adolfo Suarez, a quien el PSOE llevaba dos años hostigando de forma inmisericorde con todos los medios a su alcance.

En el juicio subsiguiente a la fracasada intentona, algunos de los militares golpistas acusaron a Múgica de haber participado en una conversación en la que se habría aludido a la necesidad de dar un golpe de timón. Incluso no hace tanto, en 2009, el ex presidente de la Generalitat Jordi Pujol declaró que Mújica habría consultado su opinión, en 1980,  acerca de la posibilidad de forzar la dimisión de Suarez, y su sustitución por un militar moderado y demócrata.

Tras el largo y problemático período felipista, cuando el Partido Popular ganó las elecciones de 1996, la nueva situación del PSOE en la oposición volvió a reflotar las prácticas habituales de hostigamiento al gobierno desde la calle. La catástrofe ecológica provocada por el naufragio del buque Prestige, en el litoral gallego, propició una oportunidad de movilización callejera que no supondría más que un prólogo a la gran campaña desatada contra la intervención de España en el conflicto de Irak, dentro de alianza de países occidentales.

Pero cuando se puso en marcha el verdadero ataque frontal al partido que se presentaba con una gran ventaja en los sondeos de las elecciones de 2004, tras el fracaso de la huelga general del 2002, fue el desencadenado a raíz del atentado terrorista de la estación de Atocha,

En este caso, parece evidente que el gobierno fue intoxicado desde unos centros policiales, en los que figuraban significados responsables de militancia socialista, en las primeras horas tras la tragedia, de manera que manipulando unos supuestos indicios iniciales, indujeron unas declaraciones gubernamentales que atribuyeron a la ETA la autoría del atentado, como por otra parte una mayoría de ciudadanos sospechaba.

El súbito desencadenamiento de una movilización callejera, no tan numerosa como ruidosa, tenaz y activa, junto con una actuación de los lideres socialistas de total desprecio de las reglas más elementales de la democracia y el apoyo cerrado de ciertos medios de comunicación, dieron como resultado un inesperado vuelco en las votaciones.

Conviene ser prudente en casos como este, pero la actitud claudicante del ganador partido socialista en un llamado proceso de paz con los etarras, desde los primeros momentos del gobierno Zapatero, no dejan de provocar una cierto número de interrogantes respecto de la enmarañada e inconclusa investigación del atentado.

Difícilmente podría calificarse lo ocurrido en el plazo de esos pocos días de otra forma que con el término de golpe de estado institucional.

En el presente, de nuevo el PSOE ha perdido hace un año las elecciones y de nuevo han aparecido exactamente los mismos síntomas. Montados esta vez sobre diversos argumentos en los que el karma de el gobierno nos miente, que tan buenos resultados les dio en marzo del 2004, vuelve a saturar las pancartas de las movilizaciones.

En esta oportunidad, grupos sociales de una inconsistencia ideológica patente, como el llamado movimiento de los indignados, o los afectados por la llamada crisis de las hipotecas, toman el papel de comparsas útiles, como en el 11M lo fueron los grupos anti-sistema. Los acosos a líderes del partido del gobierno es la parte novedosa del asunto.

La música de fondo sigue siendo la misma que en 1934. La letra es una versión adaptada a los tiempos presentes.

El ciudadano ignorante y bienintencionado, no suele pararse a pensar que la llamada socialdemocracia no es más que una versión del comunismo que trata de alcanzar los mismos fines, es decir, la toma del poder del estado y el establecimiento de una sociedad sin clases, pero utilizando los medios que la democracia le proporciona.

Salvando las distancias, es exactamente la misma estrategia que decidió Hitler, tras el fracaso del putch revolucionario de Munich en 1923.

Por eso rompen sin complejo alguno cualquier regla democrática que obstaculice su objetivo de hacerse con el poder, cuando están en la oposición. Y esto, a pesar de que la izquierda haya muerto definitivamente en 1989, valga la tautología, cuando su alma mater, la Unión Soviética, agotó su sueño totalitario.

Lo que queda es enterrar ese cadáver de una vez por todas.  

(y para que no haya dudas sobre quien escribe esto, sabed que ese cartel de ahí arriba lo dibujé yo cuando aún creía que los pájaros mamaban)

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