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jueves, 20 de septiembre de 2012

El turco sube las apuestas. (II)

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Las oposiciones anticolonialismo, anticapitalismo, antiimperialismo, antiamericanismo y antisionismo o, si se quiere, el anti-occidentalismo para abreviar, sembrados en su día por el bloque comunista, no consiguieron en su tiempo los objetivos propuestos y el imperio proletario acabó por desmoronarse.

Pero el espantapájaros del Tercer Mundo que la URSS había inventado y blandido como arma arrojadiza contra occidente, cobró vida propia de pronto, mientras el despojo comunista iba quedando abandonado en una cuneta de la historia.

La aparición de una avanzadilla de Occidente en el área, el estado de Israel, había forzado la puesta en marcha de una estrategia nacionalista por parte de los países circundantes. Al principio, con la guerra del 1948, intentaron crear una cruzada de liberación como la que se estaba cociendo en Indochina. Después del fracaso militar, y años más tarde, en su afán de imitación, trataron así mismo de crear una insurrección de carácter terrorista al estilo del FLN argelino.

Pero todos estos intentos no contaban con la determinación de un pueblo como el judío, al que esa culminación demencial de su eterna persecución que fue Auschwitz, le condujo a tomar la decisión de descartar definitivamente su sempiterno rol histórico de víctima. Pronto sus adversarios se dieron cuenta, sumando a sus fracasos la sorpresa y la frustración. 

Entonces, el llamado Tercer Mundo, en su versión árabe, menospreciado hasta entonces y agazapándose tras el poderoso blindaje del chantaje energético que le proporcionaba el petróleo, avivó el casi extinguido rescoldo del caduco anticolonialismo, y “fabricó” para ello unas indispensables y bien diseñadas “víctimas”.

El “diseño” de un pueblo inexistente, como era el “pueblo palestino”, hay que atribuírselo en justicia a su creador, el coronel Nasser, asesorado por un equipo de expertos del Komintern de Moscú.

Este invento tuvo la fortuna de poder compensar su evidente falta de historia real, con el aprovechamiento de una eficaz campaña de marketing político con la que el bloque comunista había ido construyendo durante años el prestigio de la marca: “Pueblo Vietnamita”.

El recién estrenado “Pueblo Palestino” se encontró de esta forma con el regalo de un estimable  valor político añadido. Asociando su nombre al de su “victorioso” antecesor surasiático, en el imaginario fantasmático de la kultur-progresía occidental, apareció en escena en los años sesenta.

Poco más tarde ocupó todo el espacio mediático, cuando aquel “victorioso pueblo” asiático, y su primo camboyano, empezaron a tener que hacerse cargo de un menester menos “heroico” que el de echar al mar a los “invasores”. Se trataba ahora de encerrar a millones de sus conciudadanos en los llamados “campos de reeducación”, también llamados “campos de la muerte”.

La lucha “anticolonial” acabó agotando así su retórica, precisamente en el Sureste Asiático. Allí, al final del conflicto, todos estos “movimientos de liberación nacional”, y sus entusiasmados compañeros de viaje occidentales, habían celebrado una victoria que, en realidad, no lo había sido.

Ninguno de ellos comprendió la clave de la nueva dialéctica que había inaugurado el final de aquel conflicto. Con el se había terminado un período histórico y se inauguraba una nueva época, y en el nuevo paradigma los términos dialécticos estaba colocados de forma diferente.

A pesar de las apariencias, no habían ganado sus amigos. Simplemente, habían perdido sus enemigos. Lo cual no es lo mismo.

Los países árabes del Próximo Oriente, estimulados por esa falsa victoria, lo intentaron más veces y más veces se equivocaron. Tuvieron que pararse a reflexionar. Era el momento de diseñar una nueva estrategia, para una nueva era. No más planteamientos militares.

Los Nasser y otros hombres providenciales habían fracasado y algunos de sus sucesores empezaban incluso a valorar las ofertas que desde occidente se les hacían, si se olvidaban de intentar echar a Israel al mar.

Es cierto que quedaban aún algunos líderes de la ideología nazi-baasista, como Sadam Hussein , Bashar el-Assad o el “colgado” de Libia, amén de otros tiranuelos residuales del nacionalismo panárabe con notable poder dinástico, enorme influencia económica y algunas alianzas oportunistas con los infieles. Pero la presión religiosa era ya creciente en sus respectivos países. Irían cayendo uno a uno, empezando por el Shah de Irán. Y en esas están todavía.

Decididamente había llegado el momento de los clérigos.

Los objetivos políticos planteados hasta aquel momento, mezcla de vagas reivindicaciones nacional-sociales ajenas al relato coránico, o los condicionamientos geopolíticos derivados de los intereses de las potencias infieles, fueron substituidos aceleradamente por la misión sagrada y eterna de la expansión religiosa del Islam.

Ya no se trataba de conquistas militares. Se trataba del triunfo de la fe coránica. Y para hacerse cargo de él, como en 1034 en la Persia de Hassan Bin Sabbah, aparecieron los profetas del horror y sus modernos mensajeros Hassassin: los nuevos terroristas místicos.

Un dato esencial para entender la nueva estrategia es que, gracias a las modernas tecnologías, esta tiene una dirección totalmente descentralizada. Los mollahs, líderes religiosos, actúan por iniciativa propia. Aunque esta desestructuración tiene también sus inconvenientes, y las rencillas y choques entre facciones, sectas y personalidades están al orden del día, como hace siete siglos.

La gran novedad que trajo consigo la dirección clerical de la lucha es que, esta, puso en marcha una estrategia de carácter metafísico. Su apuesta se  basaba en la debilidad existencial que padece toda persona civilizada, al ser incapaz de asumir el culto a la muerte y el desprecio de la vida que inspiran los principios del Corán en sus seguidores. La civilización greco-judeo-cristiana tiene ahí su talón de Aquiles.

Fuera de Israel, saben que la sociedad occidental, en su conjunto, está reblandecida por sus enfermizos procesos de culpabilización y, ante esa evidencia, proponen una ofensiva en varios frentes.

El primero es la acción violenta y Paris, New York, Londres y Madrid son sumidos en el horror de la sangre, pero bajo modalidades de acción inéditas hasta entonces. El actual hombre-explosivo suicida, ha sustituido a las armas y medios militares, empleadas hasta ahora como en en Munich, Entebbe, etc. Es preciso reconocer que, objetivamente, la inhumanidad de esa arma, hace de ella un instrumento letal casi definitivo, frente al que apenas hay defensa posible.

El segundo consiste en una imparable quinta columna que lleva años instalando sus vivac en los suburbios de nuestra ciudades, a la que se suma la bomba demográfica, de la que en algunos países, como Holanda, ya se empieza a sentir la onda de choque. El hábil abuso legal que llevan a cabo con nuestras leyes sociales es otro recurso ante el que poseemos escasas respuestas.

 Además, poderosos financieros vestidos con keffiyeh y agal han colocado ya sus dorados cepos en nuestras economías, mientras, en lugar de crear mecanismos de defensa, nuestros inmundos lameculos y serviles pescadores de aguas turbias tienden también las redes a su sombra, haciéndoles el juego para recoger las migajas.

De momento, y mientras nuestra sociedad no espabile, su estrategia seguirá siendo la acertada y sus triunfos visibles.

Aunque también es verdad que se han abierto frentes internos. Catorce siglos después de la muerte del godfather, las antiguas rencillas familiares siguen vivas, disputándose el botín. La corriente salafista o wahhabista que defienden los riquisísimos sátrapas de la tribu de los Saud en Arabia, quiere aplicar literalmente lo que recitaban de palabra los antiguos, mientras los yihadistas, que son más impacientes, pretenden introducir esas enseñanzas incrustando literalmente los libros en las cabezas de los infieles.

Además están los asuntos de herencia entre los Chiis del partido de Alí, un primo del padrino, y sus enemigos mortales los Sunnis, que se disputan la herencia del poder desde la desaparición de aquel en el 633. Casi nada.

Este año, el de la irresistible ascensión de los HM(Hermanos Musulmanes), esos modernos ex– alumnos en las universidades de Occidente, que manejan un sofisticado mix político-terrorista y están enfrentados con los esencialistas de Riyadh, nos ha traído el estreno de una nueva trampa mediática titulada “Primavera Árabe”.

En ella, nos han proporcionado el papel de fuerza de apoyo para una supuesta instauración de la democracia, sin la cual les hubiese sido imposible acceder al control del poder en la orilla sur del Mediterráneo.

Algunos gritamos enseguida ¡alarma!. Los síntomas eran evidentes. Su estrategia era conocida de sobra desde los años ’90 en Afghanistan. Estaba clarísimo. ¡Esa película ya la habíamos visto! Iba a ser “Los Muyahidines de la Libertad”, segunda parte. Pero nada… Occidente aceptó el trato entonces y Ellos ya tienen el poder ahora.

Estos días ya nos han recordado el aniversario del 11-S, masacrando a cuatro diplomáticos en Bengasi, (de esa parte oriental de Libia y su relación con al Qaeda ya he hablado en otro blog) y asaltando embajadas en El Cairo y Yemen

¡Y estos estúpidos, que no entienden nada de nada, siguen hablando de una “película” e incluso están dispuestos a pedir perdón, mientras los “colgados” de Charlie Hebdo, recorren el polvorín borrachos, y con una antorcha encendida en la mano!

Para vomitar.

2 comentarios:

  1. Te leo y me inquieto porque comparto tus temores. Hace treinta años no había hombres bomba. Los malos van ganando. No es culpa, por cierto, de los palestinos (algún nombre había que darles, ¿no?).
    No veo luz al fondo del túnel, veo que tras las oscuridad hay más oscuridad y una noche inacabable...

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  2. Los palestinos querido Luis son TODOS aquellos que habitan ese territorio al que los ingleses llamaron Palestina.Árabes y judíos.

    Respecto del pueblo árabe de Palestina te diré que solo me inspira, primero compasión por los contínuos sufrimientos que padecen los más débiles, y después repugnancia por la vil utilización que hacen de ellos los que, desde el principio, los convencieron de que su destino historico era el de servir de carne de cañón o material útil y desechable, en una guerra eminentemente mediática en la que cada niño o mujer muerto es un punto favorable en su miserable score.

    El "Pueblo Palestino" no es más que una marca. Como "pueblo" nunca existió. No tiene origen ni historia. Es una pura invención, y lo que es más indignante es que ese invento sirve para usurpar la existencia de un verdadero pueblo cuyos auténticos intereses nunca han sido tenidos en cuenta,y han sido sustituídos por otros cuyo origen está muy lejos de Palestina.

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