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lunes, 17 de septiembre de 2012

Libia, Egipto, Yemen. El turco sube las apuestas. (I)

Vaya por delante la lamentable constatación del agravamiento de mi islamofobia. Ya reconocí en su día mi padecimiento. Sufro esta patología desde el 11 de Septiembre de 2001.

Pero las patologías tienen un origen y un desarrollo; y la condición preliminar para enfrentarse  a ellas consiste en detectar sus causas profundas a fin de establecer un diagnóstico preciso, y prescribir la terapia adecuada.

El temor fóbico que padezco está provocado por mi convicción de que existe una amenaza real para nuestra civilización occidental.

Ese desafío tiene su origen en el último rebrote -hasta ahora- de la Peste Totalitaria, cuyo actual Zombi se ha reencarnado para esta ocasión en un rudimentario vestigio religioso de la Edad Media; una especie de fósil teológico; una curiosidad antropológica que se ha conservado de forma inaudita en los desiertos marginales del camino de la historia.

Pero esa supervivencia no se debe a ningún prodigio o azar arbitrario. Se debe a la naturaleza misma de su núcleo doctrinal. En él se especifica, sin posibilidad de error, la obligación de vivir sometido y de acuerdo con los inmutables preceptos contenidos en un libro de instrucciones de origen incierto.

El mencionado manual le fue revelado, al parecer, por un arcángel (Gabriel; un subcontratado de los otros dos monoteísmos) a Mahoma, que se había quedado traspuesto en uno de sus frecuentes retiros reflexivos en una cueva.

El tal Mahoma había hecho lo que se dice un buen matrimonio, otros lo llamarían braguetazo, al casarse con Jadiya, rica viuda quince años mayor que él, y propietaria de una importante empresa de transporte de mercaderías en la ruta Damasco-La Meca, en la que él mismo estaba empleado.

Tras engendrar una numerosa prole, convirtió a Jadiya en la primera fiel de su recién fundada religión. Luego tomaría otras esposas, incluso en el límite de la pederastia, según dicen las malas lenguas.

De esa época procede una leyenda en la que se da cuenta que un Mahoma inmaduro y arribista, trató de medrar acercándose a la comunidad hebrea de Medina, hasta que su pretensión de hacerse rabino fue rechazada, decisión que provocó una profunda frustración en aquel ambicioso joven.

El bueno de Mahoma, se dice, era más proclive a la reflexión que a los trabajos manuales, y fue hacia los cuarenta años cuando, en uno de sus retiros místicos, Dios le empezó a dictar a través de Yibril(Gabriel), unos versos conteniendo sus instrucciones. Estaba claro que el marido de Jadiya no estaba dispuesto a pasar por la vida sin pena ni gloria.

Como parece ser que a nuestro héroe lo de escribir no le había entusiasmado nunca, a fin de cumplir el mandato divino, echó mano de unos especialistas que, con el tiempo, derivarían en lo que todos conocemos hoy como “empollones”, pero que entonces se denominaban jafiz, o sea recitadores de memoria.

Y así fue como, en los primeros veinticinco años de divulgación de la nueva cosmogonía, esta fue confiada a la mejor o peor memoria de aquellos profesionales. Después de la muerte del predicador, un califa más moderno ordenó pasar a limpio el recitado, plasmándolo en un libro. Esta obra recibió el título de Corán. No obstante, los fieles siguen, a menudo, la tradición de aprendérselo de memoria en la escuela cuando son niños.

Yo he leído en algún sitio que ese primer libro desapareció años después en el incendio de un palacio, durante uno de los innumerables saqueos a los que siempre fueron tan aficionadas las tribus árabes, y que, de nuevo hubo que recurrir a las habilidades memorísticas de otros jafiz para redactar sucesivas ediciones. No se sabe con certeza si ya con una versión actualizada.

La ulterior historia de Mahoma, a partir de la supuesta revelación, es la de un sanguinario conquistador, a quien probablemente le fue indispensable inventarse  una milonga tan complicada como es un credo, para conseguir seducir a una banda de facinerosos y saqueadores lo suficientemente numerosa, como para emprender la conquista de todo el Mediterráneo Sur, todo Medio Oriente  y lo que quedaba del Imperio Bizantino.

O sea, aquello mismo que otro “profeta” con bigote de “mosca” definió siglos más tarde como la búsqueda de un lebensraun (“espacio vital”).

En fin, teniendo en cuanta que en el Corán se encierra el prolijo conjunto de protocolos que prescriben con todo detalle la existencia entera de los adeptos, en cualquier orden y circunstancia de su vida, no parece que la escrupulosa disciplina exigida a sus seguidores, esté en consonancia con el más que dudoso rigor memorístico en el que se basa su origen.

Disciplina esta en la que, a la vista del terrorífico catálogo de castigos previstos para los fieles eventualmente traviesos o indisciplinados, queda puesta de manifiesto la severidad de sus propósitos.

Y aquí es donde reside el origen de la  extraordinaria inmutabilidad de esta secta. Al decretar y exigir en términos de estricto fanatismo la fe de sus adictos, no dejó resquicio para la apostasía, la herejía, la desviación, la interpretación, la contestación, etc. En definitiva, para la evolución. En consecuencia, el tiempo se detuvo en el seno de esa cultura.

Tras 700 años de dominio, sus descalabros en Al Andalus y Lepanto, una vez desplazado el centro del poder islámico hacia Constantinopla, los caminos comerciales empleados por Occidente siguieron atravesando alguno de los territorios habitados por musulmanes en versión turca ahora, manteniendo estos así algún vínculo, aunque escaso, con el mundo civilizado.

Y así transcurrió su existencia, dedicados a alguna de las disciplinas más primitivas de vida, como era el nomadismo, la trata de esclavos o el lucrativo negocio de la piratería y el secuestro, con rescate incluido, hasta la aparición de la era de la segunda colonización.

Ella trajo consigo la apertura de rutas oceánicas de comercio que tocaban necesariamente litorales habitados por ellos, estableciendo bases comerciales y acabando con la inseguridad marítima. A pesar de que estos contactos mercantiles se establecieron con carácter regular, la cultura musulmana se mantuvo herméticamente impermeable a cualquier influencia del progreso.

La posterior industrialización, y la consecuente utilización de esa materia prima, que tan poca utilidad había tenido hasta entonces, y que era la brea, llamada ahora petróleo, significó un cambio radical en cuanto a la notoriedad de esta cultura en el mundo.

De ser unos míseros parias primitivos y analfabetos, pasaron súbitamente a ser unos acaudalados déspotas primitivos y analfabetos. De ello cabe deducir que esas lamentables cualidades no eran la consecuencia de su miserable situación económica anterior, sino de la actitud vital preconizada por sus creencias religiosas.

Y, ¿en qué nos afecta a nosotros ese cambio?

Bueno, esencialmente no es el cambio lo que nos afecta. El cambio no es más que una alteración de las condiciones. Ni menos tampoco; ya que esa alteración ha hecho reaparecer la antigua vocación medieval de su expansionismo hegemónico, a costa de aquellos que se suelen denominar “infrahombres” en cualquier totalitarismo, y a los que en este caso ellos denominan “infieles”.

¿Es simplemente imaginable una agresión a un mundo híper-tecnificado y ultra-protegido  como es el nuestro por parte de unos dogmáticos medievales, por muy ricos que estos sean?

No. Hasta hace unos quince años la respuesta no ofrecía duda. Pero algo ha cambiado desde la tragedia de las Twin Towers. Y lo que ha cambiado es simplemente que hemos despertado, y hemos comprendido que dormíamos en medio de una pesadilla, sin enterarnos.

Bueno, creo que estoy pecando de voluntarista. Algunos hemos despertado. Otros siguen atónitos ante el descubrimiento. Están paralizados. Era tan imposible para ellos que ocurriera lo que ocurrió, que, desde entonces, siguen tratando de no mirar la realidad a fin de que esta no exista.

Hay un montón de razones para que un delirio como este se torne real. La primera y más importante es la auto-demolición moral a la que nuestra sociedad se ha dedicado con entusiasmo, desde que la influencia del totalitarismo comunista en la postguerra introdujo en ella, y esencialmente en su estructura intelectual y educativa, las dudas morales adecuadas para que actuasen de cargas de demolición social, con espoleta retardada.

Hoy somos una sociedad carcomida por graves complejos de culpabilidad. Inducidos entonces por aquellos gánsteres ideológicos, y aprovechados ahora por estos rufianes religiosos. 

No nos falta de nada.



1 comentario:

  1. Resulta siempre fascinante leerte... En el caso del problema que apuntas, todos esos musulmanes que prefieren ser temidos que amados, el verdadero problema es la ausencia de tiempo real. El tic tac biológico no perdona, nos pone canas a todos y decide qué naciones sobrevivirán y cuáles desaparecerán. Mientras el viejo mundo redescubre las alegrías del furor del medioevo con nuevas Guerras Santas y nuevas Cruzadas, los chinos, los indios y el nuevo Japón se quedarán con el dominio del mundo. Porque una de las pocas cosas que la historia enseña y debemos aprender, es que las segundas oportunidades no existen. Y si no, al tiempo...

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