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martes, 27 de marzo de 2012

Civilización ( o sea, Civilización Occidental)

Canónicamente debería comentar el resultado de las elecciones autonómicas andaluzas. No lo voy a hacer por hastío.

Aunque con ello no acostumbro a tener mucho éxito entre mis contertulios, suelo utilizar un apotegma que declara a los gobernantes como la más genuina representación de los anhelos del pueblo, ya sea esto en una dictadura o en una democracia, del mismo modo que la nata está constituida por idéntica materia que la leche, y únicamente se distingue de esta porque ocupa la capas superiores.

Lo sucedido el pasado domingo corrobora fatalmente esa desagradable afirmación al habernos puesto inpúdicamente en evidencia una de las más deleznables interioridades morales de nuestro querido pueblo.

La denuncia pública y sin escapatoria posible de un tejido social gangrenado por la corrupción más obscena, lejos de liquidar definitivamente a un régimen que en treinta años había acabado por usurpar el espacio político al sistema democrático, esa denuncia, digo, ha sido deglutida y metabolizada civilmente por los votantes como lo que siempre ha sido: una forma de entender la vida

Al parecer, más de la mitad de los ciudadanos de esa región no rechaza la corrupción. Simplemente aguarda su oportunidad para participar en el reparto del botín. Incluso es posible que algunos de ellos la valoren como una conquista social.

Le temps ne fait rien à l’affaire, decía con sabiduría tonton George. Dos años tardó la Pepa en ser enterrada por el pueblo soberano al grito de ¡vivan las caenas! y doscientos tardó ese mismo soberano pueblo en enterrar otra oportunidad de salir de la mugre histórica, mientras gritaba entusiasmado ¡viva la podredumbre!

“Andalucía: una isla de sangre roja en un océano de sangre azul. Izquierda Unida hace fracasar el deseo de acceso al poder absoluto del señorito andaluz.”

Esta proclama propia de los tiempos del delirio anarco-comunista de Casas Viejas, ha sido proferida ayer mismo por un amigo progre en su “paredón” de FaceBook. Mi amigo no es un áspero campesino andaluz amargado por centurias de injusticia agraria. No.

Mi amigo es un excelente profesional madrileño de la fotografía, con formación universitaria en la especialidad de las ciencias económicas, de trato sensible y educado a quien, por una razón que no alcanzo a explicar, su conciencia reclama colocarse al lado de ese patético espectro llamado la izquierda. Sería tal vez interesante desvelar qué provoca esa especie de fervor estético, pero no estoy de humor.

Eso es lo que hay y eso es lo que somos.

Por eso quiero hablar de otra cosa. Bueno otra pero que es la misma. No sé si me entiendes.

¿Es nuestra civilización superiror a las otras? No. Simplemente las otras no son civilizaciones.

«Alcanzar la Ilustración consiste en abandonar la minoría de edad en al que el hombre se encuentra por su propia culpa. Ser menor de edad, es ser incapaz de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro. El hombre se encuentra por su propia culpa en ese estado de minoría de edad cuando no es la falta de entendimiento la causa, sino la falta de decisión y de coraje para servirse de ese entendimiento sin la dirección de otro. ¡Sapere aude! [¡Osa saber!] ¡Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento! Esa es la divisa de la Ilustración

Immanuele Kant. “Was ist Aufklärung?” (¿Qué es la Ilustración?)

Este continente está viviendo lo que yo estimo que es final de más de veinticinco siglos de ciclo inicial de nuestra civilización. Civilización que comenzó con las culturas mesopotámica, egipcia, judía, griega, latina y cristiano-romana, y que en el Renacimiento inició la revolución humanista que culminará en la Ilustración.

Existen CULTURAS diferentes. Cosmovisiones distintas. Maneras diversas de valorar colectivamente al individuo en su relación con el entorno y sus aspiraciones o expectativas. Cada una de ellas propone diversos planteamientos para intentar resolver los CONFLICTOS que esa relación conlleva. Al resultado de la puesta en práctica de esas propuestas es a lo que denominamos formas de convivencia. Estas están determinadas por sus distintos sistemas de ORGANIZACIÓN.

Cada cultura, pues, ha desarrollado sus formas de organización a lo largo de su historia, en función de sus particulares experiencias, de los conocimientos derivados de las mismas y de sus distintos entornos físicos o geográficos. En una palabra, las han definido según su TIEMPO, o sea su historia, y su ESPACIO, es decir su geografía.

Los conocimientos extraídos de las mencionadas experiencias, se adquirieron mediante la aproximación empírica a la realidad, y se desarrollaron en virtud de las intuiciones derivadas de ese contacto. Valorar esos conocimientos adquiridos y establecer reglas y códigos que los hiciesen útiles, constituyó la esencia de la cultura primitiva.

Los enigmas, o “huecos” en el conocimiento, que surgirán inevitablemente en esa práctica, serán el origen de las religiones. Estas, a falta de un método que hoy denominaríamos científico con el que racionalizar unas respuestas comprensibles para el hombre, crearon un universo de factores transcendentes, con los que aquel se tranquilizaba, y así se evitaba el efecto paralizador que la ignorancia y el temor a lo desconocido podrían desencadenar.

En esas cosmovisiones, o culturas, El HOMBRE no desempeñaba ningún papel especial. Estaba integrado en dicha realidad, creada por un ente superior, como una parte más de la misma y en competencia con el resto de sus rivales. El hecho singular de pensar, que distinguía a ese ser, era percibido como una simple característica práctica de esa especie.

Mientras las formas de organización derivaban de la naturaleza tribal o familiar de los clanes o grupos -una opción natural y zoológica compartida por todas las especies- una estructura jerárquica, generalmente basada en la experiencia, es decir en la edad, resolvía adecuadamente los problemas de convivencia individual.

Cuando los grupos tradicionalmente nómadas empezaron a asentarse en lugares concretos y más adecuados a nuevas expectativas, la proximidad espacial de diversas colectividades plantearon problemas inéditos de convivencia colectiva, que trataron de resolver por los mismos métodos violentos propios del nomadismo, inaugurando la serie interminable de los conflictos territoriales.

Compartiendo seguramente variables de una misma cultura, debió de llegarse en algún momento a la conclusión de que ese método antiguo no se adecuaba a la nueva realidad. Diversos clanes familiares seguramente empezaron a plantear anhelos y necesidades comunes más ambiciosos, para los que la colaboración de un mayor número de individuos era indispensable. Y claro, la tradicional organización jerárquica de origen clánico o familiar aportaba más problemas que soluciones. La nuevas expectativas demandaron un nuevo mecanismo de solución de conflictos entre los sujetos y aparecieron LAS REGLAS.

De todas las culturas que a lo largo de los tiempos han llevado a cabo ese intento, organizando esas reglas en códigos estables y poniéndolos en practica con mejor o peor fortuna, UNA SOLA de ellas evolucionó hacia una cosmovisión y una estrategia vital totalmente originales.

En su reflexión sobre la realidad, sus miembros extrajeron del conjunto al INDIVIDUO como ser viviente dotado de RAZÓN, y valoraron como una CUALIDAD SUPERIOR su capacidad de hacer proyectos, de dar forma a sus deseos. En consecuencia lo instituyeron como unidad esencial y MEDIDA DE TODAS LA COSAS.

Tras definirlo de esta forma, reconsideraron el valor del resto de esas cosas, que constituían su realidad, en función de ÉL. En resumen, lo situaron en el CENTRO de esa misma realidad.

Al realizar esta distinción categórica, los intereses y aspiraciones que se atribuyeron a ese individuo singular y simbólico, que representaba a todos los demás individuos, se codificaron en unas nuevas reglas que poseían unas características diferentes de las del resto de las definidas hasta entonces.

Eran los PRINCIPIOS. Se derivaban del carácter único y original de unos sujetos a los que definían como poseedores de CUALIDADES NATURALES. Esos principios individuales, que derivaban esas cualidades, aspiraban a ser universales, inamovibles y comunes al resto de todos aquellos a los que se consideraba semejantes.

Esas nuevas reglas eran precisamente lo que hacía diferentes a aquellos hombres de principios del resto de los seres vivientes.

Esos principios permanentes inspirarían las nuevas reglas de funcionamiento: LAS LEYES. Estas, basándose en la definición de la naturaleza de los individuos, ordenarían la convivencia entre ellos. Cuando esa nueva cultura surgida de aquellos principios humanizó el concepto del trabajo, vinculándolo a la cualidad de razonar, dio lugar a la TÉCNICA; cuando lo hizo en la actividad creativa: al ARTE, y en términos generales creó la idea de PROGRESO, es decir, la aspiración permanente de conseguir la superación de la etapa presente, en pos de nuevos horizontes incesantemente imaginados.

Esa cultura que descubrió en la RAZÓN el instrumento adecuado para liberar al hombre de la esclavitud de la fatalidad, sustituyéndola por el control de su propio destino, ha sido la que se denomina CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL.

Civilización es uno de esos sustantivos que no tienen plural. Como VIDA.

Tratar de equiparar al resto de la culturas existentes con esta Civilización, llamándolas igualmente civilizaciones, es una actitud basada en el relativismo cultural. Ello sería correcto si se tratase de conceptos semejantes cualitativamente hablando. Pero existe una diferencia esencial que hace imposible esa homologación de conceptos : la Civilización parte del axioma HUMANISTA que declara al hombre principio y fin de la creación.

Para el resto de las culturas el hombre no es mas que una parte de esa creación sometido como el resto de la realidad a una voluntad superior. Sin más.

Es obvio que los orígenes remotos de nuestra Civilización deberíamos situarlos en las culturas primitivas de lo que hoy llamamos Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental, cuyo desarrollo evolutivo dio lugar al primer concepto de Civilización. Concepto con el que los griegos clásicos distinguían a su pueblo del de los bárbaros que solo disponían de la cultura.

Más tarde, y con el final del Imperio Romano y la invasión del Islam, vinieron siglos en los que el concepto del hombre volvió a ser el de una criatura cuyo destino era manejado por dioses arbitrarios o por un dios todopoderoso, quienes regresaron del mundo arcaico a ocupar el lugar de la razón. Solo a partir del siglo XV y con la recuperación de la idea clásica de la cultura como instrumento de emancipación, el hombre vuelve a ocupar, ya definitivamente, el centro de la escena. Dos siglos más tarde, la Ilustración acabó de definirlo en virtud de la formulación de unos derechos naturales de aspiración universal, que le son propios y exclusivos.

El re-descubrimiento de la razón, y su valoración como la característica que distingue al ser humano del resto de los seres vivos, dota a ese ser de la capacidad de relacionarse con su entorno y sus semejantes en función de su voluntad y sus capacidades, y libre de cualquier poder externo a él, transcendente o arbitrario. Es lo que distingue y hace única a nuestra cultura, convirtiéndola en Civilización. El hombre libre lo es porque inventa algo definitivo: los PRINCIPIOS que definen esa libertad, y las reglas o leyes que la hacen posible.

La principal diferencia que distingue las REGLAS de los PRINCIPIOS, consiste en que aquellas son recursos prácticos que evolucionan y cambian con el desarrollo del conocimiento, mientras que estos son morales e inamovibles porque su función es la de DEFINIR; la de servir de referencia o baliza para el progreso.

En una palabra, las culturas en general poseen reglas tácticas que les permiten actuar sobre el entorno y los problemas concretos, pero viven sometidas a "fuerzas superiores" que suelen codificarse en los dogmas religiosos, porque, desde el punto de vista civilizado, sus miembros no han descubierto o inventado la libertad, o lo que es aun peor, la han descubierto y la rechazan.

La Civilización tiene un plan estratégico basado en una concepción del hombre, que establece unos principios que lo definen e identifican y que someten a él todo lo demás. En su relación con el entorno establece las reglas, de acuerdo con sus intereses, que teniendo carácter práctico, táctico, evolucionan a medida que se obtienen experiencias y conocimientos.

La civilización colocó al hombre en el centro del escenario, del universo, desplazando a los dioses o las supersticiones que trataban de explicar lo que solo la ciencia y la técnica, creaciones humanas, han ido desvelando.

Esta Civilización ha sido dominante en el mundo, porque resolvió MEJOR que las culturas los problemas que los hombres tenían planteados, en una competencia de eficiencia con ellas parecida a la que selecciona a las especies en la naturaleza.

PARECIDA pero no coincidente. Los demás seres vivos solo tienen instinto. No poseen la capacidad de pensar y razonar. Naturalmente dejo a un lado todos los conflictos, contradicciones, retrocesos y problemas morales que acompañaron y acompañan sin remedio a la evolución de la civilización, porque eso sería el objeto de otra reflexión.

Tampoco han escaseado, o escasean aún, los enemigos de esta civilización. Fuera y dentro de ella. En culturas teocráticas intolerantes, o en adversarios internos anti-ilustración, marxistas o relativistas, empeñados en aniquilar al humanismo desde su visión totalitaria de la existencia. Cabe esperar que su carácter irracional o su charlatanería cientista los condenarán antes o después.

Mientras la civilización permanecía fluyendo entre la minoría occidental que la concibió, el modo de vida y los valores promocionados por esa minoría se fueron extendiendo, haciéndose paulatinamente accesibles al resto de las culturas, ya que ese era su espíritu y la UNIVERSALIDAD su propósito último.

Esas culturas han ido asimilando los principios de la Civilización, más o menos hasta hoy. Y hoy ese control ya no reside en aquella minoría, al menos en las condiciones en las que antes lo poseía, precisamente porque su vocación es evolucionista, dinámica, y las condiciones han sido modificadas precisamente en virtud de su influencia.

En consecuencia, asistimos a una evolución radical del modelo inicial como resultado de sus propios desarrollos culturales y técnicos.

En cuanto a los principios, una vez divulgados y asimilados por la mayor parte de las culturas, han dotado a estas de la capacidad de asimilar el modelo dominante y hacer tras su maduración y mediante sus propias aportaciones, propuestas culturales originales más eficientes. A lo mejor porque no persiguen los mismos propósitos. O sea porque están proponiendo metas diferentes; modelos evolucionados a partir de los que occidente había planteado hasta ahora.

Tal vez podríamos considerar todo esto como un CAMBIO DE PARADIGMA.

Un nuevo proyecto cultural, dentro de la civilización. Nuevo porque la evolución ha tenido lugar en muy poco tiempo. Tan rápidamente, que sus últimos desarrollos ya no evocan en nada a aquellos que constituyeron sus orígenes. Y nuevo también porque, como consecuencia del avance imparable de la GLOBALIDAD, se ha roto la inercia geográfica de la anterior imagen tradicional, consistente en un área magistral concreta irradiando su influencia sobre el resto, desde su posición cenital.

Desde luego, mí generación será la que diga adiós a un poder de influencia secular europeo que en, la etapa presente, ya se desplaza rápida e inexorablemente hacia el Pacífico. El nuevo Mediterráneo del siglo XXI.

Pero esa es, paradójicamente, la mayor prueba de la universalidad e inmutabilidad de sus PRINCIPIOS.

Que, al fin y al cabo, era de lo que se trataba.

1 comentario:

  1. Muy interesante tu doble artículo, el primero hablando sobre esa elección por la podredumbre y el segundo sobre la cuestión palpitante de que son principios y qué civilización. Al final creo que todo converge: lo que no sea introspección y paso al estado adulto no es más que retórica. Me gusta mucho tu perspectiva sanadora: no podemos echar la culpa a los demás de nuestras propias elecciones. Esa es la gloria de la libertad: el derecho a equivocarse. Luego todo no está perdido. Tú en tu pequeña isla bloguera, joven Robinsón, enseñas a Viernes que el verbo est anterior al predicado y que ser adulto exige, para empezar, aprender a ser.

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