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viernes, 23 de marzo de 2012

Fin de otro capítulo. Hasta el siguiente...

Bueno, la historia ha acabado como era de suponer. El héroe se lanza por un balcón mientras sigue haciendo fuego contra los uniformes y su cabeza tropieza con un proyectil que otro uniforme le ha enviado si aviso de recepción.

¿Lo hicieron bien esos uniformes? No han pasado doce horas y ya han surgido cientos de críticas, de dudas y de sospechas, como era de esperar. La muerte del malo siempre las despierta. Los entierros de los buenos no suelen estar tan concurridos.

Naturalmente de la misma manera que cualquier equipo de futbol dispone de unos cincuenta mil entrenadores que “saben” lo que hay que hacer, mejor que el titular profesional, las fuerzas de seguridad de países como Francia o España, y algunos otros, cuentan con brigadas de estrategas de barra de bar que “saben” asimismo cual era la táctica más adecuada ante un conflicto como este.

Pero la orden de proceder al asalto es una decisión política que no está al alcance de un jefe de destacamento. La vida de Mohamed estuvo entre sus propias manos pudiendo rendirse, para empezar, y entre las del ministro del interior para concluir.

Una vez tomada la decisión de entrar en el recinto del agresor, los protocolos de actuación supongo que no deben dejar lugar a dudas sobre el procedimiento a aplicar.

Según declaran los testigos, cuando los agentes estaban ya en el interior del apartamento, de unos cincuenta metros cuadrados, fueron súbitamente agredidos por el delincuente con un violento fuego en el que vació tres cargadores de ocho cartuchos del .45 en unos segundos.

Se notaba que, al parecer, no estaba muy dispuesto a rendirse.

Claro. Porque estaba solo. Porque no tenía rehenes con los que negociar. Porque todos esos datos lo situaban en una posición insostenible y sin escapatoria posible. Aunque en mí opinión nunca pensó en una eventual huida. Porque no había previsto nada. Y menos aún encontrarse atrapado en su propia ratonera.

Y porque, al fin y al cabo, hacía unos días había decidido improvisar una apasionante carrera hacia ningún sitio, y este podía ser perfectamente el salto final al vacío. La escena culminante de la película que había decidido protagonizar.

Eso sí, debió parecerle un poco corta, según declaró a su interlocutor en las negociaciones de la noche, ya que no le dejaron la oportunidad de matar a algunos sionistas o cruzados más, como había proyectado.

¿Qué puede habérsele pasado por su caótica mollera durante las doce horas en las que se mantuvo en guardia esperando el asalto inevitable? Es probable que no tuviera tiempo para pensar en sus víctimas. Seguramente se extasiaría imaginándose las caras de sus familiares y amigotes delante de las sensacionales portadas de los periódicos y los impactantes reportajes de la televisión. ¡Una pasada!

¿Y ahora qué?

Pues veréis. Se me ocurre que no estaría nada mal empezar a pensar que, si alguien no le pone remedio a esto, no tardaremos en volver a ver esta detestable película.

Hay un montón de datos que sugieren esa desgraciada probabilidad.

El más llamativo, a mí juicio, es la suicida amnesia dominante que ha hecho aparecer este episodio como algo sorprendente e inesperado, cuando en la misma Francia se echaban las manos a la cabeza en septiembre 1995 ante la muerte, abatido por los gendarmes, de otra perla llamado Khaled Khelkal, acontecimiento que despertó la santa cólera de los eternos “indignados” delante de la “brutalidad” de las fuerzas del orden.

Buen escolar en la infancia, nuestro héroe entra pronto en contacto con la cofradía de delincuentes de su barrio, se hace experto “alucinero” y da con sus huesos en la cárcel, donde se aproxima a los activistas islamistas, radicalizándose (como Mohamed). O sea encontrando una “razón moral” que avale sus endocrinas ganas de bronca.

Luego su hermanito mayor le pone en contacto con el GIA, grupo de degolladores en Argelia (como Mohamed con al-Qaida ), en nombre de los cuales, a partir de julio de 1995, emprende una campaña de asesinatos y atentados que dejan un reguero de muertos y heridos entre mahometanos moderados (como Mohamed); viandantes de Paris; viajeros del metro; los que se libran de milagro de la bomba en el AVE francés y los alumnos de una escuela judía en Lyon(como Mohamed).

De eso hace 17 años. 17 años en los que no hemos aprendido nada.

En este momento grandes vestiduras se desgarran hablando de la oportunidad perdida de indagar en las “motivaciones” del asesino, a causa de una intervención torpe por parte de los agentes de la ley. En el affaire de Kalked se oyeron declaraciones idénticas. Entonces tampoco se tuvo la ocasión de preguntarle a aquel querubín cuáles habían sido los motivos de su sonoro enfado.

Y, claro, como consecuencia de ese enigma no se pudo tomar ninguna medida que evitase la muerte de siete inocentes más, la semana pasada, a manos de otro electrón libre del culto islámico.

¡Y no me toque usted a los fieles moderados del Islam!

La realidad nos indica tercamente que no hay más mahometano moderado que aquel que identifica y denuncia a los correligionarios susceptibles de integrarse en redes radicales, o el que solicita colectivamente la expulsión de agitadores que pongan en peligro la estabilidad de un sistema que les ha acogido, y de los cuales él posee toda la información que a nosotros nos falta.

De esos no conozco NI UNO.

A juzgar por los hechos, cualquier mahometano moderado esta infinitamente más cerca de un terrorista que de mí.

Por eso me mantengo a una distancia prudencial.



PS

Y por si todo esto no fuese lo suficientemente irritante, acabo de enterarme de que, en la localidad de Rouen, una profesora de inglés del liceo Flaubert ha solicitado un minuto de silencio a la memoria del asesino Merah, calificándolo de victima de los medios de comunicación de Sarko, que se habrían inventado la historia de la relación del terrorista con al-Qaida.

Esta clase de cosas son la verdadera causa de hechos como el presente.

1 comentario:

  1. Absolument d'accord, même avec ton post scriptum. Quelle connasse! D'autant plus que si ce saint homme d'Allah n'avait rien à se reprocher, alors pourquoi s'enfermer et tirer sur les policiers? Il paraît que le héros en question avait enregistré ses propres crimes...

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