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martes, 4 de marzo de 2014

Odio.



Decenas de dueños de preferentes aporrean el coche de Blesa al grito de 'hay que matarle'. ( El Mundo)


-Si, es cierto, hay que matarlo.
-Mejor colgarle, por ladrón.
-A perro muerto se acaba la rabia.
-Guillotina.
-¡Matarlo, copón, matarlo!
-Madame guillotine.
-K lo maten.
-Matarlo.
-A veces me pregunto dónde están los asesinos en estos casos.
-Que sí, hay que ejecutarlo.
-Tendrían que haber dado vuelta al auto, si se muere no se iba a poder identificar al autor, porque eran muchos, como Fuenteovejuna.
-La pena es que no se lo cargaran.
-Sinceramente, no me importaría mucho que lo linchen hasta acabar con su vida.
-Hay que matarle para que los demás aprendan la lección.
-Pues sí, tenían que linchar a uno, así, de aviso a navegantes.


Y así, 136 comentarios hasta las once de la noche en ¡un solo hilo de Facebook!

Este es el escalofriante testimonio directo de hombres y mujeres de este país que, en este momento en 2014, expresan un odio desenfrenado en el que la palabra muerte ha alcanzado el nivel de banalidad preciso para permitir el siguiente paso. El paso al acto.

Si no fuera por que me resulta casi intolerable la idea, yo diría que estados de ánimo colectivo como el que este ejemplo revela, servirían por sí solos para explicar la causa principal de fondo de otros acontecimientos históricos que han marcado de forma permanente nuestro inconsciente colectivo, al parecer, como fue la Guerra Civil.

Cuando muchas veces uno se pregunta cómo fue posible una tragedia como aquella, no es capaz de imaginar que pueda existir esta carga de ímpetu homicida, compartida por gente normal, honesta y amante de sus hijos. Y aunque la triste experiencia nos ha dejado su certificación del hecho, una cosa es tener acceso a la información a través del conocimiento de la historia, y otra bien distinta asistir en directo a su cruda manifestación.

Si a esto sumamos la capacidad de movilización que las redes informáticas proporcionan, solo faltará la aparición del guía adecuado para desencadenar la tragedia.

Todo esto confieso que me ha sobresaltado. Me pregunto si no habremos ido instalándonos lentamente sobre un barril de pólvora; envenenándonos en pequeñas dosis sucesivas que han ido creado una situación tóxica, cuyos síntomas van a ir manifestándose cada día con mayor evidencia, como ha sido el caso presente, y cuyo estallido o estallidos, pueden producirse en cualquier momento.

Ojalá me equivoque, pero hoy por la noche, muy alterado por este hecho, lamento la lentitud burocrática que entorpece mi solicitud de la nacionalidad francesa.


Bonne nuit à tous.

2 comentarios:

  1. El odio es directamente proporcional a la ausencia de justicia. Si los responsables políticos de un agujerito de 26.000 millones de euros en Cajamadrid (Gallarblesa y Espebankia) consideran que su honor y su dignidad no está en tela de juicio, y por otro lado los máximos directivos de Cajamadrid, empezando por Blesa y siguiendo con la totalidad de su Consejo (que votaron todas y cada una de las decisiones de Blesa por unanimidad) tampoco son molestados por la Justicia, es lógico que las víctimas de las preferentes piensen que no van a recibir ningún tipo de justicia. Con razón.

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  2. El odio en mí opinión, querido tocayo, no esta sujeto a proporción alguna. Se tiene o no se tiene. Es una pasión. Una emoción debocada e incontrolable. Surge como respuesta a la impotencia, frente a un malestar originado en la esfera de lo íntimo. Otra cosa es que la injusticia o el abuso de poder nos indignen, máxime cuando los actos que los provocan son patentes, idudables y próximos. Pero la difusa frontera que separa el afán de justicia del legítimo deseo de venganza, si bien en el plano personal, individual, es comprensible y, a veces indiscutible, la abyecta cobardía que define al linchador, los tribunales populares o la justicia directa ejercida por los individuos degenerados en masa, está sentada moralmente justo al lado de los tiranos, los ladrones y los corruptos.

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