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miércoles, 6 de abril de 2011

Una mítica realidad.

Todos sabemos que los mitos constituyen una materia de estudio ampliamente desarrollada por eminentes eruditos de la antropologia, la historia, la etnología y otras ciencias sociales, que han tratado el tema desde ángulos altamente especializados. No obsatante, siempre que he tenido en mis manos alguna obra de divulgación de esos autores, nunca me pareció que ese asunto transcendiese la obra científica para afectarme personalmente en mi vida cotidiana. Y eso era así, porque en esos ensayos no se trataba del MITO MODERNO. Es decir, de un mito que hace irrupción en la historia del hombre, en un momento realmente inesperado, contradiciendo una especie de lógica histórica. Y, sin embargo, ese mito responde esencialmente a los mismos mecanismos psico-sociológicos que el resto de los mitos “clásicos”.

Hoy en día, repuesto de mi error, no hay momento de mi reflexión cotidina que no se contamine en mayor o menor grado con los colgajos sempiternos de la alienación mítica de mis conciudadanos. Y claro, algún día había que hablar del asunto. Y analizar el que, a mi parecer, podría ser el origen y ulterior desarrollo de este evidente paso atrás de la civilización. Aunque no sea nada divertido, la verdad.

Sostiene el filósofo Ernst Cassirer que el período del Terror, y la posterior irrupción en la vida política de Napoleón, certificaron la defunción de aquella gran esperanza que el advenimiento de la Revolución Francesa había traido consigo: la realización práctica de algo que no era más que un ideal, una especie de utopía, hasta entonces. Pero, ¿qué significaron esos hechos en definitiva? Pues algo que tendría unas consecuencias históricas tan graves, que aún las estamos padeciendo hoy en día. Se trató del arranque de una ruda crítica de la filosofía política clásica que suspuso el final, y la derrota, en la larga LUCHA CONTRA EL MITO. Esta, a través de la obra de los grandes teóricos del derecho natural y del contrato social, se había prolongado a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, tras su esperanzador inicio en el Renacimiento.

Habitualmente, suele considerarse a los románticos como los iniciadores de la tendencia reaccionaria y nacionalista, radicalmente crítica con derecho natural de los Ilustrados. Pero, según el mencionado pensador, aunque algunas personalidades románticas cantaban a los héroes, como Carlyle, y por lo tanto podrían ser sospechosas de un cierto culto al mito de la patria –quintaesencia del mito del Estado–, no por eso dejaban de reconocer el papel esencial del individuo. Este mismo filósofo romántico declaraba: ”Mi reino no reside en lo que tengo sino en lo que hago”. Este reconocimiento de la responsabilidad individual contradecía esencialmente al culto del mito de la raza, en el que toda acción individual está condicionada por las circunstancias de nacimiento del sujeto. Esto supone que incluso entre los románticos había diferencias y no todos ellos fueron, como Gobineau, las comadronas del MITO DEL ESTADO. Sin embargo los mitos románticos del héroe arquetípico, junto con el de la raza, constituirán los dos ingredientes mayores de todos los MITOS POLÍTICOS MODERNOS.

La descomposición del tejido social tradicional que trajo consigo la industrialización, y la consecuente atomización de la sociedad, exigió a la gente un grado inesperado de responsabilidad individual. La falta de la cultura política indispensable para hacerse cargo de ella, sumada a unas dificultades económicas y sociales aparentemente insuperables, determinaron el ambiente social perfecto para la aparición de los “medios deseperados”; esto es, los modernos mitos y sus rituales mágicos.

Pero los NUEVOS MITOS no seguían una itinerario clásico en su desarrollo. No. A estos nuevos mitos había que “fabricarlos”, siguiendo la lógica propia de aquella modernidad. Y es entonces cuando se echa mano de un recurso que acabará definiendo al futuro a partir de entonces: la TÉCNICA. Empezando por la técnica en el uso del lenguaje. La propaganda. El descubrimiento de las extraordinarias posibilidades de manipulación que encerraba el lenguaje, puso en manos de los profetas de la reacción contra el progreso el instrumento definitivo para alcanzar sus fines.

A la función “conceptual” del lenguaje, la propia de éste a lo largo del período de la Ilustración, la sustituyó una función “mágica” del mismo, destinada a sustituir los “conceptos” por las “emociones”. No es muy dificil entender el éxito de esa innovación. Los conceptos requieren un esfuerzo intelectual, y, lo que es más grave, comprometen al sujeto con las respuestas a sus propias reflexiones. Es muy probable que entre los “innovadores” del lenguaje, abundasen aquellos que consideraban al lenguaje conceptual como algo propio de las élites. Como una reminiscencia del Ancien Régime, del absolutismo… Ya empezaba a brotar esa planta parásita conocida por “igualitarismo”. Por abajo, claro.

Por el contrario, las “emociones” llegan por sí solas. Estimuladas únicamente por los sentidos y, por si fuera poco, al no surgir del propio individuo ¡no son de su responsabilidad! Son ajenas. Además, para la utilización de esa clase de lenguaje, solo se requiere el conocimiento de la “técnica” adecuada por parte del “estimulador”. Una técnica, por otra parte, perfectamente adaptada a un interlocutor mítico también recién inventado: la MASA. El interlocutor “virtual” que vino a sustituir al individuo real. Este nuevo y siniestro “lenguaje” se ha convertido a partir de entonces, y hasta el momento, en el instrumento de manipulación política por excelencia. George Orwell lo describe de manera magistral en “1984”.

A esa estrategia de destrucción sitemática del lenguaje como forma simbólica superior, se sumó otra versión de esa técnica, consistente en la “ritualización” de los actos. La utilización fáctica de las emociones, mediante montajes escénicos como las ceremonias multitudinarias, o ritos folclóricos de vibrante comunión social, etc. Bueno, en realidad era más de lo mismo, ya que, en definitiva, de lo que se trataba era de hacer desaparecer toda forma simbólica de comunicación, que es la que define al individuo como tal. No hay más que pensar en el papel que le reservaron al arte, la ciencia o cualquier formulación ética, religiosa o no, las experiancias más terminadas de esas nuevas tendencias, como fueron los totalitarismos.

¿Y cuál es el papel actual de los mitos? En mi opinión, la increible supervivencia de los mitos modernos solo se puede intentar entender desde un análisis que se aleje de su naturaleza concreta, y tratar de observar su contexto. Valorando de esta forma cómo esos mitos han sido capaces de “alterar” la propia realidad. Es decir, que tal vez la pregunta sería: ¿siguen siendo los mitos un medio, irracional o no, de relacionarse con la realidad, o ya se han convertido ellos mismos, parcial o totalmente, en la propia REALIDAD?

Analicémoslo desde el punto de vista del receptor del “mensaje”. El mito de la MASA ha sustituído al individuo a partir del mismo momento en que se inventó, en la era de la Industralización. La masa es “la expresión industrial” del individuo. Pero, a todo esto, ¿qué es la masa? Un concepto abstracto. Es una palabra que tiene una particularidad muy interesante. Es un sustantivo SINGULAR. Aunque represente a la PLURALIDAD por antonomasia. ¿Qué nos puede sugerir esa particularidad? Pues yo creo que algo esencial.

La pretensión de manejar un conjunto HETEROGÉNEO de voluntades potenciales en cada momento es un objetivo absurdo. Convencer a todos los elementos que constituyen ese conjunto de que no poseen otra forma de existencia fuera de su condición de MIEMBROS DE ESE CONJUNTO y reunir a todas esas diversas voluntades en un único sujeto SINGULAR y desprovisto de voluntad propia, y por lo tanto MANEJABLE, eso, sí es posible. La historia nos lo ha demostrado y aún nos lo demuestra cada día.

Una vez conseguido ese objetivo, y creadas las estructuras de conexión –los medios de comunicación de MASA-, todo lo que se decide y que nos afecta personalmente no está decidido pensando en cada uno de nosotros. El poder declara que está decidido pensando en lo que le conviene al conjunto social. La masa. Un MITO. Parece evidente, entonces, que si nosotros INDIVIDUALMENTE no contamos para nada en nuestras supuestas relaciones con ese poder, es que, simplemente, NO EXISTIMOS, como tales individuos. O sea que una abstración, el mito de la masa, ha SUSTITUÍDO, a todos los efectos prácticos, a una realidad concreta que somos nosotros. En una palabra, debo revisar urgentemente lo que hasta ahora percibía como realidad. ¡Casi nada!

Bueno, si a todo este desastre le añadimos que la vida en general, y globalmente hablando, parece transformarse cada día más en una imagen virtual en la pantalla de un ordenador, vamos a tener que echarle mucha IMAGINACIÓN a la REALIDAD para que vuelva a ser REAL, tal como siempre la hemos IMAGINADO. Y el caso es que que, a veces, miro a mí alrededor y veo a algunos individuos. Normales. Como si todos los que me rodean no fuesen mandriles carnívoros. No tengo ni idea de dónde puede venirme esa alucinación. Tal vez de algún recóndito lugar de ese mecanismo insospechado que es la memoria. Como ya he dicho otras veces, la memoria, o al menos la mía, parece un perro un poco tonto y lameculos, que cuando le lanzo un simple piedra, siempre se siente obligado a traerme una bonita pelotita de colores, bastante cursi. Pero muchas veces, otros recuerdos son como frágiles e ingrávidas pompas de jabón que duran lo que duran y nunca está uno seguro de volver a verlas.

Sobre todo si aparece el alemán ese, ya sabeis… Alzheimer, y le pega una patada al cubo del agua enjabonada.

¡Que Dios no lo quiera!

2 comentarios:

  1. No es ninguna tontería lo que cuentas, tocayo y prueba de ello es que desde hace más de veinte años sustituimos a los personajes reales de la política por sus marionetas (los guiñones de Canal Plus, por ejemplo) e imitadores. Y no hay personalidad que no tenga a su vez su mito positivo o negativa, hasta el punto de que cualquier parecido entre la persona real y la construida de cara a la galería es sólo casualidad... Si no no podrías explicar la existencia de la Princesa del Pueblo que, para mí sorpresa, resulta que es una tal Belén Esteban.

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  2. ¡La Princesa del pueblo!
    ¡Hay que joderse...!

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