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jueves, 20 de febrero de 2014

La "indignación" que no cesa.


Hace unos tres de años, con la aparición del “movimiento indignado”, y con motivo de la solicitud de adhesiones a la convocatoria de un referéndum para “reformar” el sistema, les escribí una carta a los solicitantes que la pereza y el desinterés me hicieron archivar.

La cuestión interesante es que aquel “movimiento”, si bien en sí mismo nació muerto, dio lugar a la proliferación de una multitud de sub-productos que hoy siguen  pertinazmente presentes en el “trasmallo virtual”. Así pues, creo que mis observaciones de entonces, respecto de su “espíritu”, siguen siendo pertinentes y oportunas.

Decía así…

Creo que es el deber de todo ciudadano libre opinar sobre aquellos aspectos que afectan a la convivencia. No tanto para tratar de influir en ellos, en mí caso, como para dejar constancia de mí rechazo de la indiferencia cívica. En consecuencia, me siento obligado a declarar mí cordial desacuerdo con los principios esenciales de vuestra propuesta y a exponer las razones del mismo.

Tal vez sea bueno aclararos desde el principio que el objeto de mí falta de acuerdo son los fundamentos “políticos” de vuestra actitud y no los aspectos concretos de vuestra reclamación. Respecto de algunas de vuestras observaciones sobre el mediocre, cuando no nefasto, funcionamiento de muchos de los recursos del Estado habría que ser un necio para no suscribirlas. 

Pero el verdadero problema no radica, en mí opinión, en algo tan evidente como la pésima gestión desarrollada por nuestros dirigentes. Se sitúa en un terreno mucho más difícil de manejar. Un territorio en el que no hay papel de víctima en el que refugiarse y que, en consecuencia, ya no ofrece la gran ventaja que suele suponer la búsqueda, el hallazgo y la condena de ”un culpable”.

Ese poco atractivo paisaje es aquel en el que los primeros y verdaderos responsables de la situación somos los propios ciudadanos.

Y eso es así porque desde hace treinta y tres años, los españoles vivimos en un Estado basado en un sistema democrático.

[Aunque, siempre en mí modesta opinión, los pueblos suelen vivir bajo el régimen que prefiere la mayoría. Sea ello por voluntad, por complicidad o por ambas cosas; y ya sea una dictadura o una democracia la opción escogida por esa mayoría.]

Lo que suele conocerse por “democracia ”[digamos “moderna” para distinguirla de la “clásica” de los atenienses] no es ni más ni menos que un mecanismo de relaciones sociales. Aunque en boca de Alexis de Tocqueville, y hablando de la Revolución Americana, en aquella república sería más bien una “actitud individual”; cosa con la que no me importa nada estar de acuerdo.

En cualquier caso, ese sistema es lo que es, con todas las limitaciones que impone el problema esencial del individuo : la convivencia con sus semejantes, y a nadie se le ha ocurrido nada menos malo. De momento. Si os soy plenamente sincero, al ver el adjetivo calificativo “real” de vuestro lema, se me despejaron algunas de las dudas que la novedad de vuestra aparición me había suscitado.  

Para mí, que empecé a suspirar adolescentemente con el término “democracia” allá por los últimos cincuenta, todo adjetivo asociado a esa palabra, ej. “popular, orgánica, bolivariana, islamista, progresista, real o imaginaria”, denota una de estas dos cosas en quien lo utiliza: a) o no ha alcanzado el grado de madurez política mínimamente exigible a un adulto consciente (pocos); b) o simplemente es un anti-demócrata (la mayoría).

Con las frecuentes expresiones bienintencionadas que tratan mejorar la mala salud sempiterna de la dichosa democracia, pasa exactamente lo mismo. “Hay que profundizar en la democracia”. “Reclamamos una regeneración democrática...” Al parecer, Diderot, Montesquieu, Jefferson y compañía no fueron lo suficientemente buenos como para detectar la superficialidad de su invento, ni su probable degeneración.

Menos mal que han aparecido unos inspirados “expertos en cada materia” que van a salvar a nuestra recién estrenada forma de convivir, sacándonos de nuestro porfiado error.

Lo malo, es que algunos procedemos de los ambientes en los que se inventaron hace muchos años todos esos trucos [que parecen tener siete vidas] y el olor a naftalina es tan persistente que se percibe, incluso, a través de esa maraña tecnológica en la que tanta  gente anónima parece estar ”enredada”.

¿Qué decir del “Referendum”, arma definitiva de todo dictador que se precie?

¿Qué legitimidad tienen sus organizadores? ¿Alguien los eligió y no me enteré? ¿A quién se refiere en concreto el impersonal “se”, en la expresión: “La formulación exacta de las preguntas se irá concretando durante los próximos meses? ¿Cuánta gente se supone que es suficiente para legitimar un proceso, sus mecanismos, su contenido y las conclusiones derivadas de su eventual “resultado”? ¿Con qué autoridad moral, u otra, una minoría (necesariamente) decide quién o quienes dirigirán esa experiencia? ¿Cuántas consultas habrá que convocar al cabo del año? ¿Puede un país moderno estar sometiendo permanentemente sus decisiones urgentes a un proceso asambleario?

¿No correrá el riesgo de morirse de igualitarismo, que, al final, es una muerte como otra cualquiera?

Leyendo al profesor Ferrán Gallego de la Universidad de Barcelona, y uno de los especialistas más respetados en el estudio de los precedentes y desarrollo del nazismo en la Alemania de entreguerras, se llega a la conclusión de que una de las estrategias más eficazmente utilizadas por la peste parda para ganar las elecciones de Septiembre de 1930, fecha de la postura del huevo fatídico, fue la  de una política de presencia física, de ocupación, de los espacios públicos de la indefensa República de Weimar. 

Esa presencia permanente, ubicua, obsesiva, de unos signos de identidad, de unos símbolos hipnóticamente presentes, acabó por convertirse, en el espíritu propicio del ciudadano alemán de la época, en una especie de refugio virtual en la que depositar sus temores crecientes a un colapso total de la crisis económica, alimentados durante varios años  por la verborreica demagogia y el populismo ramplón de los profetas del apocalipsis democrático.

“En cierto sentido tienen bastante razón” aseguraban ciertas almas cándidas. “En realidad son un mal menor” declaraban los optimistas incurables.  

Parecería un mal mayor o un mal menor, pero tres años más tarde, precisamente mediante un referéndum sin sombra de duda respecto de su rigor democrático, se proveyó al fantoche bohemio de plenos poderes, con los que comenzó una portentosa carrera, culminada doce años más tarde con una “aligeramiento” de la población mundial estimado en 70 millones de sus habitantes.

 Los nazis contaban con “experten” en muchas disciplinas útiles para sus fines y supieron emplearlos con gran eficiencia. La técnica de la recientemente inventada “propaganda”, fue desarrollada hasta tal extremo, que algunos de sus fundamentos siguen en vigor actualmente.

Por ejemplo la creación de elementos semántico–emotivos de carácter colectivo. Sin ir más lejos, ciertos “slogans”,  con una brillantez suficientemente contrastada en el París de hace más de cincuenta años, sustituyen eficazmente aún hoy a la reflexión individual, tan bien como en su tiempo. 

O, símbolos como el de “La acampada urbana”, oxímoron brillantemente absurdo, ya que solo se acampa en el campo, o por lo menos así era hasta la aparición de las redes sociales. Ese término, reiterado mediante una eficaz tautología, se convierte en el símbolo perfecto. Es provisional, colectivo, horizontal (igualitario), molesto, “colorista”, okupa, alternativo, ruidoso, transversal, multicultural...etc, pero, por encima de todo, es mediático.

Cuando una pintoresca anécdota protagonizada por una exigua minoría alcanza su warholliano cuarto de hora de fama, impreso en una página del “The New York Times”, algo empieza a ser inquietante.

Si hombre sí, ya sé que no pueden establecerse analogías lineales entre todas esas cosas. Ni lo hago. Simplemente las pongo sobre el tapete, porque una vez vistas así, en conjunto, tal vez no esté de más fijarse un poco en sus inquietantes similitudes. Y luego pensar.

Si no es mucho pedir, claro.





P.D.(1)
Del ensordecedor silencio de vuestra protesta ante la toma de posesión de los “demócratas” de la coalición pro–terrorista Bildu, en sus recién estrenadas plataformas de poder, hablaremos otro día. Tal vez podáis aclararme si ese tipo de democracia que dicen representar es la que identificáis con vuestra “democracia real”. Para que vayamos conociéndonos. ¿O no?

P.D.(2)
Por cierto, como subscribo totalmente vuestro reproche a los políticos en cuanto a su dudosa representatividad, me permito ampliar ese reproche a vosotros mismos, respecto a la nula representatividad que os reconozco. ¿Se me entiende?


1 comentario:

  1. Acertadas e inquietantes reflexiones las tuyas... La peronización de la política o la posibilidad de chavificación de España tiene mucho que ver con la ausencia de discurso por parte de los demócratas y la asunción autocomplaciente de la superioridad moral de una ultraderecha que cree que es de izquierdas pero que en realidad no es más que una SA cultural a la espera de convertirse en la SS de un nuevo régimen, como en el País Vasco, donde los tíos del mechón son fieles hitlerjugend del no-pensamiento nacional-racista. La vieja europa agonizando y España, un cadáver.

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