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martes, 16 de abril de 2013

La dura historia y la dulce leyenda.


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“Es mucho mejor mirar
a la historia cara a cara,
porque a aquel que no lo hace,
le dispara por la espalda”.

Esto, que podría ser la letra de una de aquellas sentenciosas milongas con las que los payadores de la estirpe de Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa, allá por los sesenta, nos sugerían que también en castellano se podían hacer canciones con “contenido”, viene muy a cuento de un libro de Arcadi Espada  que estoy leyendo actualmente.

La intención declarada del autor es la de optar por la frialdad de la historia, frente a la alternativa de una voluptuosa y acogedora leyenda.

Se titula provocativamente “En nombre de Franco”, y en él, el autor, trata de restaurar la historia verdadera, frente a la apócrifa establecida hasta ahora, respecto de la acción heroica del embajador español Ángel Sanz Briz, que protegió a miles de judíos en el Budapest del invierno de 1944, salvándolos del destino fatal que los nazis les tenían reservado.

La obra está escrita con el peculiar estilo del autor, en el que su aguda ironía no resta un ápice de rigor y de seriedad al asunto tratado.  

En ella viene a demostrar, mediante un escrupuloso y complejo escrutinio de la abundante documentación oficial, variados testimonios, y numerosas memorias relacionadas con el hecho, que la decisión del diplomático, independientemente de su propia y valerosa voluntad  personal, fue ordenada y alentada en todo momento, en aquel frío invierno húngaro, no solo por el Ministerio de Asuntos Exteriores,  el de Gómez Jordana primero y el de Lequerica más tarde, sino, probablemente, por la propia Jefatura del Estado. Esto es, por el propio Franco.

El asunto es, en mí opinión e independientemente de esa turbadora revelación, más relevante de lo que la mera anécdota podría sugerir.

En realidad, viene a decir, no sabemos nada  del antisemitismo “real”  del Dictador. Espada sostiene que ni siquiera se conoce una sola intervención de Franco en la que hubiese utilizado el famoso sintagma de la “conspiración judeo-masónica”.

Esta expresión sí figura, y abundantemente, en la literatura del Régimen a lo largo de sus primeros veinticinco años. Como también es frecuente encontrar en discursos, artículos periodísticos y libros de texto, numerosas y frecuentes expresiones antisemitas explícitas, más o menos radicales, en ese primer período.

¿Quiere esto decir que Franco se oponía a sus amigos nazis, en algo tan sustancial para ellos como era la persecución de los judíos?  En absoluto.

Franco simplemente se dedicaba a navegar por aquel tormentoso tiempo, manteniendo sus velas siempre orientadas al viento dominante. Es decir, sin más rumbo propio que el que demandaba en cada caso la problemática supervivencia de su Régimen.

Con los judíos mantuvo una relación que no tenia nada que ver con razas, religiones o culturas. Tenía que ver, como en todas sus decisiones, con el oportunismo y la conveniencia concreta de cada circunstancia.

De hecho, ciertos empresarios y hombres de negocios judíos, del Norte de África español, alarmados ante el ambiente revolucionario imperante en la Península en 1936, le habían proporcionado una sustanciosa contribución económica, en los primeros tiempos del llamado Alzamiento Nacional.

Pero no fue una especie de compensación por aquellos servicios prestados lo que animó al Caudillo en su decisión de favorecer a los refugiados de la Embajada de Budapest. O, al menos, no lo fue exclusivamente.

Fundamentalmente, además de las presiones constantes ejercidas por parte de los gobiernos aliados sobre él, en el sentido de que dejase de favorecer al Eje, como de hecho venía haciéndolo desde del inicio de la guerra, fue más bien el convencimiento de las escasas posibilidades de triunfo que ya presentaba Alemania en aquel momento, una vez derrocado el Duce en 1943 y tras el desembarco aliado en Normandía en junio de 1944, lo que debió sugerirle aquella decisión.

Franco trató de aprovechar ese año de 1944 para adecentar un poco la imagen del Régimen, cara al mundo futuro que se podía prever tras el triunfo aliado.

Los fieles falangistas, requetés y otros entusiastas del nacional-sindicalismo, dejaron paso a otras personalidades más presentables y menos identificadas con imperios melancólicos y destinos comunes en lo universal, sin dejar de agitar la pancarta anti-comunista, que ya empezaba entonces a ser un activo político apreciable en ciertos círculos aliados.

Por otro lado, Hollywood y la gran prensa americana, en la que la comunidad judía de aquel país tenía y tiene gran influencia, eran una potente palanca de propaganda, que la perspicacia y la zorrería del gallego dictador no iba a menospreciar. De hecho, miembros del Consejo Judío estadounidense mantuvieron reuniones en Lisboa en ese año de 1944 con su hermano Nicolás, a la sazón embajador del España en Portugal.

Claro está; es verdaderamente inconfortable pensar en un Franco salvador de víctimas de la barbarie. No encaja. Y lo que no encaja incomoda. ¡Pero bueno, qué pasa ahora…! ¿Los malos ya no son malos, ni los buenos son los buenos?

La falsedades, tópicos y mistificaciones desbaratados en esta historia por Espada son muy significativos.

La historia oficial de los años posteriores a la proclamación de la II República, hasta la muerte de Franco, contiene de igual manera multitud de inexactitudes interesadas y leyendas cortadas  a la medida, puestas en circulación por parte de todos los protagonistas de la tragedia, y muy bien acogidas, por cierto, por una multitud de mentes perezosas y glotonas del fast food intelectual.

Esas actuales generaciones, que deberían disponer a estas alturas de una versión distanciada y rigurosa, basada en una mirada desmitificadora, como la que Arcadi Espada ha tratado de verter sobre este asunto, siguen intoxicándose con los tópicos al uso. Leyendas que tratan de alimentar nuevos/antiguos rencores construidos sobre materiales de derribo e inservible chatarra ideológica.

Lo único que tiene de bueno el ambiente actual, es que libros como el mencionado no caerán seguramente en las manos analfabetas de los nuevos zombis anti-franquistas.

Y así Arcadi se librará, dios mediante, de su correspondiente estrache.

Curioso término este del Estrache. Su origen registrado corresponde a la denominación que se dio en la Argentina de Meném, al hecho de ir a manifestarse ante la casa de los convictos del golpismo y la dictadura que ese presidente había indultado.

Actualmente, la popularidad adquirida aquí por el término, entre el público y los medios de comunicación, ha dado lugar a un curioso debate entre dos señoras políticas.

La señora Cospedal califica la actual versión del acoso generalizado contra personas vinculadas al Gobierno o al partido que lo sostiene, de actitud nazi.

La señora Valenciano, por su parte, remite a la señora Cospedal a los supervivientes de la Shoah, a fin de que se ilustre sobre el verdadero significado de la palabra nazi.

Y a mí todo esto me da mucha vergüenza.

Es el sofoco que me produce la estupidez y la ignorancia de los personajes que, al menos teóricamente, nos representan. En el gobierno y en la oposición.

Las personas que entusiásticamente van a diario (diez manifestaciones diarias en el último año) a berrear insultos delante de un portal, no hacen sino lo mismo que hacían exactamente las bandas de energúmenos nazis, en la Alemania de la crisis de 1929, obedeciendo a una estrategia perfectamente calculada de ocupación de la calle.

Esa estrategia perseguía algo muy fácil de entender. Se trataba de ofrecer una imagen de multitud por parte un partido minoritario. Mediante ese efecto de saturación por reiteración, pretendían aparecer como los representantes legítimos, que no legales, de la mayoría de un pueblo aplastado por la crisis.

Ahora bien, estos nuevos vociferantes, solo tienen de nazis la estrategia. Su actitud totalitaria no les viene de ese origen ideológico. No lo necesitan. Están animados por otra ideología igualmente totalitaria. La ideología comunista.

La señora Cospedal sufre el mismo síndrome que una buena parte de la derecha, que nunca ha conseguido asociar el totalitarismo comunista con el totalitarismo nazi.

Para esta clase de personas el comunismo es malo, claro, pero el totalitarismo, lo que se dice totalitarismo, es únicamente el de los nazis.

Ese es el verdadero triunfo de la izquierda. Han conseguido que nadie les reconozca como la otra cara de la peste parda.

Y no sigo por que me estoy calentado, y esto va a resultar interminable.

Perdón.

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