No pertenecen a mi familia carnal. Ni son García, ni son
Artime. Son Cortés; son Salazar; son Maya; son Giménez; son Gabarri; son
Montoya; son Heredia. Y muchos de ellos no son más que Emilito; Quillito; Pepe;
Antonio… etc.
Y ahora mismo, en mí reencuentro, son sobre todo Miguel
Palacios y sus chicos.
Son mis primos gitanos.
Los encontré cuando comenzaba a encontrarme a mí mismo.
Cuando intentaba dar mis primeros pasos de adulto y para ello necesitaba llenar
mi mochila con cosas propias, una vez que aquellas que se me habían
proporcionado hasta entonces se estaban volviendo insuficientes, dudosas o
demasiado manoseadas.
Y así, al lado de Frederic Chopin, Anton Dvorak, y Ludwig v
Beethoven, coloqué sin el menor esfuerzo a Charly Parker, a John Coltrane y a
Miles Davis; a Carl Perkins, Elvis Presley y Eddy Cochran; a Yves Montand, Lèo
Ferré y Georges Brassens; a Domenico Modugno, Marino Marini y Tony Dallara.
Y, al lado de todos ellos ocuparon un lugar destacado Manuel
Soto “El Sordera”, “Fosforito”, “Chaquetón”, José Menese, Enrique Morente, María
Vargas, tía Anica “La Periñaca”” y Dolores Vargas “La Terremoto”.
Porque, en pequeñas capitales provincianas como Oviedo,
cosas como la naciente afición al cante tenían la ventaja de la proximidad con
los protagonistas. Y así conocí a un vendedor ambulante de telas, gitano de
origen catalán, de nombre Antonio Cortés, que si bien no era un virtuoso de la
guitarra poseía los conocimientos y el arte necesarios para iniciarnos, a mí, y
a una buena parte de la joven burguesía local en los principios del compás.
Más tarde un sobrino de D. Antonio, Pepín Salazar, llegó a
acompañar como primera guitarra a Pilar López y su gran ballet español, en sus
giras internacionales. En esa época también conocí a Emilito, enorme
guitarrista de Antonio Gades, y enorme persona llena de simpatía e ingenio.
En el principio de los setenta conocí al boxeador Antonio
Jiménez “Gitano Jiménez” . Doble Campeón de España en los pesos ligero junior y
pluma, y Campeón de Europa de los pluma. Antonio invitó a su boda algunos
amigos entre los que me cupo el honor de figurar . Y una boda gitana no es
cualquier cosa.
Otro Giménez, Pepe, malvivía de la caridad en Oviedo y
compensaba con un bastón y una tablilla la malformación de un pié que padecía,
para llevar a cabo su afición al taconeo sin perder el compás en las fiestas a
las que le invitaba aquella pequeña burguesía éclairée ovetense.
Después, mientras estudiaba en Madrid, la influencia de
Peret y el “ventilador” nos proporcionó a mis amigos y a mí una cierta
notoriedad como rumberos, con la que nos garantizamos la invitación a un sinfín
de eventos con mantel y copa, en aquella aparentemente interminable fiesta que
fueron los años sesenta.
Aquella creciente afición al cante constituyó la clave de la
armonía y la naturalidad con la que siempre pude aproximarme a esas excelentes
personas que son los gitanos. Así conocí en mis años malagueños a un
inconmensurable artista de la danza como fue Mario Maya.
En los años ochenta descubrí el Estrecho y en él a otro
personaje inolvidable. El “Quillito”. Pescador habilísimo, me permitió
acompañarle en sus “pescatas”, aunque siempre se escurrió a la hora de
enseñarme su arte. Ellos son así. Pero donde nos hicimos parientes fue en las
fiestas en las que le encargaban de cantar y a las que me llevaba de
guitarrista. Menos mal que él era lo suficientemente bueno que no se notase
mucho mi deplorable técnica a la hora de acompañarle una farruca.
Pero la fiesta se ha ido acabando y uno se va quedando solo,
y como ese era el vínculo que me había relacionado siempre con esa otra rama de
mi familia, ya hacía tiempo que no la frecuentaba.
Pero, en una de esas piruetas a la que tan aficionado es el
destino, de pronto, han vuelto a aparecer en mi horizonte. Y lo han hecho de
una manera absolutamente inesperada para mí.
Miguel Palacios, un gitano cabal, pastor de la Iglesia
Evangelista, iglesia que tiene entre los gitanos un gran predicamento, nunca
mejor dicho, se vinculó a una iniciativa emprendida por algunos enseñantes del
Liceo Francés de Madrid, y que tuvo por objeto una visita conjunta de alumnos
de esa institución y jóvenes gitanos de la parroquia de Miguel, al campo de
exterminio de Auschwitz.
Miguel hace años que se interesó por la historia del
genocidio gitano llevado a cabo por la barbarie nazi. Ha estudiado este
acontecimiento a fondo, acudiendo por ejemplo a cursos dictados por el Centro
Yad-Vashem de Israel.
La historia de esa otra
abominación es casi desconocida. Pero, pese a la diferencia cuantitativa que
presenta frente a la Shoah, además de otros aspectos que pueden, así mismo,
distinguir a ambas tragedias, no por eso deja de representar la voluntad de
aniquilación de un pueblo por parte los verdugos pardos.
Este reencuentro que he tenido con mis primos ha estado
lleno de nuevas emociones, al tener lugar en un contexto totalmente nuevo para
mí. He asistido y participado modestamente al acto de clausura del viaje, en un
ambiente de fuerte emoción.
La solidez moral de ese conjunto de muchachos gitanos que he
podido constatar, tiene un significado totalmente distinto del que pude
observar entre sus jóvenes compañeros de viaje payos. Y lo tiene especialmente
para mí, porque resultaba evidente que mi vieja relación afectiva con ese
pueblo me proporcionaba una proximidad que no podía ser experimentada de igual
manera por el resto de asistentes.
Mi relación con los gitanos que he conocido a lo largo de mi
vida, de diferente condición social o cultural, ha constituido uno de esos escasos
privilegios que un ser humano tiene la ocasión de disfrutar.
Su sentido del respeto, del honor en su más legítima
expresión, su buena educación y, sobre todo, su fiel afecto, si uno es capaz de
hacerse merecedor de él, constituyen un capital a plazo de una vida entera. Son
inextinguibles.
No conozco ningún otro colectivo en el que esas condiciones
sean más generales, más homogéneas y más duraderas.
Por eso quiero tanto a mis primos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa visión de las cosas supongo que surge de la experienca personal más alla de cualquier razonamiento.
ResponderEliminarQué suerte has tenido, que has conocido la parte amable de la gitanería; a mí me ha tocado la parte antipática.
Comparto tus sentimientos de horror ante el exterminio. Por cierto, Fernando VI y Carlos III dictaron medidas cruelísimas contra los gitanos, aunque no los llamaban "gitanos" mucho más bestiales que las que se aplicaron a otros grupos como judíos o moriscos. Su plan consistía en acabar con ellos y punto. De haberse aplicado a rajatabla las ordenanzas borbónicas contra los gitanos, hoy no existirían en España. El tema da para mucho.
Una acotación: cuando te enseñan a despreciar al que no es miembro de tu grupo, de tu club, sueles cosechar poca simpatía fuera de tu grupo. Y los victimarios suelen convertirse en víctimas.
¿Cómo no vas a tener razón, una vez más, mí querido tocayo?
ResponderEliminarYo sostengo lo que afirmo más arriba, a pesar de mi irrenunciable y casi obsesivo individualismo en el que no caben razas, clanes, tribus, naciones, clubs, colegios profesionales y si me apuras família.
Los individuos son solo eso, individuos. Y bastante tarea tengo analizándolos uno a uno como para hacerme antropólogo a estas alturas de la película.
Sin embargo, cuando a un grupo la historia, o la famosa correlación de fuerzas del análisis marxista, le ha dejado escasas posibilidades de realizarse individual o colectivamente, suele defenderse cohesionándose más de lo que sería natural y corre el riesgo de mitificar su realidad convirtiéndola en una especie de religión excluyente. En una palabra, entra de lleno en el detestable culto paranoíco de la "diferencia".
Pero hay veces, no muchas, en las que de esa peligrosa proximidad con la autocompasiva superioridad colectiva, alimentada por mitos provenientes de una dudosa tradición, se escapa de milagro un grupo para el que el respeto de la palabra dada constituye tal vez la única herramienta de supervivencia, a su alcance.
Esa calidad moral, aun en el seno de una colectividad con anclajes ancestrales de dudosa homologación para la sociedad civilizada en la que se encuentra encuadrada, es algo tan raro hoy en día, que lo que sería ya una gran cualidad a nivel individual, se convierte en una enorme virtud, colectivamente.
Ese es el caso de mis primos los gitanos.
Pero por encima de todo, esos gitanos son seres humanos. Y, en consecuencia, entre ellos se da matemáticamente la misma proporción de canallas que entre cualquier otra colectividad.