.

.

viernes, 14 de diciembre de 2012

La Doxa.

 --> -->
Me han remitido una conferencia leída por mí amigo el historiador Georges Bensoussan, al que he mencionado aquí en otras ocasiones, en un acto del CRIF, Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia.

En su ponencia, este historiador hace un repaso de la actitud de una mayoría de la intelectualidad francesa actual, con respecto al conflicto palestino-israelí, y constata el conformismo general existente frente a un discurso masificado en materia de cultura, en el que los sucesivos sectores intelectuales ha ido estableciendo a lo largo del tiempo ciertas reglas que ya se han convertido en “evidencias”.

En base a ellas se clasifican los liderazgos y las exclusiones. Es el pensamiento único. Aquel en el que no se oponen argumentos contra argumentos, sino en el que se invita al sujeto a explorar “aquello que piensa en nosotros silenciosamente”, según la fórmula de Michel Foucault. El pensamiento general. La Doxa de los clásicos.

¡Ay de aquél que no se avenga a ella!

Le remití a mí respetado amigo Luis E. el texto y me respondió planteando algunas cuestiones al respecto. Con su permiso le contestó desde aquí a algunas de ellas, porque considero interesante debatir estas cuestiones más allá del diálogo personal.

¿Qué es “judío”? ¿Una religión?¿Un pueblo?¿Una raza?(¡Dios no lo quiera!)

Efectivamente la cuestión del significado del término "judío", ya sea como sustantivo o adjetivo, suele plantear un problema a muchas personas.

Yo solo puedo hablar por mí y creo que, si tuviera esa inquietud, le pediría una definición a cualquiera de aquellos que llevan dos mil años persiguiéndolos. Él debe saberlo… siempre en la hipótesis, claro está, de que hubiese reflexionado alguna vez sobre las "razones" de su persecución, cosa que está por demostrar.

No me he preguntado jamás por la identidad de los judíos porque siempre he desconfiado de todo lo referente a las identidades, en general. Tal vez el haberme dedicado a diseñarlas durante años, en su vertiente corporativa, tenga algo que ver en esa desconfianza.

Mi actual simpatía por los judíos es relativamente reciente. Procede de los años ochenta, en los que una mirada atenta sobre un hecho histórico que no había ocupado, hasta aquel momento, más espacio en mí mente del que cualquier otro, la Shoah, dio lugar a una especie de revisión inesperada de ciertas categorías morales, cuyos valores habían permanecido invariables en mí conciencia a lo largo de mí vida.

Ese hecho conmocionó todo el andamiaje que soportaba hasta entonces esa conciencia. Creo que puedo decir sin temor a parecer ridículamente transcendente que, con el tiempo y la profundización en los diversos aspectos comprometidos en ese hecho histórico, mi ya maltrecho espíritu político, tras la desastrosa experiencia soixanthuitard, me llevó al replanteamiento radical de mis postulados.  

¿Un estado judío?

La aspiración a un estado propio, la lucha consecuente para lograrlo, y su proclamación final, tienen sus raíces legítimas implantadas en ese territorio desértico, aparte de las ancestrales,  en pleno período turco y por emigrantes judíos que llegaron al mismo tiempo que otros emigrantes, procedentes estos de las futuras “arabias, sirias, irakes, y jordanias”.

Estas eran simples regiones del Imperio Otomano hasta entonces, y solo llegaron a hacerse realidad como estados por la voluntad arbitraria de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial.

Que la supuesta legitimidad de esos estados “creados” sea comparada a la del único estado del mundo que se constituyó por acuerdo de todos los países reunidos en la ONU, podría considerarse una simple boutade, sino fuera por el cobarde cinismo que encierra.

Pero todo ese relato histórico no tiene demasiado valor argumental para mí. La razón suficiente para el establecimiento del Estado de Israel es la Shoah.

La culpabilidad moral que pesa sobre Occidente respecto de esa catástrofe es de una evidencia tal, que basta con comprobar, como señala Bensoussan, los esfuerzos incesantes desplegados para encontrar motivos de inculpación de los israelíes en no importa qué actos condenables, esfuerzos que denotan una especie de conducta patológica.

Un ejemplo de esa peculiar forma de sublimación, por transferencia de la propia culpa hacia la víctima, la hemos padecido y la padecemos aún los españoles desde hace años, en la esquina oriental del Cantábrico.

De todo el catálogo de pecados atribuidos históricamente a los judíos, ninguno ha sido considerado más imperdonable que el de tomar la decisión, tras la catástrofe de la Shoah, de abandonar definitivamente el rol de víctima que la historia les había otorgado.

Asi mismo resulta insoportable la presencia permanente de un estado que nos recuerda nuestra responsabilidad, y al que, a pesar de sus repetidos esfuerzos, los amigos musulmanes no han conseguido aun echar al mar.

Claro, el problema que plantea esa nueva realidad, con el declinar de los eternos recursos acusatorios de misterio, de conspiración, o de poder mundial, etc, frente a una presencia a la luz del día avalada por la voluntad, el esfuerzo, la eficacia y la construcción de una sociedad basada en los principios más elementales de la civilización, es difícilmente digerible por sectores mayoritarios de la sociedad occidental, carcomidos por la mencionada culpabilidad histórica inasumida. 

La prueba fehaciente de ello es la delirante actitud de esos sectores, al poner en platillos morales simétricos a una teocracia que hace del asesinato de inocentes una de sus sendas de ascensión al Paraíso, con un estado en el que, por ejemplo, un juez del Tribunal Supremo, de religión musulmana, metió en la cárcel a un ex-presidente del Estado Israelí, una vez probada su culpabilidad.

¿Podríamos imaginar a un juez de confesión judía condenando a la cárcel por corrupción, en Cisjordania, a la viuda de Arafat, por ejemplo?

Un estado en el que los ciudadanos disconformes con la acción de su gobierno se manifiestan airadamente en las calles y en los medios de comunicación, mientras que los cadáveres de sus homólogos de la franja de Gaza son arrastrados por una motocicleta por las calles de la ciudad, entre el alborozo de los paseantes, no deja demasiados argumentos a cualquier persona de buena voluntad.

Lo demás, para un heterodoxo como yo, es mera retórica. 

La Doxa de la que habla el historiador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario