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viernes, 9 de noviembre de 2012

¡Que siga el espectáculo!

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Me había propuesto no ocuparme en absoluto de la “cuestión catalana”. Pero esa tabarra  ha conseguido hacer girar su insufrible sardana en medio de las ya de por sí aburridas danzas nacionales y, claro, ya no es el mísero debate del separatismo el que me irrita, es su presencia agotadora en cualquier foro al que uno preste atención.

El nivel argumental de quienes no paran de verter su charlatanería en torno a este tema no difiere demasiado del de una bronca en torno a un Madrid-Barça.

Y, sin embargo, esa pelea entre analfabetos tiene la única y lamentable ventaja de mostrarnos una vez más algunos de nuestros más genuinos rencores aldeanos, como si hiciera falta de vez en cuando recalentar la olla de los odios... ¡no vaya a ser que nos estemos olvidando de quiénes somos y de como las gastamos!

Todo esto no quiere decir que debamos ignorar o banalizar los auténticos riesgos de una actitud de total irresponsabilidad como la exhibida por ese condottiero de pacotilla llamado Arturo Mas, que está añadiendo más tensión si cabe, a nuestra ya suficientemente agobiada sociedad.

No es, en consecuencia, que el debate provocado por unos iluminados pueda provocar en sí mismo ninguna inquietud, más allá de un escaso interés antropológico, más bien creo que lo que hace de él un asunto a tener en cuenta es la calculada y peligrosa oportunidad que han elegido para ponerlo en marcha.  

Y lo peor del estado en que se encuentran en este momento un debate como ese es, en mí humilde opinión, la espesa nebulosa en la que se produce, en la que que no se percibe en él más que un ruido de fondo indescifrable, y en el que son muy escasas las voces que se proponen poner al descubierto los paupérrimos fundamentos en los que basan su intento los provocadores.

La estériles generalizaciones; los argumentos pseudo-históricos arrojados como proyectiles retóricos; los rencores imperecederos; las argumentaciones analfabetas que aplastan la razón bajo la masa informe de las emociones más aldeanas, dibujan un panorama estéril y grotesco.

Cuesta trabajo admitir que, en pleno inicio del siglo XXI, ese mito anti-ilustrado que es el nacionalismo, inventado por aquellos melancólicos reaccionarios que fueron los románticos de hace más de doscientos cincuenta años, ocupe el lugar central de nuestras más urgentes preocupaciones.

Sobre todo, si tenemos en cuenta que en su postrer renacimiento, envuelto en una bandera con una esvástica en su centro, el discurso nacionalista (aderezado para esa ocasión con el pensamiento socialista) provocó la mayor catástrofe de la historia de la humanidad.

Parecerá asombroso para cualquier persona sensata que los sucesores directos de las organizaciones de Coros y Danzas del franquismo, engorilados por las flatulentas ínfulas de unos aprendices de brujo del más depurado estilo “Völkisch”, e inventores, como es tradicional en ese tipo de sectas, de una pseudo-historia empaquetada para mentes mostrencas y perezosas, hayan conseguido el disparate de ocupar la primera página de nuestra actualidad, planteando además un chantaje que no por más irrisorio es menos peligroso.

Porque, por si fuera poco, aquellos que pretenden envolver este asunto con pretenciosas ensoñaciones metafísicas, respecto de un fantasmagórico pueblo catalán históricamente inexistente, olvidan o ignoran que el precedente político instaurado por Maciá en 1922 con el partido revolucionario Estat Catalá, obedecía esencialmente a una de las numerosas trifulcas surgidas en torno a las asociaciones nacionalistas burguesas, como el partido de Cambó, la Lliga, y que continuaron a lo largo de la dictadura de Primo de Rivera y la II República en medio de incesantes acciones violentas, tiroteos de pistoleros y vendettas del más puro estilo gangsteril.

Muchos de esos rufianescos episodios fueron impulsados, entre otros, por el propio presidente de la Generalitat de entonces, Luis Companys, que se encontró a menudo personalmente envuelto en nauseabundas historias propias de alguno de aquellos tremebundos folletines de la época, que solían comprar las comadres en los mercados al precio de 5 céntimos.   

Esa es la verdadera historia del catalanismo y ahí están los numerosos estudios históricos que la certifican, para quien tenga un verdadero interés en el asunto.

Con esos precedentes no es de extrañar que surjan, hoy en día y en ese ambiente, renovados aventureros dispuestos a conseguir sus miserables ambiciones de poder pueblerino, arriesgando si fuera preciso para ello la precaria estabilidad actual de un estado como el español, al que lo último que le hace falta, en este momento, es que le organicen un festival folclórico con número de funanbulista suicida incluido.

Probablemente este disparate acabará como es lógico en un fiasco para el pretendiente a virrey de Cataluña, pero esta es una enfermedad con recidivas, como la historia nos enseña. Tenemos próximos avatares garantizados. Seguro.

Y es que el que no se divierte es porque no quiere.


1 comentario:

  1. Lo curioso es que Mas puede ganar la apuesta de Pujol por incomparescencia del adversario. Entre la traición del PSOE que nunca ha creído en la E final de su sigla, y la indiferencia del PP -anagrama de Poncio Pilatos- pudiera muy bien ocurrir que la herencia de los Reyes Católicas se disuelva en reinos de taifa. Y es que no hay enemigo pequeño, y no lo digo sólamente por las dimensiones físicas del alferez provisional de la foto. De Hitler decían tras su fracaso de Munich, en 1923, que era historia.¡Ya, ya! O los españoles se ponen las pilas o se quedan sin país, catalanes incluidos claro está.

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