Me
había propuesto no ocuparme en absoluto de la “cuestión catalana”. Pero esa
tabarra ha conseguido hacer girar su insufrible
sardana en medio de las ya de por sí aburridas danzas nacionales y, claro, ya
no es el mísero debate del separatismo el que me irrita, es su presencia
agotadora en cualquier foro al que uno preste atención.
El
nivel argumental de quienes no paran de verter su charlatanería en torno a este
tema no difiere demasiado del de una bronca en torno a un Madrid-Barça.
Y,
sin embargo, esa pelea entre analfabetos tiene la única y lamentable ventaja de
mostrarnos una vez más algunos de nuestros más genuinos rencores aldeanos, como
si hiciera falta de vez en cuando recalentar la olla de los odios... ¡no vaya a
ser que nos estemos olvidando de quiénes somos y de como las gastamos!
Todo
esto no quiere decir que debamos ignorar o banalizar los auténticos riesgos de
una actitud de total irresponsabilidad como la exhibida por ese condottiero de
pacotilla llamado Arturo Mas, que está añadiendo más tensión si
cabe, a nuestra ya suficientemente agobiada sociedad.
No
es, en consecuencia, que el debate provocado por unos iluminados pueda provocar
en sí mismo ninguna inquietud, más allá de un escaso interés antropológico, más
bien creo que lo que hace de él un asunto a tener en cuenta es la calculada y
peligrosa oportunidad que han elegido para ponerlo en marcha.
Y
lo peor del estado en que se encuentran en este momento un debate como ese es,
en mí humilde opinión, la espesa nebulosa en la que se produce, en la que que
no se percibe en él más que un ruido de fondo indescifrable, y en el que son
muy escasas las voces que se proponen poner al descubierto los paupérrimos
fundamentos en los que basan su intento los provocadores.
La
estériles generalizaciones; los argumentos pseudo-históricos arrojados como
proyectiles retóricos; los rencores imperecederos; las argumentaciones analfabetas
que aplastan la razón bajo la masa informe de las emociones más aldeanas,
dibujan un panorama estéril y grotesco.
Cuesta
trabajo admitir que, en pleno inicio del siglo XXI, ese mito anti-ilustrado que
es el nacionalismo, inventado por aquellos melancólicos reaccionarios que
fueron los románticos de hace más de doscientos cincuenta años, ocupe el lugar
central de nuestras más urgentes preocupaciones.
Sobre
todo, si tenemos en cuenta que en su postrer renacimiento, envuelto en una
bandera con una esvástica en su centro, el discurso nacionalista (aderezado
para esa ocasión con el pensamiento socialista) provocó la mayor catástrofe de
la historia de la humanidad.
Parecerá
asombroso para cualquier persona sensata que los sucesores directos de las
organizaciones de Coros y Danzas del franquismo, engorilados por las
flatulentas ínfulas de unos aprendices de brujo del más depurado estilo
“Völkisch”, e inventores, como es tradicional en ese tipo de sectas, de una
pseudo-historia empaquetada para mentes mostrencas y perezosas, hayan
conseguido el disparate de ocupar la primera página de nuestra actualidad,
planteando además un chantaje que no por más irrisorio es menos peligroso.
Porque,
por si fuera poco, aquellos que pretenden envolver este asunto con pretenciosas
ensoñaciones metafísicas, respecto de un fantasmagórico pueblo catalán
históricamente inexistente, olvidan o ignoran que el precedente político
instaurado por Maciá en 1922 con el partido revolucionario Estat Catalá,
obedecía esencialmente a una de las numerosas trifulcas surgidas en torno a las
asociaciones nacionalistas burguesas, como el partido de Cambó, la Lliga, y que
continuaron a lo largo de la dictadura de Primo de Rivera y la II República en
medio de incesantes acciones violentas, tiroteos de pistoleros y vendettas del más puro estilo
gangsteril.
Muchos
de esos rufianescos episodios fueron impulsados, entre otros, por el propio
presidente de la Generalitat de entonces, Luis Companys, que se encontró a
menudo personalmente envuelto en nauseabundas historias propias de alguno de aquellos
tremebundos folletines de la época, que solían comprar las comadres en los
mercados al precio de 5 céntimos.
Esa
es la verdadera historia del catalanismo y ahí están los numerosos estudios
históricos que la certifican, para quien tenga un verdadero interés en el
asunto.
Con
esos precedentes no es de extrañar que surjan, hoy en día y en ese ambiente,
renovados aventureros dispuestos a conseguir sus miserables ambiciones de poder
pueblerino, arriesgando si fuera preciso para ello la precaria estabilidad
actual de un estado como el español, al que lo último que le hace falta, en
este momento, es que le organicen un festival folclórico con número de
funanbulista suicida incluido.
Probablemente
este disparate acabará como es lógico en un fiasco para el pretendiente a
virrey de Cataluña, pero esta es una enfermedad con recidivas, como la historia
nos enseña. Tenemos próximos avatares garantizados. Seguro.
Y
es que el que no se divierte es porque no quiere.
Lo curioso es que Mas puede ganar la apuesta de Pujol por incomparescencia del adversario. Entre la traición del PSOE que nunca ha creído en la E final de su sigla, y la indiferencia del PP -anagrama de Poncio Pilatos- pudiera muy bien ocurrir que la herencia de los Reyes Católicas se disuelva en reinos de taifa. Y es que no hay enemigo pequeño, y no lo digo sólamente por las dimensiones físicas del alferez provisional de la foto. De Hitler decían tras su fracaso de Munich, en 1923, que era historia.¡Ya, ya! O los españoles se ponen las pilas o se quedan sin país, catalanes incluidos claro está.
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