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viernes, 15 de junio de 2012

Tres correos

Estos días he recibido tres correos; dos de ellos son movilizadores de la conciencia cívica para cualquier persona decente, sin reclamar explícitamente esa intención; el tercero, por el contrario, consiste precisamente en una demanda de firma al final de una lista, como en los mejores tiempos de los linchamientos de papel de los años ochenta.

Además los dos primeros provienen de dos de vosotros, lo que les confiere un interés y una garantía añadidos.

En el primero de ellos, mí buen amigo Luis me confía su arrebatado malestar frente a la situación general de nuestro país, enfocada en su caso desde el ángulo de la insoportable proporción de responsables políticos a los que se les han destapado sus manejos de corrupción. Apoya su comentario con una lista de 129 nombres y cargos imputados en los tribunales, o depurados de sus respectivos partidos políticos. Luego habría que calcular la proporción de los impunes y sumar.

Dicho así, incluso podría parecer una banalidad. Y lo malo del caso es que efectivamente lo es. La salud moral de una sociedad se mide, entre otras cosas, por el grado de permeabilidad que presenta frente a los abusos del poder. Una sociedad permisiva con esos abusos, denota una grave dolencia que solo se desarrolla en el sentido de su agravamiento, ya que en la complicidad de sus miembros se encuentra su principal factor de impulso.

Cuando una sociedad convive sin mayores sobresaltos con la inmoralidad oficial, esa inmoralidad se transforma en una forma de vivir. O mejor, en “la forma de vivir”. Acordaros de la sociedad europea más civilizada de los años treinta y su acrítica actitud durante doce años frente a la senda emprendida hacia la barbarie.

A veces tengo la desastrosa sensación de que el único reproche que suscita la corrupción entre el personal, es la de la “injusticia” que supone el desigual nivel de oportunidad para ejercerla que ofrece la sociedad.

La misiva de mi amigo parece albergar un poco de esperanza en la llegada del “rescate” por parte de los que un dirigente comunista bautizó como “los hombres de negro”. Estos cocos siempre exhibiendo su legendaria originalidad para con sus ocurrencias pretendidamente ingeniosas.

Efectivamente ese rescate proporciona, para empezar, una evidencia impagable. La evidencia de una sociedad secularmente secuestrada por el poder de los mediocres. Y quien dice el poder dice la corrupción, que como todos sabemos consiste en vender ese poder en pequeñas (o grandes) proporciones a cambio de pasta.

Durante treinta años de profesión he tenido la oportunidad de vivir en primera persona casos inauditos de corrupción llevados a cabo por personajes de primer nivel político, cuyo grado de miseria moral solo era comparable al de su codicia.

Con la ventaja sideral que me proporciona mi actual beatífico estado de jubilado, algún día nos cabrearemos a gusto juntos, cuando os cuente esas historias con nombres y apellidos.

En cualquier caso, la carta de mi amigo Luis sí que indigna. Y no las babas de un viejo chocho en busca de notoriedad.

La segunda misiva también me la remite otro querido amigo de esta tertulia, Eduardo. En ella se incluía un montaje tipo power point, en el que se incluían los datos objetivos de la labor de la iglesia Católica, en términos de asistencia social.

Ni que decir tiene que mis opiniones sobre este y otros asuntos relacionados con esa iglesia, carecen en absoluto de ningún condicionamiento religioso, dada mí condición de agnóstico declarado y consecuente.

Pero agnóstico no quiere decir enemigo de esa religión ni de ninguna otra, siempre que entendamos por religión aquellas convicciones profundas que cada individuo de forma íntima posee, con relación a la existencia y sus posibles explicaciones.

La iglesia Católica es otra cuestión. Es una organización social y pública, cuya trayectoria histórica está llena de claroscuros, desde la perspectiva moral actual, pero que hoy en día no me parece que tenga mucho que reprocharse, si la comparamos con otras instituciones igualmente sociales y públicas. 

Pero hay aspectos de esa iglesia, poco o nada conocidos, que por la magnitud de las cifras que el documento que he recibido expone de forma ordenada y clara, deberían ser difundidos en esa enorme galaxia de comecuras que nos rodea sin compasión.

Las cifras de la labor de asistencia social llevada a cabo por esa institución son demoledoras, tanto en el número de personas asistidas como en su costo. Me he molestado en hacer la suma de ese coste en hospitales, colegios, albergues, centros de reeducación, misiones, cáritas, etc etc, y me salen 276 millones de euros anuales. Pero hay más; la conservación y mantenimiento de la parte del patrimonio artístico que está bajo su responsabilidad le ahorra 36.000 millones anuales de euros al estado…

Sin embargo, el aspecto más notable que presenta todo eso es, en mí opinión,  el carácter benévolo que tienen las innumerables contribuciones de esfuerzo personal, frente a los casos de sobra conocidos de oenegés montadas con el exclusivo propósito de crear puestos de “trabajo” remunerados por el estado, sin que se les conozca actividad alguna.

Lo dicho, una cosa es saber que la iglesia realiza una labor esencial de asistencia, y otra poner las cifras sobre la mesa.

La tercera misiva no se me envió. Se me coló en mi correo sin mí consentimiento, a través de ese prodigio de voyerismo/exhibicionismo que es Facebook.

Se trata de una carta de solicitud de proceso para una persona, con esperanza de cárcel, y con una lista de nombres debajo, en la que se me solicita mi indignada participación en el linchamiento y su correspondiente certificado de autentificación mediante mi firma.

Yo, sinceramente, creía que esas cosas formaban parte de aquella añorada (por algunos) época de los ochenta con su mala leche disfrazada de infantiloide ingenuidad. Pero no. El remitente, Máximo Pradera, es un personaje que desde que tuvo el infortunio de nacer en casa de su padre, no para de buscar con desesperación una oportunidad de acercarse a la “talla intelectual” de aquel.

Pero, a pesar de que los poderosos amigos de su poderoso padre han tratado de ponerle toda clase de andamios para que el chaval consiga una miaja de notoriedad, el joven Max, como le gusta que le llamen, no posee la indudable habilidad para el manejo eficaz de la oportunidad del que gozaba su padre y sus dos abuelos.

Porque en al caso de Máximo Pradera estamos ante uno de esos fenómenos históricos del franquismo, que serviría para describir todo un paradigma del poder y su ejercicio.

Empezando por su bisabuelo Víctor del que se dice,  «El nombre de Víctor Pradera –ha escrito el Jefe del Estado (Franco)–, unido para siempre a nuestra historia, obliga sin distinción a todos los españoles.»

El padre de esta perla, Javier Pradera, incombustible "intelectual" de toda la vida, comprendió muy pronto (no fue el único) que, entre aprovechar la inercia política creada por su abuelo y su padre, dirigentes fascistas rama tradicionalista asesinados por los nacionalistas vascos (lo que le valió al primero la concesión por parte de Franco del condado de Pradera) y ejercer así de huérfano del Régimen o, por el contrario, arrimarse al futuro que representaba en los años cincuenta el Partido Comunista, esta última opción era estéticamente más atractiva, en aquellos años del despertar ideológico de la universidad.

Pero la cabra tira al monte, como se suele decir, y, mira tú por donde, el pollo no encontró en toda la universidad mejor novia con la que casarse que con la hija de Rafael Sánchez Mazas, compañero del alma de José António Primo de Rivera, uno de los fundadores de Falange Española y también uno de los autores de la letra de su himno.

Claro que a Sánchez Mazas, como a multitud de aguerridos fascistas del franquismo, le salieron rana los descendientes, los Sánchez Ferlosio, y todos ellos se adhirieron con entusiasmo al PC burgués de Jorge Semprún. No al proletario de Santiago Carrillo, claro. 

A eso se lo llama asegurarse un futuro.

La verdad es que siempre pensé (en mi entorno era corriente), que la razón inconsciente por la que los hijos de los franquistas notables y poderosos se hacían de izquierdas era muy simple. ¿Quién es realmente poderoso? el que no pierde nunca ¿y cómo se hace para no perder nunca?

Fácil. Apostando a todos los caballos de cada carrera.

Javier Pradera fue algo así como un Günter Grass español. Se paso la vida sacándoles los trapos sucios a todo aquel que podía hacerle sombra. Hasta que se convirtió en el palanganero de Felipe González, mediante al título honorífico de “uno de los tíos más listos de España”, que le otorgó otro falangista hijo de falangistas que se llamaba Juan Luis Cebrían, cuando pasó de director de los informativos de la TV de Franco a director de El País.

Así es que nuestro amigo Máximo Pradera tenía, como todo dios, un bisabuelo paterno y un abuelo materno. Pero en su caso uno era jefe de la Comunión Tradicionalista, y el otro  jefe de la Falange. Y eso hacía que en él se cumpliese de forma natural el famoso Decreto de Unificación en virtud del cual Franco acabó con las ambiciones de ambos grupos y creó la Falange Tradicionalista y de las Jons.

O sea a Máximo (o mínimo) Pradera.


1 comentario:

  1. Una gota de pura valentía, vale más que un océano cobarde, decía Miguel Hernández y al leerte, he disfrutado de tu veracidad -única forma expiable de virilidad- y admirado tu sencilla forma de contar las cosas: coja usté un pizca de valor, otra parte de inteligencia, y otra de sensatez, lo mezcla bien mezclado y le sale un texto de Saco.
    Ah, chaquetas y chaqueteros,que razón tenía Tancredi, "es necesario cambiarlo todo para que todo siga igual"... ¡Si yo te contara! ¿Pero qué te voy a contar que no sepas ya muy bien?

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