.

.

viernes, 5 de noviembre de 2010

No todos los solistas son “castrati”.

Al parecer, todas las “primadonnas” de la Compañía Drámatica Feminista, se encuentran afectadas por una laringitis severa, justo cuando la orquesta iniciaba el aria del sacrificio de Sakineh Mohammadi Ashtini, en el Gran Teatro de la Opera de Teheran.
Ha tenido que ser un único solista, Nicolás Sarkocy –que se ve que no forma parte del numeroso elenco de “castrati” de la escena política–, quien haya roto el vergonzoso silencio de la sala de ópera internacional.

Según ha afirmado Bernard Henry–Levy, en Europa 1 y Radio Motecarlo, el 3 de Noviembre, el presidente francés ha telefoneado personalmente a la “conferencia episcopal islamista” que dirige la dictatadura totalitaria de Irán, para hacerles una seria advertancia. “He hecho saber a las autoridades iranís que consideraba el “affaire Sakineh” como un asunto personal, y que si tocaban un pelo de la condenada – términos literales empleados en la conversación entre presidente y el filósofo–, se interrumpirían ipso–facto todos los diálogos en curso entre los dos países". El mensaje fue recibido directamente y parece que, asi mismo, atendido.

Si no fuera por la atención mediática que este asunto ha suscitado en todo el mundo civilizado, esta no sería más que otra “banal” ejecución que añadir, a la práctica de la barbarie habitual por parte de otro de los respetados miembros de La Alianza de Civilizaciones. Sin embrago, en este caso concreto, se reúnen una serie de circunstancias significativas que permiten llevar a cabo un análisis especialmente clarificador, de la lamentable deriva moral que, día a día, podemos observar en nuestro próximo entorno.

En primer lugar, el hecho de que se trate de una mujer musulmana acusada en un primer momento de adulterio. Y que, como prescriben las humanitarias leyes islámicas, ha sido condenada a ser lapidada públicamente. Después, ante el horror de los biempensantes occidentales –no por la condena a muerte, sino por la “modalidad” de la ejecución–, fué acusada de complicidad en el supuesto asesinato de su conyuge; lo cual permitiría a sus verdugos “atenuar” el método operativo mediante una forma más “civilizada” de muerte, o sea, la de colgarla por el cuello en una grúa. Todo este horror nos conduce a preguntarnos por la respuesta que correspondería dar, en este caso, a quienes estan permanentemente vigilantes a cualquier injusticia de género; como es, por ejemplo, el intolerable agravio de postergar a un segundo término el apellido de las madres, en el registro civil.
Eso, por no hablar del autismo demostrado por los esforzados partidarios de la abolición de la pena de muerte.

En segundo término, nos preguntamos, asi mismo, a qué esperan para decir algo al respecto los firmantes de los contínuos alegatos humanitarios contra los infames tratos a los prisioneros “políticos” de Guantánamo, convictos de la ETA, refugiados palestinos de Gaza, talibanes y otras “perlas”. Con esas proclamas se fustigan y nos fustigan sin piedad, en nuestra condición –en palabras de Susan Sontag– de miembros del “cancer de la civilización” que es Occidente. Seguramente la respuesta que explica ese silencio ensordecedor sea acorde con ciertas posturas morales, como la de un ilustre intelectual izquierdista que declaraba haber encontrado el origen de los campos de extermínio, como Auschwitz, en las “inhumanas” instalaciones de nuestros gallineros industriales.

Asimismo, la delicada labor diplomática de nuestros dirigentes –siempre atentos a no provocar la "legítima y santa ira por ofensas a las respetables convicciones" de todo tirano medieval o cibernético– nos protege de cualquier derrapage que pudiera alterar “nuestro” talante angélicamente pacífico. Condenarán, asi mismo y en la calle si es preciso, toda acción de repulsa hacia hechos como el que comento, que puedieran crear el más mínimo rizo en la serena superficie de su océano de paz infinita.

Una vez más, y esta me recuerda dramáticamente el caso de Miguel Angel Blanco en nuestra insoportable espera de lo peor, permanecemos pasivos ante un acto de barbarie que debería provocarnos una profunda reflexión sobre la naturaleza humana. Y no tanto en cuanto a un posible análisis de la mente perversa de los asesinos, sino al de nuestra propia conciencia.

Mientras nuestros dirigentes admiten que un "turista solidario" reclame una indemnización a la sociedad española por haber "únicamente" pagado un rescate multimillonario a sus secuestradores, las responsabilidades morales derivadas de su pasividad criminal en este caso, son nuestras própias responsabilidades.

Más nos valdría no olvidarlo.

1 comentario:

  1. Querido Tocayo, no me siento responsable en absoluto del asesinato de la iraní, porque hago caso de los Alcohólicos Anónimos que rezan la oración de la serenidad "Dios, concédeme Serenidad para acaptar las cosas que no puedo cambiar, Valor para cambiar aquellas que puedo y Sabiduría para reconocer la diferencia". Y es que uno no puede cambiar aquello que no depende de uno. Sarkozy en virtud de sus altos poderes y posición puede hacer llamadas telefónicas a los miserables teosátrapas que esclavizan las mentes de Irán, pero los demás lo único que podemos hacer es tomar nota a la hora de votar y poco más. Una de las razones por las que tanta gente está neurótica perdida es porque intentan cambiar lo que no depende en absoluto de ellos. Fíjate, por ejemplo, en qué manos ha estado el monopoly de nuestra economía española y de la finanza internacional. Hay gente que mueve la pala de la excavadora y levanta todo el hormiguero para tirarlo a un montón de cascotes. Las hormigas van a lo suyo, inconscientes de que están perdidas, y cada una cree que puede seguir llevando su vida. Pero no pueden. Y la gente de a pie somos como las hormiguitas y los de la excavadora son los Poderosos que toman decisiones demenciales que nos afectan a todos. Entiéndeme, no es una excusa para no hacer nada, es que podemos hacer cosas que están a nuestro alcance pero Irán nos queda lejos. Podemos, como Jesús Neira, intervenir para impedir que a una señora le peguen delante de nosotros -bastante se lo han reprochado-, podemos tratar a las chicas y mujeres de nuestras vidas con respeto, y valorar su trabajo sin tener en cuenta si son guapas o no, sin considerarlas como objeto de presa. Podemos y debemos echar la bronca y dar la paliza a los conocidos que sean puteros o a los que nos confiesen que engañan a su mujer. Pero no mucho más. Me alegro de que el solista como bien lo llamas haga algo. Mi desprecio por la Internacional Feminista es cada día mayor. Eso sí que depende de mí: despreciar a los despreciables.

    ResponderEliminar